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Nazis en Wall Street, 2ª parte: ITT y la Standard Oil / Exxon (revista Amor y Rabia, N° 65)

Published on: miércoles, 6 de mayo de 2020 // ,


LA INTERNATIONAL TELEPHONE AND TELEGRAPH (ITT) CONECTA CON HITLER


Un caso similar al de General Electric fue el de la International Telephone and Telegraph (ITT), la mayor compañía telefónica de los EE.UU., que proveyó a los dos bandos contendientes durante la guerra. La ITT fue fundada en 1920 por Sosthenes Behn, un industrial originario de las Islas Vírgenes que dedicaría su vida a incrementar su patrimonio a través de intrigas políticas más que a través de la competición económica. En 1923 la ITT cerró un pacto con el dictador Primo de Rivera para comprar la Compañía Telefónica de España. Este sería el primer paso de la compañía hacia el dominio mundial del sector de las telecomunicaciones, así como el primer ejemplo de la filosofía comercial de Benh, a saber, entrar en tratos con cualquier gobierno por dictatorial que fuera. Pronto los puestos de mayor relevancia de la gran compañía telefónica estadounidense se llenaron de personajes vinculados al grupo bancario Morgan, convirtiéndose en una compañía controlada básicamente por este grupo empresarial. En 1930 Behn se introduce en importantes empresas alemanas mediante la compra de acciones, consiguiendo controlar el 62% del holding Standard Elekrizitäts AG (y empresas subsidiarias de ésta), el 81.1% de la AEG y el 6% de la Felton and Guilleaume. Partiendo de estas operaciones la ITT llegó a controlar el sector telefónico en Alemania así como a tener representantes en el monopolio que controlaba la comunicación por cable entre EE.UU. y Alemania en manos de la Deutsch-Atlantische Telegraphengesellschaft por la parte alemana y de Commercial Cable Company y Western Union Telegraph Company, por la parte americana.




No hay documentos que demuestren que la ITT efectuó pagos directos a Hitler antes de que éste se hiciera con el poder en Alemania en 1933. Pero sí hay constancia de que a finales de los años 30 la ITT envió dinero a otro importante líder nazi, Heinrich Himmler, y de que incluso siguió con este tipo de operaciones durante la guerra a través de sus empresas subsidiarias. De hecho, ya en el New York Times del 4 de agosto de 1933 se informaba de la reunión que mantuvieron Behn, un representante de la ITT en Alemania (Henry Mann) y el propio Hitler. Pronto Behn contactó con el acaudalado Barón nazi Kurt Von Schröder, quien acabaría por convertirse en el principal protector de la ITT en la Alemania nazi. Además Von Schröder llegaría a ser el conducto a través del cual la ITT mandaba dinero a Himmler, dinero que acabó por financiar el equipamiento de las SS, mientras EE.UU. estaba en guerra con Alemania. A través de Von Schröder, Behn y su ITT pudo introducirse en la lucrativa industria armamentística Alemana, especialmente en la firma aeronáutica Focke-Wulf, y enviar los beneficios producidos por ésta a la empresa madre en los EE.UU.




Rascacielos de la ITT (Nueva York)

Otro de los conductos por los que fluía el dinero de la ITT a la Alemania nazi era el abogado Gerhard Westrick. Westrick, que había sido destacado como espía alemán en los EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial, actuaba como el director de todas las operaciones de la ITT en Alemania, protegiendo los intereses de esta multinacional americana del sector telefónico. Otra de sus misiones fue la de convencer a Ford para que interrumpiera sus suministros a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, y el trato de favor dado por los nazis a Ford en la Francia ocupada parece sugerir que en parte Westrick tuvo éxito en su intento de obstaculizar la ayuda de EE.UU. al Reino Unido durante la guerra. Pero Westrick además sirvió de intermediario de la Texaco, uno de los gigantes petroleros norteamericanos, el cual a través de Westrick contactó con Hermann Goering, jefe de la Luftwaffe, para alcanzar un acuerdo sobre el suministro de petróleo a Alemania en 1940.



