Sobre el auge del hiperindividualismo
por Rozali Telbis
El individualismo es algo muy codiciado en la cultura occidental. Industrias enteras existen exclusivamente para sacar provecho de nuestra preocupación cada vez más malsana por nosotros mismos. Y con la llegada de Internet, surgieron muchas más oportunidades para que las personas expresaran su individualidad.
La discusión sobre el individualismo creció en medio de la pandemia, y las cuestiones de identidad se convirtieron en el centro de muchos debates. La cuestión de la identidad y las muchas insatisfacciones con ella se convirtieron en un eje de las discusiones públicas.
Estos problemas no comenzaron con la pandemia, ni surgieron con el auge del pensamiento posmoderno, que se ha gestando durante años. De hecho, la preocupación actual por la identidad tiene una larga historia, y su popularidad se debe en buena medida a los cambios transformadores sufridos en siglos pasados, aunque entonces tenía un nombre diferente.
LOS ORÍGENES DE LA IDENTIDAD
A partir del siglo XIX, "alienación" era un término que servía de cajón de sastre para describir una serie de dolencias basadas en el descontento individual. La alienación es un tema recurrente en Crimen y castigo de Dostoievski, El infierno de Henri Barbusse, La náusea de Jean-Paul Sartre, entre otras obras destacadas. Otros pensadores también escribieron de manera extensa sobre ese concepto: Erich Fromm examinó cómo era la alienación bajo el capitalismo; Karl Marx exploró la alienación dentro de las limitaciones de la economía política; Hegel relacionó la alienación con una deficiencia en la vida social, mientras que Kierkegaard se preocupó por la alienación en la sociedad moderna.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la alienación como concepto pasó de moda. Todo fue borrado de la conciencia colectiva, a pesar de las montañas de literatura sobre el tema. Desde entonces, se le ha dado un nuevo envoltorio y ha sido rebautizado como 'individualismo'. Se crearon industrias enteras con el objetivo de satisfacer nuestros deseos y gustos subconscientes. En EEUU, la revolución tecnológica estaba en marcha, había trabajo en abundancia, los salarios tenían tendían a crecer, y la clase media estaba prosperando: era la Edad de Oro económica. Pero con el repentino aumento de la suburbanización (el traslado de la población urbana del centro de la ciudad a los suburbios, AyR), surgieron rápidamente cuestiones de identidad.
El movimiento de la psiquiatría vio esta nueva obsesión con el yo como una condición patológica que necesita tratamiento, como un contagio que infecta los suburbios rápidamente.
ACOSADOS POR EL EGO
En 1961, un psicoanalista relativamente desconocido, el Dr. Ernest G. Schachtel, escribió un ensayo, On Alienated Concepts of Identity (Sobre conceptos alienados de identidad), explicando de manera detallada la forma en que sus pacientes experimentan la alienación, o como él lo llamó "la falta de sentido de identidad".
Según Schachtel, los pacientes estaban tan obsesionados por su ego que su identidad se convirtió en "el centro de sus inquietudes, ambiciones y preocupación, dejando de lado cualquier preocupación real por ellos mismos y por los demás". Su ego contribuyó a este sentimiento de falta de algo, como posesiones materiales, prestigio, ciertas cualidades personales o un estilo de vida diferente. Estaban tan preocupados por su yo impulsado por el ego que se retiraban por completo o caían en un estado depresivo profundo.
Algunos pacientes intentaban convencer al terapeuta de que no se podía hacer nada por ellos, que no podían cambiar quiénes eran, pero tras una inspección más cercana, se descubrió que los pacientes estaban en un estado de negación, evitando o teniendo miedo de profundizar en la raíz de su descontento.
El paciente entraba rápidamente en un ciclo perpetuo de crisis, en el que llegaba a sentirse como un agente pasivo en su vida. En lugar de tener una identidad fija, buscaron una identidad que pudieran moldear y moldear constantemente como quisieran.
Esta fijación con la propia identidad fue vista y tratada como algo patológico.
Pero pronto eso cambiaría.
