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Noticias Amor y Rabia

La guerra global secreta de la CIA contra la izquierda

Published on: viernes, 5 de febrero de 2021 // ,


por Branko Marcetic


Hace cuarenta y cinco años, bajo un manto de secreto, se puso en marcha oficialmente la Operación Cóndor: una campaña global de represión violenta contra la izquierda latinoamericana por parte de las dictaduras militares cuasi-fascistas de la región. El gobierno de EEUU no solo conocía el programa, sino que ayudó a diseñarlo.

Augusto Pinochet y Henry Kissinger en 1976

En Buenos Aires, un ex general chileno regresa a casa, abre la puerta de su garaje y es lanzado a a cuatro metros de altura por la explosión de su auto, que incinera a su esposa. Un opositor conservador de la dictadura militar del país y su esposa dan por la tarde un paseo por las calles de Roma y son rápidamente asesinados a tiros. En una lluviosa mañana de otoño, un coche explota en medio de la zona de las embajadas de Washington DC, matando a dos de sus tres ocupantes: un líder de la oposición chilena en el exilio y su amigo estadounidense recién casado.

Estos fueron solo algunas de las víctimas mas preciados provocadas por la Operación Cóndor, puesta en marcha oficialmente hace 45 años y dos días. Con América del Sur en las garras de dictaduras militares y sacudida por el mismo tipo de movimientos sociales y políticos que exigían cambios en todo el mundo en las décadas de los 60 y los 70, un puñado de gobiernos del continente hicieron un pacto para trabajar juntos para hacer retroceder la marea creciente de "subversivos" y "terroristas".


Lo que siguió fue una campaña global secreta de represión violenta que abarcó no solo países, sino continentes, y que hizo uso de todo, desde secuestros y torturas hasta asesinatos. Decir que era conocido por el gobierno de EEUU, que respaldaba esos regímenes, es quedarse corto: aunque incluso este simple hecho fue negado en ese momento, años de investigaciones y publicaciones de documentos desde entonces nos permiten conocer ahora a los mandos de la CIA y funcionarios estadounidenses de alto rango que lo apoyaron, sentaron las bases e incluso estuvieron directamente involucrados en los crímenes de Condor.

Mirándolo de lejos, Condor no era un caso singularmente impactante de paranoia anticomunista del que se perdía el control. A medida que sus conexiones con el terrorismo anticomunista en Europa se han vuelto más claras, más bien parece un ejemplo particularmente exitoso de la guerra encubierta que el estado de seguridad nacional de los EEUU puso en marcha en todo el mundo contra la democracia y la izquierda, una guerra en la que se metió en la cama con fascistas y que, en algunos casos, posiblemente constituyó un genocidio. En otras palabras, era el sistema funcionando exactamente como se esperaba, y un claro recordatorio de hasta dónde están dispuestos a llegar los centros de poder globales para mantener las cosas como están.

TERCERA GUERRA MUNDIAL

A mediados del siglo XX hubo un florecimiento de movimientos populares en América Latina que amenazaron con derribar las rígidas jerarquías del hemisferio: movimientos feministas y obreros, movimientos por los derechos indígenas, movimientos liderados por campesinos por la reforma agraria y movimientos de izquierda, para nombrar unos pocos. Naturalmente, había que detenerlos.

Hasta entonces, las juntas y dictaduras militares respaldadas por Washington habían logrado mantener a raya ese cambio social, o simplemente derrocar a los gobiernos que esos movimientos habían logrado formar. Después de todo, tales cambios amenazaban directamente no solo el poder y los privilegios de la vieja élite de la región, sino también los intereses comerciales occidentales. Así fue como, ante la insistencia de corporaciones de propiedad estadounidense como Chase Manhattan, Anaconda Copper y Pepsi, el ex abogado de corporaaciones que había sido nombrado presidente de EEUU por aquel entonces, Richard Nixon, apoyó el derrocamiento militar del gobierno socialista de Salvador Allende elegido democráticamente en 1973 y su sustitución por una cruel dictadura bajo el general Augusto Pinochet.


Pero para las élites paranoicas de la región, incluso sus campañas internas de terror no fueron suficientes. Por ello, en 1975, los gobiernos de Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay se reunieron en secreto en Santiago (Chile), y acordaron trabajar juntos para espiar y perseguir a "individuos sospechosos" y organizaciones "directa o indirectamente vinculadas al marxismo". En poco tiempo, Brasil, Perú y Ecuador también se unieron. La iniciativa de recopilación de información se denominó "Cóndor", en honor al ave nacional de varios de los participantes, incluido el país anfitrión.

A pesar de lo que decía el acta, no se trataba de un mero pacto de vigilancia. Lo que la Operación Cóndor significaba en la práctica era que los secuestros, torturas y asesinatos estatales que habían pisoteado los focos restantes de disidencia dentro de estos países ahora irían más allá de sus fronteras nacionales. Si eras un izquierdista o cualquier otra persona que el gobierno considerara una amenaza, entonces escapar, exiliarte e incluso lograr asilo político ya no te salvaría. No había ningún lugar donde esconderse.

"Argentina todavía era una democracia en ese momento, y era un refugio seguro para muchos izquierdistas que habían sido expulsados ​​de varios países del Cono Sur", dice Remi Brulin, profesor asociado de la Universidad de Nueva York. "Y de repente, se dieron cuenta de que ya no era seguro".

