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La Lengua común lo mismo que la Razón no pertenece a la Realidad

Published on: domingo, 9 de mayo de 2021 // ,


Aproximación a los estudios del lenguaje de Agustín García Calvo (Artículo publicado en De la unidad del lenguaje a la diversidad de lenguas, Actas del X Congreso de Lingüística General, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Zaragoza, 2013, pp. 688-700).

por Sonia Petisco


A propósito del título del presente trabajo ante todo importa descifrar qué significa la noción «la Lengua común lo mismo que la Razón no pertenece a la Realidad». Puede que a muchos de nosotros nos produzca cierta perplejidad esta expresión inicial tan desnuda y en cierto modo tan arriesgada que sitúa a la Lengua, a la Razón como algo ciertamente ajeno a este mundo.

Por lo tanto enseguida vamos a recordar las premisas que el maestro Agustín García Calvo (AGC) instaura para los términos de «lengua» y «realidad». En primer lugar, entendemos «lengua» como sinónimo de «razón», conforme a la antigua proclama de los griegos, para quienes pensar o razonar era lo mismo que hablar; en segundo lugar consideramos el vocablo «realidad» en su sentido etimológico más primario de Res-rei, el tema, el asunto del que se habla. Por tanto, cuando declaramos que la lengua no pertenece a la realidad lo que intentamos subrayar es que de la lengua no se puede hablar pues es ella la que habla, la que dice. En otras palabras, la conciencia del mundo no puede ser una cosa del mundo porque entonces ya no podría hablar de él. Si puede hacerlo es porque queda fuera.
Esta extrañeza o extranjeridad del lenguaje con respecto a la realidad ha sido puesta de manifiesto ampliamente por AGC en sus dialéctica: «no es una razón humana, es la razón que hace y deshace las cosas, y al mismo tiempo que está aquí haciendo y deshaciendo, al mismo tiempo está fuera de todas las cosas» (1). Formulación que pone de relieve la contradicción íntima de Logos y que descentra al ser humano como único poseedor del lenguaje (2).

A lo largo de todo su magisterio, AGC insiste en la urgente necesidad de no confundir este Logos xynos o razón común ‒que está separada de todas las cosas, y que es común a todas ellas– con la Idié phronesis o pensamiento idiomático manifestado a través de los lenguajes particulares:

La lengua común, la razón común no aparecen en la realidad. Serían lo que no se ha reducido todavía a realidad y que está ahí [...] Lo único que en la realidad aparece como lengua son los idiomas. Suelo decir que no hay una realidad común, sino la de cada tribu, que es la realidad establecida y condicionada por el vocabulario semántico de su dialecto o lengua. (3)

En este sentido es decididamente relevante comprender que son los idiomas (el español, el inglés, el euskera, el japonés, etc.) los que a través de las palabras con significado constituyen la realidad o «mundo del que se habla», en contraposición a lo que él denomina «mundo en el que se habla», al que apuntan los elementos mostrativos de cualquier lengua carentes de significado semántico.


Ya en otra ocasión nos detuvimos a analizar esta naturaleza paradójica de la Razón misma, este estar dentro y fuera de la Realidad, este querer que se la nombre y al mismo tiempo permanecer innombrada (4). En aquel momento, y basándonos en el libro Del Lenguaje I (5), señalábamos cómo por debajo del significado de las palabras ideales algo vivo está latiendo, según viene a confirmar el hecho de que, en efecto, en la lengua no todas las palabras tienen significado, sino que encontramos algunas que son asémicas (6). Dejando a un lado artículos, preposiciones, conjunciones ‒que no se ajustan a las condiciones de palabra, y que por tanto quedan fuera de la discusión‒ destacábamos las siguientes:

– No, Acaso, Quizá, Por cierto, Ciertamente.

Elementos interrogativos: ¿Quién, Qué, Cuándo, Cómo?

«Es», «Ha», o «Va a», «Puede», «Debe», «Está» y los demás que se consideran verbos auxiliares; impersonal «Hay».

Elementos mostrativos: Yo, Nosotros, Esto, Mío, Allá, Ayer.

Cuantificadores:

   Indefinidos: Algo, Mucho, Más, Algunos, Bastante, Demasiado.

   Definidos: Todo, Nada, Siempre, Ningún, Nunca. 

Números: Tres, Cinco, Tercero, Quinto, Tres veces.