LA LLEGADA DE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDIVIDUALISTA
El establishment pronto se dio cuenta de que esta preocupación obsesiva por la propia identidad era un regalo para el capitalismo. Podría ser explotado y mercantilizado a través de una serie de industrias en crecimiento: tecnología moderna, publicidad, marketing para las masas, producción a gran escala y otras instituciones, que abastecieron y se beneficiaron de esta obsesión del yo.
Margaret Thatcher, primera ministra de Gran Bretaña de 1979 a 1990, y el ex presidente de EEUU, Ronald Reagan, defendieron el individualismo y realizaron esfuerzos concertados para romper el tejido social y económico de Gran Bretaña y EEUU. Ambos líderes, en gran parte influenciados por el enfoque del economista F.A. Hayek sobre el capitalismo de libre mercado, lucharon dogmáticamente por el proyecto de la economía libre.
En 1983, el filósofo francés Gilles Lipovetsky abordó este punto de inflexión ideológico en su libro L'ère du vide. En él, anunció la llegada del posmodernismo, en el que reinaba un individualismo extremo. Según Lipovetsky, eso marcaba el comienzo de la "segunda revolución individualista".
Resulta que el astuto análisis de Lipovetsky sigue valiendo para dar forma al discurso en la cultura occidental de hoy día.
El individualismo tal como lo conocemos hoy en día ya no se ve como una patología, sino como una necesidad para el crecimiento económico. Y desde la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento económico se sigue considerando como el elemento vital de una nación, para el cual el consumo de masas es una actividad vital. El consumo de masas depende del hiperindividuo para convertir en algo normal y celebrar la adquisición de productos no por necesidad, sino por deseo y ego. Es una forma de poner de manifiesto que pertenecemos a un determinado grupo, y el hiperindividualismo requiere la alimentación constante del ego. La industria del yo es una fuerza poderosa y seductora.
Anteriormente, este fenómeno se veía como una desviación de la norma, algo que debe arreglarse y corregirse. Hoy se ha convertido en algo normal, se celebra incluso, y nosotros, los consumidores, lo exigimos. No se desvía del sistema capitalista ni lo desafía, sino que es una continuación de ellos.
EL INDIVIDUALISMO SE VUELVE DIGITAL
Gracias a la ubicuidad de los dispositivos digitales e Internet, surgieron muchas más oportunidades para que las personas expresaran su individualidad. La llegada de la era digital marcó el comienzo de la "tercera revolución individualista".
En los primeros días de Internet, el anonimato era algo habitual. Las grandes empresas tecnológicas aún no había encontrado formas de sacar provecho de nuestros datos personales. Pero rápidamente la divulgación de información personal se convirtió en un requisito necesario para acceder a plataformas, buscar comunidades, comprar en línea, jugar, participar en foros, etc. Compartir más de uno mismo se acepta más fácilmente que no compartir nada. Aquellos que optan por permanecer en el anonimato a menudo son tildados de paranoicos, resistentes, luditas (el Ludismo fue un movimiento contrario a la introducción de las máquinas en el mundo agrícola británico a comienzos del siglo XIX, AyR) o incompetentes tecnológicamente.
En cuestión de segundos, podemos crear nuevas personas brillantes online, muchas de las cuales no reflejan necesariamente quiénes somos, sino quiénes queremos ser. Pasamos mucho tiempo pensando en lo que queremos compartir, o no compartir: ¿A favor de qué quiero estar públicamente? ¿Cómo quiero ser percibido? ¿Qué tipo de persona quiero ser? ¿Qué quiero que la gente sepa sobre mí? Y, dependiendo de en qué plataforma estemos, la información de identificación que compartimos la elaboraremos con más cuidado para calmar a esa audiencia específica.
REIMAGINAR EL YO DIGITAL
Este intercambio de información recompensa a aquellas personas dispuestas a cumplir las reglas y, en particular, a aquellas que crean identidades cuidadosamente diseñadas. Como resultado, la verdad se basa en la falsedad y las personalidades que seleccionamos tienen prioridad sobre su contenido. Estas divulgaciones no se limitan a influencers o a usuarios que tienen seguidores fijos. Ninguno de nosotros es inmune a la tentación de cultivar un tipo de personalidad. Las revelaciones sobre nosotros se realizan estratégicamente sobre la base de una identidad online previamente seleccionada que atraerá a la mayoría de los espectadores, porque, como sabemos: la identidad es la moneda de internet.