Si bien Cóndor duró oficialmente solo unos pocos años, los gobiernos de la región habían colaborado durante mucho tiempo en métodos menos formalizados para acabar con sus oponentes políticos. Según la base de datos sobre violaciones transnacionales de derechos humanos en América del Sur, entre 1969 y 1981, tales operaciones transfronterizas se cobraron al menos 763 víctimas de atrocidades que van desde secuestros y torturas hasta asesinatos directos, casi la mitad de ellos uruguayos, casi una cuarta parte argentinos, y el 15% chilenos. La mayoría de estas atrocidades tuvieron lugar en Argentina, donde tuvieron lugar 544 casos, con Uruguay en un distante segundo lugar con 129.

Expansión de la Operación Condor, de sus miembros iniciales (IZDA) a la entrada de Brasil en 1975 y de Ecuador y Perú en 1976 (FUENTE)

Como se explicaba un informe de 1976 de Harry W. Shlaudeman, secretario de Estado adjunto de Richard Nixon para asuntos interamericanos, funcionarios sudamericanos como el ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, Juan Carlos Blanco Estradé ("uno de los miembros más brillantes y normalmente más firmes del grupo") se veían a sí mismos librando una "Tercera Guerra Mundial", en la que "los países del Cono Sur eran el último bastión de la civilización cristiana". Habiendo llegado al poder "luchando contra la extrema izquierda", señaló, estos gobiernos represivos tenían "su ego, sus salarios y sus presupuestos para equipamiento" indisolublemente envueltos en este concepto.

El resultado fue una serie de crímenes que a menudo revuelven el estómago. La operación típica de Cóndor podría ser algo como esto: una vez que se identificaba un objetivo, un equipo, compuesto por miembros de uno o más países miembros, encontraría y vigilaría al individuo, antes de que un segundo equipo lo secuestrase y llevase a una prisión secreta, a veces en el país donde los habían encontrado, a veces en otro lugar. Allí serían retenidos y torturados, lo que incluía palizas, ahogamientos con líquidos ("submarino"), simulacros de ejecución, electrocución, violaciones y cosas peores, a veces durante meses. En algunos casos, miembros de la familia también eran secuestrados y torturados, o incluso eran robados algunos de sus miembros, sin ninguna razón más allá del sadismo. Según la base de datos, hay al menos veintitrés casos de secuestro de hijos de víctimas entregados a sus asesinos para criarlos como propios.


Pocos sobrevivieron, aunque la mayoría de las veces no está claro el destino exacto de los que fueron capturados. Simplemente nunca más se supo de ellos. En ocasiones, los que lograron sobrevivir traían noticias sobre los desaparecidos, como los testigos que recordaron a Jorge Isaac Fuentes Alarcón, un sociólogo detenido mientras cruzaba la frontera Argentina-Paraguay y acusado de ser un mensajero del grupo chileno de extrema izquierda MIR. Las historias nunca eran bonitas. Posteriormente, esos testigos declararon que habían visto a Fuentes llegar al campo de exterminio de Villa Grimaldi en Santiago cubierto de sarna, con una víctima que mediante coacciones había sido convertida en colaborador que recordó que estaba encadenado en una caseta de perro llena de parásitos, a la que se referían burlonamente como “Pichicho” (perro callejero).

Sin embargo, ese testimonio también mostró la resistencia del espíritu humano y el sentido de solidaridad que unió a estos grupos de izquierda. Fuentes estaba de buen humor, decían los testigos, y animaba a otros prisioneros cantando. Un joven preso recordó cómo Patricio Biedma, otro miembro del MIR arrestado, había sido una figura paterna para él en la cárcel, enseñándole cómo sobrevivir. La esposa de Biedma y sus tres hijos nunca supieron qué fue de su ser querido.


Aunque Cóndor aparentemente apuntaba a "guerrillas" y "marxistas", la población de América del Sur aprendió pronto y de una manera especialmente brutal lo que los manifestantes estadounidenses y los musulmanes respetuosos de la ley aprenderían después de los años de Bush: que esos términos son maleables, pudiendo extenderse para referirse a cualquiera.

"La Operación Cóndor persiguió a muchos tipos de opositores políticos, incluidos congresistas, ex ministros, defensores de los derechos humanos (incluidas personas de Amnistía Internacional), oficiales militares constitucionalistas, líderes campesinos, sindicalistas, sacerdotes y monjas, profesores y estudiantes", dice J. Patrice McSherry, profesora emérita de ciencias políticas en la Universidad de Long Island y autora de Predatory States: Operation Condor and Covert War in Latin America. "Condor estaba dirigida no solo contra la izquierda, sino también contra el centro-izquierda y otros sectores democráticos que luchaban por reclamar sus derechos y hacer más inclusivas las democracias elitistas de la época".


"Primero, el objetivo era detener el terrorismo", explicó un operativo del Departamento de Inteligencia Nacional (DINA), la temida policía secreta de Chile. "Luego se apuntó a posibles extremistas, y más tarde a aquellos que podrían convertirse en extremistas". O, como dijo un general argentino: "Primero mataremos a todos los subversivos; luego mataremos a sus colaboradores; luego a sus simpatizantes; y luego a los que son indiferentes".

Aunque se suponía que esto estaba justificado por la terrible amenaza de la violencia de izquierda, hoy es difícil tomarse en serio tal amenaza. Los gobiernos de Cóndor no solo tenían como objetivo a personas pacíficas o ajenas a ningún movimiento revolucionario, sino que esos movimientos habían sido en gran parte derrotados o incluso habían abandonado la lucha armada. Como dijo Shlaudeman a Henry Kissinger en 1976: "Tanto los terroristas como la izquierda pacífica han fracasado. Esto es cierto incluso en las mentes de los revolucionarios estudiosos". Fernando López ha argumentado que los regímenes "exageraron enormemente la amenaza planteada por los movimientos revolucionarios" para poder perseguir a su objetivo real: la oposición en el exilio, que atrajo la simpatía y solidaridad mundial, y aisló a los gobiernos de Cóndor a nivel internacional.