Entre las citadas palabras asémicas, hay un grupo que interesa especialmente a nuestro objetivo inicial que es éste de desvelar cómo la lengua o razón no pertenece a la realidad. Es el grupo de índices mostrativos, en el que se incluirían, además de palabras, enclíticos o proclíticos de palabras, meras desinencias personales de nuestros verbos, o características de las que se llaman temporales. Se podría decir que estos índices apuntan a un campo pre-gramatical, lugar o mundo sobre el cual actúa y se teje el sistema de la gramática y del vocabulario idiomático de cada lengua particular.

Se establecen así dos niveles del lenguaje: a) el nivel de lo subconsciente o lenguaje popular en el que se situarían todos estos elementos mostrativos personales y no personales, los interrogativos, los cuantificadores definidos y no definidos, los auxiliares y la cópula, junto con los fonemas y la prosodia, los índices y reglas sintácticas, sin olvidar la negación que es el corazón de toda lógica; b) el nivel de la cultura, la consciencia y la voluntad, en donde se inserta el vocabulario semántico y los nombres propios de una lengua.

No es difícil distinguir entonces a través de un pequeño gráfico (7) estos dos campos claramente diferenciados pero interactuantes:


Examinando con más detenimiento estos dos ámbitos, podría deducirse que en el nivel más superficial del lenguaje, las cosas son lo que son, es decir están definidas mediante el vocabulario. Mientras que en el nivel más profundo del lenguaje ‒áquel que se correspondería con una especie de gramática común al uso de Chomsky– las cosas no son lo que son, no están sometidas a un nombre, simplemente están ahí, las hay: «yo», «tú», «ahí», «aquello», «¿quién?», «¿dónde?», «allá», «esto», etc., no son nada semánticamente definido sino solamente apuntado en el acto de hablar de ellos.

Tomemos un ejemplo más concreto para ejemplificar estos dos niveles acudiendo a dos de los implementos que todas las lenguas usan: uno es el verbo «haber» y otro es la cópula «ser». Si yo digo «hay rosas», el implemento «hay» (gracias al índice mostrativo que lleva incorporado) remite al campo de la subconsciencia técnica, al mundo en que la cosa está diciéndose, en tanto que si digo «eso son rosas» la cópula «son» no remite ya a tal mundo en donde se habla sino que simplemente establece relación entre partes o elementos del mundo del que se habla, es decir, del mundo de la cultura, la conciencia y la voluntad. AGC se fija sobre todo en el conflicto perpetuo entre estos dos mundos o ámbitos, entre «el haber rosas» y «el hecho de que sean rosas»:

[...] si son rosas, habrán de serlo en sí, eternamente, independientemente del momento en que ello se esté diciendo; en cambio si algo está ahí, se hace sentir por su olor, por sus colores, o como quiera decirse, eso de estar ahí parece que excluye que se le pueda aplicar un término semántico como «rosa» o ningún otro: lo más habría derecho a decir que hay algo, que pasa algo, aquí o allí o donde sea. (8)

Y sin embargo, toda cosa, ‒y entre ellas yo mismo en cuanto ser real‒, nos sostenemos sobre esa pretensión imposible de, al mismo tiempo, estar aquí y podérsenos señalar con el dedo y, a la vez, ser cada uno siempre el que es, idéntico a sí mismo.

Comienzan a distinguirse, por tanto, dos mundos incompatibles entre sí: por un lado, el mundo de la mostración, al que los índices se refieren señalando desde la producción lingüística, y por otro el mundo de la significación, al que pretenden referirse, por su significado, las palabras que lo tienen:


El primer mundo –el mundo de la mostración‒ no está formado por cosas a las que el lenguaje se refiere, no es el mundo que está en el lenguaje, sino áquel donde el lenguaje se produce. No es el mundo del que hablamos, sino que es el mundo en que se habla. Mundo que, mientras no haga más que estar aquí sin que pasemos a hablar de él y venga a ser ya «cosas de las que hablamos», lo desconocemos.

El segundo mundo –el mundo de la significación‒ es el mundo semántico, el mundo de los significados; al que está claro que sin significados no podría hacerse referencia alguna ni ser tal mundo lo que es. Es, por tanto, el mundo del que se habla, y está constituido por el vocabulario de cada idioma particular.

