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Noticias Amor y Rabia

Apología del capitán John Brown

Published on: sábado, 13 de noviembre de 2021 // ,

Tragic Prelude (Preludio trágico) mural dedicado a John Brown en el edificio del Capitolio del Estado de Kansas, obra de John Steuart Curry

por Henry David Thoreau


(Discurso pronunciado por primera vez en Concord, el 30 de octubre de 1859. El ataque al arsenal de Harper‘s Ferry había tenido lugar el día 16 de ese mismo mes)


La esclavitud y el servilismo no han dado lugar cada año a flores de suave fragancia para hechizar los sentidos de los hombres, porque no tienen una vida real; son tan sólo decadencia y muerte, ofensivos para todos los olfatos sanos. No nos quejamos de que existan sino de que no los entierren; incluso ellos son buenos como abono.

Confío en que me perdonen por estar aquí. Preferiría no tener que forzarles a oír mis ideas, pero creo que no tengo más remedio. A pesar de lo poco que sé del Capitán Brown quisiera intervenir con el fin de corregir el tono y las afirmaciones de los periódicos y de mis compatriotas en general, con respecto a su carácter y a sus acciones. No nos cuesta nada ser justos. Al menos podemos expresar nuestra simpatía y admiración por él y sus compañeros y eso es lo que me propongo hacer.

Me referiré primero a su historia. Procuraré omitir, dentro de lo posible, lo que ustedes ya han leído. No es preciso que les describa su físico, ya que la mayoría de ustedes probablemente lo han visto y no lo olvidarán en mucho tiempo. He sabido que su abuelo, John Brown, era un oficial de la Revolución, que él nació en Connecticut a principios de Siglo (John Brown nació en Torrington, Connecticut, en 1800) y que de muy joven se trasladó con su padre a Ohio. Le oí decir que su padre era un contratista que suministraba carne al ejército en la guerra de 1812 (Declarada por el Congreso el día 18 de junio de 1812, contra Inglaterra, por razones básicamente comerciales. Terminó con la Paz de Gante el 24 de diciembre de 1814. Con todo la denominada batalla de Nueva Orleans tuvo lugar el 8 de enero de 1815: de ahí salió convertido en héroe Andrew Jackson) que le acompañaba al campamento y le ayudaba en su trabajo, lo cual le enseñó mucho de la vida militar -tal vez mucho más que si hubiera sido soldado, porque siempre estaba presente en las reuniones de los oficiales-. Su experiencia le enseñó sobre todo cómo se abastece y mantiene a los ejércitos en el campo de batalla, un trabajo que, según su opinión, requiere tanta experiencia y destreza como la propia estrategia de la lucha. Decía que son muy pocas las personas que tienen conciencia del coste, incluso del coste pecuniario que supone lanzar un solo cañonazo en la guerra. De este modo, vio lo suficiente como para hacerle rechazar la vida militar e incluso le incitó a aborrecerla hasta tal punto que aunque le tentó una oferta de un pequeño empleo en el ejército, cuando tenía dieciocho años, no sólo lo rechazó sino que se negó a hacer el servicio militar cuando le llamaron a filas, y le multaron por ello. Entonces decidió que nunca tendría nada que ver con una guerra, a no ser que fuera una guerra en favor de la libertad.

Cuando empezaron las revueltas de Kansas (Como consecuencia del «Kansas-Nebraska Act» de 1854 que permitía la esclavitud en aquellos territorios si la mayoría de los habitantes así lo decidían, en contra de lo acordado en el compromiso de Missouri de 1820), envió allí a varios de sus hijos para apoyar al partido de los «Free State men» equipados con las armas que pudo conseguir y les dijo que si los enfrentamientos se incrementaban y le necesitaban, se uniría a ellos para socorrerlos con sus manos y sus consejos. Así lo hizo, como ya sabéis, y fue su contribución más que la de ningún otro, la que llevó la libertad a Kansas.

Durante una época de su vida fue agrimensor y luego estuvo algún tiempo dedicado al comercio de lana y viajó a Europa como agente de este negocio. Allí, como en todas partes, se mantuvo alerta e hizo observaciones muy originales sobre todo lo que vio. Decía, por ejemplo, que había visto por qué la tierra era tan fértil en Inglaterra y en Alemania (creo recordar) tan pobre, y pensó en escribir a algunos miembros de la realeza al respecto. La razón era que en Inglaterra los campesinos vivían en las tierras que trabajaban, mientras que en Alemania se les recogía de noche por distintos pueblos. Es una pena que no haya escrito un libro con sus observaciones.

Debo decir que fue ún hombre anticuado debido a su absoluto respeto a la Constitución y a su fe en la estabilidad de esta Union. Consideró la esclavitud como algo totalmente opuesto a ambas, y fue siempre su enemigo (Como se ve reaparecen los dos viejos temas en litigio siempre, el de la integridad de la Unión por una parte, y el de la intangibilidad de la Constitución por otra).

Fue un campesino de Nueva Inglaterra por nacimiento y ascendencia hombre de gran sentido común, decidido y práctico como los de su clase pero con esas cualidades multiplicadas por diez. Fue como el mejor de los que se reunieron en Concord Bridge, en Lexington Common y en Bunker Hill, (Gestas bélicas de la Guerra de la Independencia o Revolución americana) pero más firme y de principios más elevados que los de cualquier otro que hubiera estado allí. No le convirtió ningún predicador de la abolición. Ethan Allen y Stark (Allen se distinguió en Ticonderoga y Stark en Bunker Hill), con quienes se le compara en ciertos aspectos, fueron luchadores en un campo mucho menos importante. Ellos podían enfrentarse con valor a los enemigos de la patria, pero él tuvo el valor de enfrentarse a su propia patria cuando actuaba erróneamente. Un escritor del Oeste dice, al contar su huida de tantos peligros, que se ocultaba bajo un «traje de campesino», como si en esas tierras de llanuras lo apropiado fuera que un héroe se vistiera con un traje de ciudad.


