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Noticias Amor y Rabia

Nazis en Wall Street, 1ª parte: Coca-Cola, IBM, General Electric (revista Amor y Rabia, N° 65)

Published on: martes, 5 de mayo de 2020 // ,


Las relaciones entre las multinacionales norteamericanas y el III Reich


«Un grupo selecto de industriales de los EE.UU. está resuelto a imponer un sistema fascista que suplante a nuestro gobierno democrático y está trabajando conjuntamente con el régimen fascista de Alemania e Italia. He sido testigo en mi puesto en Alemania en muchas ocasiones de cuán cerca están del régimen nazi las familias más poderosas de los EE.UU. (...)
«Ciertos industriales norteamericanos tuvieron mucho que ver con el advenimiento de los regímenes fascistas tanto en Alemania como en Italia. Ellos ayudaron al fascismo a tomar el poder, y lo siguen ayudando para que se mantenga ahí.»


— William E. Dodd, Embajador de los EE.UU. en Alemania, 1937 (1)

INTRODUCCIÓN


En 2001 la Segunda Guerra Mundial volvió a dar que hablar a causa de las denuncias interpuestas por un grupo de supervivientes del holocausto nazi y familiares de éstos contra una serie de empresas multinacionales norteamericanas. Los denunciantes aseguraban que un sector de las élites empresariales estadounidenses colaboró de manera más o menos directa con la política genocida del III Reich. El escándalo habría sido mayúsculo de no haber intervenido los grandes “media” echando tierra sobre el asunto con el objeto de ahogar un posible debate sobre la verdadera actitud de las clases dirigen - tes norteamericanas frente al holocausto nazi. Lo que sigue pretende desvelar ciertos episodios de la historia del siglo XX de los que rara vez se ha hecho eco la historiografía oficial.

COCA-COLA ÜBER ALLES

La Coca-Cola como es sabido siempre ha aparecido L ante nuestros ojos como un símbolo de los EE.UU. y sus valores “democráticos”, pero esto es más un truco publicitario que una realidad. De hecho la Coca-Cola fue de esas grandes compañías americanas que, al menos indirectamente colaboró con el régimen nazi. Para empezar la popular firma norteamericana con base enAtlanta (Georgia) vendió millones de botellas del conocido refresco desde 1933 a 1945, violando las normas aliadas que impedían el comercio con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Pero su falta de escrúpulos morales no se acabó ahí.

Tras diciembre de 1941 la firma convenció a los america- nos de que su producto era el símbolo de la lucha contra los enemigos de la libertad y la democracia, pero lo cierto es que siendo Alemania el segundo mercado en importancia para esta bebida refrescante (después de los propios EE.UU.) la Coca-Cola se las ingenió para mantener sus beneficios en este país a pesar de la política imperialista y genocida desarrollada por su gobierno. Ya desde los turbulentos tiempos de la República de Weimar la Coca-Cola era vista por los alemanes como la punta de lanza de un cierto tipo de colonialismo nor- teamericano en Europa. Para ello la Coca-Cola tuvo que, en primer lugar, cambiar la imagen que el consumidor medio alemán tenía sobre su producto y más tarde deshacerse de firmas competidoras alemanas (como Sinalco o Afri-Cola) que elaboraban imitaciones del más famoso de los refrescos de cola. Si en casa la publicidad de la empresa tenía que identificarse con los valores imperantes en la sociedad norteamericana, en Alemania Coca-Cola tenía que hacer lo propio con los principios ideológicos que impuso el III Reich a la sociedad alemana.


Max Keith

Pieza clave en este proceso fue Max Keith (a la sazón representante de la firma de refrescos), un personaje descrito por algunos de sus ex-empleados como un líder carismático y autoritario. Keith pronto comprendió que para conquistar el mercado germano había que hacer buenas migas con los gobernantes de la nación por lo que empezó por repartir generosos sobornos entre diversos cargos del
gobierno nazi. Así, cuando Hermann Goering en 1936 introdujo un plan cuatrienal para reducir al mínimo las importaciones alemanas, y tras frustradas gestiones llevadas a cabo por los abogados de
la firma estadounidense, Keith autorizó la entrega de dinero a este jerarca nazi. Gracias a ello, Coca-Cola consiguió una licencia especial de importación que puso a salvo su cuota de beneficios en Alemania. Max Keith se había convertido en el hombre de la Coca-Cola por excelencia así como en un colaborador de los nazis, siempre dispuesto a hacer cualquier cosa que estos le pidieran con tal de vender su producto.

