Anarquismo y ciencia en tiempos de Coronavirus
«Representa el anarquismo un ensayo de aplicación de las generalizaciones obtenidas por el método inductivo-deductivo de las ciencias naturales a la apreciación de la naturaleza de las instituciones humanas, así como también la predicción sobre la base de esas apreciaciones, de los aspectos probables en la marcha futura de la humanidad hacia la libertad, la igualdad y la fraternidad.»
La ciencia moderna y el anarquismo, por Piotr Kropotkin
En el contexto de la Ilustración, el anarquismo originario se alineó con el desarrollo de la ciencia registrado en los siglos XVII al XIX. Creyó en una ciencia racionalista que puso freno al oscurantismo, la superstición, las creencias inquisitoriales, la represión, la ignorancia, la pobreza, la esclavitud; una ciencia que contribuyó a la transformación social acabando con los modelos absolutistas y de servidumbre de las monarquías del Antiguo Régimen. La ciencia durante estos siglos jugó un papel revolucionario y el anarquismo valoró y coincidió con esa perspectiva por la que el conocimiento pasó a ser utilizado como herramienta para la liberación colectiva.
«Desechando lo absoluto en todos los órdenes y ensanchando lo relativo en ilimitados términos». Con esta máxima a finales del siglo XIX del anarquista coruñés Marcial Lores recogida en la publicación de la Asociación Isaac Puente de 2010 Creencia y ciencia se aboga por «una ciencia despojada de prejuicios, que experimente en libertad en búsqueda del conocimiento».
El anarquismo como filosofía política compartió estos postulados de libertad, de relativismo, que le permitieron iluminar nuevos tipos revolucionarios de relaciones humanas, de poder, económicas, sociales… que se manifestarían en los modelos teóricos y prácticos de las sociedades libertarias.
Ciertamente este apoyo no fue uniforme, no se trató de una relación siempre idílica entre la ciencia y el anarquismo sino que osciló desde el entusiasmo del «anarquismo científico» del naturalista Piotr Kropotkin, pasando por Élisée Reclus o Errico Malatesta hasta los reparos y advertencias de Mijaíl Bakunin sobre los riesgos de nueva alienación que suponía delegar en la ciencia el viejo poder abolido, trasladar la fe y creencia en la religión por la fe en la ciencia positivista hasta considerarla como el nuevo dios que todo lo sabe, nos guía y todo lo resuelve.
Con el paso del tiempo, la ciencia ha ido dejando de lado sus convicciones progresistas y de mejora de la vida de la población para convertirse en una herramienta más al servicio de un sistema social clasista, capitalista, que todo lo mercantiliza, hasta la salud, como estamos comprobando en esta pandemia del coronavirus.
Por su parte, Paul K. Feyerabend, ampliando horizontes, en su obra de 1975 Contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, se muestra contrario a una visión exclusivamente racionalista de la ciencia señalando que hay que tener en cuenta otros recursos irracionales, emocionales, dado que, al fin y al cabo, la ciencia no deja de ser uno más de los contextos en los que debe aflorar el carácter humano. En el proceso de la investigación científica realista y racional obsesionada con las normas y su cumplimiento, puede ser positivo prescindir de una normativa rígida, ignorar el método científico si fuera preciso y abrirse a una nueva senda de libertad que nos conduzca a hallazgos insospechados.
Es con este enfoque alternativo, subversivo, extraño a los cánones de la oficialidad academicista con el que «el anarquismo puede procurar, sin duda, una base excelente a la epistemología y a la filosofía de la ciencia». Para este anarquismo epistemológico de Feyerabend, «Si todo vale, no hay obstáculos para el conocimiento».
No hay que tener miedo a mantener una menor atención al orden y la ley en la ciencia, lo mismo que no hay que tenerlo a aquellas experiencias y sociedades regladas por la filosofía anarquista. Como nos recordó Albert Einstein «La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginación circunda el mundo».