John Brown, daguerrotipo de 1856


No se educó en una Universidad llamada Harvard, buena y antigua Alma Mater como es. No se alimentó de la papilla que allí se elabora (Es conocida la poca simpatía que Thoreau le mantuvo siempre a Harvard, no a pesar de haberse educado allí sino quizá precisamente por ello. Esta actitud se la solía reprochar, como es lógico, el maestro Emerson). Como él solía decir: «No sé más gramática que uno de vuestros terneros». Se educó en la gran Universidad del Oeste, donde asiduamente acometió el estudio de la Libertad, por la cual había mostrado una temprana afición. Y, tras obtener diversos diplomas, finalmente comenzó su actividad pública de Humanidades en Cansas, como todos sabéis. Esas eran sus humanidades y no el estudio de la gramática. Habría colocado un acento del griego al revés pero ayudado a levantarse al hombre caído (Contraposición más que significativa, no sólo aplicada a John Brown sino por lo que al propio Thoreau se refería).

Pertenecía a ese grupo del que se dicen muchas cosas pero del que la mayoría de las veces, no sabemos nada en absoluto: los puritanos (No deja de tener sentido el recuerdo al puritarismo, en este contexto, e inmediatamente después su alusión a Cromwell. Ya por entonces se había comenzado a extender por Estados Unidos una aversión al puritanismo, cuyo significado más profundo no se ha empezado a reconocer y rescatar sino en épocas muy recientes. También en esto Thoreau sabe detectar, con antelación, aquellos valores, con todos los aspectos negativos que se quiera). Matarle sería inútil. Murió al final de la época de Cromwell, pero reapareció aquí. ¿Por qué no? Se dice que algunos puritanos han venido aquí y se han establecido en Nueva Inglaterra. Era un grupo que hacía algo más que celebrar el día de la llegada a Plymouth de sus antepasados, y comer maíz tostado en recuerdo de esa fecha. No eran ni Demócratas ni Republicanos sino tan sólo hombres de costumbres sencillas, rectos y devotos; no confiaban en los gobernantes que no temían a Dios, no hacían demasiadas concesiones y no se dedicaban a la política (Sí se dedicaron a la política. Naturalmente, Thoreau juega con el concepto: «,política» y «políticos» en su momento fueron términos, para Thoreau, sinónimos de oportunismo, corrupción, abuso de poder, y exhibicionismo papanatas. La paradoja de la frase de Thoreau queda clara).

«En su campamento», como alguien ha escrito recientemente, y como yo mismo le he oído afirmar, «no permitía la blasfemia, no toleraba la presencia de hombres de moral dudosa, a no ser, por supuesto, como prisioneros de guerra». Preferiría -dijo- «tener la viruela, la fiebre amarilla y el colera todos a la vez en mi campamento, antes que un hombre sin principios... Es un error el que cometen los nuestros cuando creen que los matones son los mejores combatientes o que son los adecuados para enfrentarse a los del Sur. Dadme hombres de principios, hombres temerosos de Dios, orgullosos de sí mismos y con una docena me enfrentaré a otros cien de esos rufianes de Buford», (En mayo de 1856, un tal Jefferson Buford asoló Kansas con una pandilla de facinerosos favorables a la esclavitud). Dijo también que si se le presentaba un soldado bajo su mando que alardeara de lo que haría o podría hacer en cuanto pusiera sus ojos sobre el enemigo, depositaría muy poca confianza en él.

Jamás pudo conseguir más de veinte reclutas que tuvieran su aprobación y sólo una docena, entre ellos sus hijos, contaban con su plena confianza. Cuando estuvo aquí hace varios años, mostró a unos cuantos un pequeño libro manuscrito -su «libro de ordenanzas» creo que le llamaba- donde figuraban los nombres de los miembros de su compañía en Kansas y las normas a las que se sometían todos, y añadió que varios de ellos incluso las habían sellado con su sangre. Cuando alguien le señaló que con la incorporación de un capellán se convertiría en una tropa perfectamente Cromwelliana (Oliver Cromwell (1599-1658). Lider puritano inglés que se hizo con el poder y se convirtió en Dictador entre 1653 y 1658. También éste, un poco como John Brown, fue «mitad fraile, mitad soldado». Las consecuencias de la combinación no siempre son demasiado satisfactorias), contestó que le hubiera gustado contar con un capellán en la lista si hubiera encontrado uno que fuera capaz de cumplir su misión satisfactoriamente. Es muy fácil hallar uno que sirva en el ejército de los Estados Unidos. De todos modos, en su campamento tenían oraciones de mañana y tarde, según creo.

Fue un hombre de costumbres espartanas, y a los sesenta años era muy escrupuloso con su dieta incluso fuera de casa, y se excusaba diciendo que debía comer frugalmente y hacer mucho ejercicio, como corresponde al soldado o a cualquiera que se prepare para empresas difíciles y lleve una vida arriesgada.