Portada de «El Estado Soberano de ITT» de Anthony Sampson

Como hemos dicho, la entrada de EE.UU. en la guerra no puso fin a las lucrativas actividades de la ITT en la Alemania nazi. Como indica Charles Higham, incluso después de Pearl Harbor el ejército alemán siguió siendo equipado por
la ITT con paneles de control, teléfonos, alarmas antiaéreas, radares, “y 30.000 detonadores para proyectiles de artillería usados para matar tropas británicas y americanas”. Además, la ITT también ”proveyó los componentes para las bombas que cayeron en Londres”. Todo este material era fabricado por la Focke-Wulf, controlada por la filial de una ITT en Alemania llamada Lorenz. La situación llegaba así a extremos grotescos: la ITT proveía a ambos bandos contendientes. En palabras de Anthony Sampson, autor del libro The Sovereign State of The ITT (= 'El estado soberano de la ITT'): ”mientras los aviones de la Focke-Wulf fabrica- dos por la ITT bombardeaban los navíos aliados, las líneas de comunicación de la ITT transmitían información a los submarinos alemanes, los localizadores de la ITT salvaban a otros navíos de los torpedos”. Pero todo ello no fue inconveniente para que la ITT se presentara al final de la guerra como una víctima inocente del conflicto exigiendo compensaciones económicas por el bombardeo de las plantas de sus empresas subsidiarias en Alemania. Irónicamente, en 1967, más de 30 años después de la guerra, el gobierno americano indemnizó con 27 millones de dólares a la ITT por los destrozos que la aviación aliada había causado en sus plantas de la Focke-Wulf.



LOS ACUERDOS DEL CARTEL STANDARD OIL (HOY EXXON) E IG FARBEN


Pero el episodio más escandaloso en esta historia de pactos secretos con el nazismo económico lo protagonizaría la Standard Oil of New Jersey, cuya propietaria era la multimillonaria familia Rockefeller. En efecto, la Standard Oil y la IG Farben alemana, dos pesos pesados del sector petroquímico formaron un cartel que tuvo amplias repercusiones en el curso de los acontecimientos históricos. Y ello es así sobre todo porque gracias a este acuerdo el imperialismo alemán solucionó uno de sus grandes problemas: la falta de combustible que alimentara su poderosa maquinaria de represión.




Los hermanos Rockefeller

Para empezar, hay que mencionar que el pacto fue la culminación de un proceso iniciado en los años 20 por el cual la industria química germana irá restaurando su poder a pesar de las sanciones que se le impusieron tras La Primera Guerra Mundial. En los EE.UU. en el periodo de entre guerras se dictó una ley (la Alien Property Custodian Act) para confiscar o poner bajo vigilancia las extensas propiedades que poseía la poderosa industria química alemana en Norteamérica antes de la Gran Guerra. Bajo esa ley las instalaciones y patentes de la Bayer fueron vendidas a la norteamericana Sterling Productsyladeéstasasuvezala Graselli American Company, también americana. Pero Graselli empleaba a mucho personal procedente de la Bayer que apoyó a Alemania durante la guerra. De este modo, en 1923, a la Bayer no le fue difícil llegar a un acuerdo con Graselli y controlar el 50% de dicha compañía. Más tarde en 1925, Graselli y Bayer llegan a un pacto con la farmacéutica alemana Hoechst por el cual Graselli pasó a controlar sólo el 30% del negocio. En 1928 la Graselli fue incorporada a la IG, que pronto actuó tras un “paraguas” de compañías (Graselli, General Aniline, Afga-Ansco, Winthrop Chemical, Magnesium Development (1), etc.) reunidas bajo el nombre de IG American. Al final la industria química germana acabó por recuperar su antigua influencia en los EE.UU. Además la IG recabó bastantes apoyos de la administración republicana de los EE.UU.; así, el Secretario de Comercio Herbert Hoover, nombró un comité para controlar el excesivo poder en EE.UU. de las firmas de productos químicos alemanes compuesto por personas como Walter Teagle (de Standard Oil), Lammont Dupont (de General Motors), Frank Blair (de Sterling) y Henry Howard (de Grasselli), teniendo todos ellos importantes vínculos con la IG.





