Historia posmoderna
Published on: domingo, 10 de mayo de 2020 //
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Es una cosa curiosa eso de la historia: nacida como apología del poder de turno, normalmente no era más que una sarta de mentiras creada para halagar dinastías de asesinos y ladrones, o una manipulación de los hechos para ocultar luchas de poder y guerras de rapiña. Con la llegada de la Ilustración y el acceso de la población a la educación, la veracidad pasa a ser un campo de batalla clave en la historia, y las burdas manipulaciones del pasado se transforman en armas de manipulación masiva. Al mismo tiempo, el acceso a los archivos permite el desenmascaramiento de las mentiras. Un ejemplo de ello es la destrucción de Hiroshima y Nagasaki por los EEUU, que se presenta como un acto “humanitario” que pretendía salvar vidas; en realidad, como demostró Gar Alperovitz mediante los documentos de planificación internos del alto mando de EEUU en su libro Diplomacia nuclear, el objetivo de las bombas no era el Imperio de Japón, que estaba deseando rendirse, sino la Unión Soviética, que había tras ocupar la Manchuria amenazaba con invadir Japón, algo que daba pánico al imperialismo japonés y EEUU quería evitar en su remodelación del mundo en la postguerra.
La posmodernidad, con su odio a la objetividad y los hechos, y su preferencia por los “deseos”, amenaza con devolver a la historia a su papel previo de burdas manipulaciones carentes de la menor prueba. El principal beneficiado de todo esto es EEUU, como no podía ser de otra manera. La historia es un obstáculo en su balcanización del mundo -divide et impera-, y por ello es necesario eliminar los acontecimientos “no deseados”. Gracias a disponer de Hollywood, la mayor maquinaria propagandística de la historia de la humanidad, EEUU se dedica a transformar la percepción de la realidad de manera sistemática en su beneficio. El libro Operación Hollywood: La Censura del Pentágono de David Robb se muestra de manera documentadísima como la Oficina de Enlace del Pentágono con la Industria Cinematográfica da a los cineastas ayuda y financiación, a cambio de cambios en los guiones. Es lo que David Sirota llama Military-Entertainment Complex, que no es más que otra rama de la conversión de la cultura en un arma al servicio de Washington, un proceso iniciado por la CIA en la Guerra Fría, como explica Frances Stonor Saunders en su libro La CIA y la guerra fría cultural.
Ucrania es un ejemplo de los resultados de manipular la percepción de la realidad: desde la Segunda Guerra Mundial los servicios secretos de EEUU se han dedicado a apoyar el nacionalismo ucraniano, que colaboró con los nazis y llevó a cabo una enorme limpieza étnica en la Galizia, con tal entusiasmo que los nazis dejaron de lado sus teorías raciales y crearon una división ucraniana (es decir, eslava) de las SS, la División Galizien, cuyos miembros fueron rescatados tras el final de la guerra y reconvertidos en una de las muchas guerrillas fascistas que se dedicaban a sembrar el terror en la URRS hasta que fuero aplastados por el Ejército Rojo. Su derrota no marcó el fin del apoyo de EEUU, que favoreció la difusión de la propaganda del Holodomor, teoría según la cual las hambrunas fruto de la colectivización forzosa de Stalin eran un supuesto plan para matar de hambre a Ucrania, pese a que el hambre afectó a toda la población soviética.
EEUU usó a los nacionalismos que colaboraron con los nazis para desestabilizar la URSS y despedazarla, y recientemente para dar un golpe de estado en Ucrania. El primer ministro golpista, Arseni Yatseniuk, aseguraba sin rubor en 2015 en una entrevista en la televisión alemana que “la URSS invadió Alemania y Ucrania en la Segunda Guerra Mundial”. Es la continuación de la manipulación de la historia por EEUU para eliminar el papel de la URSS en aplastar el gigantesco aparato militar del nazifascismo, un 75% del cual estaba dedicado a combatir al Ejército Rojo en el Frente del este. En 1945, el 57% de la población francesa consideraba a la URSS como la nación que más había contribuido en la derrota de la Alemania nazi: en 1994, este porcentaje había bajado al 25%, y en 2004, al 20%. Ya lo decía Goebbels: «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».