Intentando que nuestra mirada no sea etnocéntrica (la Malaria, por ejemplo, provoca 600.000 muertes al año), la realidad es que en los países más desarrollados, vivimos unos momentos sorprendentes de estado de alarma, con un tercio de la humanidad confinada en sus casas para que la pandemia del coronavirus no se siga expandiendo y causando una saturación del sistema sanitario que conlleve millones de muertes. Este hecho ha provocado una parálisis de la economía capitalista globalizada con implicaciones sobre el modelo social y de consumo en que prácticamente está inmerso todo el planeta y, paradójicamente, estamos observando las ventajas que tiene esta situación de decrecimiento real. Se ha reducido la emisión de gases contaminantes y mejorado la calidad del aire; se ha frenado el proceso de turistificación y gentrificación; hay síntomas del renacimiento de cierta flora y fauna; están proliferado espontáneas iniciativas de redes de apoyo mutuo; descubrimos nuevas formas de relacionarnos y repensar el cuidado de las personas mayores; valoramos más la salud laboral; se ha frenado el frenesí consumista; surge la creatividad y la originalidad de nuestra expresiones, afectos y relacionales vecinales…
Sin embargo, la actualidad que sufrimos por la pandemia nos deja interrogantes muy complejos que nos permiten buscar nuevas vías de reflexión colectiva y explorar nuevas experiencias prácticas alternativas. En primer lugar, la pandemia ha provocado un extraordinario problema de salud, de emergencia sanitaria. Ello conlleva reflexionar sobre la necesidad de una sanidad universal; sobre los recortes millonarios económicos y laborales sufridos en el sistema sanitario público tanto en materiales como personal sanitario; en los recursos que dedicamos a la sanidad pública y a la privada; sobre los recortes en los recursos destinados a la investigación, a la ciencia, a la búsqueda de vacunas; sobre nuestra dependencia del exterior e incapacidad propia para producir equipos de protección, respiradores, mascarillas, etc.
Directamente vinculado con este primer ámbito de reflexión, nos encontramos con las deficiencias del deshumanizado sistema de cuidados que tenemos orquestado como sociedad con nuestras personas mayores ahora que se han convertido en el primer grupo de riesgo contra el que el virus arremete con mayor virulencia. Un sistema de residencias mercantilizadas, extraordinariamente privatizado, en manos de fondos buitre, que permite el aparcamiento de las personas mayores porque las exigencias del estilo de vida que nos ha impuesto el capitalismo nos impiden una atención más directa.
E íntimamente relacionado con estos aspectos, surgen los graves problemas de salud mental ocasionados por la falta de afectos, por la soledad del confinamiento en la que vivimos y hemos dejado a nuestros mayores, habiéndose provocado una alteración radical de las normas básicas y ancestrales de convivencia, de relacionarnos con la muerte, de celebrar los sepelios en la mayor deshumanización y soledad en la podíamos jamás soñar. ¿Quién repara todo este dolor?
Un segundo interrogante tiene que ver con la ética, con la moral, con el sistema de valores que regula la toma de decisiones sobre qué enfermo tiene más derecho a la hospitalización en una UCI, a usar el ventilador, el respirador, a quién se propone o elige para salvarle la vida. Estamos ante un sistema utilitarista, despiadado, propio de la sociedad neoliberal pragmática e instrumental, en el que se decide en función de la edad, de la prospectiva de vida del paciente…
Un tercer interrogante es el que se plantea con el dilema de elegir entre la salud y seguridad de las y los trabajadores y población en su conjunto (lo que implica cesar todo tipo de actividad laboral y económica que no esté relacionada con el desempeño de trabajos esenciales para el sostenimiento de la vida) o continuar con la actividad económica aún a riesgo de la salud de la personas. Estamos ante un dilema de claro posicionamiento ideológico. Desde las posiciones libertarias no cabe la menor duda de que la opción pasa por garantizar de manera absoluta la vida y salud laboral frente a cualquier variable económica de recesión, reducción del PIB, etc. Frente al modelo neoliberal y capitalista planteamos un modelo humanista, antiutilitarista, ajeno al egoísmo individual, a la búsqueda imperiosa de la felicidad ligada a cálculos meramente economicistas, como definieron años atrás autores como Alain Caillé, Karl Polanyi o el decrecentista Serge Latouche.
