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La gran conspiración, un callejón sin salida, por Rabioso

Published on: martes, 5 de mayo de 2020 // ,


BREVE REPASO HISTORICO


Las teorías conspiracionistas, que infectan tanto a la derecha como a la izquierda, son especialmente maleables: cuando una de ellas pierde fuerza, surgen nuevas que la sustituyen, a semejanza de las cabezas de la Hidra.

El principal atractivo de estas teorías es su simplicidad: como en una pirámide, el problema está en un reducido número de personas y organizaciones que controlan la realidad. Desde la Revolución Francesa y la Ilustración se puede reconocer como dichas teorías se extienden en oleadas adaptadas a cada momento histórico: en su etapa inicial, tras el derrocamiento de la monarquía francesa, círculos clericales impulsan la teoría de un complot masónico mientras que círculos progresistas difunden la teoría de un complot jesuita. A partir de mediados del siglo XIX los círculos reaccionario-clericales recuperan y actualizan el antisemitismo clerical, que mezclan con lan nuevas teorías pseudocientíficas raciales, para hacer frente a las teorías comunistas y anarquistas que dan lugar a la aparición del movimiento obrero. Tras la derrota del nazismo y el comienzo de la Guerra Fría surgen teorías sobre complots comunistas que sirvieron para desatar cazas de brujas en el bloque occidental (el MacCarthismo en EEUU), mientras en el Bloque Soviético desde el poder se denunciaban fantasmales complots (el de los médicos, por ejemplo), similares a los fantasmales complots troskistas utilizados en los procesos de Moscú de los años 30 por el estalinismo para acabar con la cúpula del ejército y del partido.


Tras la primera fase de la Guerra Fría surgieron en los EEUU nuevas teorías conspirativas, esta vez centradas en demostrar que la Guerra Fría es una mentira, afirmando que tanto el bloque occidental como el soviético son parte de un sistema controlado por una poderosa organización. Esta a su vez irá cambiando con el paso del tiempo: primero era el CFR, luego la Comisión Trilateral, actualmente Bildelberg. Estas teorías se difunden en ámbitos derechistas e izquierdistas, con variaciones adaptadas a cada campo. En los círculos derechistas se presentan como continuación de la Orden de los Illuminati de Adam Weishaupt, creada en 1776 y prohibida en 1785, poco antes de la Revolución Francesa y en los círculos izquierdistas se presentan como la consecuencia de una sociedad de clases en la que una reducidísima minoría (el 0,1%, 0,01% o 0,001%) posee la mayor parte de las riquezas de la Tierra.

FANTASIA Y REALIDAD


El principal problema de todas estas teorías desde un punto de vista anarquista (o simplemente racional) es que ignoran por completo, entre tras muchas cosas, la esencia misma del poder: que no se comparte. El poder tiende a ser absoluto, ya que cuanto más poder se tiene, más se quiere, lo que hace que las luchas en el seno de las élites por el poder sean inevitables. Que representantes de las élites económicas y políticas se organicen y reúnan regularmente no implica que estén de acuerdo, al contrario. Las mismas empresas allí representadas se dedican día a día a intentar arrebatarse cuotas de mercado, de la misma manera que los diferentes estados se dedican a defender sus intereses frente al resto. Las reuniones periódicas no tienen como función llegar a acuerdos sobre planes de escala global comunes, sino el intercambio de ideas y mantenerse en contacto: networking.

El capitalismo es además el peor sistema económico para llevar a cabo una “conspiración total”, ya que está basado en la búsqueda de beneficio a corto plazo y la ausencia absoluta de empatía. Esto genera una lucha permanente de todos contra todos, que da lugar a un caos continuo, justo lo contrario del entorno estable en el seno de las élites requerido para llevar a cabo una “conspiración total”. Al ser imposible compatibilizar racionalmente dicho caos con una supuesta gran conspiración, sus defensores tienen que hacer uso del irracionalismo; esto se hace especialmente evidente cuando desde la derecha se intenta demostrar la existencia de una continuidad a lo largo de los siglos, o cuando desde la izquierda se cae en simplificaciones carentes de sentido para entender la política exterior de EEUU, como creer que está destrozando Oriente Medio simplemente para ocupar sus yacimientos de petróleo.

Seguidores de Trump con camisetas con la letra Q, por Qanon, la teoría conspirativa que presentaba al oligarca Trump como salvador de EEUU de una élite de oligarcas (no es broma).

