La edad de la penumbra, de Catherine Nixey
por Eróstrato
Una denuncia del ataque fundamentalista cristiano contra la cultura clásica
La periodista, ex profesora de lenguas clásicas, y licenciada en Historia Antigua por la Universidad de Cambridge Catherine Nixey ha escrito un libro que ha causado gran revuelo en los sectores más conservadores de occidente y sus medios informativos afines. El libro versa sobre los bárbaros ataques cristianos a la Grecia y Roma politeístas, un tema del que ya se ha escrito antes pero del que el lector medio sabe más bien poco. La razón de ello es que cada vez que un autor se ha atrevido a cuestionar la versión oficial con la que hemos crecido en los colegios, las poderosas autoridades religiosas y sus acólitos han hecho todo lo que ha estado en su mano (que es mucho) para silenciarlo.
La obra de Nixey ha molestado al occidente cristiano porque ha cuestionado con abundantes evidencias la mayoría de los mitos favoritos de la Iglesia. Para empezar, la autora británica desmiente el mito de que, de no ser por la labor de preservación de textos clásicos en los monasterios cristiano,s la cultura grecolatina no habría sobrevivido hasta nuestros días. Según Nixey, la mayoría de las obras escritas de la Grecia y Roma antiguas fueron destruidas y solo se conservó una mínima parte convenientemente manipulada para que encajara en la filosofía cristiana. El motivo era que el mundo pagano era fundamentalmente materialista y no creía en un alma inmortal descarnada y por tanto sus libros había que arrojarlos a la hoguera. Y si alguna obra de atomistas como Demócrito es conocida hoy día es porque algunos valientes bibilófilos la ocultaron al fanatismo religioso. Y no solo los libros fueron el blanco de la ira de los primeros cristianos sino también edificios (como bibliotecas o magníficos templos como el de Serapis en Alejandría) o el arte. Aquí la británica nos advierte de que la mayoría de las estatuas clásicas que conservamos hoy día están mutiladas principalmente por la furia de las turbas cristianas y no tanto por las guerras como asegura la versión oficial. De hecho, muchas de ellas además de las mutilaciones hechas a martillazo limpio llevan la firman del energúmeno que lo llevo a cabo: una cruz en la frente, como muestra la imagen de la portada del libro. Y esto enlaza con la escena que abre la obra, la de un grupo de fanáticos religiosos vestidos con túnicas negras liándose a golpes con las estatuas romanas de Palmira, en el desierto sirio ¿Es el ISIS? Sorprendentemente, no; son los primeros cristianos.
Pero además La Edad de la Penumbra tira por tierra uno de los mitos favoritos de ciertos sectores de la Iglesia, en especial de los “cristianos de base”, que aseguran que el cristianismo primigenio era pacífico, ascético y enemigo del poder. Muy lejos de esta imagen benévola, el libro nos muestra a hordas del lumpen de aquella época manipulada por líderes religiosos fanáticos que no dudaban en incitarlos a matar paganos (cosa que hicieron, por ejemplo, con la matemática y astrónoma de Alejandría Hipatia). Los obispos incluso se rodearon de una guardia pretoriana, los “parabolanos”, que eran matones a sueldo que extorsionaban, amenazaban e incluso asesinaban a las órdenes de los primeros jerarcas cristianos al más puro estilo mafioso. Y respecto al ascetismo, la obra nos asegura que había personajes que se retiraban al desierto a orar, donde mortificaban su carne con cilicios y no se lavaban jamás (la higiene era cosa de los pecaminosos paganos), pero la mayoría de los monjes eran glotones, borrachos e incluso tenían algunos asesinatos a sus espaldas (puesto que matar en nombre de Dios no era para ellos matar). Además de a los paganos, los cristianos se dedicaron a atacar a miembros de otras religiones, incluso religiones monoteístas como la judía, con lo que ese carácter pacifista del cristianismo primigenio se cae por su propio peso a la luz de los datos. Ni siquiera se podía arrogar el primer cristianismo un origen revolucionario ya que muy pronto buscaron la alianza con los césares, incluso con los más sanguinarios. De hecho, el primer emperador romano cristiano, Constantino, tantas veces descrito como un hombre piadoso e íntegro por la propaganda cristiana, era público y notorio que tenía las manos manchadas de sangre (había matado a su mujer) cuando supuestamente tuvo una visión de la cruz voladora cual ovni (en realidad un teatrillo para hacer más creíble su conversión) y solo se hizo cristiano para hacer causa común con la por entonces ya poderosa Iglesia y oponerse a facciones de la aristocracia romana que desafiaban abiertamente su poder. Y respecto a la persecución de cristianos, Nixey nos asegura que se dio en un periodo muy corto (fundamentalmente con Nerón) y las cifras son mucho menos abultadas que las que presenta la historiografía afín a los cristianos. Además, en muchas ocasiones los cristianos reincidían en el delito para conseguir que les ejecutaran y así fomentar el martirio con fines propagandísticos (de nuevo, se asemejan cristianismo primitivo y el fundamento islámico del ISIS). No obstante, según la autora, la verdadera persecución (más larga, intensa y efectiva, pues lo eliminó de raíz) fue contra el paganismo. Por tanto, la comparación entre el cristianismo y movimientos subversivos del mundo moderno como el socialismo está fuera de lugar.
