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Noticias Amor y Rabia

Las corporaciones tecnológicas y el auge del capitalismo de la vigilancia

Published on: lunes, 25 de enero de 2021 // ,


por Mark Kernan


6 de mayo de 2019


Hace unos años, tras el colapso financiero de 2008, Matt Taibbi de la revista Rolling Stone describió a Goldman Sachs, ese gran titán del capitalismo financiero, como "un gran calamar vampiro pegado alrededor del rostro de la humanidad, metiendo incansablemente su embudo para absorver sangre en cualquier cosa que huela a dinero". Avanzamos rápidamente en el tiempo casi diez años y se podría decir lo mismo, y mucho peor, sobre el capitalismo de vigilancia, según Shoshana Zuboff, autora de La era del capitalismo de la vigilancia: La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power).



Esta vez, el calamar es aún más grande y está metiendo su embudo para chupar sangre a través de teléfonos inteligentes, televisores inteligentes, tabletas y pronto llegará incluso a los hogares inteligentes, y así a cada rincón y grieta de nuestra privacidad individual y colectiva. Lo que se suponía que nos liberaría y nos serviría, como esperaba el creador de Internet Tim Berners Lee, ahora ha evolucionado, como ha dicho Lee, convirtiéndose "en un motor de desigualdad y división; influido por fuerzas poderosas que lo utilizan para sus propias agendas". La captación y mercantilización de nuestros datos, la construcción depredadora de perfiles de usuario y la vigilancia está en el ADN del capitalismo de la vigilancia. Cambridge Analytica es solo la punta del iceberg.


Zuboff señala en su brillante libro que todo el penetrante, sigiloso y omnipresente capitalismo de vigilancia explota las experiencias humanas para recopilar materia prima gratuita que traduce en datos sobre la conducta. Los excedentes de nuestra conducta -nuestras emociones, miedos, nuestras voces y nuestras personalidades- se introducen luego en la "inteligencia de máquina" pensante, y luego se reconfigura en forma de productos predictivos. Productos diseñados específicamente para anticipar lo que harán las personas hoy, mañana y la semana que viene mediante la modificación de su comportamiento. Pero el capitalismo de vigilancia no solo predice, sino que también nos empuja en una dirección, influyendo en nuestro comportamiento a través de publicidad personalizada e intrusiva.


Como ella dice memorablemente: una vez que hemos investigad algo en Google, Google (y el resto) nos investigan a nosotros. Hemos sido desposeídos digitalmente, por la lógica implacable del imperativo de las ganancias de las principales empresas tecnológicas (Big Tech). Mientras que antaño el mundo social y natural estaba subordinado a la dinámica del mercado, ahora, como dice Zuboff, es nuestra propia experiencia humana la que está madura para poder extraer ganancias de ella.


Nuestros datos, recopilados en los últimos años con nuestro remordimiento, sin nuestro verdadero consentimiento, han sido preparados para usarlos contra nosotros con eficacia militar, como afirma Tim Cook, de Apple, nada menos que creando un perfil digital que permite a las empresas conocernos mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos.


¿EXAGERADO O INVEROSIMIL? REFLEXIONA AL RESPECTO


Los rastreadores portátiles de emociones tienen sensores integrados que miden y rastrean las señales biométricas del usuario (temperatura de la piel, frecuencia cardíaca y pulso del volumen sanguíneo). Luego, los datos se envían a través de tecnologías inalámbricas como Bluetooth a un dispositivo conectado. A continuación, un enorme conjunto de datos s compilado, sin duda, el cual puede analizarse algorítmicamente para detectar patrones y correlaciones a partir de los cuales se puede predecir el comportamiento futuro. Quizás, cada vez que nos sintamos un poco deprimidos, nuestros relojes nos suministren una dosis de oxitocina o serotonina.