Hombre de gran sentido común y de claridad de expresión y acción, un trascendentalista ante todo. un hombre de ideas y de principios, eso era lo que más le caracterizaba. Sin rendirse al capricho del impulso fugaz sino persiguiendo toda su vida un mismo propósito. Me di cuenta de que nunca exageraba sino que hablaba dentro de los limites de la razón. Recuerdo en especial, cómo en el discurso que pronunció aquí, se refirió a lo mucho que su familia había sufrido en Kansas, pero sin dar rienda suelta a su furia contenida. Era como un volcán con la chimenea de una casa normal. Refiriéndose a los ataques de ciertos rufianes de la frontera («Border Ruffians», en el original, pandillas de hombres armados que cometían las tropelías que se les antojaban, atemorizando a los antiesclavistas) dijo, cortando rápidamente su discurso, como un soldado con experiencia que hace acopio de valor y de fuerza: «Tenían perfecto derecho a ser colgados». Nunca fue un orador retórico, no hablaba con Buncombe o con sus electores en ninguna ocasión, no necesitaba inventar nada, simplemente decía la verdad y transmitía su propia firmeza; así es como conseguía parecer incomparablemente fuerte y la elocuencia en el Congreso o en cualquier otra parte tan sólo le hubiera restado valía.

Eran como los discursos de Cromwell al lado de los de cualquier rey.

Por lo que se refiere a su tacto y prudencia, tan sólo diré que en una época en que nadie de los Estados Libres podía llegar a Kansas por un camino directo, por lo menos sin que se le despojara de sus armas, él, equipado con rifles y otras armas poco adecuadas que pudo conseguir, condujo un carro lentamente y sin ninguna protección a través de Missouri, aparentando ser un agrimensor con su teodolito bien a la vista, y así pasó sin sospechas y tuvo la oportunidad de conocer la situación del enemigo. Continuó ejerciendo esta profesión algún tiempo después de su llegada. Por ejemplo, cuando veía un grupo de enemigos en el campo discutiendo por supuesto sobre el único tema que les obsesionaba entonces, él cogía su brújula y con uno de sus hijos procedía a trazar una línea imaginaria por el preciso lugar en que se estaba celebrando la reunión y cuando se acercaba a ellos hacía una pausa con naturalidad y charlaba con ellos para enterarse perfectamente de las últimas noticias y de todos sus planes. Tras completar su estudio real recogía sus instrumentos y seguía con el imaginario hasta que se perdía de vista.


Ataque al arsenal de Harper‘s Ferry


Cuando expresé mi sorpresa de que pudiera vivir en Kansas, donde habían puesto precio a su cabeza y tenía tantos enemigos, incluyendo a las autoridades, él lo explicaba diciendo: «Es perfectamente lógico que no me capturen». Durante varios años pasó la mayor parte del tiempo oculto en las ciénagas, sufriendo una absoluta pobreza y enfermo a causa de su vida a la intemperie, ayudado sólo por los indios y unos pocos blancos. Pero aunque se supiera que estaba escondido en una determinada ciénaga, sus enemigos no se atrevían a ir a buscarlo. Incluso podía ir a cualquier ciudad donde hubiera más «Border Ruffians» que «Free State men» y hacer algún recado sin entretenerse demasiado, y nadie le molestaba porque, como él decía: «un simple puñado de hombres no se atrevía a acometer tal empresa y un grupo grande no se podía reunir a tiempo».

No conocemos las razones de su reciente fracaso. Evidentemente no se trató de una tentativa insensata y desesperada. Su enemigo, Mr. Vallandigham (Congresista demócrata por Ohio. Por estas fechas ha cristalizado va en Estados Unidos el sistema bipartidista aunque hay que señalar que por aquel entonces los demócratas eran más bien los conservadores, y los republicanos significaban una instancia política algo más progresista. Lincoln, por supuesto, fue Republicano) se ve obligado a confesar que fue «una de las conspiraciones mejor planeadas y llevadas a cabo que jamás haya fracasado».

Pero había que mencionar sus otros muchos éxitos. ¿Acaso fue una derrota o una muestra de mala organización librar de la esclavitud a una docena de seres humanos y guiarlos a plena luz del día durante semanas, e incluso meses, a paso lento, de un Estado a otro por todo el Norte? Todos sabían por donde andaba, tenía precio puesto a su cabeza, pero así y todo entró en un juzgado y contó lo que estaba haciendo y logró convencer a Missouri de que no les beneficiaba tratar de mantener esclavos cerca de donde él viviera (La acción liberadora de esclavos de John Brown, antes de Harper‘s Ferry, tuvo casi siempre como escenario el Estado tic Missouri). Y esto no sucedía porque los servidores del gobierno fueran indulgentes, sino porque le tenían miedo.

Sin embargo, él nunca atribuía sus victorias tontamente, ni a su buena suerte, ni a ninguna clase de magia. Decía, y con razón, que si tanta gente se amedrentaba ante él, era porque carecían de una causa, una especie de escudo que nunca les faltó ni a él ni a su grupo. Llegado el momento de la verdad, muy pocos hombres se mostraban dispuestos a entregar sus vidas en defensa de algo que sabían injusto. No les gustaba que ése pudiera ser su último acto en este mundo.

Pero apresurémonos para llegar a su último golpe y sus consecuencias.

Los periódicos parecen ignorar, o tal vez realmente ignoren, el hecho de que hay al menos dos o tres personas en cada ciudad por todo el Norte que piensan lo mismo que éste que os habla respecto a él y a su empresa. No vacilo en decir que son un grupo importante que va en aumento. Aspiramos a ser algo más que estúpidos o tímidos esclavos fingiendo que leemos historia y la Biblia, pero profanando cada casa Y cada día en que vivimos. Tal vez los políticos ansiosos puedan probar que sólo diecisiete hombres blancos y cinco negros estaban involucrados en esta. empresa última, pero su misma ansiedad por probarlo debe sugerirles que no está dicho todo. ¿Por qué siguen esquivando la verdad? Se sienten ansiosos porque son ligeramente conscientes del hecho, aunque no lo reconozcan con claridad, de que al menos un millón de los habitantes libres de los Estados Unidos se hubieran alegrado si la empresa hubiera tenido éxito. Como mucho criticarían el método.