CONSPIRACIONES Y SUS LÍMITES


La imposibilidad de que exista una conspiración global como base de la realidad no quiere decir que no tengan lugar conspiraciones. Al contrario, estas abundan, algo favorecido por el capitalismo, que concentra el poder económico y político en pocas manos; Adam Smith, considerado padre ideológico del capitalismo, decía que “los que comercian con las mismas mercancías rara vez se reúnen, ni siquiera para entretenerse y divertirse, y su conversación termina siempre en una conspiración contra el público, o en algún invento para aumentar los precios”. Pero la duración de estas conspiraciones es limitada porque, como demuestran los casos de la conspiración de las bombillas o el Acuerdo de la Linea Roja, antes o después aparece un nuevo competidor, o alguien se siente suficientemente fuerte como para negarse a respetar un acuerdo del que ya no se beneficia. Otro límite es el espacial, ya que a mayor distancia menos influencia tiene el núcleo duro del poder. Irónicamente, este límite fue el origen de los imperios español y portugués: la conquista de México por Hernán Cortés, que abrió las puertas a la expansión europea en las Américas, se llevó a cabo contra de la voluntad de la Corona, situada en la lejana Península Ibérica; y el inicio de la dominación europea sobre los mares asiáticos se debe a la desobediencia de las órdenes de la Corona por el almirante Afonso de Albuquerque, por la rabia que le produjo saber que su hijo Lourenço había muerto en combate, que dio la victoria y salvó al recién creado Imperio portugués en Asia de ser destruido en la Batalla de Diu. La expansión espacial del poder provoca al mismo tiempo su debilidad, ya que debilita la estructura logística, calificada por Sun Tzu de “línea entre el orden y el desorden”. Según explica Frank Bajohr en Parvenüs und profiteure, la inmensa corrupción en el seno de su aparato administrativo jugó un importante papel en la derrota de la Alemania nazi, al provocar el caos en su logística: durante batallas clave para el futuro del frente del este, administradores nazis locales daban prioridad al transporte de su botín en trenes enteros a Alemania, saboteando así el esfuerzo de guerra y la logística de la Wehrmacht y las SS. La corrupción estaba tan extendida que incluso se acuñaron nuevas palabras para describirla, como Gangster-Gau o Skandalizien, y permitió a Schlinder salvar la vida de cientos de judíos, cuyo Holocausto y exterminio casi completo en varios países es la mejor prueba de la inexistencia de la “conspiración judeomasónica”.

Al mismo tiempo, las conspiraciones no son monopolio del poder: a lo largo del siglo XIX, las sociedades secretas eran un instrumento habitual de los revolucionarios, empleadas tanto por Marx (la Liga de los comunistas) como por Bakunin, aunque es de justicia reconocer que Marx abandono esa estrategia, mientras Bakunin participó en conspiraciones y alzamientos hasta el final de su vida, y defendió que tras la revolución un grupo reducido y elitista se dedicase a proteger en secreto a la sociedad libre... ¿de si misma? Tras su muerte el uso de conspiraciones en la sombra para agitar la sociedad no cesó: el anarquista español Pedro Vallina cuenta en sus memorias como organizó una provocación en un teatro de Madrid en enero de 1901 durante el estreno de la obra Electra, de Benito Pérez Galdós, lo que favoreció la difusión del anticlericalismo. Y la Revolución Rusa solo fue posible gracias a que Lenin entendía bien los desequilibrios de la estructura global de poder y los aprovechó para conseguir ayuda y financiación de Alemania, gracias a lo cual pudo crear la Unión Soviética e impedir la consolidación de una república burguesa en Rusia, como pretendía Kerenski.

 George Soros, “padrino“ de las revoluciones de colores.

NI SOROS NI BANNON


Hoy día, el neoliberalismo ha sido capaz de sintetizar la dinámica de los movimientos de protesta y resistencia, especialmente gracias al trabajo de Gene Sharp para el Pentágono. Esto ha dado lugar a partir de los 80 al uso por Washington de las llamadas “revoluciones de colores”: la desestabilización de estados y el derrocamiento de gobiernos contrarios a los intereses de EEUU mediante grupos creados para ello ex profeso. Para llevarlo a cabo se creó la NED (National Endowment for Democracy), que desde entonces cuenta con la ayuda del especulador financiero George Soros, que llegó incluso a asesorar al politburó de la URSS sobre cómo reinstaurar el capitalismo y que hoy día financia una nebulosa de organizaciones dedicadas a desestabilizar aquellos países contrarios a los intereses de EEUU. Soros no es un actor independiente, sino tan solo parte del aparato de EEUU para llevar a cabo golpes de estado por todo el mundo, y su beneficio consiste en hacerse con el control de empresas a precio de saldo tras el derrocamiento del gobierno con el permiso de los golpistas de turno. Otros actores destacados en el mercado de las revoluciones artificiales son Canvas, empresa serbia dedicada a ayudar a crear grupos artificiales para desestabilizar un país, creada por los líderes de Optor!, grupo financiado por EEUU que derrocó al gobierno yugoslavo siguiendo las enseñanzas de Gene Sharp; y Stephen Bannon, ex consejero de Trump que ha creado una nebulosa de organizaciones de derechas siguiendo el ejemplo de Soros.

