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Noticias Amor y Rabia

De como el lenguaje no puede ser machista ni patriarcal

Published on: jueves, 6 de mayo de 2021 // ,


por Agustín García Calvo


25 de junio de 2017


La raíz de las confusiones que hacen a veces atribuir al lenguaje condiciones de ‘machista’ o ‘patriarcal’ está seguramente en que se toman por ‘lenguaje’ algunos hechos del vocabulario, de las palabras con significado.


Esa equivocación es bastante comprensible: porque es condición del aparato gramatical de las lenguas que los hablantes no sepan conscientemente lo que hacen cuando construyen sus frases ni cómo están en su lengua ordenados los elementos y las reglas, en suma, que conscientemente desconozcan la gramática y la parte mayor y más importante de la lengua que hablan, mientras que el vocabulario semántico es de ese aparato la parte más superficial, la más cercana a conciencia (y a voluntad por tanto) según se dibuja en el esquema que aquí presento; y así sucede que, cuando la gente alguna vez toma conciencia de su lengua o se fija en algo de ella, eso apenas podrán ser más que algunas zonas llamativas del vocabulario; de manera que, si le da por ponerse a hablar acerca de lenguaje, se creerá que ‘lenguaje’ son esos pocos hechos de vocabulario que le han llamado la atención.


Tan superficial es el vocabulario semántico (en comparación con todo lo más y más profundo, sumido en “subconsciencia técnica”, de la gramática de una lengua) que casi propiamente deja ya de ser lenguaje para pasar a ser cultura, según en el mismo esquema se señala; eso por no hablar de los Nombres Propios, que ya ni siquiera pertenecen propiamente a una lengua, sino más bien a ciertos ámbitos sociales o culturales: un diccionario (vocabulario semántico) y junto a él una enciclopedia (Nombres Propios) son una buena representación de la Cultura.


Pero la lengua, en todo lo más y más maravilloso de su ingeniería subconsciente, en sus elementos y reglas fonémicas, prosódicas, sintácticas, en su gramática, en suma, no es cultura, sino que está por debajo de todas las culturas y así pasa, normalmente, desconocida para las personas, que la manejan, con consumada sabiduría técnica, para instrumento  de sus  relaciones y  actividades.


Ahora bien, la Cultura, que es de arriba, del nivel consciente y voluntario, y que por tanto se presta a cualesquiera manejos por parte de los Individuos y de las Organizaciones de Individuos y, en último término, del Capital y del Estado, no puede menos de ser patriarcal y masculina: porque no hay otra Sociedad Histórica que la patriarcal, la fundada en el dominio y sumisión de las mujeres, y a partir de ahí, en la sustitución de la riqueza por dinero, de los sentimientos por ideas, y en la formación de los niños y niñas para su ajuste al mismo esquema social y personal; de manera que masculina y patriarcal será la Cultura, por todas partes, más o menos, y más cuanto más, con el progreso de Estado y Capital, viene a ser la Cultura un arma primordial para el Dominio.


Pero el lenguaje está por debajo de todo eso, y así como los Individuos y las Autoridades, y el Estado y Capital, desconocen la maquinaria gramatical de su lenguaje, así no pueden manejarla para sus fines ni imprimir en ella, sus ideas. Sólo a las zonas más superficiales, las del vocabulario y sobre todo la de los Nombres Propios, adonde puede llegar la conciencia, puede llegar también la manipulación y las intenciones de Personas, Empresas o Gobiernos.


Nada tiene pues de particular que puedan en algunas zonas muy superficiales del vocabulario, y sobre todo en el uso de Nombres Propios, observarse indicios que reflejen la cultura masculina y el dominio de los señores.


Ante todo, con los Nombres Propios: el que los ejecutivos sean normalmente Martínez o Miranda o el señor Martínez y el señor Miranda (en determinadas circunscripciones, también don Felipe o don Abelardo) y haya que llegar a los rangos más bajos de la escala para que aparezca acaso Manolo o el señor Pedro, mientras que normalmente las ejecutivas sean Conchita o Vanesa o la señorita Conchita y la señorita Vanesa (incluso para casadas: pues aquí hay un conflicto para el uso de ‘señora’ con apellido  paterno o marital, que nuestra Cultura no ha resuelto, y desde luego la señora Amparo no puede ser una ejecutiva más que en todo caso del rango ínfimo de las fregatrices), todo ello refleja fielmente algunos rasgos de la organización social o cultural; pero qué poquito tiene que ver todo ello con el lenguaje.



