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Lo personal no es político, por Esteban Vidal

Published on: domingo, 26 de abril de 2020 // ,


Lo político es aquello que tiene que ver con la gestión de la esfera colectiva en la que se desenvuelve la convivencia de la comunidad. Así, el ámbito específico de lo político es lo común, lo colectivo, y cuya su gestión le corresponde a la comunidad. Esta esfera se contrapone a la esfera individual que es la que afecta a la persona concreta y cuya administración le corresponde a esta de forma exclusiva. Sin embargo, la propagación de la consigna de que lo personal es político ha cuestionado la separación de estas esferas, hasta el punto de subsumir lo individual en lo colectivo para convertirlo de este modo en un espacio político. Esta postura, que es sostenida y defendida por ciertos sectores sociales y políticos, tiene una serie de graves implicaciones que deben ser abordadas.

La expresión de que “lo personal es político” tiene su origen en un ensayo escrito por Carol Hanisch en 1969 titulado The Personal is Political. Se trata de una expresión que, al menos en su origen, estaba vinculada al feminismo radical, aunque posteriormente ha sido empleada fuera de dicho ámbito para sostener el mismo planteamiento, lo que significa la conversión de la esfera individual en un espacio político. Sin embargo, no se ha hecho una crítica de esta postura que, llevada hasta sus naturales y últimas consecuencias lógicas, la convierten en una grave amenaza para la libertad, tanto individual como colectiva, y en el preludio de la imposición de un orden totalitario.

Cuando lo personal es convertido en algo político el individuo desaparece al ser aplastado por la esfera pública y por quienes se ocupan de su gestión, sea la sociedad o el Estado. De esta forma al individuo le es expropiada su capacidad para administrarse a sí mismo. Dicho con total crudeza, quienes sostienen que lo personal es político manifiestan un total y absoluto desprecio por el individuo en tanto este es anulado en provecho de lo público, y despojado de toda autonomía. Se trata de un planteamiento que es esencialmente totalitario y que lleva a que el individuo desaparezca en tanto que tal al verse obligado a plegarse a todos los dictados de una autoridad externa. Esa autoridad, ya se trate de la sociedad o del Estado, es la que determina cómo y con quién tiene que relacionarse, en qué condiciones deben desarrollar dichas relaciones, etc. Un control totalitario es desplegado sobre el terreno más íntimo y personal del individuo hasta el punto de dictarle cómo debe comportarse bajo las sábanas, cómo debe sentarse, qué debe leer, cómo tiene que vestir, cómo debe peinarse, qué debe aplaudir, qué debe rechazar, etc. Se trata, en definitiva, de imponerle cómo debe ser, pensar, sentir, actuar y, por tanto, vivir.

Todas las ideologías totalitarias han manifestado un profundo deseo de anular al individuo, de pulverizarlo y hacerlo desaparecer disolviéndolo en la esfera de lo público para sustraerle toda libertad y autonomía. Su común premisa es considerar al individuo un instrumento al servicio de los proyectos políticos y sociales de estas ideologías totalitarias, de forma que el individuo sólo importa en la medida en que es útil para la consecución de esos proyectos. Así, para la realización exitosa de dichos proyectos de ingeniería política y social es necesaria la extensión ilimitada del poder para llevarlo a todas las esferas de la vida humana, lo que implica eliminar al individuo como tal en tanto en cuanto su esfera personal es politizada, y con ella sometida a los dictados de un ente externo que se lo impone todo. El resultado no es otro que la destrucción de la individualidad por medio de la despersonalización, ya que el individuo en estas condiciones no es nada, no cuenta nada, no vale nada. El individuo pierde de este modo su mismidad al no poder dotarse de una identidad propia, pues cuando lo íntimo es politizado los tentáculos del poder llegan hasta los más recónditos lugares para imponer sus dictados, para someter y doblegar, y, en suma, para imponer una forma de ser prefabricada y sintética que lo convierte en un subproducto de la ingeniería política y social al servicio del sistema de dominación.

