Zamora en la obra de Élisée Reclus
por Carlos Coca Durán
El francés Élisée Reclús, fue uno de los más importantes geógrafos de su tiempo. Nació en la Gironda en 1830, perteneciendo a una familia que alcanzó enorme notoriedad en el mundo de las ciencias, sus ilustres hermanos: Élie (mitólogo y etnógrafo), Onésime (geógrafo), Armand (marino y explorador) y Paul (cirujano).
Desde muy joven se interesó por el conocimiento, contante pasión, desarrollada gracias a los frecuentes viajes por Europa, América y el norte de África, que le pusieron en contacto con destacados intelectuales y a conocer de primera mano la realidad de los diferentes pueblos de la Tierra. Conoció también España en profundidad, visitando ciudades como Barcelona, Madrid, Zaragoza, Burgos o Valladolid. Asímismo tuvo una fuerte conciencia social revolucionaria, sobresaliendo en el campo de la filosofía anarquista, siendo un activo miembro de la Primera Internacional Obrera. A día de hoy, muchas villas francesas, tienen dedicada una calle en su honor, e incluso un volcán, en la región patagónica argentina, lleva su nombre.
En definitiva, una vida fascinante, autor de numerosos estudios geográficos y antropológicos que gozaron de gran prestigio en su época. Como curiosidad, señalar que el popular novelista galo Julio Verne, utilizaba sus textos para ambientar sus narraciones.
Su producción escrita, ha sido traducida a bastantes lenguas, siendo sus enciclopédicas Geografía Universal (1876) y El hombre y la Tierra (1905), sus obras más reconocidas. Otros títulos, como La montaña, Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta o el descriptivo El Arroyo, fueron un verdadero éxito editorial, constituyendo su particular estilo expositivo, una auténtica delicia para el lector ávido de nuestros días.
La geografía física y social de España y Portugal son analizadas, fundamentalmente en su colosal obra Geografía Universal. La primera traducción al castellano de esta enciclopedia, la realizó el afamado escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, en el año 1906, aunque fue bastante mermada de sus contenidos, siendo reducidos a 6 tomos en español. Blasco Ibáñez era un gran admirador de Reclus, y este fue su particular homenaje al genio francés. Para esa edición, se la tituló Novísima Geografía Universal, siendo corregida y actualizada por su hermano Onésime.
Nuestra provincia, también dejó su particular huella en las páginas de Élisée Reclus, unos escritos bastante desconocidos actualmente, pero que hasta el gran cronista zamorano de comienzos de siglo XX, Ismael Calvo Modroño, cita en su admirable descripción de la provincia. El pasado de Zamora es recordado por el sabio ácrata, quien además, observa la situación estratégica de la región, totalmente infrautilizada: «Descendiendo en el curso del Duero nos encontramos con Toro, y luego Zamora, una vez llamada ‘la bien cercada’, muros contra los cuales se rompió el poder de los moros. Más famosa por las canciones de ‘El Romancero’, que hablan de su gloria pasada, que por su importancia industrial en la España moderna; Zamora es ahora solo una especie de callejón sin salida y, aunque está destinada a encontrarse un día en el eje principal que pondrá a la ciudad de Oporto en comunicación con la Europa continental, está conectada con la frontera portuguesa solo por las malas rutas de mulas que serpentean en los flancos de los promontorios y en las peligrosas gargantas de los torrentes» (RECLUS, 1876).
La dureza de la climatología de la región, es analizada magistralmente, ocupándose de las diferentes comarcas naturales: «En Trás-os-Montes, prologanción occidental de las altas llanuras de Valladolid y Zamora, habrá visto tierras secas, ribazos pelados, horizontes sombríos, cañadas sin agua, arroyos miserables, y después de haber sufrido todo el día el calor y el polvo, se habrá helado de frío por la noche» (RECLÚS; 1906, pág. 40). También, incide en los usos agrícolas: «Vastas extensiones de su meseta, como la Tierra de Campos, son antiguos fondos lacustres de una gran fecundidad, pero de una extremada monotonía, por la falta de variedad en los cultivos y la ausencia de otro arbolado» (RECLÚS; 1906, pág. 280). Esa preocupación por el déficit de arbolado, sobre todo en la zona oriental de nuestra provincia, propia del naturalista moderno, constantemente es remarcada en sus páginas: «En ciertas comarcas no quedan árboles maś que en las soledades, lejos de toda vivienda. En otras, puede caminarse días enteros sin ver uno solo. El campo está reducido a tal desnudez que, como dice el refrán, “la golondrina, para atravesar las Castillas, necesita llevar con ella su provisión de grano”» (RECLUS; 1906, pág. 281).
José Saramago, inicia su Viagem a Portugal en la agreste raya trasmontana; igualmente, Los Arribes del Duero también aparecen en la geografía reclusiana, identificando algunos de los peligrosos pasos naturales en el río, como el temible “Paso de las Estacas”, en este área internacional: «Si se sigue el Duero hasta más allá de los viñedos, se entra en gargantas de austera grandeza, al pie de peñascos inmensos. Poca gente se ve en ellas, y como por casualidad, se distingue un pastor en alguna peña, o una cabra ramoneando un arbusto a 500 pies por encima de las aguas, o algún contrabandista que por agrios vericuetos pasa de Portugal a España o viceversa, atravesando el Duero que, tranquilo, oscuro, angosto, avergonzado de su pequeñez, hace frontera entre ambos reinos. Cerca de Bemposta, pueblo de la meseta de Trás-os-Montes junto a la confluencia con el Tormes, río español, el Duero rodea sigilosamente el Peñasco de Penedo. Desde Portugal se salta fácilmente a la roca, y desde esta a España, con no menos facilidad» (RECLUS; 1906, pág. 404). Además, leemos: «Más abajo de Zamora, acrecienta el caudal del Duero el lindo Esla (…). Al confluir con el Esla, convertido ya el Duero en frontera entre España y Portugal, se mete por un desfiladero hondo, estrecho y tortuoso, cuya pared izquierda se abre para dar paso al claro Tormes, que viene de Salamanca por la Sierra de Gredos» (RECLUS; 1906, pág. 282).