Puede incluso que en la formación de nombres, por ejemplo, de profesión u oficio se refleje algo de la estructura del Dominio; aunque, por cierto, yo no sé en este momento si es más machista y patriarcal el que las mujeres se hagan médicos, notarios y soldados o el que se hagan médicas, notarías y soldadas: ya verán ustedes el lindo lío en que se meten si se empeñan en cavilar sobre tal dilema (dejando aparte la cuestión de si sería menos desgraciado el ferrocarril en caso de que se ocuparan de él Ingenieras de Caminos y Ministras de Transportes).


Ya en el vocabulario de nombres comunes o de verbos hay que andarse con más cuidado: pues es cierto que las cosas muy buenas suelen ser cojonudas, pero también pueden ser de teta, y ¿qué diremos de los casos en que llegan a ser de puta madre?; y en cuanto a las cosas muy malas, son a veces ciertamente una putada (que sean un coñazo hay que examinarlo con más tiento: pues la relación de coñazo con coño es seguramente más complicada de lo que algunos creen), pero son también otras veces una pichada, pijada o pijotería, y ¿qué debemos pensar de eso de que el anticuado adjetivo gilí se haya remozado en nuestros días en la forma de gilipollas? Ya se ve que hasta en estas zonas superficiales el lenguaje tiende a ser equitativo para con ambos sexos de sus hablantes.


Y si intentamos penetrar un poco más hondo en la gramática de la lengua … ahí nos perdemos ya del todo. Ni siquiera algo relativamente superficial como la regla de concordancia de Géneros gramaticales, en las lenguas que lo conocen (pues no es ni mucho menos común que las lenguas tengan establecida una clasificación por Género del tipo de nuestro Masculino/Femenino, sin que observe yo correspondencia alguna entre las que la tienen y las que no con lo más o menos patriarcal de las culturas respectivas; al inglés mismo no se le presenta tal problema de concordancia, y no vamos por ello a deducir que la Sociedad de los EEUU sea menos patriarcal que la italiana, por ejemplo), ni siquiera eso de que haya que concordar “Los pozos y las pozas estaban todos secos” o que, en el campo empráctico, en una asamblea de 299 señoras y de un señor esté la oradora de turno obligada a manifestar “Estamos aquí reunidos casi todos los Diputados” nos lleva muy lejos en cuanto a las relaciones entre la gramática y la Sociedad, como no sea que decidamos, porque queremos, que es un caso de machismo el que en la oposición de Género ‘Masculino/Femenino’ sea ‘Masculino’ el término no-marcado y, por consiguiente, cuando tiene que abolirse la oposición, como en las concordancias citadas, sea el término no-marcado el que aparezca como representante de la oposición neutralizada. ¿Tanto poder y predominio es el llevar la marca `o´ en los nombres de uno y los adjetivos que se le atribuyan?


Y, en fin, si intentamos pasar todavía a más hondos artilugios y secretos de la maquinaria gramatical, queda sin más desvanecida toda aquella ilusión que quería encontrar en el lenguaje rasgos de ‘machismo’ o ‘dominación’ que sólo a la Sociedad y a su Cultura pertenecen.


El lenguaje hablado y común (no la escritura y las jergas cultas, burocráticas o filosóficas, que son ya Cultura) es lo mismo, en gloriosa indiferencia, de las mujeres que de los hombres (hasta puede ser, si se descuida, más bien maternal que paternal), de los niños que de los viejos, de los ministros o ministras que de los basureros o basureras: porque, sencillamente, no es de nadie; es decir que es del pueblo, con tal de que ‘pueblo’ no sea nadie, y es la sola cosa verdaderamente popular y que escapa, por debajo, a tas armazones históricas del Dominio. Pueblo es cualquiera que, sin tener Nombre Propio alguno, dice “Yo, me, mí, conmigo”, porque, como ‘YO’ es cualquiera, ‘YO’ no es nadie. Cualquiera tiene derecho a decir “Yo, me, mí, conmigo”, y no he oído de ninguna lengua en que hombres y mujeres, por ejemplo, no puedan usar el mismo índice de Primera Persona los unos y las otras.


Es de primera importancia política acabar de una vez con esta confusión entre la Cultura, que es desde el comienzo de la Historia patriarcal y de los Señores, y el lenguaje, que es popular, o sea que no es de ningún Individuo ni Señor ni Cultura Nacional ninguna. Pues, al confundir y achacar al lenguaje rasgos de ‘patriarcal’ o ‘masculino’, lo que están haciendo los rebeldes de acá abajo, las rebeldes contra el Dominio, es querer entregarles a los Señores el lenguaje común y popular, donde justamente tenían su aliento verdadero para la rebelión el pueblo y las mujeres.



Este artículo ha sido publicado en el número 5 de la revista Prisma, que puede descargarse gratuitamente aquí.


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