Aunque no llevemos un crespón, pensar en la situación en que se halla este hombre y su probable destino está amargando a muchos hombres del Norte por varias razones. Pensar de otra manera, después de haberlo visto aquí, implicaría estar hecho de una pasta que no me atrevería a calificar. Si hay alguien que pueda dormir toda la noche yo le garantizaré que es capaz de seguir engordando en cualquier circunstancia, con tal que no le afecte ni a su piel ni a su cartera. Yo en cambio, puse papel y lápiz bajo mi almohada, y cuando no podía dormir escribía en la oscuridad.

En general, mi respeto por mis compañeros, excepto en un caso de entre un millón, no va en aumento estos días. Me he dado cuenta de la frialdad con que hablan de este tema la prensa y la gente en general. Parece como si se hubiera atrapado a un vulgar malhechor, aunque de «valor» fuera de lo común (como Parece que dijo el Gobernador de Virginia (Harper‘s Ferry, pueblecillo de Virginia; era por aquel entonces el gobernador del Estado Henry A. Wise, también del partido demócrata) usando la jerga de las peleas de gallos, «el hombre más bravo que he conocido») y estuvieran a punto de colgarlo. No era en sus enemigos en quienes pensaba cuando el Gobernador lo encontraba tan valeroso. Cuando tengo que oír estas observaciones de mis vecinos, o las oigo comentar, todo en mí se vuelve hiel. Al principio, cuando oímos que había muerto (Efectivamente, el 18 de octubre llegó a Concord la noticia, luego desmentida, de la muerte de John Brown en combate), uno de mis conciudadanos hizo la siguiente afirmación: «Murió como muere un idiota» (Alusión al libro segundo de Samuel, cap. 3, versículo 33. El lamento de David por la muerte de Abner. «¿Tenía que morir Abner como muere un insensato?»), lo cual -y perdonadme- me sugirió por un instante la semejanza entre él muerto y mi vecino vivo. Otros, de espíritu cobarde, dijeron menospreciándole que «había desperdiciado su vida» por enfrentarse al gobierno. ¿De qué modo han desperdiciado ellos sus vidas? Parece como si elogiaran a un individuo que hubiese atacado él solo a una vulgar banda de ladrones y asesinos. Oigo que otro pregunta, con un estilo yanqui: «¿Qué gana con eso?» (El utilitarismo inmediato, herencia de la mentalidad de Franklin, virtud típica del yankee, según Thoreau. Sus constantes ataques a este espíritu adquisitivo, ha quedado puesto de relieve en el Estudio Preliminar), como si hubiera pretendido llenarse los bolsillos con esta empresa. Tal sujeto no entiende posible que exista otro tipo de beneficio distinto del material. Si no nos conduce a una fiesta «sorpresa», si no nos proporciona un par de botas nuevas o un voto de gracias, debe considerarse un fracaso. «Pero no va a ganar nada con ello» Pues no, supongo que no le van a dar un sueldo durante todo el año por ser ahorcado; pero de este modo tiene la oportunidad de salvar una parte considerable de su alma -¡y qué alma!- mientras que ellos no. No hay duda de que en vuestro mercado dan más por un litro de leche que por un litro de sangre, pero no es ése el mercado al que llevan su sangre los héroes.

Estos hombres no saben que el fruto sale según la semilla, y que en el mundo de la moral, cuando se siembra buena semilla, es inevitable un buen fruto, y no depende de nuestro riego y nuestro cultivo; del mismo modo, cuando siembras o entierras a un héroe en su patria, una cosecha de héroes surgirá sin duda. Es una semilla de tal fuerza y vitalidad que no necesita nuestro permiso para germinar.

La carga de la Brigada Ligera en Balaclava (La carga de la brigada ligera fue un acontecimiento histórico ocurrido en 1854 durante la guerra de Crimea. El poeta «laureado», Alfred Tennyson se encargó de «inmortalizarías»), obedeciendo una orden estúpida, prueba que el soldado es una perfecta máquina, y ha sido celebrada, como era de esperar, por un poeta laureado (Poeta «laureado» u oficial, de una corte determinada, encargado expresamente de ensalzarle las glorias a la monarquía que lo mantenía. Según parece el primero institucionalmente establecido en la corte británica fue Dryden); pero la firme y además afortunada carga de este hombre durante varios años contra las legiones de la Esclavitud, obedeciendo a un mandato infinitamente superior, es mucho más memorable que esta carga de la caballería inglesa, del mismo modo que el hombre inteligente y consciente es superior a la máquina. ¿Creéis que todo esto pasará sin ser proclamado?

«Bien merecido lo tiene» «Es un hombre peligroso» «Sin duda es un demente» Por tanto proceden a vivir sus sanas,. sabias, así como admirables vidas, leyendo algo de Plutarco pero principalmente parándose ante las proezas de Putnam (Israel Putnam, héroe legendario también de Bunker Hill. 1718-1790. Parece que mató a una loba en su propia guarida. Figura folklórica en Massachusetts), que fue abandonado dentro de la madriguera de un lobo; y de esa sabiduría se alimentan para poder acometer hazañas valientes y patrióticas algún día. La «Tract Society» se pudo permitir la publicación de la historía de Putnam. Deberíais abrir las escuelas del distrito con su lectura, ya que no hay nada en ella sobre la Esclavitud o la Iglesia, a no ser que le parezca al lector que algunos sacerdotes son lobos con piel de corderos. «La Junta Americana de Delegados para las Misiones Extranjeras» podría incluso atreverse a protestar contra ese lobo. He oído hablar de Juntas y de Juntas americanas, pero da la casualidad de que nunca he oído hablar de este barullo en concreto, hasta hace muy poco. Y además he sabido que hombres y mujeres y niños del Norte, familias enteras, se hacen socios de por vida de tales sociedades. ¡Socio de por vida de una tumba! ¡Imposible conseguir un funeral más barato!


