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Noticias Amor y Rabia

Epidemia de pánico

Published on: sábado, 15 de mayo de 2021 // ,


por Fernando del Pino Calvo-Sotelo


“Ninguna pasión roba tan eficazmente a la mente todas sus facultades de actuar y razonar como el miedo”. Dos siglos y medio después de que Burke escribiera estas palabras medio centenar de psicólogos británicos ha denunciado las tácticas “encubiertas” (que operan en el subconsciente) puestas en marcha por su gobierno al comienzo de la pandemia para aterrorizar a la población y lograr la aceptación de medidas dictatoriales antes inconcebibles a pesar de “la falta de evidencia sobre su eficacia“ (1): mascarillas, confinamientos, toques de queda, restricciones a la libertad de reunión, culto y movimiento e incluso la bárbara prohibición de despedirse de seres queridos en el momento de su muerte.

Estos psicólogos aportan actas que probarían la intencionalidad de las herramientas de terror utilizadas, como la publicación diaria de muertes omitiendo la tasa de mortalidad normal de cada año (algo sin precedentes), imágenes de personas en la UCI, “eslóganes aterradores” ligando el incumplimiento de medidas a la muerte de seres queridos, y la imposición de mascarillas, “un potente símbolo de peligro” que mantiene a la población en un constante estado de miedo. Otro ejemplo sería la publicidad desproporcionada de los pocos casos graves en jóvenes o adultos sanos (silenciando su baja probabilidad de ocurrencia), las rarísimas reinfecciones o el supuesto “covid largo”, sobre cuya existencia o relevancia existen serias dudas (2). El segundo objetivo de la campaña habría sido crear culpa (“alguien morirá si no obedezco”) pues, como bien saben los psicólogos (y los psicópatas), la culpa es el arma más efectiva para manipular voluntades. Así, hemos llegado a la caza y recriminación del “culpable” de cada contagio, algo que jamás habíamos hecho con otras enfermedades contagiosas que causan miles de muertes cada año.

La campaña ha tenido éxito en muchos países: la población, aterrorizada (y, por tanto, irreflexiva), se culpa a sí misma (“hemos sido irresponsables”), acata aborregada órdenes absurdas, acientíficas e inútiles y delata a los “infractores” (Bertrand Russell: “el miedo colectivo estimula el instinto de manada y tiende a producir ferocidad hacia quienes se considera que no pertenecen a la misma” (3)).

Finalmente, estos psicólogos alertan de las consecuencias de esta inflación artificial de pánico: “personas demasiado asustadas para salir de casa, exacerbando la soledad y el aislamiento; sistemas inmunes debilitados por un nivel constante y sostenido de ansiedad; muerte de miles de personas por miedo a acudir a un hospital; y daños mentales, especialmente en la población joven”.

Yerran quienes minimizan la tragedia del covid, pero son mucho más numerosos los que, presa del pánico, ignoran los tranquilizadores datos reales, silenciados por la campaña de terror. Más del 90% de los mayores de 80 años que contrae covid (4) sobrevive, el 99% de los de 65-70 años, el 99,9% de los de 45-50 y cerca del 99,99% de los de 30-35 (5). De hecho, el 95% de los fallecidos tenía más de 65 años (6) y la mayoría sufría comorbilidades (obesidad, hipertensión, diabetes, cardiopatías, etc. (7)). Las personas sugestionadas, muchas de las cuales mantienen los mismos miedos tras vacunarse, creen no obstante que el covid es una enfermedad habitualmente grave para todos o incluso una sentencia de muerte, y al oír estos datos no sienten alivio sino incredulidad, y una extraña ira hacia el portador de buenas noticias. A algunos les ocurrirá al leer este artículo. Lamentablemente, es síntoma inequívoco de haber sido exitosamente sugestionado.

El terror ha provocado (adrede) una estampida hacia la vacuna, convertida por nuestros secuestradores en el rescate a pagar si queremos recuperar la normalidad. A este chantaje realizado bajo la amenaza del pasaporte sanitario (un peligroso instrumento liberticida de control global que será permanente) se une una histérica campaña de vacunación voluntario-obligatoria que roza lo grotesco, con entrevistas a responsables de empresas farmacéuticas “recomendando” vacunaciones universales periódicas (¡incluso a niños!) como si no tuvieran un interés bastardo en ello. Parece que quisieran vacunarnos como si fuésemos ganado, sin dejarnos pensar y, sin duda, sin respetar ni nuestra dignidad ni nuestra libertad.