Todo esto se comercializa como bienestar del consumidor, pero en realidad es un asalto a nuestro yo inconsciente que ayuda a las empresas a vender productos poco fiables y aumentar los ingresos. Nuestros micro sentimientos y sensaciones más íntimos extraídos en tiempo real tan sólo para obtener beneficios.


¿Piensa eso extravagante? Reflexiona un poco. Amazon patentó recientemente un diseño de "ahorro de mano de obra" para pulseras que puede rastrear las manos de los trabajadores del almacén y que utiliza vibraciones ultrasónicas para empujarlos más rápidamente hacia prácticas de trabajo más eficientes. No hace mucho, esto era cosa de ciencia ficción distópica, pero ahora se considera una posibilidad la vigilancia electrónica a distancia para que los trabajadores no puedan desviarse de los estrechos roles que les han sido asignados.


Pulsera patentada por Amazon, diseñada para vigilar el trabajo de los empleados de almacenes y aumentar su productividad (FUENTE)


Hace veinte o treinta años, la gente se habría indignado con tales propuestas y violaciones personales. A finales de la década de 1980, el partido  alemán de los verdes lucharon contra el estado por un censo nacional: el lema era solo se cuentan las ovejas. En 1983, el tribunal constitucional alemán dictaminó que las preguntas del censo propuestas eran innecesariamente intrusivas y que posiblemente se podría abusar de la información. Los tiempos han cambiado.


Recientemente, dos miembros de la élite sacerdotal digital, Tim Cook y Mark Zuckerberg, pidieron más privacidad y regulación en Internet. Zuckerberg también prometió que Facebook "se irá dedicando cada vez más a servicios privados y encriptados, donde las personas pueden estar tranquilas de que lo que se dicen entre sí es seguro".


Ambos afirmaciones son descaradas, egoístas y cínicas, y apuntan en la dirección equivocada. Los principios de confianza, privacidad y comportamiento ético nunca ocuparon un lugar destacado en su agenda a medida que aumentaron sus respectivas hegemonías digitales, sociales y culturales. Han hecho poco para proteger nuestros datos que, de hecho, legalmente hablando son sus datos, que es como siempre se supuso que sería. Las leyes que protegen nuestros datos han sido socavadas desde hace mucho tiempo por un laberinto de contratos, términos y condiciones en la red que nadie lee, así como por lo que podría llamarse eufemísticamente un marco regulatorio leve.



Carteles contra el censo en Alemania: Arriba, cartel contra el censo de 1987. Abajo, cartel contra el censo de 2011.


Como la mayoría de las sedes europeas de las grandes empresas tecnológicas de EEUU tienen su sede en Irlanda, esto significa que la comisión de protección de datos irlandesa es el regulador europeo de facto desde que entró en vigor el Reglamento General de Protección de Datos (General Data Protection Regulation, GDPR). Pero el responsable de datos de Irlanda dijo el año pasado que no va a investigar como Google vigila en secreto la localización de los usuarios de Android. Supongo que es mejor no alterar demasiado al imperio con ideas sobre la privacidad y los derechos de libertad de los individuos. Hace unos años, el ex primer ministro de Irlanda (Taoiseach, en irlandés) Enda Kenny dijo que Irlanda era el "mejor país pequeño" del mundo para hacer negocios. Quizás eso es lo que quería decir.


Silicon Valley, que siempre ha sido una especie de iglesia de la cienciología digital poblada por personas con lengua franca del Atlántico medio, ha roto conscientemente el contrato social, les han pillado haciéndolo y, debido a que sus ganancias pueden resultar afectadas, claman a gritos por poner en marcha una regulación.


Zuckerberg llegó a Dublín recientemente y en un informe del Irish Times (que suena como un comunicado de prensa de Facebook) dijo sobre las reglas de privacidad en Europa a través de GDPR: "Creo que es una buena base, que codifica muchos valores importantes sobre la capacidad de las personas para elegir cómo se usan sus datos...". Facebook creció sin descanso en un impulso casi religioso de mantener los datos moviéndose casi a cualquier costo. Borracho por las métricas de comportamiento y el seguimiento de nuestras interacciones, se comportó como ese calamar gigante chupa sangre, oliendo dinero allí donde se adhiera a la curiosidad y la debilidad humanas.