Las dificultades económicas de la época son desgranadas minuciosamente, la nefasta gestión gubernamental, a su parecer, era la causa de múltiples defectos: «Si los habitantes de Castilla no hubiesen vivido sometidos durante siglos a un regimen fatal, política y administrativamente, habrían utilizado mejor las ricas tierras que bañan el Duero, el Tajo y el Guadiana. Si la densidad de población en ciertas provincias castellanas es apenas de 13 habitantes por kilómetro cuadrado, hay que acusar de esto al hombre más que a la tierra» (RECLUS; 1906, pág. 287). La educación, a su entender, era una buena propuesta para iniciar ese necesario cambio: «Lo que más falta en el pueblo español es ese caudal de conocimientos primarios que se adquiere en las escuelas. Estas contribuyen poco aún a la cultura general, por la escasez de recursos y por el abandono y pobreza de los maestros» (RECLUS; 1906, pág. 384). Idénticamente, el Reclus más interesado en las cuestiones antropológicas, profundiza en el análisis humano: «Los habitantes mismos se parecen singularmente a la tierra que los sostiene. Las gentes de León y de las Castillas son serias, parcas de palabra, de actitudes majestuosas, sin altibajos de humor; incluso cuando se alegran, se comportan siempre con dignidad; los que conservan las antiguas tradiciones, siguen hasta en sus menores movimientos una etiqueta pesada y monótona. Sin embargo, también les gusta la alegría a su debido tiempo, y hay que recordar sobre todo a los manchegos por la agilidad de su danza y la alegre sonoridad de su canto. El castellano, aunque siempre amable, es orgulloso entre los orgullosos. “¡Yo soy castellano!” Esta expresión tenía para él el valor de un juramento, y pedirle más hubiera sido insultarle. No reconoce superiores, pero respeta también el orgullo del otro y le muestra en la conversación toda la cortesía que se debe a un igual. El término hombre que los castellanos y, siguiendo su ejemplo, todos los españoles utilizan para interpelarse no implica ni subordinación ni superioridad, y se pronuncia siempre con un tono altivo y digno, como procede entre hombres de igual valor» (RECLUS; 1876, pág. 688). Añade incluso: «Puede decirse que España es el país más democrático de Europa. La democracia no está consignada en las leyes, pero existe en las costumbres, como un elemento tradicional, a pesar de la Historia» (RECLUS; 1906, pág. 286). Y recupera la tradición política medieval para justificar este igualitarismo: «A principios del siglo XI, doscientos cincuenta años antes que se hablase en Inglaterra de institutuciones representativas, ciudades de León, de las Castilla y de Aragón, se administraban por sí mismas y traducían sus usos y costumbres en leyes. Los soberanos no podían entrar en las poblaciones sin previo consentimiento de su municipalidad. Gracias a esta autonomía que proporcionaba a los españoles inmensas ventajas sobre los otros pueblos de Europa, las ciudades y villas de la península progresaron rápidamente en industria, comercio y cultura. (…) Muchas ciudades hasta comenzaron a librarse del yugo eclesiástico» (RECLUS; 1906, pág. 273).
Reclus, fiel al análisis libertario, realiza una demoledora crítica sobre la institución universitaria salmantina, advirtiendo de los graves problemas académicos que padecía. Sus reflexiones no tienen desperdicio, escribe lo siguiente: «La despoblación y la ruina no hubiesen sido más que una desgracia secundaria, capaz de remediarse con el tiempo, a no haber ido acompañadas de un embrutecimiento general de los habitantes. La famosa Universidad de Salamanca y las demás escuelas del país se convirtieron poco a poco en colegios de depravación intelectual. En vísperas de la Revolución Francesa los profesores de la universidad salmantina “Madre de todas las ciencias”, se resistían aún a hablar de la gravitación de los astros y de la circulación de la sangre. El descubrimiento de Newton y del de Harvey, precedidos por el glorioso Servet, eran considerados por los sabios de Castilla como abominables herejías. Ellos se atenían en todo al sistema de Aristóteles “único conforme con la verdad revelada”. Si tal era la situación de las Universidades, júzguese de la profunda ignorancia y las alucinaciones infantiles de los habitantes de las provincias lejanas, a muchas de las cuales no llegaba en todo un siglo, un viajero que trajese con él los ecos del mundo exterior» (RECLUS; 1906, pág. 289).
Por último, me ha parecido muy oportuno, incluir los habitantes de los principales municipios de la región, aportadas en la enciclopedia geográfica del erudito galo. Las cifras, recogidas en la edición francesa de 1876: Zamora, aproximadamente 9.000 habitantes; Salamanca, unos 13.500; Valladolid, alrededor de 60.000; León, unos 7.000; o Segovia, otros 7.000. En la edición de 1906, tomadas del censo de 1900: Zamora, 16.287 habitantes; Toro, 8.379; Benavente, 4.959; Salamanca, 25.690; Valladolid, 68.789; León, 17.022; Ponferrada, 7.188; Ávila, 11.885; Medina del Campo, 5.971; o Medina de Rioseco, 5.007.