Otro cuarto y extraordinario interrogante está relacionado con el desarrollo tecnológico, el control social de nuestros datos digitales, de nuestras vidas (aplicaciones informáticas, geolocalizaciones, reconocimientos faciales…) y la pérdida de la libertad e intimidad individual y colectiva, con la excusa de que con ello el Estado y la autoridad velan por nuestra seguridad y salud. El lenguaje belicista que se está imponiendo a la hora de analizar la pandemia, la justificación de la presencia de las fuerzas armadas y policía tanto en las calles como en los medios de comunicación, reflejan esa deriva totalitaria y autoritaria del poder y del Estado, dueño absoluto de nuestras vidas, en el que la población solo tiene que obedecer (confinamiento en las casas y salida solo para trabajar y que la economía no se pare).
El ejemplo de China es paradigmático como señala el filósofo Byung-Chul Han en su reciente artículo «La emergencia viral y el mundo de mañana» al describir el funcionamiento de esa sociedad en relación al uso del Big Data para el control y vigilancia digital de la población y a costa de perder la libertad y la intimidad.
Posiblemente y lo más lamentable será que la mayoría de la población no se va a negar al control digital y así defender su liberad porque, hasta ahora, sin que nadie nos lo pidiera de forma obligatoria, esa mayoría estábamos poniendo ya nuestra vida a disposición de las grandes empresas de la comunicación y de las redes sociales en un proceso de irresponsabilidad y renuncia expresa a nuestra intimidad y libertad, ignorando cándidamente que el poder siempre está vigilante y hará uso de todo esa información para garantizar su seguridad y no la nuestra. El control ya existe, como denunciaran Julian Assange y WikiLeaks, pero puede ser un buen momento para reflexionar sobre la escalada que se avecina con el control de móviles y rastreo de nuestros movimientos como una herramienta para luchar contra la pandemia.
Finalmente, y es lo que menos se escucha en el debate público, tendremos que plantearnos, como quinto interrogante, por qué surgen este tipo de epidemias (cada vez más frecuentes) y reflexionar sobre la vinculación que mantiene con el modelo productivo y social en el que vivimos. Reflexionemos sobre el necesario cambio de modelo productivo, económico y social para evitar que este tipo de pandemias se sigan desarrollando a lo largo de los próximos años, como ya vaticinan muchas investigaciones al encontrar vínculos directos entre ese modelo de explotación laboral (con hacinamiento en ciudades contaminadas, personas medicalizadas inmunológicamente vulnerables, esquilmador de recursos…) y la generación de este tipo de enfermedades. En este sentido, Robert G. Wallace, en su libro de 2016, Grandes granjas generan grandes gripes, el grupo Chuang en su publicación de marzo 2020 Contagio social. Guerras de clases microbiológicas en China, muestran la conexión entre la actual agroindustria capitalista, modelo consumista occidental y la etiología de las recientes epidemias (SARS, Ébola, Gripe aviar, Covid-19…).
¿Qué dice la ciencia sobre todas estos grandes interrogantes que nos han surgido?
Actualmente, la investigación científica está inmersa en una carrera mundial por encontrar la vacuna que nos libere a la humanidad del temido Covid-19. Efectivamente, esta es la solución concreta e inmediata a un problema que solo es el síntoma de un gran síndrome que se llama capitalismo, neoliberalismo, darwinismo social…
Se encontrará una vacuna que ayude a acabar con la pandemia, liberarnos de sus efectos mortíferos y al mismo tiempo enriquecer a los grandes grupos empresariales y farmacéuticos (la vacuna no se pondrá al servicio de la población con criterios de equidad social sino al servicio del mercado con precios desorbitados al priorizar los criterios economicistas) pero las soluciones a las pandemias que vendrán en el futuro, fruto del actual sistema económico y social, la ciencia no está en condiciones de darlas porque la ciencia se ha convertido en un eslabón más de ese sistema. La ciencia ha dejado de jugar el papel revolucionario que un día tuvo para convertirse en mera tecnología cientificista, un mero negocio, incapaz de liberar a la humanidad de los antivalores que la regulan, careciendo de cualquier pretensión filosófica y política. La ciencia se ha posicionado, bajo su estigma de neutralidad y objetividad ficticias, al servicio del poder, del Estado, de los ejércitos y las grandes multinacionales, se ha convertido en una herramienta útil para perpetuar el sistema.
