¿Cómo saber que no vivimos en una simulación?
por Emilio de Miguel Calabia
Una de las disquisiciones filosóficas más antiguas es la de si existe el mundo real. Berkeley afirmaba que sólo podemos conocer las cosas en tanto que siendo percibidas. La percepción de una cosa no implica que esa cosa sea sustancialmente real. Fichte, por su parte, creía que la realidad es un producto de la conciencia y que la percepción no requería creer en objetos que existan independientemente del sujeto perceptor.
Esta manera de ver el mundo es un tanto extrema y en mi opinión puede desmentirse con la que denomino Demostración Dolorosa de la Existencia de los Objetos, que formuló Ramón J. Sender en un ensayo cuyo nombre he olvidado. La demostración es la siguiente: voy por la calle y veo una caja de cartón tirada en el suelo; le doy una patada con todas mis fuerzas; me rompo el pie porque resulta que había una piedra en el interior de la caja. Evidentemente, si el universo fuese una mera creación de mi mente, la piedra no habría estado allí.
Pero no cantemos victoria tan pronto. Que exista un mundo real ahí afuera no implica que lo podamos conocer tal y como es. Lo que llamamos “mundo real”, en realidad está dentro de nuestras cabezas y consiste en la interpretación que el cerebro hace de los datos que le llegan por los sentidos. Así, esa manzana que yo percibo como roja, será marrón para un daltónico. ¿Quién tiene razón de los dos? Ambos o ninguno. Lo que llamamos el mundo real, en realidad es el mundo que percibimos. Que haya muchas más personas que vean la manzana roja, que personas que ven la manzana marrón, no implica que mi percepción sea más verdadera que la del daltónico. Para el 100% de los perros la manzana es azulada. En resumen, lo que llamamos mundo real es una experiencia subjetiva de algo que existe fuera de nosotros, pero que no podemos experimentar directamente, o sea sin la intermediación de nuestros sentidos y nuestros procesos cerebrales.
Más sutiles son las teorías que no niegan la realidad del mundo exterior, pero que le otorgan una existencia vicaria, como cogida con alfileres. En Occidente el pensador más famoso de los que defienden esta postura es Platón con su Mundo de las Ideas: nuestra realidad no sería más que el pálido reflejo del Mundo de las Ideas, que es el realmente existente. En la filosofía budista es habitual hablar de la verdad convencional y la verdad absoluta. En el mundo de todos los días nos movemos como si las cosas existieran intrínsicamente; funciona en la vida cotidiana. Pero la verdad absoluta nos dice que las cosas no tienen existencia intrínseca; no son más que haces de relaciones.
Una versión poética de la irrealidad del mundo exterior es la que lo asemeja a un sueño. Al igual que cuando estamos dormidos, vivimos intensamente los sueños y al despertar, nos damos cuenta de que aquello no tenía ninguna realidad, podría ser que la vida fuera algo parecido y al morir despertásemos a la realidad real, por así decirlo. Si la mente nos engaña en el mundo de los sueños, ¿por qué no nos engañaría en el mundo de la vigilia?
En la era de “Matrix” y la realidad virtual, estas disquisiciones filosóficas han adquirido un tono posmoderno, ajustándose a los tiempos: ¿y si estuviéramos viviendo en una simulación de ordenador?
Todos los que se interesan por esta cuestión comienzan citando el artículo “¿Estás viviendo en una simulación de ordenador?”, que el filósofo Nick Bostrom publicó en 2003. El artículo, al cabo de una serie de razonamientos, defiende que al menos una de las siguientes afirmaciones es verdadera:
1) El número de civilizaciones al nivel de la humana que alcanzan un estadio posthumano es próximo a cero. Esto es, es más probable que se autodestruyan antes de haber llegado a ese estadio.
2) El número de civilizaciones posthumanas interesadas en crear simulaciones de sus antepasados es próximo a cero. Las hipotéticas civilizaciones posthumanas no estarían interesadas por motivos éticos, porque científicamente las simulaciones no son relevantes o porque no es una forma de distracción validada socialmente.
3) El número de personas con nuestro tipo de experiencias que están viviendo en una simulación es muy próximo a uno.
