«No», por Tomás Ibáñez
Es obvio que la actual crisis provocada por la pandemia del COVID-19 hace aun mas perentoria la exigencia de gritar un clamoroso ¡NO! frente a un capitalismo y a un sistema social abyecto, contra el cual muchas personas venimos luchando desde largo tiempo. Hay que gritar NO y, además, procurar actuar en consecuencia. Bienvenidos sean, pues, los renovados e intensificados esfuerzos por poner de manifiesto la insoportable barbaridad del capitalismo y apelar a las luchas contra él.Pero, esta crisis también nos convoca a decir NO al autoengaño que practica un amplio sector de ese espectro revolucionario antiautoritario, en el cual me sitúo. Ese autoengaño consiste en creer y hacernos creer, que el capitalismo podría estar tocado de muerte por esta crisis y que la pandemia dará lugar a un intenso ciclo de luchas capaz de transformar el mundo. Por fin, las clases populares van a percibir de forma diáfana la necesidad de dar la espalda al sistema, y nos toca contribuir a dar la estocada final a un capitalismo moribundo. “Pueblos del mundo, aun otro esfuerzo” reza un texto reciente que acompaña su título con ecos de la Internacional: “El mundo cambia de base”.
De hecho, están proliferando los textos que presentan la actual situación como una gran oportunidad para salir por fin del capitalismo y poner fin a sus estragos. Casi se celebra la aparición de la pandemia porque esta puede alumbrar la toma de consciencia que propiciará la transformación del mundo.
Si no aplaudo a esos bien intencionados textos, y frecuentemente interesantes, es por un doble motivo.
El primero es porque el deseo de revolución, que siempre debemos mantener vivo con independencia de que creamos o no que se pueda traducir en un proyecto de revolución, puede ocasionar enormes distorsiones de la percepción de la realidad. Sobre todo, en los momentos en los que está se vuelve incierta y angustiosa.
El segundo motivo es porque esos textos hacen dar un gran paso atrás a las luchas contra el sistema capitalista y sus estructuras de dominación, retrotrayéndolas a tiempos y esquemas revolutos.
¿Distorsión de la realidad? Veamos. Me temo que, si bien es cierto que la pandemia va a lanzar a la lucha a una parte de la población, sobre todo aquella que va a sufrir las peores consecuencias del “relanzamiento” de la economía capitalista, otra parte no desdeñable de la población, sobre todo la mas traumatizada por el miedo y por eventuales desastres familiares, nada va a querer saber de agitaciones con sus correspondientes incertezas, y puede decantarse más bien hacia demandar mayor disciplina y orden social. ¿o no? No cabe arropar la post-crisis exclusivamente con los adornos de la esperanza revolucionaria.
Así mismo, no cabe duda de que el capitalismo acusa un duro golpe en su hoja de ruta de continuada expansión, pero nada indica que se vaya a realizar por fin el manido lema de “la crisis final del capitalismo”. Lo hemos oído tantas veces que casi da rubor volver a hacerlo. Lo más probable es que el capitalismo cambiará algunos de sus aspectos (para bien o para mal) y que como lo viene haciendo desde que se implantó absorberá los problemas para fortalecerse con su resolución. Puede que lo que digo a este respecto sea también una distorsión de la realidad, pero, de momento la historia del capitalismo indica lo contrario.
Por fin, esa percepción de la realidad que augura un mundo mejor contribuye a enmascarar el rápido avance de un totalitarismo de nuevo tipo que muestra sus colmillos no sólo en Corea y en China, sino también en Afganistán y en Palestina con los drones armados, así como en los engendros producidos en la Silicón Valley (GAFA). Ese totalitarismo discurre por las vías del control social (geolocalización, reconocimiento facial, etc.) pero también por la medicalización de la vida y por la ingeniería genética. No percibir que la pandemia facilita su avance y que urge hacer frente a esa realidad es algo que acompaña la percepción de un futuro prometedor.
¿Paso atrás? Veamos. El segundo motivo por el cual recelo de esos textos es porque frente a la fascinación por un cambio total (todo o nada) y por el viejo gran relato de la insurrección victoriosa, los planteamientos posteriores a Mayo del 68 habían conseguido orientar las luchas hacia el desmantelamiento, en el presente, de los dispositivos de poder articulados por el capitalismo, o vigentes en su seno (como por ejemplo el patriarcado). Esa multiplicación y diversificación de los frentes de resistencia y de subversión ha arrancado avances notables para las libertades y para las vidas de la gente, sin supeditar todo ello al gran cambio social que, por propia definición, siempre se sitúa fuera del presente mientras no haya acontecido.
Los llamamientos a la convergencia de las luchas, unificadas en el objetivo de acabar con el capitalismo, olvida que para que las luchas puedan converger primero tienen que ser múltiples, y que, si bien esa convergencia es deseable, lo propio es que se produzca por la propia presión y la propia lógica de los acontecimientos (como ocurrió por ejemplo el 15M) y que la tendencia homogenéizante no debilite las energías de las luchas parciales (como también ocurrió después del 15M). Resulta además que esos textos suelen descalificar como factores de división y de debilitamiento de la lucha todo lo que se despliega fuera de la gran lucha unificada contra el capital.
Ahora bien, lo que estoy comentando no se inscribe contra la exigencia de denunciar el capitalismo y de luchar contra él, eso es absolutamente inexcusable, pero sí se desmarca de una tendencia que me parece percibir en estos momentos en buena parte de los análisis, y que creo que es perjudicial para la eficacia de las luchas.
Imagino que la tentación de descalificar la postura que expongo diciendo que invita a bajar los brazos y a renunciar a la lucha puede ser fuerte. Dejadme pues, que repita lo que he escrito en múltiples ocasiones, y sigo manteniendo: aun en las condiciones más adversas la lucha siempre es posible, la única condición absolutamente necesaria es que exista voluntad de lucha. Si esta voluntad se manifiesta no es menester que se persigan o que se esperen resultados definitivos y de gran alcance, como bien lo sabía el Sísifo de Albert Camus.