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Noticias Amor y Rabia

Pandemania: El culto a la seguridad

Published on: sábado, 20 de agosto de 2022 // ,


por Carlos Eisenstein


¿Qué nos hizo obedecer las insanas y tiránicas medidas contra el Covid? Una sociedad dominada por el miedo aceptará cualquier política que prometa seguridad. ¿Cómo reducimos los niveles ambientales de miedo?


11 de agosto de 2022


Un hombre, lo llamaré Kyle, me contó una historia el fin de semana pasado. Era un administrador de un asilo de ancianos que, sin dudarlo, porque era necesario para mantener su trabajo, se inyectó los medicamentos de ARNm contra el Coronavirus. Inmediatamente, tras un segundo, tuvo una reacción anafiláctica (una reacción "explosiva" del sistema inmune hacia un agente externo que afecta a todo el organismo y se instaura en pocos minutos, AyR) y tuvo que ser trasladado de manera urgente a la sala de emergencias. Sobrevivió de milagro. A continuación, tuvo que dejar su trabajo porque requería que todo el personal recibiera inyecciones de refuerzo. Compartió su experiencia en las redes sociales, pero sus post fueron eliminados por violar las reglas. Meses después, buscó en el VAERS (Sistema de Informe de Sucesos Adversos ante Vacunas) para ver si habían informado sobre su caso. No lo habían hecho. Kyle no parecía enojado por lo que le había sucedido, pero su confianza en el sistema probablemente nunca se recuperará. Otros con los que hablé no son tan moderados. Están furiosos, y su furia no disminuye cuando se les dice que perdonen y olviden, sin que las personas responsables de hacer cumplir las medidas contra el Covid-19 tengan que pagar por sus consecuencias, y no trinan motivo para creer que algo así no volverá a suceder.


Esta furia se puede dirigir fácilmente hacia objetivos inocentes o superficiales. El peligro de que volvamos alegremente a la normalidad como si la pandemanía nunca hubiera ocurrido se corresponde con el peligro de que la furia se convierta en combustible para el odio mutuo. De hecho, el aspecto más impactante de la pandemanía fue la división de la sociedad, de iglesias, clubes, escuelas e incluso familias en campos de batalla. ¿Podemos analizar la debacle sin caer en explicaciones superficiales y falsas culpas?


Estoy escribiendo esta serie de artículos para hacer mi pequeña parte para evitar que la pandemanía vuelva a ocurrir. En mi opinión, no basta con destituir a los funcionarios corruptos del poder o reformar las instituciones médicas, farmacéuticas y reguladoras. Mi pregunta es, para empezar: ¿Qué nos hace, como sociedad, ser tan vulnerables a ser manipulaos por ellos? ¿Qué nos hizo tan complacientes con la locura del Covid-19, tan dispuestos a creer las mentiras, tan dispuestos a aceptar políticas degradantes, tiránicas e irracionales ?


Las dos primeras condiciones fueron la definición de enemigos, las moralidad de las turbas y la formación ideológica de las masas. Si nos fijamos en la tercera…


Mientras el debate sobre las medidas de salud pública dé por sentada la suposición de que su objetivo es minimizar la enfermedad y la muerte, entonces, inevitablemente, se sacrificarán otros valores en el altar de la seguridad.


Las libertades civiles no garantizan la seguridad de las personas. Las fiestas y raves no garantizan la seguridad de las personas  Los abrazos y los apretones de manos, las actuaciones en directo, los festivales, los grupos de canto y los partidos de fútbolno garantizan la seguridad de las personas. Los niños están más seguros en casa que en el patio de recreo. Están más seguros frente a sus pantallas que al aire libre. Incluso sin el Covid-19, todo esto es cierto.