Combate en el arsenal de Harper’s Ferry


Nuestros enemigos están entre nosotros, a nuestro alrededor. Difícilmente se podrá encontrar un hogar que no esté dividido porque nuestro enemigo no es otro que la ausencia universal de sensibilidad en la cabeza y en el corazón, la falta de vitalidad en el hombre, que es la consecuencia de nuestro vicio; y de aquí surgen todos los tipos de miedo, superstición, fanatismo, persecución y esclavitud. Somos meros mascarones sobre una proa, tenemos hígados en lugar de corazones. La maldición es adorar a los ídolos, lo cual, a la postre cambia al adorador mismo en una imagen de piedra; y no olvidemos que el hombre de Nueva Inglaterra es tan idólatra como el hindú. En cambio este hombre fue una excepción, porque no levantó ni siquiera un ídolo político entre él y su DIOS.

¡Una iglesia que mientras exista no dejará de excomulgar a Cristo! ¡Abajo con vuestras iglesias anchas y bajas y vuestras iglesias estrechas y altas! Dad un paso adelante e inventad un nuevo estilo de retretes. Inventad una sal que os salve y proteja nuestro olfato (Evangelio según Mateo, cap. 5, versículo 13. «Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará?»).

El cristiano moderno es un hombre que ha conseguido recitar todas las plegarias de la liturgia, con tal que se le deje después ir derecho a la cama y dormir en paz. Todas sus oraciones empiezan con: «Ahora me acuesto a dormir», y siempre está esperando el momento de ir a su «descanso eterno». Ha consentido también, hasta cierto punto, en llevar a cabo ciertas caridades de viejo uso, pero no quiere oír hablar de ninguna de nueva instauración; no quiere tener ningún artículo suplementario añadido a su contrato, para adaptarlo a los nuevos tiempos. Muestra el blanco de sus ojos el domingo y el negro el resto de la semana. El mal no es sólo una parálisis de la sangre sino también del espíritu. Sin duda alguna, muchos de ellos tienen buena intención pero son perezosos por naturaleza y por hábito, y no pueden concebir que un hombre se mueva por motivos más elevados que los suyos. En consecuencia, declaran a este hombre demente porque saben que en toda su vida ellos mismos nunca podrían comportarse como él.

Soñamos con países extraños, con otras épocas y otras razas, situándolos en el tiempo y en el espacio; pero deja que nos ocurra algún suceso importante como el presente y descubriremos la distancia y el desconocimiento que media entre nosotros y nuestros vecinos más próximos. Ellos son nuestras Austrias, nuestras Chinas y nuestras Islas del Mar del Sur. Nuestra sociedad amontonada, abre espacios de repente, es limpia y hermosa a la vista; una ciudad de grandes distancias. Esa es la razón por la que hasta ahora nunca hablamos pasado de los cumplidos y de un trato superficial con los demás. De pronto nos hacemos conscientes de que hay tantos kilómetros entre ellos y nosotros como entre un tártaro vagabundo y una ciudad china. El hombre reflexivo se convierte en un ermitaño en medio del bullicio del mercado. Mares impracticables se interponen de repente entre nosotros o mudas estepas se extienden ante nosotros. Es la diferencia de manera de ser, de inteligencia y de fe, y no los arroyos y las montañas los que originan auténticos e intransitables límites entre los individuos y entre los Estados. Unicamente los que piensan igual que nosotros pueden acudir con pleno derecho a nuestra corte.

He leído todos los periódicos que pude conseguir la semana siguiente a este suceso, y no recuerdo que hubiera entre ellos una sola expression de simpatía hacia este hombre. Desde entonces he leído una sola afirmación sensata y era en un periódico de Boston y no en el editorial. Algunos periódicos de gran extensión decidieron que no se imprimiría el informe completo de las palabras de Brown, para no excluir otros temas. Fue como si el editor hubiera rechazado el manuscrito del Nuevo Testamento para publicar el último discurso de Wilson (Henry Wilson, senador Republicano por Massachusetts). El mismo periódico que incluía esta noticia tan valiosa se dedicaba esencialmente, en columnas paralelas, a los informes de las convenciones políticas que se estaban celebrando. La comparación producía vértigo. Debieron haber evitado el contraste y haberlo publicado como un extra, al menos. ¡Pasar de las palabras y los hechos de hombres serios al cacareo de las convenciones políticas! ¡Candidatos a puestos públicos y habituales del discurso que carecen de toda honestidad y además de ser un fraude se permiten presumir! Su gran juego es el juego de las pajas, o mejor ese juego aborigen universal de los dados con el cual los indios exclamaban hub, hub («Los primeros colonos de Nueva Inglaterra le aplicaron el término de origen celta ‘hubbub’ a una especie de juego de dados que los indios practicaban, utilizando huesos, en una bandeja o fuente» (Norton). Jugar a la taba). Excluid los informes de las convenciones políticas o religiosas y publicad las palabras de un hombre vivo.

Pero no me opongo tanto a lo que han omitido como a lo que han publicado. Incluso el Liberator (The Liberator, semanario extremadamente abolicionista) lo calificó de «un esfuerzo equivocado, salvaje y aparentemente loco». Por lo que respecta a la caterva de periódicos y revistas, da la casualidad que no conozco a ningún director en todo el país que publique deliberadamente algo que sabe que a la larga, le disminuirá permanentemente el número de subscriptores. No lo consideran ventajoso. ¿Cómo van a publicar la verdad? Si no les decimos las cosas que les agradan -argumentan- nadie nos hará caso. Por tanto hacen lo que algunos vendedores ambulantes que cantan canciones obscenas para hacerse con la muchedumbre en torno suyo. Los redactores republicanos, obligados a tener terminadas sus columnas para la edición de la mañana y acostumbrados a verlo todo bajo el prisma de la política, no muestran admiración, ni siquiera un sincero pesar, sino que llaman a estos hombres «fanáticos capciosos», «hombres equivocados», «dementes» o «locos». Esto nos sugiere qué clase de cuerdos redactores nos protege, no son «hombres equivocados», saben muy bien al menos de qué lado se les unta el pan.