Orlando Letelier, asesinado por un coche bomba en Washington, DC, en 1976

Sus planes no se limitaron al continente. Doce de las víctimas de las operaciones transfronterizas procedían de países fuera de la región, incluidos el Reino Unido, Italia, Francia y los Estados Unidos, mientras que algunos de los objetivos más destacados fueron asesinados en países europeos, lo que convierte a Condor no solo en un operación transnacional, sino global. Mientras los opositores moderados y de izquierda exiliados de la dictadura de Pinochet planeaban hacer campaña para lograr el aislamiento diplomático del país, él conspiró para acabar con ellos.

Agentes de la DINA planearon atentados en Portugal y Francia, y en repetidas ocasiones intentaron asesinar a Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista de Chile: una vez en México, pero llegaron demasiado tarde; varias veces en París, pero fueron frustrados por la inteligencia francesa; y una vez en Madrid, donde falló el intento. Bernardo Leighton, el fundador del Partido Demócrata Cristiano de Chile, puede no haber sido un radical (se opuso a gran parte del programa de Allende) pero era culpable de reunirse con líderes socialistas para formar un frente de oposición de exiliados contra el régimen. Sobrevivió a un disparo en la nuca en Roma, pero quedó con daño cerebral permanente, poniendo fin a sus actividades de oposición.

Si bien Pinochet asumió un papel de liderazgo, los objetivos no eran solo chilenos. Scotland Yard evitó el asesinato del senador uruguayo Wilson Ferreira Aldunate en Londres, mientras que el entonces congresista Edward Koch, que luego se convertiría en alcalde de la ciudad de Nueva York, fue advertido por el entonces director de la CIA, George HW Bush, que había una amenaza para su vida, debido a su exitosa enmienda para poner fin a la ayuda militar estadounidense a Uruguay. En Buenos Aires, dos legisladores uruguayos y dos activistas fueron secuestrados de madrugada y fueron luego encontrados con disparos en la cabeza en un automóvil dejado debajo de un puente. Mientras tanto, como ha señalado el periodista John Dinges, una gran cantidad de muertes aparentemente naturales en el espacio de pocos años de opositores exiliados de las diversas dictaduras del continente despierta más sospechas.

El asesinato de Orlando Letelier en la prensa de la época

Quizás la víctima más famosa de Cóndor fue Orlando Letelier, ex embajador de Allende en Estados Unidos. Después de ser detenido y torturado por el régimen tras el golpe, la presión diplomática permitió a Letelier escapar y finalmente regresar a Washington DC, donde pronto se convirtió en uno de los miembros más visibles e influyentes de la oposición chilena al exilio. Establecido en el corazón del poder estadounidense y codeándose con funcionarios estadounidenses y sus familias, Letelier dirigió una exitosa campaña legislativa para prohibir la venta de armas estadounidenses a Chile, presionó contra una inversión de 63 millones de dólares de una empresa holandesa en el país y criticó ferozmente las reformas económicas neoliberales de Pinochet.

Todo eso lo convirtió en un hombre marcado. En 1976, dos agentes de la DINA entraron a los Estados Unidos con pasaportes de Paraguay, un país compañero de Condor, y, con la ayuda de dos cubanos anticomunistas exiliados, colocaron una bomba en el auto de Letelier que detonó justo en la zona de las embajadas de Washington DC, matándolo a él y a uno de sus dos pasajeros estadounidenses. Hasta el 11 de septiembre de 2001, seguiría siendo el peor acto de terrorismo extranjero en suelo estadounidense.

EL TRABAJO SUCIO

Durante años, la historia oficial era que el gobierno de EEUU se enteró de la existencia de Condor aproximadamente al mismo tiempo que el resto del mundo, en 1976. Pero de hecho, a través de desclasificaciones de documentos, testimonios de primera mano y el trabajo de los historiadores, ahora sabemos que este programa de terror estatal había sido aprobado, facilitado y alentado por el gobierno de Estados Unidos.

Contrariamente a sus negativas en aquella época, un informe de la CIA elaborado para el Congreso en 2000 admitiría que "al cabo de un año tras del golpe [de 1973 en Chile], la CIA y otras agencias gubernamentales estadounidenses estaban al tanto de la cooperación bilateral entre los servicios de inteligencia regionales para rastrear el actividades de los opositores políticos y, al menos en algunos casos, matarlos" -un "precedente" de Condor. Hay que considerar, también, que Manuel Contreras, el despiadado jefe de la DINA que estaba metido hasta las rodillas en Condor, trabajó para la CIA (la cual en un momento concreto llegó a  pagarle) de 1974 a 1977, a pesar de que un informe interno de 1975 lo consideraba "el principal obstáculo dentro de la Junta militar para una política razonable de derechos humanos".


Durante décadas han abundado las especulaciones sobre hasta qué punto fue algo intencionadamente inadvertido que sectores del gobierno de EEUU fueran realmente ajenos a la operación Letelier específicamente. A pesar de haber sido alertada repetidamente sobre los intentos de los agentes de la DINA de entrar en EEUU y tener una naturaleza sospechosa, la CIA no hizo nada. Apenas cinco días antes de que mataran a Letelier, Kissinger dio marcha atrás a una orden para que los embajadores de EEUU en un puñado de países Cóndor expresaran "profundas preocupaciones" del gobierno de EEUU por los supuestos planes de llevar a cabo asesinatos en el extranjero. A principios de ese año, Pinochet se quejó personalmente ante Kissinger sobre las actividades de Letelier, en una conversación en la que Kissinger le aseguró al dictador que "simpatizamos con lo que está tratando de hacer".