La diferencia esencial entre los dos mundos radicaría en que si bien el mundo del que se habla no está fuera del lenguaje puesto que aparece en el discurso como tema y está en el aparato como vocabulario, por el contrario el mundo en que se habla es un campo exterior al acto de hablar –sino no podríamos decir que este acto se produce en él– (9). Consecuentemente, este mundo o campo en el que se habla no puede describirse gramaticalmente. En él encontramos una doble indefinición: No se sabe ni qué es ni donde está (10). Tan sólo caben trazarse lo que AGC ha denominado como directrices del campo en el que se habla:


En la primera directriz «Yo-Aquí», «yo» todavía no soy nada definido idealmente, todavía no he venido a reducirme a mi definición como agente de la acción lingüística, sino que sólo soy algo que en la acción surge; del mismo modo «aquí» no es todavía un lugar definido.

En lo que concierne a la segunda directriz «Yo-Tú», lo que realmente nos distingue a ti y a mí en el mundo en que se habla no es una diferencia de identidad sino la del tiempo inconcebible de nuestras funciones: «yo» estoy hablando y «tú» estás oyendo. No obstante, esta oposición de competencias distintas en la producción dará lugar a la aparición de una confrontación ya permanente entre tú y yo, precisamente cuando la separación de mí a ti se reinterprete como distancia lineal, y en consecuencia, tú y yo adquiramos alguna forma de fijeza como puntos determinantes de la distancia y por ella determinados.

Respecto a la tercera directriz, «me-nos» consiste en la oposición entre mí y nosotros que va a servir de motivo en este mundo en el que se habla para la aparición del número en el otro. En efecto, en el mundo del que se habla o mundo de las ideas, esta oposición suele entenderse como una distinción entre singular y plural cuando en el campo pre-gramatical se trataba de una oposición no numérica y «nosotros» era simplemente el lugar donde se anula la separación entre tú y yo.

Avancemos en el razonamiento. Estas tres directrices, «yo-aquí», «yo-tú», «me-nos», serían como los ejes de un sistema de referencias que podían servir para determinar los puntos o trayectorias de un espacio, pero que por eso mismo no estaban ellas en el espacio, ni éramos «nosotros» puntos en un espacio, ni de «ti» a «mí» era propiamente una línea geométrica lo que se trazaba. En cambio, la cuarta directriz está formada por los deícticos «esto», «eso» y «aquello» que ya tienen que situarse fuera del sistema de los ejes y ser ya puntos o trayectorias que respecto a estos ejes se determinen de algún modo:

[...] En el momento en que digo «esto», con ello aparece un punto exterior a aquellas directrices de una sola dimensión –que por ser una no es ninguna– que por tanto ha de formar triángulo con respecto a cualquiera de ellas y, por ende, determinar espacio. (11)

La coincidencia es tanto más asombrosa cuando sobre estas cuatro directrices se va a montar todo el engranaje semántico de lo que denominamos Realidad de ordinario, y también en la imaginería científica, a través de un complejo procedimiento de realificación de la lengua que implica la conversión de este campo pre-gramatical indefinido e incontable en un espacio ya concebido que queda sometido al cómputo, y por ende, al tiempo (12), según se ilustra en el siguiente esquema:


Es así, finalmente, como la razón o lengua común ordenada a través de las directrices del campo pre-gramatical que hemos estudiado se va haciendo poco a poco realidad, mundo real mundo conocido. En los fragmentos del libro de Heráclito se la llama entonces de ordinario fuego, como la primera aparición de la razón, Logos, en cuanto real: pyry (13). Y ésta es la asignación paradójica de la Lengua respecto a la realidad que deseamos poner de relieve: por un lado, está absolutamente separada de toda realidad, sino no podría actuar sobre ella, no la podría constituir. Por otro lado, ella se manifiesta «en» y se identifica «con» la realidad misma, en el sentido en que se hace real. Se parte en dos, es decir, que en una de sus mitades se hace realidad e interviene para constituir un cosmos, una ordenación, una visión del mundo.

Tal es la contradicción ad infinitum de la Razón. Ella, de la que se podría decir que es verdad, se ha dedicado a fabricarnos esta ordenación de la realidad, esta componenda o compromiso falaz entre los elementos menos conscientes del lenguaje, como los gramaticales, y aquellos otros que pertenecen a capas más externas o superficiales. Pero es ella al mismo tiempo la que continuamente redime esta mentira, porque no hay otra sino ella, que pueda descubrir la falsedad de la realidad, que pueda decir NO a las diferentes formas de realidad dominantes y endurecidas. Es de este NO de donde deriva toda razón, toda lógica popular, y de donde podrían nacer todas las otras posibles vías de lucha auténtica, de rebelión, de acción contra el mundo real o mundo de los significados, allí donde la razón ha sido reducida a ideas y donde «Yo» que sólo era «uno que dice algo» (gente) he pasado a ser un Yo que ya es «uno del que se dicen cosas y al que se define», es decir, un ser humano tendido en la breve finitud de su vida individual acongojante, pilar fundamental sobre el que se asientan las sociedades democráticas actuales (14).