Un hombre realiza un acto valiente y humano y de repente, por todas partes oímos gente y partidos que declaran: «Yo no lo hice, y de ningún modo lo animé a él a hacerlo. No es justo que se deduzca tal cosa de mi trayectoria»; por lo que a mí respecta, no tengo interés en oírles definir su posición. No creo haberlo tenido antes, ni creo que lo tendré nunca. En mi opinión esto no es más que puro egoísmo o impertinencia en estos momentos. No necesitáis tomamos tantas molestias en lavaros las manos respecto a él. Ningún ser inteligente creerá nunca que él tuviera algo que ver con vosotros. El mismo dijo que siempre hizo y deshizo «bajo los auspicios de John Brown y de nadie más». El partido Republicano no se da cuenta del número de personas que debido a este fallo tratarán de acertar mejor en su voto en el futuro. Han captado los votos de Pennsylvania & Co., pero no han conseguido el voto del Capitán Brown. Les ha arrebatado el viento de las velas -el poco viento que tenían- y ahora se han quedado estancados y reparan sus averías.

¡Y qué si no se suma a nuestra banda! ¡Aunque no aprobéis su método o sus principios, reconoced su magnanimidad! ¿No aceptaréis vuestra afinidad con él en este terna aunque no se asemeje a vosotros en ninguna otra cosa? ¿Acaso teméis perder vuestra reputación? Lo que perdisteis por el espiche lo ganaréis por la piquera.

Si no están de acuerdo con todo esto, entonces no dicen la verdad y no dicen lo que piensan. Sirnplemente continúan con sus viejos trucos.

«Siempre se admitió que era» -dice uno que le llama loco-, «un hombre consciente, muy modesto en su conducta, aparentemente inofensivo hasta que surgió el tema de la Esclavitud, momento en que exhibió una incomparable capacidad de indignación».


Captura de John Brown


La esclavitud está de camino cargada de víctimas moribundas; se suman nuevos barcos desde el océano; una pequeña tripulación de traficantes de esclavos, tolerados por una gran masa de pasajeros, están sofocando a cuatro millones de esclavos bajo la escotilla, y todavía aseguran los políticos que el único medio de obtener la liberación es a través de la «pacífica difusión de sentimientos humanitarios» sin ningún «tumulto». Como si los sentimientos de humanidad se hallaran alguna vez sin la compañía de los hechos, y vosotros pudierais dispersarlos, acabar con el orden tan fácilmente como esparcir agua con una regadera, para asentar el polvo. ¿Qué es lo que oigo arrojar por la borda? Los cuerpos de los muertos que han logrado su liberación. Este es el modo de difundir» humanidad, y con ella sus sentimientos.

Directores de prensa eminentes e influyentes, acostumbrados a tratar con políticos, hombres de un nivel infinitamente más bajo, dicen, en su ignorancia, que actuó «dejándose llevar por el sentimiento de venganza». Desde luego no conocen a este hombre. Deben crecer ellos mismos antes de empezar a imaginar como es él. No dudo que llegará el día en que conseguirían verle tal como era. Tienen que concebirle como hombre de principios religiosos y de fe, y no como a un político o a un indio (En la mitología americana, el indio es el ser vengativo por excelencia, desde los relatos iniciales, como el de la Sra. Rowlandson, o los medio folklóricos de Cooper); como un hombre que no esperó a que le perjudicaran personalmente o le frustaran en algún pequeño interés propio, para entregar su vida en favor de los oprimidos.

Si consideramos a Walker (Robert J- Walker, Gobernador del territorio de Kansas) el representante del Sur, me encantaría poder decir que Brown fue el representante del Norte. Fue un hombre superior. No valoraba su existencia física tanto como sus ideales. No reconocía las leyes humanas injustas, sino que se enfrentaba a ellas siguiendo su conciencia. Por una vez nos encontramos por encima de lo trivial y rastrero de la política, en la región de la verdad y la hombría. Ningún otro hombre en América se ha levantado con tanta persistencia y eficacia en favor de la dignidad del género humano, reconociéndose a sí mismo hombre y por tanto tan válido como cualquiera de los gobiernos. En este sentido fue más americano que todos nosotros. No necesitó a ningún abogado charlatán pronunciando falsos discursos para defenderlo. El pudo con todos los jueces elegidos por los electores americanos, y con los funcionarios y con cualquier otro sector. No le hubiera podido juzgar un tribunal de su misma clase, porque no había más personas de su clase. Cuando un hombre se enfrenta con serenidad a la condena y la venganza de la humanidad, elevándose literalmente un cuerpo entero por encima de ellos, aunque fuera el criminal más vil que se hubiese reconciliado consigo mismo, el espectáculo es sublime. ¿No os habíais percatado vosotros Liberators, vosotros Tribunes, vosotros Republicans? (Se refiere Thoreau a tres de los periódicos más influyentes de la época, bien que por muy diversos motivos, The Liberator, de Boston, de William Lloyd Garrison, ya mencionado. El New York Tribune, dirigido por Horace Greely, amigo del propio Thoreau. La visión que de este personaje y de su periódico se ofrece en la ya mencionada novela de Gore Vidal, Lincoln, no deja de ser significativa. The Republican, publicado en Springfieid, Massachusetts, era un poco el órgano oficioso de los anti-esclavistas moderados. Más que moderados, medrosos) y al compararnos con él los criminales somos nosotros. Haceos a vosotros mismos el honor de reconocerle. El no necesita de vuestro respeto.