Aunque hay desacuerdo sobre el alcance  de la participación de EEUU en Condor, figuras como McSherry y Dinges coinciden en que la evidencia que han descubierto muestra que el gobierno fue al menos cómplice de sus crímenes.

Documento de la Operación Cóndor sobre el intercambio de información entre Argentina y Uruguay  (FUENTE)

Documentos de archivo muestran que la CIA, el FBI e incluso las embajadas de EEUU suministraron inteligencia y nombres de sospechosos a los gobiernos de Cóndor, y ambos hemisferios investigaban a los sospechosos en su propio territorio a instancias del otro. Eso incluía a Fuentes, los resultados de cuyo interrogatorio (incluidos los nombres que dio) transmitió la embajada de EEUU en Buenos Aires a la policía chilena. El propio Contreras insistió más tarde, ante el tribunal y ante los reporteros, que la CIA había estado involucrada tanto en el asesinato de Letelier como en el de Carlos Prats, el ex general chileno volado por los aires en Argentina un año antes de la fundación de Condor, y añadió que en el año 2000 había entregado al FBI documentos que probaban sus afirmaciones.

Existe fuertes indicios de que los oficiales estadounidenses desempeñaron un papel clave en el asesinato en 1973 de dos estadounidenses, el periodista Charles Horman y el estudiante Frank Teruggi, en los días posteriores al golpe, y que la inteligencia estadounidense los estaba vigilando. Un informe del Senado de 1979 declaró que, ya en 1974, la CIA había advertido a las autoridades locales en Francia y Portugal sobre que iban a tener lugar asesinatos de Condor y discutió con la DINA la creación de una sede de Condor en Miami, una medida que rechazó en ese momento pero que lleva cabo pocos años después con los argentinos.

Henry Kissinger con el presidente Richard Nixon, 1970

McSherry luego encontró otro documento condenatorio, un cable diplomático de 1978 del entonces embajador de EEUU en Paraguay. El cable informaba que los gobiernos de Cóndor "se mantienen en contacto a través de una instalación de comunicaciones de Estados Unidos en la Zona del Canal de Panamá" ("CONDORTEL"), usándola para "coordinar información de inteligencia entre los países del Cono Sur". Esto fue solo dos años después de que Shlaudeman informara a Kissinger de la "paranoia" de los gobiernos de América del Sur, que apuntaban cada vez más a "la disidencia no violenta de la izquierda y el centro-izquierda" y a "casi cualquier persona que se oponga a la política del gobierno", y después de que la embajada de EEUU en Buenos Aires advirtió a Kissinger que las fuerzas de seguridad argentinas, en colaboración con gobiernos vecinos, estaban involucradas en brutales "excesos... que a menudo involucra a personas inocentes".

Funcionamiento de "Condortel" (FUENTE) 

De hecho, fueron precisamente los de mas arriba en la jerarquía de EEUU, como Kissinger, quienes dieron su visto bueno a los planes de los gobiernos de Cóndor. Cuando el dictador Emílio Garrastazu Médici, recién llegado al poder en Brasil en 1971, le dijo que el país sudamericano estaba planeando ayudar a derrocar al gobierno socialista electo de Chile, Nixon ofreció dinero y ayuda para ello, diciéndole que los dos gobiernos debían trabajar juntos para "prevenir nuevos Allendes y Castro y tratar donde sea posible de revertir estas tendencias". Según un memorándum posterior, fue durante esas reuniones cuando Nixon pidió apoyo a Médici "para salvaguardar la seguridad interna y el status quo en el hemisferio", lo que un general interpretó como una solicitud para que Brasil "hiciera el trabajo sucio".

El propio Kissinger le dijo infamemente al ministro de Relaciones Exteriores de Argentina en junio de 1976, mientras le aseguraba repetidamente que el gobierno de los EEUU esperaba el éxito de la nueva Junta militar, que "si hay cosas que deben hacerse, deben hacerlas rápidamente".

DETRÁS DEL TRONO

Pero el papel del gobierno de EEUU en el nacimiento de Cóndor fue mucho más allá de guiños y aprobaciones diplomáticos.

Los métodos y estrategias empleados por los operativos de Cóndor tenían sus raíces en el entrenamiento estadounidense que recibieron los militares latinoamericanos a través de instrumentos como la notoria Escuela de las Américas (School of the Americas, SOA), que tenía como objetivo transmitir las lecciones aprendidas por el ejército estadounidense en el campo de batalla y en la contrainsurgencia durante sus guerras en las décadas anteriores. Los “graduados” de la SOA acabaron siendo uno de cada siete miembros del personal de mando de la DINA, después de aprender las mismas cosas que pronto serían temidas en sus países de origen: asesinato, extorsión, coacción contra miembros de familias, manipulación psicológica y uso de drogas, y técnicas de tortura, incluyendo la electrocución, e incluso los puntos nerviosos sensibles y específicos a los que se podría aplicar, solo por nombrar algunas de las cosas que aprendieron.


Antes de Condor, los primeros laboratorios para este tipo de formación fueron Guatemala y Vietnam. En Guatemala fuerin asesinadas alrededor de 200,000 personas entre el golpe de 1954 y 1996, muchas de ellas siendo víctimas, primero, de un programa de asesinato y guerra paramilitar liderado por EEUU en la década de 1950 y, durante la década de 1960, siendo víctimas de un programa de contrainsurgencia que incluía bombardeos, secuestros y torturas. y el asesinato de "comunistas y terroristas" -el primer caso de desapariciones masivas en América Latina, y todo ello enseñado y facilitado por las fuerzas de seguridad estadounidenses.