Por otra parte, la IG, para evitar la confiscación de sus bienes si se volvía a declarar otra guerra, había transferido sus activos a una firma suiza controlada por capital alemán, IG Chemie. Así se proclamó que la IG estaba bajo control suizo y no alemán, ocultándose así quienes eran los verdaderos dueños de este vasto conglomerado industrial. Los alemanes habían finalmente aprendido la lección que recibieron durante la Primera Guerra Mundial.

Estos acuerdos de cartel con la IG Farben tenían como objetivo la repartición de mercados a escala mundial, lo que motivó, por ejemplo, que a las empresas norteamericanas que los firmaban no se les permitiera asentarse en Latinoamérica. De este modo, Alemania usando una firma latinoamericana (ya fuera bajo control de la IG o de sus compañías subsidiarias norteamericanas) pudo burlar el bloqueo impuesto por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial transportando mercancías desde Latinoamérica a países neutrales como Suiza o España, que acababan supliendo a la Alemania nazi. Y precisamente fue a través de una firma subsidiaria como la petrolera norteamericana Standard Oil continuó su colaboración con el III Reich vendiéndole petróleo y municiones. Y no sólo eso: la petrolera norteamericana incluso llegó a distribuir masivamente propaganda pro-nazi en Latinoamérica, y lo hizo sabiendo que la IG Farben tenía importantes vínculos con la GESTAPO (2), la temible policía política de Hitler. De hecho, la IG usó espías de la GESTAPO en EE.UU. para controlar las firmas norteamericanas que no entraron en estos acuerdos de cartel con la Alemania nazi.

Que la Standard Oil entrara en este tipo de acuerdos con los nazis no es algo que deba extrañar a nadie pues ya en los años 20 el director del gigante petrolero Walter C. Teagle mostró su apoyo a los intentos alemanes de sabotear el Tratado de Versalles (que había puesto fin a la Primera Guerra Mundial). Teagle, en realidad, pertenecía al selecto círculo de hombres de negocios norteamericanos que apoyó el ascenso de Hitler en Alemania. Además mantenía una muy estrecha relación tanto personal como comercial con Hermann Schmitz, quien estaba al frente de American IG Chemical Corp, la poderosa firma subsidiaria de IG Farben en los EE.UU. a la que ya nos hemos referido. Según Charles Higham (p. 33), Teagle formaba parte (con Edsel Ford y William Weiss de la Sterling Products entre otros) de un grupo de industriales norteamericanos con tendencias pro-nazis. Precisamente fue Walter Teagle junto con su socio Hermann Schmitz los que pidieron a un notorio publicista neoyorquino Ivy Lee (3), quien había trabajado durante años para el clan Rockefeller, que hiciera una serie de trabajos para la IG y por ende para el gobierno alemán, justo después del ascenso al poder de Hitler. Lee recibió en un primer momento la suma de 3.000 $ por hacer un sondeo acerca de la opinión que merecía el III Reich al público americano. Después se le pago 4.000 $ anuales por llevar a cabo una campaña de ocultación de los horrores del régimen nazi en los “media” americanos. Poco después la cifra subió a 25.000 $ al año por distribuir propaganda nazi en los EE.UU. que incluía furibundos ataques contra los judíos y el Tratado de Versalles.

En 1938 se creó una comisión para investigar quién estaba detrás de American IG y la relación entre ésta con Teagle, y los vínculos de ambos con el régimen nazi salieron a la luz por primera vez. Sin embargo, ello no fue óbice para que Teagle y la Standard Oil prosiguieran con sus pactos con IG y con Hitler. Así, la Standard junto con la General Motor, controlada por los Du Pont, siguieron vendiendo a Alemania un aditivo de la gasolina que era vital para la aviación nazi. Sólo dos empresas tenían derechos sobre la preciada sustancia, que era vendida a Schmitz a través de la firma Ethyl, la filial de la Standard Oil en Gran Bretaña. Irónicamente la aviación alemana obtuvo cantidades suficientes del producto para bombardear Londres, ciudad donde se producía éste, cosa que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Además, Teagle vendió el aditivo a la aviación japonesa, lo que posibilitó la ofensiva nipona en Asia que tuvo lugar durante dicho conflicto bélico.