Por lo que se refiere a los periódicos demócratas, no son lo suficientemente humanos corno para afectarme. No me indigna nada de lo que puedan decir.

Soy consciente de que me anticipo un poco, ya que por las últimas noticias, él está vivo todavía en manos de sus enemigos; pero, a pesar de ello, me he dejado llevar, al pensar y al hablar, por la idea de que estaba físicamente muerto.

No me gusta que se erijan estatuas de aquéllos que aún viven en nuestros corazones y cuyos huesos aún no se han desmenuzado en la tierra cerca de nosotros, pero preferiría ver la estatua del capitán Brown en el patio del State-House de Massachusetts antes que la de cualquier otro hombre conocido. Me congratulo de vivir en estos tiempos, de ser contemporáneo suyo.

Qué contraste cuando nos volvemos hacia ese partido político (Se refiere Thoreau al partido Republicano para quien, a pesar de su declarado anti-esclavismo, la acción de Brown u otras parecidas, las consideraban peligrosas, inoportunas y de muy dudosa eficacia política) que está tan ansioso de quitárselo de en medio, a él y a su conspiración, y busca por todas partes un dueño de esclavos disponible que figure como candidato, uno que al menos haga cumplir la «Ley de Esclavos Fugitivos» y todas las demás leyes injustos contra las cuales él levantó sus armas con el fin de anularlas.

¡Demente! ¡Un padre y seis hijos y un nieto y varios otros hombres -al menos en número de doce- todos afectados de demencia al mismo tiempo; mientras que un tirano cuerdo, sujeto con más tenacidad que nunca a sus cuatro millones de esclavos, y mil directores de prensa cuerdos, sus instigadores, están salvando al país y su pan! Igual de dementes fueron sus esfuerzos en Kansas (Como ya se ha mencionado, parte del Compromiso de 1850, punto siete). Preguntad al tirano quién es su enemigo más peligroso; ¿el hombre cuerdo o el demente? ¿Acaso los miles que le conocen bien, que se han regocijado con sus hazañas en Kansas y le han proporcionado ayuda material allí, le consideran un demente? Semejante uso de esta palabra es un simple tropo en boca de muchos que persisten en emplearlo, y no rne cabe duda de que el resto ya se ha retractado de sus palabras en silencio.

¡Leed sus admirables respuestas a Mason (James M. Mason. senador demócrata por Virginia) y a otros! ¡De qué modo quedan ellos ridiculizados y derrotados! Por un lado preguntas medio torpes, medio tímidas; por el otro, la verdad, clara como la luz estrellándose contra sus sienes obtusas. Están hechos para figurar junto a Pilatos y Gessier (De Pilatos no es menester hablar. Gessier, represor austríaco en Suiza, asesinado por Guillermo Tell durante la guerra de independencia) y la Inquisición. ¡que ineficaces sus palabras y sus acciones!, ¡y qué vacíos sus silencios! No son más que herramientas inservibles a esta gran empresa. No fue ningún poder humano el que les congregó en torno a este predicador.


Últimos momentos de John Brown (“Last Moments of John Brown”), por Thomas Hovenden


¿Para qué han enviado a Massachusetts y al Norte a unos cuantos cuerdos representantes del Congreso, estos últimos años?, ¿para declarar con todas sus fuerzas cuáles son sus sentimientos? Todos sus discursos juntos y reducidos a la más simple expresión -probablemente ellos mismos lo confiesen así- no alcanzan la rectitud y la fuerza propias de hombres, y en vez de la verdad simple, hacen alusiones casuales al loco de John Brown en la sala de máquinas en Harper‘s Ferry, a ese hombre que estáis a punto de ahorcar, de enviar al otro mundo, aunque allí no será vuestro representante. No, no ha sido representante nuestro en ningún sentido. Fue una clase de hombre demasiado justo para representar a seres como nosotros. ¿Quiénes, pues, fueron sus electores? Si leéis sus palabras con atención lo descubriréis. En su caso no hay elocuencia hueca ni discursos elaborados o artificiosos, no halaga al opresor. Le inspira la verdad, y la seriedad pule sus afirmaciones. No le importaba perder sus rifles Sharps mientras le quedara la facultad de hablar, que es un rifle Sharps de una infinita mayor seguridad y alcance.

¡Y el New York Herald publica la conversación verbatim! Esa publicación ignora que se ha convertido en vehículo de unas palabras inmortales.

No siento ningun respeto por la perspicacia de cualquiera que, después de leer esa conversación, aun insista en que es la palabra de un loco. Suena con una mayor cordura de la que pueden proporcionar una disciplina normal y los habitos de vida organizados y seguros. Extraed cualquier frase: «Toda aquella pregunta que pueda contestar con sinceridad la contestaré así y no de otro modo. En lo que a mi respecta, he hablado con total veracidad. Señores, yo valoro mi palabra». Esos que le reprochan su espíritu de venganza, mientras que lo cierto es que valoran su heroísmo, carecen de capacidad para reconocer a un ser noble, y no poseen mineral alguno que cambiar por su oro puro. Lo mezclan con su propia escoria.