El razonamiento lógico es impecable. Si 1) es falso, entonces tiene que haber alguna(s) civilización(es) posthumanas. Se presupone que esas civilizaciones posthumanas dispondrán de la tecnología necesaria para desarrollar ordenadores que simulen el universo, algo que, dado el desarrollo de la informática, no parece imposible en un futuro no tan lejano. Si 2) es falso, una(s) civilización(es) posthumana(s) crearán simulaciones del universo. Si 1) y 2) son falsos, lo más probable es que vivamos en una simulación, dado que es probable que haya más de una simulación ejecutándose con lo que seguramente habrá más individuos viviendo en simulaciones que en el mundo real.
El razonamiento tiene lógica, pero no deja de ser un razonamiento en el vacío. Lo interesante es saber si existen pruebas empíricas de que vivimos en una simulación. Rizwan Virk, un informático y diseñador de videojuegos, publicó en 2019 el libro “La hipótesis de la simulación”, donde se decanta por la respuesta afirmativa. Algunos argumentos en favor de que vivimos en una simulación:
1) Es universo parece construido sobre una base matemática. Hay fenómenos físicos, como los agujeros negros, cuya existencia descubrimos mediante ecuaciones mucho antes de descubrirlos físicamente.
2) El principio de indeterminación cuántica que hace que sólo podamos calcular la probabilidad de que un electrón esté en un sitio concreto; para saber dónde está realmente, tenemos que observarlo y en ese momento se concreta dónde está en concreto ese electrón, de todos los espacios posibles. Este efecto hace pensar en lo que ocurre en un videojuego y en lo que ocurriría probablemente en una simulación. Para ahorrar recursos, igual que ocurre en los videojuegos actuales, es probable que en una simulación sólo se generase con detalle aquello que necesita el protagonista. Por ejemplo, China estaría recreada muy someramente, a menos que el protagonista cogiese un avión para ir allí, en cuyo caso se le daría un nivel de detalle incrementado. O sea, que lo que ocurre con la indeterminación cuántica es simplemente que el ordenador no aumenta el nivel de detalle hasta que no nos fijamos en el electrón.
Existe una imagen que creó el físico John Wheeler que trata de mostrar lo que implica la indeterminación cuántica de una manera que cualquiera pueda entender. Imaginémonos un juego en el que yo entro en una habitación. Los que están dentro han pensado en algo, que yo tengo que adivinar haciendo preguntas que sólo pueden ser respondidas con un sí o un no. Ahora bien, resulta que los de dentro han decidido jugar conmigo: no han pensado en nada. El primero responderá a mi pregunta al azar y los siguientes harán lo mismo, con el único límite de que sus respuestas no pueden contradecir a las de los anteriores. O sea, que no existe ese algo, pero son mis indagaciones las que le van dando forma.
3) La idea que defienden algunos físicos de que el componente último de la realidad serían los bits de información; las cosas materiales no serían más que el resultado de bits de información. Leí “Descodificando la realidad” de Vlatko Vedral, que defendía esta teoría, y no me convenció en absoluto. Puedo ver un gen como una sustancia material que codifica una información, pero no puedo imaginarme a la información creando un gen.
4) Parece que la partícula de Planck definiría el límite ínfimo del espacio. No podría dividirse en nada aún más pequeño. ¿Hace pensar en algo? ¡Efectivamente! ¡En un píxel!
A pesar de todo, yo sigo encontrando más plausible que vivamos en el mundo real y no en una simulación. Mi argumento es la navaja de Ockam, que dice que entre dos hipótesis siempre la más sencilla es la verdadera. Para asumir que vivo en el mundo real, tengo que asumir el big bang, la formación del sistema solar, la aparición de la vida y la evolución de la conciencia. Pensar que vivo en una simulación me obliga a asumir todo lo anterior más una civilización que ha desarrollado ordenadores capaces de crear simulaciones del universo. Me parece más fácil de creer en la primera opción.
Este texto es parte de un dossier sobre realidad y simulación publicado en el número 43 de la revista Desde el Confinamiento, que puede descargarse gratuitamente aquí. Una introducción puede leerse aquí.