"Un pueblo, un imperio, una bebida"

Así las cosas la Coca-Cola se convierte en ese mismo año en una de las tres bebidas patrocinadoras de la Olimpiada de Berlín, un evento que el III Reich explotó para promocionar su ideología racista y autoritaria. La buena sintonía entre la Coca-Cola y el régimen de Hitler fue algo que pudieron com- probar cuantos visitaron Berlín en ocasión de tan magno acontecimiento, pues en muchas de las imágenes del Führer que aparecían en vallas publicitarias y revistas asomaba tam- bién el logotipo del conocido refresco incitando al público a beber Coca-Cola “eiskalt” (= 'muy fría'). A partir de ahí, la Coca-Cola llega al corazón del nazismo e incluso en octubre de 1938 en una revista militar que celebraba la anexión de los Sudetes por parte de la Wehrmacht (= 'ejército alemán') se pudo ver un anuncio en el que una mano sostenía un botellín de Coca-Cola con un mapa del mundo al fondo y con un texto que rezaba: “Ja, Coca-Cola hat Weltruf” (= 'Sí, Coca-Cola goza de fama mundial'). Esto equivalía a dar un apoyo tácito al ejército nazi y a sus conquistas.



 
Camiones de Coca-Cola en una feria comercial en Alemania (1939)

Tal era la popularidad que estaba adquiriendo la firma americana en el mercado alemán que Karl Flach (jefe de uno de sus rivales alemanes, la Afri-Cola) comenzó a hacer circular panfletos en los que se representaba una botella de Coca-Cola con caracteres hebreos que decían que el refresco ame- ricano era “Kosher” (= 'apto para ser consumido por judíos'). En cuanto al texto, éste aseguraba que Coca-Cola era una empresa dirigida por judíos. Y las consecuencias no se hicieron esperar: el partido nazi canceló rápidamente sus pedidos del popular refresco. Con todo, el perjuicio fue temporal, pues la firma americana contraatacó pronto. ¿Cómo lo hizo? Con una campaña propagandística que decía todo lo contrario para lo cual la compañía publicó varios anuncios en los que defendían posturas antisemitas en el Stürmer, la publicación oficial del partido nazi conocida por sus artículos racistas. Estos anuncios no pasaron desapercibidos en los EE.UU. donde generó algunos titulares de prensa del estilo “Coca-Cola financia a Hitler”.

Durante la guerra la Coca-Cola pudo hacer frente a las restricciones derivadas del conflicto bélico con el uso de su habitual oportunismo. Así, cuando en Alemania el uso del vidrio se restringió a causa del embargo aliado la empresa de refrescos abrió plantas en la región de los Sudetes en 1939 bajo la protección de los jefes nazis locales ya que esta región estaba fuera del cerco económico. De esta manera Coca-Cola burló el boicot al III Reich. Pero además la compañía norteamericana tampoco tuvo reparos en que sus camiones transportaran tropas alemanas en múltiples ocasiones. Y ni siquiera en el periodo más crudo de la contienda bélica, cuando algunos de los ingredientes secretos de la más popular bebida de cola no podían llegar a la zona bajo control nazi, la compañía dejó de producir bebida; entonces Keith y su equipo de colaboradores inventaron la Fanta, y la firma Coca-Cola siguió vendiendo como si tal cosa. Eso es algo que pueden atestiguar algunos supervivientes de los campos de concentración nazis, pues trabajaron como mano de obra esclava en las plantas que la Coca-Cola mantenía abiertas en los territorios dominados por el Reich alemán.

LOS SECRETOS DE IBM


No hace mucho, en la primavera de 2001, un autor llamado Edwin Black publicó un libro titulado IBM and the Holocaust (= 'IBM y el holocausto'), que dio lugar a una agria polémica en los EE.UU. Según Black, que es hijo de judíos supervivientes del holo- causto, la IBM, empresa pionera del sector informático, tuvo también su parte de responsabilidad en el genocidio nazi. La obra, aparte de sorprender por poner en entredicho la hasta entonces incuestionable honestidad de la compañía, también animó la lucha de los supervivientes de los campos de concentración afincados en EE.UU. contra las empresas americanas que colaboraron con los nazis. Pero ¿en qué consistió la responsabilidad de la prestigiosa firma informática? Como todo el mundo sabe cuando los nazis llegaron al poder no existían los ordenadores pero sí existía la IBM. En las décadas que precedieron al desarrollo de las computadoras la información se procesaba usando métodos mecánicos en vez de electrónicos como ocurre hoy en día. Uno de esos métodos era el basado en las tarjetas perforadas de Hollerith. Herman Hollerith era un americano de origen alemán que desarrolló una técnica para calcular el censo de los EE.UU. a través de tarjetas perforadas que eran leídas por una máquina. El método tuvo tanto éxito que pronto Hollerith estableció un monopolio prácticamente mundial que alquilaba más que vendía máquinas lectoras a gobiernos y grandes empresas. En 1911 la compañía de Hollerith se fusionó con Computing-Tabulating-Recording Company (CTR), al frente de la cual estaba Thomas Watson. Al poco tiempo, se transformó en la International Business Machines (IBM).


