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El principio del epílogo

Published on: jueves, 21 de enero de 2021 // ,


por Fernando Fernán-Gómez


7 de septiembre de 1991


Ni el judío burgués Carlos Marx ni el aristócrata ruso Miguel Bakunin creían en el más allá; por ello no han sido admitidos en la gloria. Se han desvanecido no sólo sus cuerpos, sino sus almas, y de ambos desmedidos luchadores por la justicia, la igualdad, el bien de los demás, no nos queda más que el recuerdo, o nada menos que el recuerdo. De otro modo, si ambos hubieran sido creyentes, les habrían abierto las puertas del Paraíso recobrado y ahora, sentados en su muelle banco de nubes, mirarían hacia abajo y es muy posible que, tras los últimos acontecimientos, el soberbio ruso le dijera al prepotente aleman:


-¿Ves, idiota, como la mucha ciencia ofusca el conocimiento? Te lo advertí muchas veces. 


En los tiempos en que nos ha tocado vivir, dos grandes sistemas gobiernan el mundo y nuestra sociedad: uno, aquel en que el Estado es dueño de la Banca; otro, aquel en que la Banca es dueña del Estado. En cualquiera de los dos, los hombres de a pie –o de a ruedas- contamos poco.


El resultado de la última batalla de la ya muy larga guerra entre los dos sistemas es la victoria del segundo, la Banca dueña del Estado, y, por consiguiente, la vergonzosa derrota del primero: el Estado que, en su ciega vanidad autoritaria, hiperestatista, creyó que podía llegar a ser dueño de la Banca.


Terminado el combate me pregunto: ¿han desaparecido las causas de la batalla? A partir de ahora, del momento en que San Jorge ha matado al dragón, ¿seguirá el hombre explotando al hombre, seguirá la ley de la herencia económica haciendo que unos hombres nazcan ricos y otros pobres y otros miserables, indigentes? ¿Seguirá la prostitución sin ser una vocación dionisíaca, orgiástica, de placer, sino un recurso de hambrientos? ¿Los placeres táctiles de la pareja o del grupo continuarán siendo fiscalizados por el aparato administrativo, por el religioso? ¿Las fronteras artificiales seguirán separando a los hombres? ¿Continuarán las religiones y las patrias siendo fuentes de sangre? ¿Las rentas del capital continuarán siendo infinitamente superiores al justiprecio del trabajo? ¿Habrá personas que posean doscientos treinta mil millones de pesetas y tras que para llegar a fin e mes tengan que pedir mil pesetas a un amigo? ¿Habrá niños sin vestidos ni calzado? ¿Madres sin leche? ¿Hombres que no encuentren donde expresar su pensamiento? ¿Seguirá habiendo hombres tan sabios en leyes que puedan gobernar a los demás mientras a otros nadie les ha enseñado las leyes? ¿Se seguirá educando a los niños de los países afortunados en una religión sólo comprensible por las inteligencias arcangélicas? Son preguntas triviales, casi horteras, y nadie tiene el deber de responderlas. 


Tres suicidios. Un buen epílogo de tragedia. No sólo han terminado las vidas de los suicidas, sus proyectos personales, sus ideales: se ha liquidado todo un sistema, una teoría, el más grande experimento social que vieron los siglos. Pero ¿cuándo comenzó ese epílogo?



Quizá cuando Gorbachov difundió su proyecto reformista. O ha sido la violenta oposición del pueblo ruso a la teoría marxista y a la praxis leninista lo que ha originado el rotundo hundimiento de la caduca revolución institucionalizada. Algunos opinan que el epílogo había comenzado años antes, al llegar al poder Jruschov, que intentó la primera desestalinización. El especialista en temas del Este Francisco Eguiagaray señala otras fechas que también pueden considerarse como principio del espectacular desenlace: la firma del pacto entre el comunista Stalin y el fascista Hitler, que propició el estallido de la II Guerra Mundial; incluso más atrás: el fracaso de la economía soviética y de la planificación de la agricultura poco después de concluida la revolución y la guerra civil, en los años veinte. Esta última fecha quizá resulta demasiado remota para señalar el inicio del epílogo, más adecuada parece para comienzo del primer acto de la tragedia. Sin embargo, yo me atrevo a señalar una fecha anterior como comienzo de la hecatombe, de la tragedia, en el más exacto sentido de la palabra, porque a partir de aquel momento el desenlace funesto era inevitable. El momento a que me refiero puede situarse en cualquier día de la segunda mitad del siglo pasado, cuando el enfrentamiento entre las insuperables vanidades de Marx y de Bakunin escindió a la clase proletaria. Si se desea concretar más, puede situarse en la fecha del V congreso de la Internacional.


Las teorías de los dos generosos pensadores se oponían. Marx creía que el porvenir de la clase proletaria, la implantación de la justicia y de la igualdad sociales no serían posibles sin el socialismo autoritario, sin la dictadura del proletariado. Bakunin pensaba lo contrario. Ya su maestro, Proudhon, había advertido a los autoritarios: "Para impedir la arbitrariedad comercial, caeréis en la arbitrariedad administrativa; para crear la igualdad, destruiréis la libertad, lo que es la negación de la propia igualdad." Pero tanto como las dos ideas, los dos programas, se enfrentan los dos hombres. La autosuficiencia de Marx, la soberbia de Bakunin. El mismo día de la derrota de Sedan se abre el V Congreso de la Internacional. El enfrentamiento de las dos tendencias da como resultado la expulsión de Bakunin y con él la de sus seguidores, los libertarios. Desde entonces se enfrentarán constántemente dos concepciones del socialismo: la autoritaria y la libertaria. La escisión durara hasta hoy mismo, hasta los días del epílogo -si mientras tanto los autoritarios no se hubieran dedicado a exterminar a los libertarios-, y señaló su fatal comienzo. La Historia concedería una larga tregua sangrienta, pero la guerra estaba perdida. ¿Son galgos o son podencos? ¿Vencerá el socialismo libertario o el socialismo autoritario? La potencia de la URSS es tremenda y el socialismo libertario no tiene tras de sí ninguna potencia; pero es más puro su ideal: el hombre antes que el Estado. Y en éstas, llegan los perros del liberalismo asilvestrado y pillan descuidados a los dos conejos.


Hoy -no digo ayer ni mañana- el socialismo autoritario ya no es una utopía, ha tenido casi ochenta años de experimentación, que a la vertiginosa velocidad que a los hombres de este siglo nos parece que se suceden los acontecimientos, no son pocos. Y ahí está, a la vista de todos, vencido, humillado, desprestigiado; si no fuera por un siglo de sufrimientos y tanta sangre vertida, podríamos decir que puesto en ridículo. Por contra, el socialismo libertario sigue siendo utópico. Y la utopía, como la caja de Pandora, debajo de las desgracias, oculta en su fondo a "la divina reina de luz, la celeste esperanza". Quizá cuando los proletarios que siguieron a Hegel, Marx, Engels, Lenin, los autoritaristas, tenían la ciencia, los que siguieron a Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkine, Tolstoi, Russell, los libertarios, tenían la canción.

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