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Noticias Amor y Rabia

De aquellos polvos estos lodos

Published on: jueves, 10 de febrero de 2022 // ,


por Sr. Desahogo
(@srjoimel)


Hilo sobre lo que está pasando

De cómo hemos llegado aquí, de como la pandemia no es lo que parece. De nuestros miedos y complejos. Del Síndrome de Estocolmo. De la libertad de piruleta y la seguridad cómoda frente a la seriedad de la vida

Asistimos con perplejidad a una situación de crisis que, si en algún momento fue sanitaria, ahora no queda ni un resquicio de la misma. Saturación de expertos, restricciones, medidas, alertas, miedo y terror.

Cuando ya estamos saliendo de esta (y en verdad salimos hace mucho) asistimos a una gran sociedad con síndrome de Estocolmo, enamorada de la sensación de seguridad. Da igual si la seguridad es real o no, basta la sensación de seguridad. Mascarillas, test, gel y distancia. Amén 

¿Qué ha pasado? ¿Cómo hemos llegado a esto? En realidad los cuervos se han hecho grandes y ahora nos están sacando los ojos. Estamos como en el 2019, pero con los cuervos creciditos. Llevamos años, muchos años (desde Adán hasta hoy), alimentando estos pequeños monstruos

En 2019 a.C. (antes del Covid), ¿qué caldo de cultivo teníamos? ¿qué cuervos alimentábamos y con qué pan? Una sociedad acomplejada, egoísta, debilucha, con grandes trastornos, faltas de cariño y amor real. Amor es querer el bien del otro y luchar por procurárselo 

¿Quién es capaz de hacer tamaños esfuerzos? Sentimentalismo barato han inundado nuestras campañas electorales en la época precovidiana. Una sociedad hipercomunicada, pero sola. En unión, pero no en comunión. Reunidos, pero no unidos. Y entonces llegó un virus desconocido

Un virus que parecía letal. Al principio nos reíamos: cosas de los chinos. Pero fueron cayendo a nuestro alrededor. Y Europa hizo crack. El miedo estaba pisando los talones. ¿Qué ocurría? Tenemos miedo a la muerte, miedo a los desconocido, miedo a perder lo que queremos

Habían tocado nuestra felicidad en formato de castillo de naipes. El virus sopló las cartas y todo se vino abajo. Pero nos ofrecieron un placebo, un calmante. Podíamos ser héroes. Del "yomequedoencasa" al "nomatesatuabuelo". Una moralina de prescolar empezó a crecer

Nosotros, que habíamos dejado abandonados a los abuelos en las residencias, familias que no atendían a los hijos, ancianos y niños solos, adolescentes desatendidos por padres que luchaban por sacar, como podían, la casa adelante; 

a todos nosotros, flojitos y acomplejados, se nos ofrecía un minuto de gloria: llevar la mascarilla salva el mundo, eres un pequeño héroe. "separadosparacuidarnos", "deestasalimosmásfuertes", "somosresilientes", la "cultura del cuidado"...

Y nos pusieron otra esperanza: la ciencia. Tranquilos, "hay expertos". Que tranquilidad cuando hay un experto que me salva. Yo no so omnipotente, pero hay gente que sí, los de mi raza sí lo son. Otra esperanza de naipes. Los científicos honestos decían que no todo lo conocen

que la ciencia trata de ensayo y error, que las ideas se superan, que no existe el Reino de los Cielos en formato de pastilla. Que la ciencia no era un abracadabra, que no sacan la varita y se arregla todo por arte de Birlibirloque, que no, que esto no va así

Pero llegaron las vacunas. Adelante con ellas. Era la seguridad común, que agustirrinín. Ya estoy vacunado. Te cambiaron la concepción de la vacuna. Ya no podíamos salir de este emotivismo barato donde la moralidad se resume a capa de superman, versión buena persona

75%, 85%, 90%, malditos no vacunados, malditos egoístas. ¿Desde cuando una vacuna, una medicina, depende del que no se la pone? La vacuna no salvaba del contagio. Ya lo sabíamos. Pero volvieron a soplar en nuestros naipes. ¿Y ahora qué? Ahora solo quedaba huir hacia delante

Habíamos llegado a creer que pararíamos la muerte. Mientras, los suicidios disparados, la salud mental, las depresiones, las rupturas familiares, los enfermos de cáncer, los efectos secundarios de las vacunas (que no son estas, todas las tienen)... Pero calla, negacionista.

Ahora hay un relato oficial, que sirve de cuento mítico para relajar conciencias. Solo falta la pata de conejo, la piel de lobo, la pócima, el sacrificio en un ara y una doncella virgen lanzada a un volcán. No éramos tan superiores a los egipcios, a Mesopotamia, a los mayas

Los contagios van y vienen por oleadas, sin criterio ni juicio alguno. Dan igual las restricciones, las mascarillas, todo. Incluso el passcovid (válgame Dios).  Y mientras las hospitalizaciones bajando. Nada comparable al Palacio de Hielo lleno de muertos, eso ya no está.

Pero la pandemia se ha quedado en las cabezas. Ha sacado nuestros fantasmas, nuestros miedos y complejos. Ni somos héroes ni nunca lo fuimos. Que no hay recetas mágicas. Asumir la derrota es duro. No resucitamos a los muertos que se fueron, ni salvaremos de la muerte ninguno

Nuestra moralina del todo a 100, nuestros principios de compraventa, nuestra ética barata, insulsa y pobretona ha tocado su fin... Y ya solo tenemos avispas con el avispero quemado, dando palos de ciego por el bosque. Picando a lo que se mueve

Ahora ya solo queda hacer el paripé. Porque lo importante nunca fue salvar vidas. Fue salvar el culo. Y ahora, quien frente a esta realidad se arremanga, se mete en el fango y dice "señores, ya basta" es el egoísta. Y tenemos profes traumados mascarillofílicos, sanitarios pesados, ancianitas asustadas, niños acomplejados viviendo en una distopía. Solo quedan dos opciones: asumir la derrota, decidirnos por la reconstrucción, por el sentido común, aceptar romper esquemas, tirar cimientos y reconstruirlos...

O permanecer en una trinchera sin salir, culpando a un ejército imaginario  que está al otro lado de la trinchera. Mito de la caverna de Platón: ¿quién asume que vivía en las sombras y acepta el Sol de la Verdad? 

¿Quién tiene los cojones de bajar a la caverna y gritar que la Verdad está fuera? ¿Quién asume la persecución, el desprestigio? ¿Quién coge la puta baraja de naipes y la guarda y dice " a la mierda los castillos de cartas"?

Solo dos opciones. Descubrir el verdadero valor de lo humano y reconstruir desde la verdad (lo cual implica abandonar seguridades en forma de mascarillas, passcovid, restricciones y test); o quedarnos en la comodidad de la lucha dialéctica, del quedirán,

Del regustín de la moralina barata frente a una moral de verdad.
Hay quienes luchan y a ellos dedico este hilo infernal y medio eterno.

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