Así las cosas, el 27 de febrero de 1942, el fiscal suplente de los EE.UU. Thurman Arnold entra en la sede de la Standard Oil en Rockefeller Plaza junto con los secretarios de la Marina y del Ejército y con un gran fajo de documentos bajo el brazo. Allí Arnold acusó sin tapujos a la Standard de continuar favoreciendo a Hitler con sus acuerdos empresariales sobre el caucho y diversas patentes. Por ello la fiscalía imponía una multa a la compañía de 1,5 millones de dólares y un decreto de consentimiento por el que la Standard Oil cedería al gobierno americano los derechos. Pero el funcionario de la compañía que les atendió, William Farish, les recordó que la Standard también venía un porcentaje de su petróleo al ejército americano y que, siendo esta petrolera la mayor de los EE.UU., el ejército de este país no era nada sin la petrolera de los Rockefeller. El fiscal pronto comprendió que estaba siendo objeto de chantaje por una de los más grandes conglomerados de poder económico del país. Al final el episodio se saldó con un castigo “simbólico” consistente en una multa de unos pocos miles de dólares a pagar por un puñado de subalternos de la compañía. El mismo Farish pagó 1000 $, es decir, un cuarto de su salario semanal.




 
 Greenville News March, 27, 1942

En cuanto a las patentes, la compañía se negó en rotundo a liberarlas, lo que llevó al fiscal Arnold a formular una serie de acusaciones contra la Standard de “conspiración criminal con el enemigo”. Entre el 26 y el 28 de marzo de 1942, Arnold presentó documentos que demostraban que la Standard Oil y la IG Farben “se habían repartido literalmente los mercados mundiales, con monopolios petroleros y químicos por todo el globo” (Higham, pp.45-46). Estas acciones contra la petrolera norteamericana sacaron a la luz los detalles de los pactos secretos entre ésta y la mayor firma alemana de productos químicos. Estos pactos, que empezaron a fines de los años 20, tenían que ver con la colaboración en el uso de patentes y el reparto de mercados mundiales. La Standard se comprometía a no elevar la producción de caucho sintético (4) y a cambio la IG aceptaba no competir en el mercado del petróleo en los EE.UU. Aparte de los Rockefeller, IG Farben poseía la mayor parte de las acciones de la Standard Oil, la cual había suministrado sus patentes y sus conocimientos a la firma alemana para producir caucho, lubricantes y combustible sintéticos (5).

Esta última sustancia, el combustible sintético, era especialmente valioso para la política de dominación de el III Reich pues el talón de Aquiles de Alemania como potencia global era no contar con yacimientos petrolíferos propios. De ahí que el expansionismo nazi intentara a toda costa llegar hasta los yacimientos de oro negro del Cáucaso ruso y de Oriente Medio. Entretanto, la Alemania nazi necesitaba fabricar el combustible, el lubricante y el caucho para su maquinaria bélica a partir de un sustituto sintético, sustituto que en el caso del combustible era Metanol, un alcohol procedente de la madera, en concreto del cáñamo. Gracias a la Standard Oil, los químicos alemanes pudieron desarrollar una tecnología basada en el uso de este compuesto. Y gracias a la General Motors, que orientó su producción automovilística en Alemania al uso de la “gasolina de madera”, el ejército alemán se pudo transportar usando combustible sintético.




Pero los aspectos más sórdidos de este episodio de colaboracionismo con el régimen nazi derivan de la implicación directa de la IG Farben en el exterminio de seres humanos indefensos en los campos de concentración del III Reich. Ya hemos mencionado que la relación entre la IG y el gobierno nazi era muy estrecha . Hitler sabía que Alemania, un país pobre en materias primas, tenía que potenciar su riqueza científica y tecnológica para convertirse en una potencia mundial. Ya en tiempos de la república de Weimar, el ministro de Asuntos Exteriores Gustave Stressemann llego a decir: “sin IG y carbón no puedo tener ninguna política exterior”. La IG, de hecho, tuvo en plantilla varios científicos que ganaron el premio Nobel y no pocos judíos en puestos de relevancia. Pero a pesar de criticarla por su plantilla poco “aria” en los primeros años del nazismo, Hitler y su gobierno fueron estrechando lazos con la IG Farben a la que los nazis acabaron por someter a la consabida purga de elementos no afectos al régimen.