Cuando debatimos sobre si la obligatoriedad de usar mascarillas o imponer confinamientos realmente marcaron alguna diferencia a la hora de combatir el Covid-19 o su mortalidad, aceptamos tácitamente que, si ayudaron, entonces deberíamos ponerlas en marcha. Aceptamos la minimización de riesgos como el principal principio rector de la política pública. Aceptando eso, se deduce que debemos ponernos mascarillas, distanciarnos unos de otros y encerrarnos en casa para siempre. ¿Por qué no, si vivimos para estar seguros?


¿Suena descabellado? Varias autoridades sanitarias lo aconsejan, en particular la nueva presidenta del Grupo Asesor Técnico de la Organización Mundial de la Salud, Susan Michie (1). El Dr. Anthony Fauci opinó en 2020 que nunca más deberíamos darnos la mano (2). Si estamos dispuestos a hacer todo para estar seguros, probablemente tengan razón.


En realidad, permítanme retractarme: probablemente estén equivocados. La ironía de la búsqueda de la seguridad es que da lugar a un éxito temporal pero, muy a menudo, da lugar a largo plazo a más peligros. Considere el extremo, en el que cada persona vive en una burbuja aséptica. Ningún vector de enfermedades puede entrar, por lo que están perfectamente a salvo de infecciones. Por otro lado, sin desafíos, su sistema inmunológico se deteriora, dejándolos vulnerables a cualquier germen normalmente inocuo que ingrese en esa burbuja. Deben mantener una vigilancia constante. Nunca se sentirán verdaderamente seguros.


Además, incluso si nunca entra ningún germen, sufrirán otras dolencias porque la microbiota beneficiosa no se repondrá ni se modulará a través del intercambio constante con el mundo exterior. La vida no prospera en un confinamiento.


Durante la pandemanía de Covid-19, nadie vivió en una burbuja hermética absoluta, pero, sin embargo, hay indicios de que la transmisión reducida de resfriados y gripes debilitó el sistema inmunológico de las personas.


Muchas personas informaron haber contraído "la madre de todos los resfriados" después de que se relajaron los confinamientos. Las tasas más altas de mortalidad después de la pandemanía podrían deberse no solo a los daños provocados por las vacunas, sino también a la interrupción general de la inmunidad y el bienestar fruto del confinamiento. En una ironía adicional, ahora parece que la vacunación ni siquiera puede hacer que las personas estén más seguras frena al Covid-19 (3)


En definitiva, la obsesión por la seguridad da frutos perversos. Lo mismo ocurre con todas las formas de un Estado basado en la seguridad. Los países con muchas prisiones, grandes ejércitos y guerras en el extranjero tienden a sufrir altos niveles de delincuencia, violencia doméstica y violencia contra uno mismo (suicidio) .


Si hacemos todo lo posible por la seguridad, la gente será fácilmente manipulada apelando a cualquier amenaza que los haga sentirse inseguros. Para inmunizarnos contra eso, tenemos que reconocer otros valores, como la diversión, la exploración de límites, la aventura, la sociabilidad, el tacto, reír juntos, llorar juntos, respirar juntos y bailar juntos. Después de todo, el objetivo de la vida no puede ser ir algún día a la tumba habiendo vivido lo más seguro posible.





Una objeción obvia a lo anterior es: “Está bien que uno corra riesgos consigo mismo, pero no es ético hacer nada que comprometa la seguridad de los demás. Nadie tiene derecho a poner en riesgo a otros”. Además, dado que tomar riesgos uno mismo potencialmente da lugar a usar camas de hospital que podrían destinarse a enfermos graves, cualquier comportamiento arriesgado también pone en riesgo a otros.


Este es un argumento de hombre de paja (Usar los argumentos de otra persona, deformarlos al máximo, y usar esa deformación como si fuera la afirmación original, AyR). No se trata de tener la máxima libertad en un desprecio imprudente por el bienestar de los demás. Se trata de que, tanto colectiva como individualmente, debemos estar a favor de otros valores además de la seguridad. En el ensayo que da título a mi nuevo libro, La coronación, me preguntaba:


¿Pediría a todos los niños de país que dejaran de jugar por una temporada si eso redujera el riesgo de muerte de mi madre o, de hecho, mi propio riesgo de morir? O podría preguntarme: ¿Decretaría el fin de los abrazos y los apretones de manos, si eso salvara mi propia vida?