Decir que nuestros datos se "usan" (en realidad Zuckerberg quería decir que son extraídos sin piedad, explotados y vendidos al mejor postor) es simplemente un engaño de relaciones públicas, algo que sería risible si no fuera tan obvio. Somos nosotros, y nadie más, los que deberíamos elegir cómo se utilizan nuestros datos, si es que se van a utilizar en absoluto.


Esa es la propaganda interesada de Zuckerberg. Las tonterías de relaciones públicas de Silicon Valley que intentan favorecer su ya deteriorada "reputación de marca". Después de todo, incluso cuando desactivas el seguimiento, Facebook continúa siguiendote. Asimismo, te sigue por Internet a través de un código implantado en su navegador. Hasta aquí llega la alabada promesa de Zuckerberg de reconstruir Facebook como una plataforma "centrada en la privacidad".


Más risible aún, Facebook está pagando al Daily Telegraph como parte de una campaña de marketing para publicar historias positivas sobre la empresa tituladas: "Ser humano en la era de la información". Como podría haber dicho Orwell sobre estas piezas de propaganda: sería imposible inventar esa mierda.


Shoshanna Zuboff señala con precisión que los oligarcas digitales son los barones ladrones del sigo XXI (barones ladrones -robber barons- es el nombre que reciben en EEUU los 'capitanes de la industria' que levantaron enormes imperios en el siglo XIX mediante prácticas corruptas y amorales, AyR). Su modelo de negocio se ha basado en un "adormecimiento psíquico" deliberado y que no seamos conscientes de lo que han estado haciendo.


Que las grandes tecnologías pidan regulación ahora es una estrategia cínica de relaciones públicas, tras resistirse durante años a la regulación, ya que obstaculizaba la 'innovación', y la privacidad ya ha dejado de ser una norma social, según decía Zuckerberg. Sin embargo, las tecnologías con las que obtienen miles de millones de beneficios solo fueron posibles gracias a enormes subsidios estatales y contratos públicos de investigación. Sin el presupuesto de defensa de EEUU, es decir, dólares extraídos de los impuestos estadounidenses, no se habrían podido construir varias generaciones de ordenadores. En otras palabras, el capitalismo de Estado se reformuló como emprendedorismo de libre mercado.


Shoshana Zuboff

Un texto de Noam Chomsky de 2009 lo explica bien:


"[E]l núcleo de la economía depende en gran medida del sector estatal, y eso es algo bastante evidente. Por ejemplo, tomemos como ejemplo el último auge económico que se basó en las tecnologías de la información, ¿de dónde vino eso? De computadoras y la Internet. Las computadoras y la Internet fueron desarrolladas casi en su totalidad por el sector estatal a lo largo de aproximadamente 30 años (investigación, desarrollo, adquisiciones, otros dispositivos) antes de que finalmente fueran entregados a la empresa privada para que obtuviese beneficios".


La relación entre Silicon Valley y el estado continúa y sigue siendo recíproca. Eric Schmidt, ex CEO de Google, ahora es presidente de la Defense Innovation Board (Junta de Innovación de Defensa) creada por el Pentágono, que está compuesta por expertos de Silicon Valley, académicos y la industria de defensa de los EEUU para 'innovar' (de nuevo esa palabra) y discutir el uso de la inteligencia artificial en la guerra, entre otras cosas. La palabra innovación en este punto es realmente un mero dispositivo retórico y una forma de camuflar la intrusión en nuestra privacidad, y cosas peores.


