La corrección política da alas a la ultraderecha
Las palabras bonitas y discursos huecos no sirven para solucionar los problemas reales como el desempleo, los conflictos sociales o la contaminación ambiental
por John William Wilkinson
Si hay algo que les acompaña a la mayoría de los occidentales desde que se levantan de la cama hasta la hora de volverse a acostar -e incluso en sus sueños- es, en mayor o menor grado, una angustiosa sensación de inseguridad. Ya se sabe: no hay nada seguro en un mundo líquido como el nuestro.
Un puesto de trabajo fijo es una quimera. Las relaciones entre parejas se miden por temporadas, como la moda. Empieza a quebrantase la familia tradicional que, al menos en España y hasta la fecha, es la verdadera Seguridad Social. Cierran cada día más comercios y bares de toda la vida. Peligran Enseñanza, Sanidad y las pensiones. Los gobiernos son cada vez más insubstanciales y efímeros. ¿Serán tan devastadores como dicen los efectos del calentamiento global? Otro atentado terrorista puede producirse en cualquier momento, en nuestra calle o en Nueva Zelanda. ¿Se prohibirá el consumo de carne? ¿Podría reemplazarnos un robot? Ah, y sin olvidar que en cualquier momento se puede declarar una pandemia pavorosa, por no hablar de la perenne amenaza de terremotos, tsunamis, inundaciones o incendios forestales fuera de control. Y un largo etcétera.
Por el otro lado, los anuncios con los que nos bombardean a lo largo del día, son principalmente de mutuas, aseguradoras, planes de pensiones, alarmas de seguridad. Internet, por su parte, no para de escupir ríos de bilis. En cualquier momento un hacker podría vaciarte la cuenta bancaria o robarte todos tus datos. La ciberguerra no se ve; sólo sabemos que se está librando a nuestro alrededor. No se puede descartar un apagón de todo el sistema. Nadie está preparado para el aciago futuro -es decir, el nuestro- que no ha hecho más que empezar.
Llegó el día en que el buenismo no sonaba a otra cosa que a una monumental tomadura de pelo. Pero no sólo había dejado de convencer, sino que no hacía más que el ridículo, y quedó patente que los principios de nuestros dirigentes son más veleidosos que los caprichos de un monarca absolutista. Es más: nuestras vidas han sido vaciadas de hasta el último vestigio de espiritualidad. Ya no somos más que los hombres huecos que describió hace un siglo el poeta angloamericano T. S. Eliot.
Son cada vez más las personas que combaten semejante exceso de inseguridad y falta de liderazgo apuntándose a alguno de los numerosos portales que les permiten compartir su rabia con otras personas de parecidas inclinaciones al tiempo que aprenden a identificar y a odiar al verdadero enemigo. Éstos son los canales que utilizan los populistas para reclutar adeptos. Y no les va nada mal. A base de insultos y noticias falsas han logrado en tiempo récord reemplazar el discurso de la corrección política con llamadas al odio y un regreso en toda regla a los oscuros tiempos que errónea y frívolamente habíamos dado por superados.
Uno suele enamorarse de una sola persona o incluso de uno mismo, como Narciso; o en todo caso de un reducido número de personas. El odio es otra cosa. Aunque también puede dirigirse a una solo persona o a uno mismo, es asombrosa la capacidad que tiene de extenderse a un colectivo, a una religión, a una raza… Resulta reconfortante para cada vez más gente oír cómo los líderes populistas llaman las cosas por su nombre, en vez de dar palos de ciego en el nebuloso callejón sin salida de lo políticamente correcto.
Los populistas no pierden ocasión de rellenar con sus mentiras el vacío que ha creado tanto buenismo: saben sondear y explotar el lado oscuro que todos sin excepción llevamos dentro. Y están avanzando en todos los frentes. Entretanto, la izquierda (es un decir) se entretiene exhumando a dictadores -para mayor gloria de éstos-, cuando no andan por cumbres de líderes que no sirven para nada y que nada tienen que decir. Son éstos los que se lo han puesto en bandeja a los -y las- ultraderechistas y nacionalistas de toda ralea.