Ahora, todos formamos parte de una competencia que se da por supuesta para presentar lo mejor de nosotros mismos online, y cada personaje iterativo es más nebuloso que el anterior.
Últimamente hemos hecho todo lo posible para crear nuestros propios personajes: algunos alquilan casas de vacaciones para usarlos como telones de fondo, otros han elegido el camino de divulgar información más personal y, a veces, perversa. En las redes sociales, los usuarios suelen insertar en sus biografías las identidades que han seleccionado, que incluyen enfermedades mentales, sexualidad, afiliaciones políticas, estado civil, raza, etnia, fetiches, religión y una serie de otros identificadores que probablemente sea mejor responder en un censo y no en una biografía de Twitter, que se comparte públicamente. Las limitaciones de tamaño de esas biografías obligan a los usuarios a crear descripciones más cortas y contundentes de sí mismos. Con ese fin, los usuarios pasan más tiempo contemplando su identidad; algunos incluso seleccionan cuidadosamente el emoji correcto que significa para cierto grupo de personas que son 'uno de ellos' o que se mantengan alejados.
La exploración obsesiva de la identidad está creando más fracturas en el mundo real (offline). Opresores vs oprimidos. Derecha vs izquierda. Creyentes vs no creyentes. Trabajadores contra propietarios. Trabajadores de cuello blanco contra trabajadores de cuello azul. Personas con formación contra quienes carecen de ella. Lo rural contra lo urbano. Negros contra blancos. Y la lista continua. Dentro de estas divisiones, surgen y chocan aún más identidades. Esta obsesión tóxica con la identidad también es favorecida desde el establishment. Los políticos son recompensados por considerar a la oposición como enemiga. Los medios de comunicación de masas obtienen más clics por perpetuar la retórica de un partidismo divisivo. Las empresas ganan más dinero cuando explotan las inseguridades individuales. Los lugares de trabajo instan a los empleados a realizar pruebas de personalidad y autoevaluaciones como una solución New Age para una "mejor colaboración".
Las obsesiones del yo han evolucionado de algo que necesitaba ser tratado a algo que debe ser reafirmado y celebrado.
PACIFICAR LO QUE ES COMÚN
Como vemos, las identidades se comparten no solo para aferrarse a un sentido de sí mismo y diferenciarse unas de otras, sino también como una forma de ser validadas por otros. Y cuando esas identidades no se validan, la persona que busca la validación sufre un colapso alimentado por el ego. Si no participa en la revolución individualista, corre el riesgo de ser perseguido.
Estas nuevas formas de buscar identidades nos alejan más unos de otros y nos impiden salvar las diferencias. Se nos anima a diferenciarnos unos de otros, creando más fisuras en una sociedad ya dividida. Cuantas más identidades nos ponemos, más separados nos volvemos.
Desafortunadamente, nuestras identidades elegidas por nosotros mismos no pueden solucionar la disparidad de riqueza, la pobreza, la falta de vivienda, las economías fallidas, la guerra, el militarismo y una serie de otros problemas creados y perpetuados por la élite gobernante en las naciones occidentales.
El propósito de la identidad es crear un estado constante de ansiedad e inseguridad. Es el estado supremo de pacificación, en el que los participantes están dispuestos a participar con entusiasmo, aunque las recompensas sean de corta duración. Es un concepto inmaterial que no tiene influencia en otros temas, pero que ha dividido de manera efectiva todavía más al 99% (concepto anglosajón que se refiere a la inmensa mayoría de la sociedad, contraponiéndola a las élites superricas, AyR).
Dentro de los límites del neoliberalismo, y, más concretamente, online, generaciones enteras de personas se exigen más entre sí y a sí mismas, pero no exigen lo suficiente a los poderes que las controlan.
Nuestros líderes apenas tuvieron que mover un dedo para dividirnos: lo hemos hecho todo nosotros mismos. Solo otra distracción que solo sirve a los poderes fácticos que se benefician de nuestro ego y nuestras inseguridades. Es una mentalidad de 'yo contra el mundo' donde la identidad reemplaza a todo.