Lo que le pide, lo que aporta el anarquismo a la ciencia en estos tiempos de coronavirus, es que sea subversiva, integradora de saberes, holística, humanista, que se independice del poder porque con ello se independizará de su propia e intencionada fragmentación en áreas de investigación inconexas, departamentalizadas y especializadas, como ya señaló Élisée Reclus, y de su propio paradigma metodológico universal y fijo, adoptando una epistemología adaptable a los contextos. La ciencia está constreñida por su método científico rígido con lo que está perdiendo posibilidades de mirar con mayor amplitud lo que sucede en la realidad. Hace falta flexibilidad, adaptabilidad, tener en cuenta al ser humano de forma más integral, como recordaba Feyerabend, para plantear respuestas globales al drama existencial de la vida.
Actualmente las investigaciones científicas son muy parciales, no responden a grandes teorías que den respuesta a las preocupaciones globales de la humanidad. Son además teorías que se plantean desde la competición y la rivalidad, sin compartir ni cooperar.
El virus no se combate desde una ciencia fragmentada sino planteando modelos teóricos que integren todos los parámetros que afectan a la vida y la salud del planeta como, por ejemplo, modelos de prevención sanitaria; modelos urbanísticos y de vivienda alejados del hacinamiento; modelos económicos decrecentistas, anticapitalistas, de economía solidaria y autogestionaria; modelos de explotaciones agrícolas y ganaderas no intensivas, sin macrogranjas ni hacinamiento de animales y desforestaciones, que respeten la soberanía alimentaria; modelos que frenen el cambio climático, apuesten por la sostenibilidad de la vida con nuevo modelo energético y energías renovables; modelos que integren los procesos de robotización y nuevas tecnologías y el reparto del trabajo y la riqueza; modelos sociales asamblearios en los que las decisiones pasen a ser colectivas… En definitiva, modelos globales, científicos no clasistas, antipatriarcales, antirracistas, ecologistas, libertarios.
Rescatemos a la ciencia de su domesticación, de las garras del capital, para que avance y deje ser mera tecnología. Hagamos que vuelva a recuperar su sentido transformador porque son muchos los retos para seguir viviendo.
Recuperemos el ancestral sentido de la ciencia en buscar la verdad y el conocimiento, desde el relativismo, partiendo de la premisa de que la ciencia es la herramienta menos imperfecta que tenemos para seguir avanzando como especie. Así lo viene haciendo desde hace miles de años, en un proceso de experimentación, empírico, de observación, de ensayo y error permanente, antidogmático, incansable.
En este sentido, anarquismo y ciencia pueden volver a las alianzas al compartir parámetros de subversión, espontaneidad, creatividad, arte, cultura, libertad… para ser capaces de dar soluciones colectivas, imaginativas, innovadoras, lejos de las exigencias de los mercados y los intereses comerciales. El dossier que prosigue muestra esta rica relación bidireccional entre anarquismo y ciencia alejada de planteamientos economicistas y utilitaristas.
Desde el mundo del pensamiento y la ciencia se augura que las salidas de esta crisis pueden oscilar entre el fortalecimiento de un capitalismo más totalitario (Byung-Chul Han) o un comunismo reinventado (Slavoj Zizek).
¿Qué análisis se puede hacer desde las posiciones libertarias y anarquistas? Ciertamente, las respuestas de solidaridad y apoyo mutuo empieza a brotar por doquier frente a las concepciones de una sociedad totalitaria, de «Gran Hermano» que todo lo sabe y todo lo ve. Demostremos con nuestras ideas y prácticas anarquistas que la salida real, la que mejorará nuestra vida, solo será si es libertaria, colectiva, autoorganizativa, tejiendo redes de apoyo mutuo y solidaridad