Mientras, en 1922, en una Alemania hundida en plena crisis económica, Watson se hizo con el control de la Dehomag (Deutsche Hollerith Maschinen Gesellschaft) que había usado la técnica de las tarjetas perforadas bajo licencia. Y es ésta, según argumenta Black la pieza clave en la relación entre la IBM y el régimen nazi. De acuerdo con este autor, Watson no era exactamente un fascista, aunque sí un empresario autoritario y dispuesto a hacer dinero fácil dejando al margen toda consideración moral. Watson, de hecho era consejero del presidente Roosevelt y ocupaba un cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores pero no podía dejar pasar la oportunidad de comerciar con la Alemania nazi. Así en 1933 Hitler comenzó a elaborar un censo que tenía como fin identificar a los alemanes de origen judío. Entonces la filial de la IBM en Alemania no tuvo reparos en poner su tecnología al servicio de este fin. La IBM, según Black, se hacía pasar por una empresa alemana a pesar de que la empresa madre en EE.UU. seguía manteniendo, incluso durante la guerra, el control sobre ella eludiendo así el bloqueo económico impuesto a Alemania por los aliados. Black incluso sostiene que Watson llegó a hablar favorablemente del III Reich en público lo cual explica que éste recibiera del gobierno nazi la Cruz del Águila Alemana.

Dehomag

En 1933 el régimen nazi llevó a cabo otro censo nacional para detectar de forma ya definitiva la ascendencia judía de miles de ciudadanos alemanes. Por supuesto esta empresa se llevó a cabo gracias a las máquinas de tarjetas perforadas de la Dehomag. Algo más tarde, en 1938, y poco tiempo antes de la anexión nazi de Austria, la filial de la IBM en Viena, bajo la supervisión del conocido nazo Adolf Eichmann, se dedicó también a la detección de población de origen judío. Este sistema de censo incluía una tarjeta, la llamada ”tarjeta suplementaria”, que delataba el grado de “ascendencia judía” de cada familia. La Dehomag incluso supo de antemano que Hitler se preparaba para la guerra pues la com- pañía ya tenía previsto cómo proteger su maquinaria en caso de un ataque.
Con el inicio de la guerra, la IBM vio un tremendo aumento de sus beneficios gracias a sus negocios en Alemania y en las zonas ocupadas de la Europa del este. Y no es de extrañar pues la maquinaria bélica nazi necesitaba más que nunca la tecnología basada en las tarjetas perforadas de la IBM para gestionar el equipamiento del ejército, la red ferrocarriles que transportaba prisioneros a los campos de concentración, o el ya mencionado asunto de los censos. Todo ello podía haberse llevado acabo sin la tecnología de la IBM, obviamente, pero no de una manera tan eficiente.

Cartel de publicitario de Hollerith

Tras la guerra, la IBM recogió su maquinaria y los abultados beneficios económicos que ésta produjo sin ningún cargo de conciencia. Además la maquinaria estaba virtualmente intacta. Ello fue debido a que, en primer lugar, estaba protegida por las leyes que Alemania aplicaba a las propiedades de empresas de países enemigos, que incluso obligaban a nombrar guardianes que las vigilaran. Además, si caían en manos aliadas las máquinas también eran protegidas pues las tarjetas conte- nían pruebas de las atrocidades cometi- das por los nazis. Por último, en 1949 Dehomag pasó a llamarse IBM Alemania.

Ni que decir tiene que la IBM se sintió muy molesta por los trabajos de investigación de Black, a los cuales tachó de difamatorios. En su defensa la IBM, que contó con la ayuda de grandes “media” como el New York Times, se defiende diciendo que la Dehomag cayó totalmente en manos de los nazis durante la guerra. Pero incluso si esto fuera cierto IBM no quedaría eximida de su complicidad en la detección de judíos a través de censos gestionados por tarjetas perforadas ni de lucrarse con la recolección de los beneficios generados tras la guerra en Alemania por la tecnología de Hollerith. Por otra parte, en una recensión sobre el libro de Black publicada en marzo de 2001 por el New York Times se nos asegura que la compañía desconocía el uso que iban a dar los nazis a este sistema de procesamiento de datos. Sin embargo la base de datos que gestionaba los censos era una base de datos “hecha a medida” para lo cual la empresa tuvo que tener de antemano un conocimiento detallado de los fines que buscaba su cliente.

