Renta Básica, las apariencias engañan
Son tiempos extraños estos en los que nos ha tocado vivir. Tras una década de austeridad impuesta por el gobierno de Zapatero en 2011 al incluir la “lucha contra el déficit” en la Constitución, de la noche a la mañana ese dogma se tira al basurero de la historia e incluso se habla de establecer una Renta Básica Universal (RBU). ¿Ha llegado acaso el final de la precariedad y el miedo de que el sueldo no llegue a fin de més?
No caerá esa breva. Quienes regalaron sumas inmensas a la oligarquía en la crisis de 2008/9 van a comportarse hoy de manera similar, ya que los responsables de la crisis actual son los responsables de la crisis anterior, la burguesía, a través de sus monopolios bancarios y empresariales. De hecho, el rescate ya está en marcha, y las consecuencias también: según avisan algunos expertos en números, el endeudamiento podría llegar al 120% del PIB. La experiencia nos dice que todo rescate de los bancos y las grandes empresas acaba notándose en la cartera de la clase trabajadora: recortes, bajadas de sueldo -camufladas de “congelación salarial” para los funcionarios, reformas legislativas para “flexibilizar el mercado laboral” (= eliminar derechos), privatizaciones que generan corrupción y empeoran lo que antes eran servicios públicos...
Esta vez, el gobierno “de izquierdas” parece adoptar un rumbo diferente: ha anunciado que prohíbe los despidos durante la pandemia, manda el ejército a intervenir en las residencias de ancianos ante sus dantescas condiciones, anuncia ayudas para pagar el alquiler, se habla abiertamente de la nacionalización de empresas y se recuerda que según la Constitución “la riqueza del país... está subordinada al interés general”, y se anuncia una renta mínima vital de 500 euros, paso previo a la instauración de la Renta Básica Universal (RBU).
Aparentemente, las políticas de austeridad se han abandonado. Pero las apariencias engañan: un vistazo a los “logros” del gobierno demuestra con claridad que todo es mentira: de la misma manera que se mantiene en vigor la ley que permite el despido si se falta al trabajo por enfermedad, los despidos siguen siendo posibles. Mientras Iglesias mandaba al ejército a hacerse cargo de esas casas de los horrores llamadas “residencias de ancianos”, no solo no hizo nada ante los crímenes de los responsables del mayor número de víctimas de la pandemia, sino que además les regaló 300 millones de euros. Las ayudas para pagar el alquiler en realidad son deudas porque hay que devolverlas con intereses, mientras España es el único país donde la oligarquía no ha devuelto un duro del rescate. Y las empresas serían nacionalizadas solo temporalmente, para devolvérselas a sus dueños tras sanear sus cuentas a costa del dinero de todos. En resumen, se vuelve a demostrar que es una locura esperar que los partidos políticos que han apoyado siempre un sistema que sirve a los intereses de la oligarquía vayan a comportarse ahora de manera diferente.
Pero, se dirá, por lo menos se va a poner en marcha la RBU. Lo que parece no entenderse es que será otra vuelta de tuerca, aplicando una reforma similar a la del SPD (partido hermano del PSOE) en Alemania a comienzo de siglo. Las reformas, diseñadas por un alto funcionario de Volkswagen posteriormente condenado por corrupción y soborno de sindicalistas mediante prostitutas, consistió en la eliminación del amplio catálogo de ayudas sociales y su reducción a una sola prestación, el llamado Hartz IV, y la puesta en marcha de un sistema draconiano de penalizaciones para obligar a los parados a aceptar los trabajos precarios y mal pagados que ofrece el INEM alemán. Que el debate en torno a la puesta en práctica de la RBU se centre actualmente en torno a su incompatibilidad con las ayudas sociales existentes es un aviso del crimen que el gobierno pretende perpetrar.
Todos los especialistas -incluidos los poco sospechosos de simpatizar con la clase trabajadora- coinciden en que nos dirigimos a una crisis económica de larga duración con un elevado nivel de desempleo, y la RBU será el instrumento para calmar a la clase trabajadora si no nos organizamos para evitarlo.