Paralelamente a esto se llevó a cabo el Phoenix Program dirigido por la CIA en Vietnam, en el que las fuerzas estadounidenses financiaron, dirigieron y supervisaron una campaña de asesinatos, terror y tortura llevada a cabo por lugareños de Vietnam del Sur contra el Viet Cong y, especialmente, sus simpatizantes civiles. Las atrocidades resultantes no impidieron que informaciones surgidas de la experiencia de Phoenix se incluyera en los manuales de formación para futuros operativos de Condor.

Vietnam del sur, 1965: ROJO, zonas en manos del VietCong, AZUL, zonas en manos del gobierno títere al servicio de EEUU. El Phoenix Program intentó dar la vuelta a la situación mediante el uso masivo del terror contra la población civil -en vano.

Además de esto, EEUU también sentó las bases para Condor al instigar y formalizar un frente unificado y anticomunista entre los poderosos militares latinoamericanos. El gobierno de EEUU había estado advirtiendo a sus comandantes sobre la amenaza comunista desde al menos 1945, y el dinero, las armas y el entrenamiento de los Estados Unidos pronto siguieron a esas advertencias. Esta situación escaló después de la revolución cubana de 1959, con el presidente John F. Kennedy emitiendo la doctrina de Defensa Interna y Desarrollo (Internal Defense and Development, IDAD) que alentó la represión militar en la región, y la Conferencia de Ejércitos Americanos (Conference of American Armies, CAA) que se celebró anualmente a partir de 1960. Como describió más tarde un cable del Departamento de Estado de 1971, "es especialmente deseable que países vecinos como Argentina y Brasil colaboren de manera efectiva con las fuerzas de seguridad uruguayas y, cuando sea posible, debemos alentar dicha cooperación".

Al igual que la SOA y las redes de telecomunicaciones de EEUU, la CAA era parte de una estructura de seguridad nacional mas amplia de EEUU en el hemisferio que finalmente se convirtió en el esqueleto de Condor. El estatuto de la CAA definía la misión de sus ejércitos miembros como "proteger el continente de la acción agresiva del Movimiento Comunista Internacional", y las primeras reuniones giraron en torno a muchos de los sellos distintivos de Condor: luchar contra la "agresión comunista", compartir inteligencia sobre subversivos, y un sistemas de escuelas, redes de telecomunicaciones y programas de formación para tal fin. En una reunión de 1966, el dictador militar de Argentina planteó la creación de "un centro de inteligencia coordinado entre Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay", mientras que siete años después, el jefe del ejército de Brasil sugirió "extender el intercambio de información" entre los asistentes para "luchar contra la subversión".

EEUU asumió después un papel de liderazgo en el establecimiento de las agencias de espionaje de las dictaduras posteriores al golpe que proporcionaron los soldados rasos de Condor, incluida La Técnica de Paraguay, SNI de Brasil y, por supuesto, la DINA. Contreras luego acusaría que los oficiales de la CIA enviados para hacer los honores asegurando que en realidad "querían permanecer en Chile, haciéndose cargo de los puestos principales de la DINA", una idea que Pinochet rechazó.


Si bien fue sancionada por sus fuerzas de seguridad y funcionarios de alto rango, la participación de EEUU a veces suscitó objeciones, incluso horror en los escalones inferiores de la jerarquía. La embajada de EEUU en Argentina advirtió a Kissinger en 1976 que el "tipo de contraviolencia" empleado por la dictadura del país "podría eventualmente crear más problemas de los que resuelve" y que "muchos de los que anteriormente apoyaron al gobierno [sic] han sido alienados por su tolerancia hacia los excesos por parte de las fuerzas de seguridad, que a menudo involucran a personas inocentes". Se hizo eco de la indignación abierta de un funcionario de la embajada de Guatemala en 1968, quien preguntó: "¿Es concebible que estemos tan obsesionados con la insurgencia que estemos preparados para racionalizar el asesinato como un arma aceptable de contrainsurgencia?".

Cuanta más información obtenemos, más se evidenciará la profundidad de la complicidad del gobierno de EEUU. La revelación de este año de que la empresa de criptograma suiza Crypto AG era en secreto una tapadera de la CIA, que le dio a la agencia una puerta trasera a las comunicaciones cifradas de los gobiernos que lo utilizaron, y sugiere que el gobierno de EEUU probablemente estaba al tanto de lo que los miembros de Condor estaban haciendo, en tiempo real. Después de todo, los países de Condor habían construido toda su red de comunicaciones alrededor del hardware de Crypto AG.

Sede de la empresa suiza Crypto AG, que dejó de existir en 2018

"NO HAY REGLAS"

El hecho de que el gobierno de los Estados Unidos estuviera detrás de una campaña secreta de terror político y represión por todo el continente habla de la paranoia de las élites del país, animadas por el creciente poder de la Unión Soviética y los movimientos que se consideraba que podía manipular. Como dijo el Doolittle Report de 1954, cuando uno "se enfrenta a un enemigo implacable cuyo objetivo declarado es dominar el mundo por cualquier medio... no hay reglas en ese juego", "no se aplican las normas aceptables de conducta humana" y "deben reconsiderarse los viejos conceptos estadounidenses de 'juego limpio' ".

No es de extrañar que los funcionarios empapados de sangre de los países Cóndor vieran almas gemelas en sus homólogos estadounidenses. "Lo único que nos separa son nuestros uniformes, porque los hombres de los ejércitos de América creo que nunca se han entendido antes entre ellos tan bien como lo hacemos en este momento", dijo el comandante del estado mayor conjunto de Uruguay en una reunión de 1975 de la CAA. "Existe una coordinación entre los ejércitos del continente para combatir e impedir la infiltración marxista o cualquier otra forma de subversión".

Lo que esto significó en la práctica es que el gobierno de EEUU se metió en la cama no solo con autoritarios y dictadores, sino incluso con fascistas absolutos.