LUCES Y SOMBRAS DE LA GENERAL ELECTRIC


Algo más lejos que la IBM en las relaciones con la Alemania nazi llegó el gigante del sector eléctrico norteamericano, la General Electric. Está compañía estableció acuerdos de cartel con empresas alemanas que producían para el III Reich. Además, obstaculizó el esfuerzo bélico de los aliados favoreciendo, al menos indirectamente, los planes de dominio global de Hitler.

En fecha tan temprana como 1904, la General Electric (GE) empezó a unir fuerzas con sus principales competidores en el extranjero para repartirse mercados y asegurarse el acceso a materiales y tecnologías de importancia clave en el sector. En ese año GE adquirió una participación del 16% en la AEG, una de las principales eléctricas alemanas, donde además obtuvo importantes cargos directivos. A este acuerdo le siguieron otros con la Siemens (el otro gigante eléctrico alemán) y con Tokio Electric. Con estos pactos, que sólo se vieron interrumpidos durante el lapso de tiempo que duró la Primera Guerra Mundial, la GE buscaba asegurar su hegemonía en el mercado americano y servían de trampolín para lanzarse a las conquistas de mercados foráneos. A cambio GE cedía patentes y tecnologías muy valiosas para el desarrollo del sector eléctrico.

Pero fueron los pactos con la firma metalúrgica alemana Krupp (principal financiador de Hitler) los que más darían que hablar. GE y Krupp acordaron compartir la patente de un compuesto, el carburo de tungsteno (2), que por su especial dureza era indispensable para fabricar piezas de metal. Esta asociación acabó por convertirse en un monopolio muy poderoso a escala mundial. Las conversaciones entre estos dos colosos industriales comenzaron en 1928 y ocho meses más tarde se alcanzó un acuerdo que dio a GE derecho a fijar precios. Como consecuencia el precio del tungsteno subió de 48 a 453 $ por libra. Finalmente, GE creó una filial, Carboloy, tras de la cual movía los hilos de tan rentable negocio. De este modo, la compañía eléctrica norteamericana se deshizo de posibles rivales dentro de los EE.UU.


Por su parte, Krupp recibía royalties de GE así como el compromiso de ésta de vender sólo en el hemisferio oeste. Esto tenía unas implicaciones muy claras: si Krupp era uno de los industriales que más apoyó a Hitler estaba claro que los royalties pagados por GE a aquél estaban financiando indirectamente al nazismo. De ello era perfectamente consciente la firma norteamericana pues en 1939 en un tele- grama enviado por representantes de la compañía en Berlín se aconsejaba no mencionar a Krupp en la correspondencia de la empresa.

Por otra parte, cuando el gobierno de los EE.UU. se preparaba para entrar en la guerra e intentaba incrementar el equipamiento de su ejército se dio cuenta de que el preciado carburo de tungsteno, tan vital para la fabricación de armas y vehículos militares, tenía un precio desorbitado. Las prácticas monopolísticas de GE estaban dificultando el esfuerzo bélico norteamericano y estaban beneficiando a la maquinaria de guerra nazi, pues los alemanes obtenían cantidades ingentes del producto a precios mucho más bajos. Hitler estaba consiguiendo doce libras de carburo de tungsteno al mismo precio que el gobierno de los EE.UU. conseguía una sola libra. Por cada libra de material vendido en los EE.UU., Hitler a través de Krupp estaba obteniendo royalties con los cuales podía comprar más munición.

Un año después de que Hitler invadiera Polonia, y cuando GE estaba intentando renovar su pacto con Krupp, la firma metalúrgica norteamericana Firth Sterling Steel Company, que proveía al ejército norteamericano denunció ante el Departamento de Justicia de los EE.UU. los precios abusivos impuestos por GE. En septiembre de 1940 GE fue formalmente imputada por sus acuerdos monopolísticos con Krupp. El advenimiento de la guerra suspendió el juicio pero tras ella, en 1947, el proceso se reanudó. Finalmente GE y su filial la Carboloy fueron declaradas culpables de “cons- piración criminal” junto con el industrial alemán Friedrich Krupp. Sin embargo los jueces tan sólo impusieron multas de una cuantía ridícula a los acusados excluyendo penas severas como la del encarcelamiento. GE recibió una multa de 10.000 $ y su filial Carboloy 20.000$, a pesar de que sus acuerdos con uno de los principales soportes económicos del nazismo le había reportado beneficios de muchos millones de dólares. Irónicamente, los principales medios de comunicación norteamericanos apenas publicitaron el proceso contra la mayor compañía eléctrica de los EE.UU.

NOTAS

  1. Facts and Fascism, George Seldes, p. 122; Trading with the Enemy, Charles Higham, p. 167.
  2. El tungsteno es un metal que por su gran resistencia al calor se usa para fabricar los filamentos de las bombillas eléctricas.

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