Esta estrategia golpista dificulta diferenciar movimientos creados artificialmente de las genuinas revueltas sociales. Hoy día, buena parte de las protestas de las que nos informan los medios de comunicación occidentales son de carácter artificial y puestas en marcha desde el poder: Hong Kong, Cataluña, Libia, Bolivia, el Líbano, Irak, Venezuela, Nicaragua... Al mismo tiempo, protestas reales como las de Haití, Bolivia o Chile son silenciadas. Es importante señalar que las “revoluciones sintéticas” fomentadas por EEUU no salen de la nada: tan solo pueden ponerse en marcha si cuentan con el apoyo de un sector de la oligarquía, la población local y el aparato estatal. Además, no son exclusivas de EEUU: pasado el efecto sorpresa, las “revoluciones artificiales” han pasado a formar parte del arsenal de los estados, como pudo verse en 2014 en la revuelta pro-rusa en Crimea dirigida por el oligarca local Alekséi Chaly.



SIMPLIFICACIONES


Reconocer la existencia de conspiraciones no quiere decir que haya que caer en visiones simplistas, como fue el caso de la Guerra de Irak: según el discurso asumido por buena parte de la izquierda hasta nuestros días, el objetivo de EEUU era el petróleo, algo tan falso como creer que Trump busca hacerse con el petróleo sirio, o que el golpe contra Evo Morales en Bolivia esté relacionado con el litio. De manera similar se sigue afirmando que el golpe de Pinochet contra Salvador Allende era la respuesta de EEUU a la nacionalización del cobre, aunque la dictadura la mantuvo, sin tener por ello problema alguno con Washington. Otro ejemplo es la teoría de la difusión de la heroína por el estado para aplastar al nacionalismo vasco y la clase obrera durante la Transición, cuestionada por Juan Carlos Uso por al cuadrar con la realidad histórica, ya que la heroína primero se extendió entre las clases altas, y además se difundió por todo el país y no solo en regiones específicas. ¿No sería más interesante analizar el papel del nacionalismo en Euskadi y Cataluña, las dos regiones más ricas de España (y sociológicamente de izquierdas) en lograr que la derecha haya gobernado de manera casi ininterrumpida? Además, es necesario reflexionar sobre el hecho de que la derecha siempre se ha beneiciado de las teorías conspirativas, pero la izquierda nunca: Trump, logró ser presidente -entre otras cosas- mediante teorías conspirativas sobre el Estado profundo y Qanon, y la oligarquía catalana usa la teoría conspirativa de los “colonos franquistas” para desviar la atención de sus privatizaciones.

Se puede invertir mucho tiempo y energías en estos temas, pero el resultado es nulo en términos de liberación, y se pierde de vista el problema real, y que está a la vista de todos: la propiedad privada y su concentración en manos de una minoría dedicada a robar sin parar -y esto no es una teoría. Como explica en su libro Estado débil y ladrones poderosos en la España del siglo XVIII el profesor Santos Madrazo: “el conocimiento del pasado deja muy claro que el robo ha sido y es inherente a las gentes y grupos de las clases privilegiadas, dominantes... está meridianamente claro que la cuantía económica de los robos cometidos por los poderosos es más elevada que la efectuada por otros grupos sociales. Y puede demostrarse que, además de ser la clase alta la que más roba, la proporción de ladrones en ella -la tasa de robo- es muy superior a la que se da entre los pobres”. No nos dejemos cegar por conspiraciones y asuntos turbios, por interesantes que sean: el eje de la injusticia que nos gobierna es el capitalismo, creado para legitimar este robo; y no es una conspiración secreta, sino algo que está ante nuestros ojos, a la luz del día, y que es posible combatir organizándonos. ¿A qué esperamos?

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