La obra toca un tercer aspecto que, este sí, es de sobra conocido por todos: el moralismo represivo y castrante de la fe cristiana. Así, el cristianismo impuso una muy gris dictadura de lo casto y lo austero combatiendo los baños públicos, el teatro, la música y la poesía. Lo sexual, que era visto por la cultura clásica como algo natural y parte esencial de la vida humana, pasó a ser pecaminoso y diabólico. Los desnudos en el arte fueron destruidos primero y luego prohibidos (incluso descubrir el arte erótico en el desenterramiento de Pompeya en el siglo XVIII causó mucho sonrojo y desató delirios censores). Además la poesía epigramática, muchas veces de carácter procaz (p. ej. Catulo y Marcial), fue destruida o escondida o no traducida. Y no solo eso: la rica e influyente filosofía del mundo clásico fue silenciada. Se trataba, ante todo, de que el pueblo llano no se cuestionara absolutamente nada ya que eso también es pecado. Por tanto, el cristianismo no se distinguió nunca, ni en los tiempos en los que se le presupone más “puro”, por su amor a la cultura ni siquiera por su “humanismo” ya que en el centro de todas las cosas estaba siempre (y de manera absolutamente obsesiva y fanática) Dios y nunca el hombre.
Ni que decir tiene que la reacción cristiana al libro ha sido furibunda: según los sicofantes a sueldo del Vaticano todo es mentira, manipulación o, como se dice modernamente, “fake news”. Sin embargo, buena parte de la contraargumentación, basada en la falacia “ad hominem”, descalifica a los indignados opinadores cristianos. Así han intentado usar circunstancias personales de la autora para desprestigiar el libro, como que lo escribió movida por el resentimiento por la educación cristiana recibida por sus católicos padres (monje él y monja ella). Sin embargo, en varias entrevistas, e incluso en el libro, Catherine Nixey explica que perdió la fe no de golpe sino que fue un proceso lento al ir cuestionando racionalmente los dogmas de la religión. Además sus padres tampoco eran fanáticos religiosos; de hecho, por algo colgaron los hábitos. Incluso hay quien dice que la actitud de la autora es fruto del fracaso de sus padres al abandonar sus respectivas congregaciones religiosas. Solo le faltó decir que era un castigo divino… Un argumento propio del Medievo. También se ha cuestionado sus fuentes por ser libros escritos por ateos y masones… Está claro que quien escribe contra el cristianismo es muy probable que no sea cristiano ¿Pero son válidos sus argumentos o no? Eso es lo que hay que verificar. Otra falacia ad hominem, por tanto.
En resumen, el libro La Edad de la Penumbra de Catherine Nixey es digno de ser leído por quienes tengan un ápice de espíritu crítico. No solo porque desmonta muchos mitos sobre el cristianismo primigenio aún presentes en nuestras sociedades occidentales sino también porque, más allá de la crítica puntual a un sistema de creencias como es el cristianismo, constituye un alegato contra el fanatismo y los dogmas, algo que en las sociedades modernas secularizadas en las que vivimos puede que esté más cerca de nosotros de lo que pensamos.