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Todos vacunados

Published on: jueves, 30 de diciembre de 2021 // ,


por Virginia


El caso de Herodes, «que tuvo la idea de que, degollando a todos los niños de menos de un año [...], se iba a librar de uno que, por la razón que fuera, lo tenía preocupado», como el de los nazis, que se propusieron «eliminar a todos los judíos, limpiar la raza de todos los judíos [...], acabar con todos los judíos», no son otra cosa que ejemplos particularmente claros del empeño en el cumplimiento del ideal de totalidad (Agustín García Calvo, Tertulia política del Ateneo de Madrid, 28 de diciembre del 2005). El ideal de la vacuna funciona igual pero más a lo grande: inocular a todos y cada uno de los seres humanos del mundo entero todas y cada una de las veces que haga falta. 

El ideal es obviamente irrealizable, pero nunca lo irrealizable del ideal ha supuesto el menor impedimento para que se pretenda realizar, ni para que se emprendan matanzas y sacrificios en nombre de su cumplimiento. 

Lo primero que hace falta es establecer una definición de ‘vacunado’ y ‘no vacunado’ que permita adscribir a cada individuo a una de las dos categorías, de la misma manera que en aquella otra ocasión hubo de definirse qué era ‘judío’ y qué ‘no judío’. Las incontables situaciones intermedias que impedirían tal adscripción irremediable a uno u otro bando han de zanjarse de la única manera que pueden, o sea, manu militari, y así se decidió entonces, según cuentan, que un cuarto de sangre judía (un abuelo) bastaba para ser judío, sin que sepamos si al abuelo en cuestión se le aplicaba el mismo criterio ni gracias a qué averiguaciones podía ello establecerse, y así se decide ahora que es vacunado el que se ha puesto todas las dosis (¿o sólo las últimas?) que las autoridades manden en cada momento para el grupo de población al que el sujeto pertenece, y al menos en algunos contextos si además han pasado 14 días desde la última dosis (con las sutilezas añadidas que se conocen de que pasar el covid suele contar como una dosis o que, cuando se establecen obligaciones de vacunación, las personas exentas de vacunarse pueden contar también como vacunadas). 

Y luego hay que intentar cumplir el ideal. No basta con definir, claro: hay que pasar a la acción: hay que eliminar judíos, hay que matar infantes, hay que vacunar, vacunar y vacunar. ¿Cómo lo harán, para tener vacunas disponibles y vacunadores dispuestos hasta en el último rincón de la tierra para cada niño que cumpla cinco años (como si en todas partes anduvieran contándoles los años a los niños como en el mundo desarrollado), o para cada niño que venga al mundo (porque la autorización para recién nacidos no tardará en llegar), o para cuando se cumplan los seis o tres meses desde la última inoculación de cada súbdito? 

Lo estúpido, lo irrealizable del empeño no se reconocerá nunca, sino que, como siempre, la estupidez, la irrealizabilidad, se venderán como dificultad y reto que hay que superar con nuevas estrategias de distribución y concienciación, y es de creer que con nuevas «tecnologías» de administración de las sustancias que sean, y sin que importe nunca si las tecnologías, las sustancias y su administración sirven de nada ni si dañan y matan: eso es muy secundario con respecto al fin último, o primero, que es el de cumplir con el ideal de tener vacunados a todos y cada uno de los miembros del conjunto «Humanidad». 

Si, por ejemplo, acaba cuajando la idea cada vez más extendida de que el (falso) efecto de la vacuna desaparece en tres meses, se trataría de pinchar a todos y cada uno de los habitantes del mundo exactamente cada tres meses, porque, si no, si unas cuantas personas en el mundo se retrasan en recibir su dosis pongamos que una semana, lo que sucedería (según el mito más extendido que la mayoría sigue empeñándose, seguramente con más razón de la que parece, en llamar «ciencia») es que el virus iría a buscar a esas personas que se han retrasado para hacerse en ellas más fuerte y desde ellas lanzarse contra los que están bien vacunados. 

Los mecanismos del movimiento de la sociedad pandémica los conocemos tan bien después de casi dos años que no podemos menos de imaginar cómo por un lado se nos vendería la idea de conseguir cumplir tal ideal mientras por otro se diría también que no es posible y que hay que meterle a la gente otras vacunas mejores o metérselas de otras formas mejores. De manera que, como siempre, lo irrealizable, absurdo y delirante del empeño se convertiría en un argumento para seguir adelante con el empeño. 

Algunos podrán decir, como se suele, que no importa que el ideal sea irrealizable, que, si no se puede conseguir del todo (que sería lo suyo y lo mejor), hay que conseguirlo en la mayor medida posible. Desaparece así una totalidad para surgir al momento otra: hacer todo lo posible y no menos. Pero es que, además, en el caso de tan altos empeños como los que nos ocupan no caben, por las propias condiciones del invento, tales medias tintas: la empresa tiene sentido solamente si se consigue que se cumpla en todos y cada uno de los individuos a los que afecta, y pierde todo sentido si algún miembro del conjunto escapa a su cumplimiento. Un niño que consiga huir a Egipto, unos cuantos judíos que sobrevivan dispuestos a multiplicarse, unos pocos que tarden una semana en vacunarse, y todo lo conseguido por otro lado queda sin efecto. 

Es como si un maníaco obsesivo-compulsivo estuviera a cargo de la humanidad y tuviera a su disposición todos los medios para cumplir en ella todas sus obsesiones y compulsiones. Es como si alguien se hubiera creído que el mundo y la humanidad son el campo de acción de un videojuego. Pero no: es como si las ideas en las que siempre hemos creído nos las estuviéramos tomando, por fin, en serio. 

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