Por consiguiente, es la Razón, –el lenguaje mismo– la única capaz de denunciar su propia obra, de demostrar que este compromiso no es verdadero; y no sólo no es verdadero, sino que es mortal para sí misma, que deja de ser «voz del pueblo o voz del común» para convertirse en jergas particulares ya sean jurídicas, científicas, históricas o filosófico-teológicas. Lenguajes cultos que no nacen del lenguaje popular sino del lenguaje impuesto desde las altas esferas del poder sustentado precisamente por la fe en el individuo personal. Lenguajes que en definitiva contradicen ese sentir heraclitano de: «[...] Hay que seguir a lo público: pues común es el que es público. Pero siendo la razón común, viven los más como teniendo un pensamiento privado suyo» (15).


Con todo, el Poder no llega a entender ni a manipular los niveles más profundos de la Lengua porque sencillamente los desconoce e ignora. Tan sólo puede manejar la escritura a través de la invención de reglas ortográficas; o bien crear lenguas oficiales para sostener la idea de Estado (16); o elegir un dialecto para la unificación como se ha practicado con el vasco a través de las ikastolas y de la literatura, o tambien crear uno nuevo (como por ejemplo el batúa) a partir de las muy variadas y diferentes hablas vascuences; asimismo, se logran resucitar lenguas muertas como es el caso de la recuperación del hebreo a partir de los textos sagrados cuando la fundación del Estado de Israel; o incluso se suele utilizar el concepto de género gramatical para establecer distinciones de sexo, tendencia bastante extendida entre los movimientos feministas (17). En el siguiente gráfico tratamos de resumir estos ámbitos de influencia del Poder (ya sea nacional, autonómico, universal) sobre la Lengua que nunca puede conseguir dominar por completo esa máquina desconocida y libre, esa especie de asamblea o comunidad subconsciente no numerada, nunca bien definida, que no sólo rige las normas de sintaxis, fonémica, etc., sino que también decide cambiarlas con cierta frecuencia:


Resumiendo, para el maestro García Calvo lo que verdaderamente seduce no es tanto el estudio del mundo de la significación, de los niveles superficiales del lenguaje ‒varios colegas míos opinan más bien lo contrario‒, sino el análisis minucioso de la subconsciencia o gramática común, una lengua materna (no paterna) (18) que no sirve para hacer Religión o Ciencia ni para crear o defender identidades particulares o nacionales sino que se identifica con la voz de la rebelión, ese «yo que no es nadie» y que viene a cuestionar los propios conceptos de identidad y diferencia sobre los que se fundamenta la Realidad. Toda su reflexión en torno al lenguaje gira en torno a ese aparato gramatical innato que cualquier niño trae a este mundo y que es justamente el que posibilita, sobre esa trama general, el aprendizaje de un idioma cualquiera:

Lo más interesante de la diversidad de las lenguas no es aquello en que los políticos y patriotas se apoyan para hacerlas sustento de una cultura y de una entidad propia, sino justamente lo contrario: aquello que, a través del estudio de esa diversidad, se revela como común y ajeno por tanto a todas las entidades políticas, culturales y personales. (19)

No es otro el leitmotiv mantenido por AGC constantemente. Es en esa gramática común que escapa a los manejos del Poder, es en ese «Yo» que puede ser cualquiera que diga «Yo», donde la propia persona se diluye y se pierde, dando paso a la voz popular o vox populis que muestra una y otra vez que la Realidad no es todo lo que hay, que por debajo del mundo de la cultura y de los saberes establecidos, siempre sigue musitando la lengua de verdad, esa lengua viva y palpitante que para nuestra zozobra no pertenece a este mundo.

Esto es lo que con esta somera presentación me ha parecido que podría aportar, como testimonio de gratitud a lo mucho que de las tareas de AGC pese a lo insuficiente y tortuoso haya podido yo aprender y como ayuda quizá útil para los posibles lectores de sus escritos.


NOTAS

(1) García Calvo (2011).