Curiosamente, otro miembro de la junta, el profesor de derecho de Harvard, Cass Sunstein, propuso hace unos años la idea novedosa y un tanto huxleyiana (por Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz, AyR) de 'infiltración cognitiva' en la cual "los agentes del gobierno (y sus aliados) podrían ingresar a salas de chat, redes sociales en línea o incluso en grupos del espacio real e intentar socavar las teorías de la conspiración que se filtran al generar dudas sobre sus premisas fácticas, lógica causal o sus implicaciones para la acción política". El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones y provoca resultados quizás no deseados, o quizás si. Porque, algo mejor, su hora ha llegado.


Se podría decir: privacidad para los ricos, y el panóptico de las redes sociales para el resto de nosotros. Esto es nada menos que la paralización gradual de la libertad humana, de la misma forma en que la rana que permanece en agua que se calienta lentamente hasta hervir, nos ha pasado antes de que nos hemos cuenta de lo que ha estado sucediendo.


¿Por qué es todo esto importante? La vigilancia constante crea una prisión mental. Las innovaciones de vigilancia de las grandes empresas tecnológicas atacan directamente a lo que nos hace humanos: nuestra privacidad, nuestra capacidad de tomar decisiones, nuestra autonomía y nuestra necesidad de soledad.


Sin soledad, ¿cómo podremos descubrir quiénes y qué somos? Sin ella, no podemos ser completamente humanos y ciertamente nunca podremos ser completamente libres.


Reagan, Thatcher, Blair y otros nos dijeron que el capitalismo neoliberal consiste en la libertad y la liberación del individuo de la economía y la esclavitud económica. Internet prometió una emancipación similar y, sin embargo, hemos terminado con un capitalismo de vigilancia.


Publicado hace más de veinte años, el artículo de Richard Barbrook y Andy Cameron La ideología californiana ahora parece extraordinariamente profético. En él advirtieron que "las tecnologías de la libertad se están convirtiendo en máquinas de dominio". Tim Berners Lee estaría de acuerdo. Curiosamente, para todos nosotros, la ideología californiana del individualismo libertariano contracultural y el capitalismo de libre mercado ha convergido y se ha transformado en un capitalismo de vigilancia rapaz.


"La ideología de California", por Richard Barbrook y Andy Cameron (FUENTE)


El utopismo tecnológico es la nueva ortodoxia digital y la "innovación" se ha convertido en un sustituto de una intrusión profunda en nuestra privacidad e incluso, como advierte Ruboff, en nuestra misma identidad. La doctrina de la inevitabilidad tecnológica de Silicon Valley, añade, "lleva un virus armado de nihilismo moral programado para atacar la capacidad humana de tomar decisiones y eliminar la resistencia y la creatividad de las posibilidades humanas".


Como se ha dicho en otra parte, el modelo de negocio de las grandes empresas tecnológicas no es compatible con nuestros derechos, valores humanos e incluso con nuestras democracias. Más importante aún, no es compatible con nuestra idea de ser humanos. Zuboff termina su oportuno libro con una advertencia que debemos prestar atención:


"No está bien que [nuestros] movimientos, emociones, expresiones y deseos sean catalogados, manipulados y luego utilizados para guiarnos de manera encubierta a través del tiempo futuro en beneficio de otra persona".


Multimillonarios como Eric Schmidt & Zuckerberg ahora disponen de asimetrías de conocimiento sin precedentes; saben mucho sobre nosotros, pero nosotros sabemos poco sobre ellos. Como señala Zuboff: "Su objetivo es no ser desafiados en su poder de saber, de decidir quién sabe y de decidir quién decide".


Pero, ¿y si de todo esto surge un monstruo estatal-corporativo-burocrático? Lo cual, como advirtió David Samuels de la revista Wired, tiene el potencial de “rastrear, clasificar, engañar, manipular y censurar ciudadanos” de manera similar al estado gran hermano de China. ¿Qué pasa si la libertad digital que pensamos que teníamos no es libertad en absoluto? ¿Y si es en realidad una forma de falta de libertad disfrazada de libertad? ¿Y si, durante nuestra somnolencia digital inducida, el calamar monstruoso ya ha llegado?

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