Cuando lo personal se vuelve político la voluntad del individuo es anulada. No debe desear nada que el poder no desee. Le es impuesta una forma de vida que es la socialmente considerada correcta, y que inevitablemente está asociada a una idea de bien que es impuesta desde arriba. Y para que esto sea así se impone toda una experiencia colectiva marcada por un férreo control social basado en el escrutinio y la vigilancia mutua entre los miembros de la sociedad, donde impera el espíritu inquisidor, la delación, la persecución, la crítica destructiva, la estigmatización, etc., de quienes no se ajustan a las prácticas y conductas dominantes. En la medida en que todo en la vida, hasta los detalles más nimios, pasa a estar regulado, pautado y sometido a diferentes convenciones impuestas que, además, son progresivamente incorporadas al ordenamiento jurídico para perseguir y castigar a quienes las incumplan, se materializa la robotización del individuo que pasa a ser un engranaje más de la maquinaria del sistema de dominación, carente de vida propia. De esta manera la dominación es total y logra el consentimiento del sujeto mediante la interiorización forzada de todas esas normas que son impuestas, al mismo tiempo que el individuo pasa a colaborar activamente con el poder al supervisar a sus vecinos, parientes, amigos, compañeros de trabajo o estudios, pareja, etc., para que cumplan los dictados establecidos por el poder, y por tanto para que se amolden a esa forma de vida políticamente correcta que es impuesta desde arriba. Es la dominación por medio del miedo, y a veces del terror, a sufrir el rechazo y el estigma social lo que fuerza al sujeto a perder toda su individualidad. Se trata del dominio inconspicuo de los otros, del yo social que moldea el contexto en el que la persona se ve forzada a vivir, y con ello determina el comportamiento y las posibilidades individuales del sujeto.

Lo antes descrito es el resultado de convertir lo personal en un espacio político, pues conlleva la destrucción del individuo que pasa a ser un átomo integrado en una masa homogénea e informe sometida desde arriba. Pero al mismo tiempo significa implantar la sociedad del odio en la medida en que lo político también implica la designación del enemigo, la designación de aquel que no se ajusta a lo políticamente correcto, aquel que constituye la negación existencial de lo que es considerado como bueno, idóneo y apropiado. Es la implantación del principio de enemistad entre los miembros de la sociedad, lo que conlleva la polarización de las relaciones sobre la base de una distinción tajante, polémica en grado superlativo, y que se resume en la siguiente consigna: o estás conmigo o estás contra mí. Así, se establece una línea divisoria entre el yo y el otro, entre nosotros y ellos, y por la cual quienes no forman parte de ese yo colectivo son demonizados, perseguidos y vilipendiados. Se busca, en definitiva, la adhesión incondicional.

Frente a esta dinámica totalitaria hay que defender la autonomía y libertad del individuo, y consecuentemente su propio espacio personal cuya administración le corresponde a este de manera exclusiva. Lo personal es prepolítico, y como tal debe estar al margen de luchas políticas y de la administración de cualquier ente externo al sujeto. Si el individuo no dispone de una esfera propia literalmente deja de existir, es anulado completamente por fuerzas sociales y políticas ajenas a él. Por esta razón es tan importante reivindicar lo personal como algo preopolítico, pues sólo de esta manera el individuo puede existir al contar con un espacio propio en el que autoconstruirse y dotarse de una identidad específica. Sólo así el individuo deviene en persona al elegir su propia y particular forma de vida, algo que las ideologías totalitarias, al afirmar que lo personal es político, no pueden aceptar de ninguna manera.

Sin intimidad el individuo es disuelto en el gregarismo de una ideología y de un sistema totalitarios, y cualquier aspiración emancipadora es completamente anulada. Por esta razón es importante que en el marco de un proyecto de transformación social de carácter emancipador sea tomada muy en cuenta la importancia del individuo, pues la libertad sólo puede construirse desde abajo, desde el propio individuo, para posteriormente materializarse en la esfera colectiva. Si la esfera personal del individuo es destruida el individuo desaparece con ella, al igual que cualquier atisbo de libertad. Es por todo esto que a día de hoy se hace urgente y necesario afirmar que lo personal no es político.  Sustraer lo personal de la esfera política es el principio para recuperar parcelas de autonomía y libertad del individuo al crear las condiciones para la autoconstrucción y en último término para la completa liberación. Porque, a fin de cuentas, ningún proyecto emancipador ha sido construido sobre la esclavitud de las personas.

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