(2) Dicha peculiaridad de la lengua aparece expresada en un hermoso y elocuente epigrama griego que reza: «[...] Sí, es cierto que por ellas [las palabras] este orden o cosmos está tejido, engaños variopintos todo él; pero si, analizándolas y soltándolas, las deja uno obrar como libres alguna vez, en sentido inverso van destejiendo sus propios engaños ellas, tal como Penélope por el día apacentaba a los señores con esperanzas, pero a su vez de noche se tornaba hacia lo verdadero» (Entrevista a AGC por Babab, www. editoriallucina.es).

(3) «El futuro es un vacío que no nos deja vivir», Entrevista de Javier Bassas Vila y Felip Marti Jufresa en www.editoriallucina.es . En este sentido la obra de AGC se inspira en los estudios de lenguaje de Benjamin Whorf (1993) quien también había señalado esta conexión o relación intrínseca entre lenguaje y realidad.

(4) Petisco (2004).

(5) García Calvo (1979).

(6) El término «significado» parece tener relación con la actitud metalingüística que, al tomar un tramo o término de la producción como objeto, puede constituir una idea de sí mismo, permanente en el sistema (Frege: 1967).

(7) Adaptación de García Calvo (1979: 73).

(8) García Calvo (1991: 1)

(9) Campo exterior pero no ajeno al acto de hablar sino determinado por este acto, en el sentido de que cualquiera que sea este campo habrá de depender de las formas o condiciones que el discurso nos presente.

(10) Si algún modo habría de teorizar sobre este mundo, ése sería el de un razonamiento que consistiese, no en saber lo que son las cosas de que habla, sino –sin concebirlas‒ en decir al menos lo que no son.

(11) García Calvo (1979: 85).

(12) En lo que concierne a las relaciones entre lenguaje y tiempo, véase Martínez (1999).

(13) García Calvo (1985: 241-244).

(14) En un artículo previo desarrollamos ampliamente este proceso de conversión de «Yo» gramatical en persona real así como la de los mostrativos «aquí» y «ahora» en un espacio y tiempo concebidos (Petisco 2011: 204-209).

(15) García Calvo (1985: 41).

(16) v. «La lengua...señores», Diario El País, 02-07-2008.

(17) Merecería la pena apuntar que la distinción de género gramatical no es un fenómeno muy general ni muy profundo como lo demuestra el hecho de que muchas lenguas no tienen género gramatical o casi ninguno (como por ejemplo el inglés que sólo conserva la distinción entre «she», «he», «it»). Esta diferenciación tampoco consiste en un artilugio desarrollado para hacer distinciones de sexo sino que más bien se debe a necesidades de clasificación del vocabulario que es inmenso e infinito (tomemos el ejemplo de «charco» y «charca» en español). Relacionar por tanto el género gramatical con la división entre hombres y mujeres es –en opinión de AGC‒ una equivocación demasiado elemental pero persistente: «[...] el error político de actitudes como ésas es que justamente se pierden con esas menudencias y superficialidades la lengua misma que es el sitio donde el pueblo, sin distinción de sexos, se levanta contra el poder establecido» (v. «Conversando con Agustín García Calvo: No se puede de verdad manejar la Lengua: el pueblo está siempre vivo», Entrevista de Rosario González Galicia, en www. editoriallucina.es).


(19) «El Poder del Discurso», Entrevista de Enmanuel Lizcano y J.A. G. Sainz, art.cit., p.7.

BIBLIOGRAFÍA


FREGE, G. (1967), Über Sinn und Bedeutung, Kleine Schriften, Hildesheim, Georg Olms Verlag.

GARCÍA CALVO, A. (2011), Tertulia Política del Ateneo de Madrid, No 304, en http://www.editoriallucina.es.

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Sainz, Archipiélago No1, pp. 1-7.

—. (1999), «Del Aparato (Del Lenguaje III)», Zamora, Editorial Lucina.

—. (1985), Razón Común: Edición crítica, ordenación, traducción y comentario de los
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—. (1979), «Del Lenguaje I», Zamora, Editorial Lucina.

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MARTÍNEZ, F. (1999), Lengua y Tiempo, Madrid, Editorial Visor.

PETISCO, S. (2011), «What is a Grammatical Subject: Reflections on the Mysteries of
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—. (2004), «A la luz de dos fragmentos de Heraclito», Nuevas Aportaciones a la
Historiografía Lingüística, Madrid, Arco Libro.

WHORF, B. (1993), Language, Thought and Reality, ed. by John B. Carrol, Cambridge,
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