Noam Chomsky ha señalado los paralelismos entre el pensamiento fascista y la "doctrina de seguridad nacional" que impulsó la represión de los dictadores latinoamericanos, con su creencia en la preeminencia del Estado sobre el individuo y en la guerra permanente. Pero los funcionarios estadounidenses también se dieron cuenta de ello. Como señaló Shlaudeman, las dictaduras latinoamericanas fueron impulsadas no solo por el antimarxismo, sino por una ideología nacionalista "desarrollista" en la que los establecimientos militares se asociaron con tecnócratas para lograr la industrialización.

"El desarrollismo nacional tiene paralelos obvios y molestos con el nacionalsocialismo", escribió. "Los opositores a los regímenes militares los llaman fascistas. Es un peyorativo eficaz, sobre todo porque se puede decir que es técnicamente exacto".


Estos paralelos eran más horriblemente evidentes en el trato que los militares daban a los disidentes. Como han señalado figuras como el fotógrafo João de Carvalho Pina y el historiador Daniel Feierstein, el hacinamiento, el hambre, las torturas y el trato deshumanizador general de los prisioneros por las dictaduras de Cóndor guardaban obvias similitudes con las condiciones de los campos de concentración nazis.


Pero iba más allá de los simples paralelos. Los campos argentinos estaban impregnados de nazismo: decorados con esvásticas y retratos de Hitler, grabaciones de discursos nazis resonando en las instalaciones, prisioneros pintados con esvásticas y obligados a gritar "Heil Hitler", con torturas especialmente sádicas reservadas para los prisioneros judíos. Después de todo, los ex nazis fugados habían sido bienvenidos en las dictaduras militares latinoamericanas, incluido el exjefe de la Gestapo en Lyon, Klaus Barbie. Buscado en Francia por crímenes atroces, Barbie se trasladó a Bolivia, enseñando tortura y represión a oficiales militares de todo el continente, antes de ayudar a organizar el "Golpe de cocaína" en el país en 1980 y asumir un papel en la dictadura militar que siguió a continuación.

Documento policial de Klaus Barbie, que se camuflaba bajo el nombre Klaus Alrmann

Los ex fascistas "se infiltraron en varios sectores de la Sociedad Argentina", explica el periodista argentino Tomás Eloy Martínez. "Sería útil preguntarse si es sólo una coincidencia que el uso de la tortura haya alcanzado tales alturas de crueldad y sofisticación. Debemos seguir preguntándonos si la aparición de campos de concentración, fosas comunes y cientos de cuerpos flotando en los ríos argentinos después de 1974 es mera coincidencia".

Esta conexión con los fascistas europeos vincula a Condor con otra iniciativa anticomunista secreta en todo el continente: el programa Stay Behind en Europa liderado por la OTAN, el más famoso de los cuales fue la Operación Gladio en Italia. Al igual que Cóndor, los ejércitos Stay Behind eran una red ideada y respaldada por EEUU formada por paramilitares locales de derechas, destinados a activarse en caso de invasión comunista o simplemente su victoria electoral, y que, mientras tanto, llevaron a cabo una campaña de asesinatos, desestabilización y violencia política generalizada en sus países de origen. Y al igual que Condor, emplearon a neofascistas y "ex" fascistas, generalmente en alianza directa con las fuerzas de seguridad de alto rango de sus países.

Las conexiones entre los dos programas fueron numerosas. Antes de ayudar a Barbie a escapar a Sudamérica, el gobierno de los Estados Unidos lo utilizó como reclutador para las redes Stay Behind en Europa. Funcionarios de la CIA como Vernon Walters y Duane Clarridge se esforzaron en las operaciones Stay Behind en Eurasia antes de supervisar la represión derechista en la frontera sur.

Fue la organización neofascista Avanguardia Nazionale  vinculada a Gladio, contratada por la DINA, la que llevó a cabo el fallido atentado contra la vida de Bernardo Leighton. Agentes de la DINA e incluso el propio Pinochet se reunieron antes del asesinato con su líder, Stefano Delle Chiaie, quien luego trabajó para la DINA y, según afirmó, ayudó a crearla, antes irse a servir junto a Barbie en el gobierno golpista de Bolivia. Delle Chiaie también se reunió personalmente con Pinochet pocos días antes de que el dictador chileno formalizara la creación de Condor, y poco después llegó a Chile para ponerse a trabajar.

Licio Gelli, miembro de la logia masónica italiana de extrema derecha Propaganda Due (P-2)

Particularmente notable fue el poderoso empresario fascista Licio Gelli ("Soy fascista y moriré fascista", dijo una vez ), gran maestro de la logia masónica italiana derechista Propaganda Due (P-2), cuyos miembros abarcaban prácticamente todos los segmentos del establishment italiano, incluido el futuro primer ministro Silvio Berlusconi. Gelli y la P-2 trabajaron estrechamente con la CIA y la red Gladio para manipular la política italiana, "asegurándose cuidadosamente de que el Partido Comunista nunca creciese", como explicó en 2008. Durante la década de 1970, él y la logia cumplieron una doble función en Argentina, insertándose en los más altos niveles empresariales y de gobierno del país, siendo Gelli "un motor clave en el desarrollo de la continuidad entre la democracia y terrorismo de Estado durante el período que va de 1974 a 1981", como escribió el sociólogo Claudio Tognonato .

ABN y WACL, dos piezas claves en las estructuras anticomunistas globales de EEUU (FUENTE)

En otras palabras, hay más de un indicio, como ha argumentado McSherry, de que "las fuerzas estadounidenses transfirieron el modelo Stay Behind a América Latina" en forma de programas como Condor. Como revelaron los Papeles del Pentágono, el gobierno de EEUU ya lo había hecho en otro teatro de la Guerra Fría, Vietnam, donde en 1956 asignó a una unidad de fuerzas especiales "la misión inicial de preparar organizaciones Stay Behind en Vietnam del Sur, justo debajo del Paralelo 17, para llevar a cabo una guerra de guerrillas en caso de una invasión abierta de las fuerzas norvietnamitas".