Quería decir que, colectivamente, estábamos decretando precisamente eso. Lo hicimos porque defendimos la seguridad como la virtud primordial. El contacto social, las libertades civiles y el resto se interpretaron como no "esenciales", y su sacrificio como un inconveniente menor. Colectivamente, al menos en nuestro consenso político, decidimos mantenernos lo más seguros posible.


¿Bajo qué circunstancias tendría realmente sentido perseguir una vida de minimización de riesgos? Bueno, podría tener sentido si fueras inmortal; si al evitar enfermedades y lesiones pudieras permanecer vivo para siempre.


Casi nadie cree realmente que puedan vivir para siempre, pero muchos de nosotros nos comportamos como si pudiéramos. Es por eso que las experiencias cercanas a la muerte suelen ser tan transformadoras. Lo mismo ocurre con la muerte de un ser querido, o un roce cercano con la muerte de uno mismo. Todos ello destapa la ilusión de permanencia que la cultura moderna busca mantener por todos los medios.


No diré más sobre esto, ya que he escrito extensamente sobre la fobia a la muerte en The Coronation y he hablado mucho sobre eso en podcasts, y estoy cansado de decir lo mismo una y otra vez. Debería ser obvio: el objetivo de la vida no puede ser sobrevivir, y el intentarlo nos lleva a vivir a una vida media estrecha y temerosa.


La manía de seguridad y la fobia a la muerte no son una locura repentina e inexplicable. Son parte de un estado global del ser humano que ha llegado a su extremo en la civilización moderna. Es el yo separado desechado en un mundo material sin espíritu que anhela protegerse a sí mismo por encima de todo. Aquellos que saben que son parte de una historia más grande que su biografía, están más dispuestos a arriesgar la vida por ella. El mejor ejemplo de eso es simplemente la historia de amor. Amar es incluir a los demás en el círculo del yo. Es expandirse más allá de la propia individualidad. Tu dolor y tu alegría son inseparables de tus personas amadas. Por supuesto, todavía queremos seguir con vida, pero para el amante, no es la máxima prioridad absoluta.


Es por eso que durante mucho tiempo he advertido al movimiento ecologista que se aleje de la retórica de “Debemos cambiar nuestras formas, o no sobreviviremos”. La verdadera solución es volver a enamorarse del mundo viviente, verlo como algo que amamos, no como una colección de recursos, un basurero o un proyecto de ingeniería. Entonces no solo sobreviviremos, sino que floreceremos, como lo hace uno cuando se une a su amante.


La manía de seguridad y la fobia a la muerte son signos de una desconexión entre el propósito y la pasión. Si no tienes nada más importante que tu propia vida, entonces preservar la vida se convierte en el único propósito. Porque nuestra respuesta civilizatoria a "¿Por qué estamos aquí?" se ha desmoronado, muchos de nosotros individualmente también tenemos problemas para responder esa pregunta, ya que la historia individual se basa en la colectiva.


Bien, me doy cuenta de que puede que me haya elevado a una altitud demasiado alta con el propósito práctico de prevenir el próximo brote de pandemanía. Así que terminaré con esto: podemos reducir nuestra susceptibilidad general a infundir miedo reduciendo los niveles de miedo actuales en nuestra sociedad. Una sociedad dominada por el miedo aceptará cualquier política que prometa seguridad. ¿Cómo reducimos los niveles ambientales de miedo? No hay una única respuesta. Además, cada uno de nosotros ya sabe cómo hacerlo.


NOTAS


1) UCL (11.06.2021): Face masks should ‘continue forever’.


2) The Hill (08.04.2020): Fauci: I don’t think we should shake hands ‘ever again’.


3) Ver aquí una entrada a ese agujero del conejo: Bad Cattitude (02.08.2022): why the CDC data (and the CDC itself) cannot be trusted.



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