Pronto de los laboratorios de la IG salieron todas aquellas materias primas de importancia estratégica para el III Reich de las que carecía Alemania, a saber, los sustitutos sintéticos del petróleo, el caucho, las fibras... y también del gas venenoso. En efecto, la IG producía el 95% del gas venenoso de Alemania a través de la firma Degesch, de la que era propietaria. El gas se llamaba Zyklon-B y era usado para exterminar a los prisioneros de campos de concentración como el de Auschwitz, en la Polonia ocupada. Allí, perecieron 4 millones de seres humanos después de ser utilizados como esclavos que realizaban trabajos forzados. ¿Para quién? Para la mismísima IG Farben, que construyó su inmenso complejo industrial de Buna junto al mencionado campo de exterminio. Allí los trabajos forzados de miles de prisioneros, la mayoría judíos, surtían de energía a la planta hasta que la debilidad les impedía seguir trabajando. Entonces eran envenenados con Zyklon-B en las cámaras de gas y luego se extraían las piezas dentales de oro de los cadáveres que eran enviadas a la Casa de la Moneda en Alemania donde se fundían para engrosar las reservas de oro del estado nazi (las que había perdido por el pago de indemnizaciones tras la guerra). También se obtenía jabón a partir de la grasa de los cuerpos.




Todo esto difiere un tanto de lo que nos han mostrado las películas bélicas al uso, que siempre han soslayado la trama económica que subyacía al holocausto nazi. Y es que EE.UU. tiene mucho que callar al respecto. De hecho, los militares americanos supieron en fecha muy temprana lo que ocurría en Auschwitz, sin embargo ni siquiera dieron orden a su aviación para que bombardeara las vías férreas que conducían al campo de exterminio pese a la indignación de las organizaciones de exiliados judíos (Lebor, p. 86). Sin duda los pactos entre la Standard Oil y la IG pesaron más que cualquier planteamiento humanitario. Sólo al final de la guerra cuando Auschwitz iba a caer en manos del ejército soviético la aviación norteamericana arrasó la infraestructura que la IG había construido alrededor de Auschwitz. De ese modo, se impidió que el secreto de la Standard Oil para fabricar combustible sintético cayera en manos de la que iba a ser la potencia rival de los EE.UU. durante la Guerra Fría.

Hoy la Standard Oil se ha convertido en la Exxon, la mayor empresa petrolera del mundo, y sigue en manos del clan Rockefeller. La IG, por su parte, fue dividida en varias compañías más pequeñas tras la guerra, entre ellas BASF, Bayer, Hoescht y AGFA, es decir, algunas de los más poderosos motores del capitalismo alemán de hoy día.


NOTAS



  1. La inclusión de Magnesuim Development aquí es de gran trascendencia pues constituía la materialización del acuerdo entre IG y Aluminium Company of America. Este acuerdo entorpeció la fabricación de aviones de combate norteamericanos al principio de la Segunda Guerra Mundial.
  2. La relación entre la IG y la GESTAPO era muy estrecha. Según el testimonio del ex-espía alemán Richard Kerbs, ya en 1934 la IG estaba en manos de la policía política del III Reich hasta el punto de que la planta de la IG de Leuna (Alemania) albergaba una cárcel controlada por este siniestro cuerpo policial.
  3. Ivy Lee fue el fundador de una empresa de Relaciones Públicas llamada Hill & Knowlton, que en 1990 fue contratada por el gobierno de George Bush padre para difundir en los “media” historias de falsas atrocidades llevadas a cabo por el ejército iraquí durante la invasión de Kuwait. Así se pudo justificar de cara a la opinión pública la guerra del golfo.
  4. Esto después del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre del 41, tras el cual los EE.UU. entran en la guerra, obviamente perjudicaba al ejército americano cuya efectividad dependía de un incremento de la producción de dichas sustancias.
  5. De este modo, la IG se consolidaba como la mayor firma de productos químicos del mundo mientras que la Standard se convertía líder mundial del sector petrolero. Y esto es una situación que se mantiene hasta nuestros días en relación a sus respectivas herederas, la Bayer y la Exxon.


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