Pero la evidencia también insinúa algo más oscuro: un "acuerdo global antimarxista", en palabras del testimonio judicial de Michael Townley, el agente de la DINA detrás de los asesinatos de Prats, Leighton y Letelier.


EL CÍRCULO SE CIERRA

Aunque Cóndor ha terminado hace mucho tiempo, su lenguaje y prácticas continúan resonando hoy.

Según Brulin, fue con el ascenso de Ronald Reagan a partir de 1981 que el belicoso discurso político en torno al terrorismo que había inundado a los países Cóndor contagió a Estados Unidos, con la retórica "antiterrorista" de Reagan inicialmente centrada en Centroamérica. A medida que pasaron los años, su espíritu continuó acechando la política estadounidense, incluso cuando el foco de atención se desplazó hacia el Medio Oriente.

"Todo lo que Estados Unidos ha estado diciendo después del 11 de septiembre es algo que Reagan estuvo diciendo sobre América Central y del Sur en la década de 1980, y lo que los oficiales estadounidenses estuvieron diciendo a los dictadores latinoamericanos en las décadas de 1950 y 1960", dice Brulin. "Y siempre basado en la misma mentira: sobre qué fuerte era el enemigo y sobre qué estamos haciendo al respecto, que en el mundo real significa usar escuadrones de la muerte".


Por supuesto, no fue solo discurso. Es imposible hablar de los detalles de Condor sin pensar en la "guerra contra el terror" lanzada por George W. Bush hace casi veinte años.

"Hemos sido testigos del uso por parte de las fuerzas antiterroristas estadounidenses de desapariciones, entregas transfronterizas, tortura, 'sitios negros' secretos ubicados en otros países, etc., aprobados por las autoridades civiles", dice McSherry. "Todos estos métodos caracterizaron la Operación Cóndor".

"Ha habido otras manifestaciones de prácticas similares a las de Cóndor que han tenido lugar y están ocurriendo en las décadas posteriores", dice Francesca Lessa, quien está investigando los crímenes y la responsabilidad de Cóndor en la Universidad de Oxford. "Si piensas en las prácticas de entrega clandestina en la guerra contra el terrorismo, por ejemplo, esas tienen todas las características de lo que solía ser Condor en América Latina varias décadas antes".

Incluso la tortura empleada por los operativos de Cóndor, como amenazar con matar o violar a los seres queridos, condiciones miserables que obligan a la dependencia total de los captores y simular ahogamiento, fue en muchos casos exactamente las mismas técnicas utilizadas por las fuerzas estadounidenses contra los terroristas acusados ​​y que les habían sido enseñadas a las fuerzas latinoamericanas por parte de oficiales estadounidenses décadas antes.

El New York Times hablando de la "salvadorización" de Irak, en referencia al uso de escuadrones de la muerte tras la ocupación del país por EEUU

A medida que avanzaba la "guerra contra el terror", hemos visto que algunos de los sellos distintivos de las operaciones de Condor se volvían cada vez más contra la población nacional de EEUU. Esto ha sido particularmente cierto con Donald Trump, quien, a veces ante el entusiasta aplauso de los políticos liberales, ha criticado repetidamente a los socialistas y otros enemigos domésticos, y más recientemente se ha involucrado en una variedad de comportamientos que serían familiares para las víctimas de Cóndor: la retórica de la ley y el orden, las amenazas de declarar terroristas a los disidentes y las enormes exageraciones sobre el poder de los grupos a los que se opone. Quizás lo más alarmante es que los secuestros callejeros y otras tácticas de contrainsurgencia aparentemente se han convertido en elementos legítimos de la aplicación de la ley bajo su presidencia.

Irónicamente, esto ha sucedido al mismo tiempo que los perpetradores de Condor y sus gobiernos miembros se han enfrentado cada vez más a la justicia, exponiendo más sobre su funcionamiento en el proceso. Si bien la impunidad se mantuvo firme en el hemisferio hasta la década de 2000, las campañas y los esfuerzos legales de los sobrevivientes y las familias de las víctimas han cambiado todo eso, ayudados por un vasto e incriminatorio rastro de documentos de archivo creado, irónicamente, por la naturaleza altamente organizada y transnacional del programa.


Según las cifras compiladas por Lessa en su Operación Cóndor project, desde la década de 1970 se han realizado cuarenta y cuatro investigaciones penales sobre delitos relacionados con Cóndor en ocho países. Entre ellos se incluyen no solo los países miembros de Condor, sino también Italia, Francia y Estados Unidos.

Veintiocho de estas investigaciones han concluido con al menos una sentencia inicial, dice Lessa, que ha visto a 118 acusados ​​condenados por delitos contra 213 víctimas. Entre ellos se encuentran los veinte agentes de la DINA procesados ​​por actividades de Cóndor en 2018, la condena en 2016 de dieciocho exmilitares argentinos por su participación en Cóndor y el propio Contreras, quien fue sentenciado a 526 años de prisión en 1995 y murió en la cárcel dos décadas después. Según el recuento de Lessa, actualmente hay dos juicios en curso y doce investigaciones en la etapa previa al juicio.