Calma. Estamos ante vacunas desarrolladas con excesiva prisa cuyos posibles efectos adversos a largo plazo se desconocen. Algunas incluyen tecnologías primerizas como el ARN mensajero, que más que vacuna es terapia genética (8). Las farmacéuticas lo saben y se han eximido de toda responsabilidad con cláusulas de indemnidad, por lo que el entusiasmo debe ser atemperado por la prudencia. También hace falta mayor transparencia. Contrariamente a lo que afirman algunos médicos (por ignorancia, gregarismo o miedo), sus efectos adversos inmediatos son del todo inusuales, particularmente en menores de 55 años.  Por ejemplo, tras dos dosis de Pfizer (9) o Moderna (10) hasta un 16% de los vacunados (uno de cada seis) sufre fiebre de 38, 39 o 40 grados, un 60-70%, siente fatiga, un 35-45%, escalofríos, y un 23%, náuseas y vómitos. ¿Cuántas vacunas conocen ustedes que provoquen estas reacciones? Yo, ninguna, y me he vacunado de todo. Efectos secundarios muchísimo más infrecuentes (como la anafilaxis o la trombosis) no aparecían en los ensayos clínicos, y el número de muertes tras vacunarse (de causalidad en algunos casos incierta), siendo bajísimo en términos absolutos, es sin embargo entre 10 y 400 veces superior al de la vacuna de la gripe (11). No, no son vacunas normales.

¿Y las agencias del medicamento? Sus relaciones con las grandes empresas farmacéuticas se mueven en la frontera de las amistades peligrosas, adoleciendo de asimetrías de información (12), en el mejor de los casos, y puertas giratorias, en el peor (13). Por ejemplo, resulta difícil de comprender que directivos de la Agencia Europea del Medicamento pasen directamente de trabajar para el lobby de las grandes farmacéuticas a realizar labores de inspección en la UE o la OMS (14). De hecho, la EMA ha tardado en reconocer, de forma bastante abstrusa, las relaciones de causalidad de muertes por vacunas, y sigue defendiendo que los beneficios compensan los riesgos. Un momento: si el riesgo de muerte por covid para menores de 30 años es 1.000 veces inferior al de un anciano (15), ¿no es engañoso generalizar? De hecho, no se vacuna indiscriminadamente con otros virus respiratorios. Con respeto absoluto a la decisión libre (pero informada) de cada cual, la lógica dicta que probablemente a la población de riesgo le compense vacunarse, pero no automática ni necesariamente a la mayoría de la población para la que el covid es estadísticamente una enfermedad asintomática o leve y, desde luego, no a quienes ya lo hayan pasado. Por bajísimo que sea el riesgo absoluto, jugar a la ruleta rusa con adultos sanos, jóvenes o incluso niños, empujándoles (¿forzándoles?) a inyectarse una vacuna o terapia genética poco testada (sin consentimiento informado) para evitar una enfermedad asintomática o leve no sólo es absurdo sino inmoral. ¿Y desde cuándo se vacuna a quien ya ha pasado una enfermedad que crea, con toda probabilidad, inmunización a largo plazo? Los que han pasado el covid ya están vacunados con una memoria inmunitaria sistémica de mayor calidad que la vacuna artificial y que probablemente dure años o décadas (16) (la inmunización al SARS-CoV-1 dura al menos 17 años). Sin embargo, la inmunización natural sigue siendo ninguneada, posiblemente por motivos económicos. Por último, la proposición de vacunarse “por responsabilidad” es manipuladora (¡la culpa!), injusta (por transferencia de riesgos) e ilógica, pues si según los ensayos clínicos los vacunados quedan protegidos, qué más da lo que hagan otros.

Ante el silencio de todos los partidos políticos, la imperdonable complicidad de los medios nos ha dejado indefensos frente a la campaña de terror desatada por el poder. No han salvado vidas, pero han hecho enfermar psicológicamente a la mitad de la población. Esta locura colectiva debe cesar. ¿No han hecho ya suficiente daño?

NOTAS 



(3) Marc Faber’s Gloom, Boom & Doom Report May 2021




(7) Most COVID-19 hospitalizations due to four conditions | National Institutes of Health (NIH)

(8) Gene therapies | Harvard Stem Cell Institute (HSCI)








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