Del socialismo real al anarquismo real
Published on: domingo, 26 de abril de 2020 //
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Quienes hayan vivido el lento hundimiento de los países del llamado bloque soviético, calificado durante la Guerra Fría de “socialismo real” por los defensores de la vía bolchevique al comunismo, recordarán también como en la última etapa de la Perestroika y Glasnost de Gorbachov el PCUS, el Partido Comunista de la Unión Soviética, llegó a (intentar) usar a Marx para justificar la reinstauración del capitalismo. Una compañera de la CNT de Valladolid que viajó a la URSS poco antes de su caída nos comentó sorprendida como, de visita en Leningrado, vio un mitin en la calle y preguntó a la guía turística estatal que les acompañaba de qué se trataba. “Son fascistas”, dijo, y añadió que era parte del proceso de apertura. El resto es historia, como se suele decir.
Dejando de lado el medio millón de cosas que se puede criticar del bolchevismo, no se puede negar que su militancia estaba convencida de que luchaba por la revolución. ¿Cómo fue posible que llegase a degenerar de tal forma, a qué se debe semejante nivel de decadencia intelectual? Desde un punto de vista meramente práctico se puede señalar que la maquinaria burocrática que mantenía en pie la estructura económica del bloque soviético dejó de funcionar en los 60-70, algo poco sorprendente debido al intento de crear una sociedad de consumo comunista. El establecimiento de lazos con el bloque capitalista (la nefasta Ostpolitik) y su estrechamiento a medida que los estados satélites de Moscú se endeudaban con la banca occidental fue paralelo a la progresiva pérdida de influencia del Kremlin sobre la vida económica de esos países. Un libro reciente muy recomendable (Cold War Energy. A transnational History of Soviet Oil and Gas), muestra con claridad que el sistema de planificación del Kremlin era boicoteado por los países hermanos, y muy especialmente por Polonia, que tomaba lo que podía de la URSS y al mismo tiempo incumplía de manera sistemática sus compromisos. Otro libro, (Ostseefähren im Kalten Krieg) nos muestra como, nada menos que en 1964, la URSS y la RDA diseñaron el Proyecto 3700 para dejar de pagar las crecientes tarifas para atravesar Polonia, que se puso en marcha finalmente en 1977. Poco después, una ola de huelgas se extendió por Polonia y surgió el sindicato Solidarność, dirigido por un informante del servicio secreto polaco (Lech Walesa), que se encargaría de destruir el sistema comunista y reimplantar el capitalismo. Lo más interesante de todo esto es que su origen está en la aceptación y defensa ciega del partido por la militancia (“El partido siempre tiene razón“, decía una canción de la RDA). De manera similar al Titanic, la orquesta siguió tocando hasta ahogarse.
El movimiento anarquista actual, y especialmente el anarcosindicalista, está siguiendo inconscientemente los pasos del bolchevismo: sin discusión real, se apoya la defensa de ideas cuestionables, cuando no abiertamente opuestas a las ideas anarquistas. Basta un breve repaso para darse cuenta de hasta dónde se ha llegado: actualmente se apoya a un grupo nacionalista apoyado por la OTAN en Siria, se apoya el independentismo catalán (quien calla otorga), se apoya el ecologismo apocalíptico, o se apoya el feminismo, sin especificar aquí si se apoya el tradicional -calificado de TERF-, o el posmoderno, por no hablar ya de otras corrientes como el feminismo de la diferencia o el de la igualdad, por ejemplo (ver al respecto la revista Amor y Rabia, Nr. 50: “Feminismo“, para ver los abismos que separan unas corrientes de otras). Cada cual es muy libre de apoyar lo que le dé la gana, pero lo que no es posible es esperar que los actos no tengan consecuencias. Y apoyar grupos o ideologías de derechas -e incluso de extrema derecha- porque pretenden ser “anarquistas” o, peor aún, para evitar discusiones, acabará pasando factura, más pronto que tarde, ya que el tiempo lo pone todo en su lugar.