En un poco de justicia poética del mundo real, ahora son los perpetradores de Condor los que parecen no tener dónde esconderse. Tras años de presión de quienes presionan para que se haga justicia se vieron reforzados por el arresto de Pinochet y su detención durante casi dos años en Londres, cuya orden se basó en parte en un crimen de Cóndor, y que estableció firmemente que las personas realmente pueden ser procesadas por crímenes de lesa humanidad, independientemente de dónde estuvieran, dónde se cometieron los delitos y la nacionalidad de todos los involucrados. Aunque escapó de la extradición, abrió la puerta a su acusación de 2004 en Chile, que a su vez allanó el camino para nuevos intentos de justicia retroactiva por los crímenes de la dictadura.

"El caso Pinochet en 1998 fue de hecho fundamental para impulsar los esfuerzos de justicia internacional en América del Sur y más allá", dice Lessa. "Pero si la demandas de justicia y los esfuerzos preexistentes por lograrla no hubieran existido incluso antes, el caso Pinochet podría no haber sido suficiente por sí solo".

Las repercusiones se sintieron más allá de Chile. El arresto de Pinochet y la investigación de oficiales militares argentinos en tribunales extranjeros impulsaron una serie de nuevos juicios e incluso arrestos y acusaciones en Argentina por crímenes de la era Cóndor, lo que llevó a la anulación de 2003 de las leyes de amnistía del país, utilizadas para proteger a los violadores de derechos humanos durante décadas. Un año después, un tribunal argentino declaró que el plazo de prescripción no se aplicaba a los delitos contra los derechos humanos, en un caso relacionado con el asesinato de Carlos Prats en 1974.

Estudiantes del Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en materia de Seguridad (antes Escuela de las Américas) y estudiantes de la Escuela de Instrucción y Capacitación Técnica de Pequeñas Embarcaciones Navales realizan un asalto conjunto en un campamento de narcóticos simulado durante un ejercicio de entrenamiento de campo.

La represión transnacional ha dado paso a la justicia sin fronteras, aparentemente. Tan solo en 2019 se vio a Adriana Rivas, exsecretaria de Contreras y presuntamente uno de los "torturadores más brutales" de la DINA, arrestada en Australia (su extradición a Chile fue aprobada a finales de octubre de 2020), mientras que un exoficial naval uruguayo fue sentenciado a cadena perpetua en Italia. sobre su papel en Condor. La sentencia más reciente fue dictada hace apenas unos días, con cuatro ex agentes de seguridad argentinos condenados por una serie de delitos, incluido el secuestro y la detención de dos niños pequeños, mostraleán la tortura de su madre y luego abandonadoálos en una plaza pública en Chile.

Mientras tanto, continuamos enterándonos de más cosas sobre el programa que alguna vez estaba  oculto en las sombras. En 2019, el gobierno de EEUU publicó decenas de miles de páginas más de archivos previamente secretos relacionados con la dictadura de Argentina durante los años del Cóndor. Entre las revelaciones: que en septiembre de 1977, "representantes de los servicios de inteligencia de Alemania Occidental, Francia y Gran Bretaña habían visitado la secretaría de la organización Cóndor en Buenos Aires... para discutir métodos de cara a la creación de una organización antisubversiva similar a Condor".

Documento desclasificado de EEUU sobre la reunión de representantes de servicios de inteligencia europeos con miembros de la Operación Cóndor en 1977 (FUENTE)

Con los veteranos de las brutales guerras contrainsurgentes de Francia en Argelia y Vietnam habiendo transmitido su propio entrenamiento y experiencia a sus homólogos latinoamericanos, tal vez algún día descubramos que el "acuerdo global antimarxista" del que Condor era parte de algo incluso más amplio de lo que pensamos.

UNA HISTORIA REESCRITA

Como se suele contar, la historia del siglo XX es algo así como esto: después de unirse brevemente para derrotar al fascismo, EEUU y la Unión Soviética convirtieron el resto del siglo en una lucha de ideologías, que siempre amenazó con desatar, pero nunca lo hizo, una guerra total entre las grandes potencias. Sin un disparo, el capitalismo de libre mercado ganó, gracias a los corazones y las mentes conquistados por el poder de la televisión, las hamburguesas con queso y los prácticos electrodomésticos.

Pero programas como la Operation Condor muestran esa historia bajo una luz muy diferente. Con ella en mente, ese triunfo parece intensamente violento, uno en el que el gobierno de EEUU se alió rápidamente con autócratas e incluso fascistas para atacar la democracia y reprimir brutalmente los movimientos populares de todo tipo en todo el mundo, para evitar que sus objetivos de un mundo más justo e igualitario amenazasen los intereses comerciales y estratégicos occidentales. Y con ese sistema económico que ahora se tambalea bajo el peso de varias crisis, las medidas represivas reservadas durante mucho tiempo para el resto del mundo se están volviendo cada vez más visibles en casa, a medida que un público estadounidense agitado se vuelve cada vez más rebelde frente a sus propios gobiernos debido al declive de su nivel de vida.


Es un episodio especialmente relevante para la era posterior a Trump, donde agencias como la CIA se han rebautizado con éxito como defensores de la democracia y de los valores liberales frente al fascismo inminente. Nos recuerda la brutalidad sin adornos y bien organizada que se esconde detrás del orden global que heredaron Trump y sus predecesores, una brutalidad a veces neofascista diseñada y dirigida por esas mismas agencias para proteger el poder de la élite y los intereses comerciales.

Un temor bien fundado al fascismo y la subversión de la democracia seguirá siendo una parte clave del discurso político de EEUU mucho más allá de Trump. Examinar el legado de la Operación Cóndor debería llevarnos a pensar en qué instituciones en la vida estadounidense han sido más hostiles a la democracia y, cuando el momento lo requiere, han estado ansiosas por alinearse con los fascistas. Pero también nos recuerda que, frente a la lucha popular, incluso esta violencia tiene una duración determinada y su impunidad no dura eternamente.

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