Es un alivio pasar de estos difamadores al testimonio de sus carceleros y verdugos que, aunque amedrentados, son más veraces. El Gobernador Wise habla de él con mucha más justicia y aprecio que cualquier periódico del Norte, político o personaje público del que yo haya tenido noticia. Creo que no os importará oír sus palabras acerca de este tema. Dice: «Se engañan a si mismos los que le consideran loco... Es frío, sosegado e indómito y es justo decir de él que fue humanitario con sus prisioneros... Y me inspiró una gran confianza como hombre de bien. Es un fanático, vanidoso y locuaz» (no hago mías estas palabras de Mr. Wise), «Pero firme, sincero e inteligente. Sus hombres, los que sobreviven, también son así... el Coronel Washington dice que fue el hombre más frío y tenaz que conoció, cuando se trataba de desafiar el peligro y el hambre. Con uno de sus hijos muerto a su lado y otro herido de bala, le tomaba el pulso a su hijo agonizante con una mano y con la otra sujetaba su rifle y mandaba a sus hombres con gran serenidad, animándoles a mantenerse firmes y a vender sus vidas tan caras como les fuera posible. De los tres prisioneros blancos, Brown, Stevens y Coppoc, sería difícil decir quién mostraba más entrega».

¡Casi el primer ciudadano del Norte que ganó el respeto del dueño de esclavos!

El testimonio de Mr. Vallandigham, aunque menos valioso, sigue en la misma línea; dice que «es estúpido menospreciar a este hombre o a su conspiración... El es lo opuesto a un rufián, un fanático o un loco».

«Sin novedad en Harper‘s Ferry» -dicen los periódicos-. ¿De qué clase es esa calma que persiste cuando la ley y los dueños de esclavos triunfan? Yo considero este suceso como una piedra de toque diseñada con el fin de descubrirnos, con absoluta claridad, la naturaleza de este gobierno. Precisábamos de una ayuda como ésta para verlo a la luz de la historia. Debería verse a sí mismo. Cuando un gobierno utiliza todo su poder en proteger la injusticia, como hace el nuestro, sosteniendo la esclavitud y matando a los libertadores del esclavo, se está comportando como una fuerza bruta, o peor, como una fuerza demoníaca. Es la cabeza de los «Plug Uglies» (Estos «Plug Uglies» era un término que se aplicaba a pandilleros y matones, en Baltimore. Estos fueron los que planearon el asesinato de Lincoln cuando pasara por Baltimore, camino de Washington, para tomar posesión de su cargo de presidente en marzo de 1861. Pero la jugarreta no tuvo éxito porque los de Lincoin, con Pinkerton a la cabeza, supieron cambiar de itinerario a tiempo). Ahora es más manifiesto que nunca que la tiranía gobierna. Veo que este gobierno se ha aliado de hecho con Francia y Austria para reprimir a la humanidad. En él se sienta un tirano sujetando las cadenas de cuatro millones de esclavos; aquí viene su heroico libertador. Este gobierno hipócrita y diabólico, levanta la vista sobre los cuatro millones jadeantes y pregunta desde su escaño, adoptando un aire de inocencia:» ¿Por qué me atacáis? ¿No soy acaso un hombre honrado? Dejad de agitaros por este tema u os convertiré en esclavos u os colgaré.

Estamos hablando de un gobierno representativo; pero, ¿qué monstruo de gobierno es ése en el que las facultades mentales más nobles y todo el corazón no están representados? Se trata de un tigre semihumano o de un buey que avanza con paso majestuoso sobre la tierra, con el corazón arrancado y la tapa del cráneo levantada de un tiro. Los héroes han luchado valientemente desde sus trincheras incluso después de que las balas alcanzaran sus piernas, pero nunca se ha oído que un gobierno de tales características hiciera algo bueno.

El único gobierno que reconozco -y no importa que tenga pocas personas a la cabeza o que tenga un ejército pequeño- es el poder que establece la justicia en su territorio, nunca el que establece la injusticia. ¿Qué pensaremos de un gobierno para el que todos los hombres realmente valientes y honrados de su territorio son enemigos que se interponen entre él y aquéllos a los que oprime? ¡Un gobierno que alardea de ser cristiano y crucifica a un millón de Cristos cada día!

¡Traición! ¿Dónde se origina semejante traición? No puedo evitar pensar en vosotros como os merecéis, en vosotros, gobiernos. ¿Podéis secar las fuentes del pensamiento? La alta traición, cuando no es sino resistencia a la tiranía de aquí abajo, tiene su origen y está inspirada por el poder que crea y recrea al hombre. Cuando hayáis capturado y colgado a todos esos rebeldes humanos, no habréis conseguido nada excepto vuestra propia culpabilidad, ya que no habréis extirpado las raíces. Dais por sentado que os enfrentáis con un enemigo al que no apuntan los cadetes de West Point ni los cañones. ¿Puede todo el arte del fundidor del cañón hacer que la materia se vuelva contra su creador? ¿Es la forma en que el fundador quiere forjarlo más importante que la materia que constituye al cañón y a él mismo?

Los Estados Unidos tienen una cantidad de esclavos que suma cuatro millones. Este país está decidido a mantenerlos en esas condiciones y Massachusetts es uno de los superintendentes confederados que debe evitar su huida. No piensan así todos los habitantes de Massachusetts, pero sí al menos los que mandan y los que obedecen. Fue Massachusetts junto con Virginia quien sofocó esta insurrección de Harper‘s Ferry. Tras enviar allí a los soldados deberá pagar el castigo por su pecado.

Suponed que exista en este Estado una sociedad que, de su propio bolsillo y por su magnanimidad, salve a todos los esclavos fugitivos que acuden a nosotros, proteja a nuestros conciudadanos de color y deje el resto del trabajo al así llamado, gobierno. ¿No te supondría eso perder rápidamente sus funciones de gobierno y hacerse despreciable para la humanidad? Si algunas sociedades privadas se ven obligadas a llevar a cabo las tareas del gobierno para proteger a los débiles y hacer justicia, entonces el gobierno se convierte tan sólo en un asalariado, un empleado para desempeñar servicios mínimos o sin trascendencia. Por supuesto, un gobierno que precisara un Comité de Vigilancia (En este contexto, sinónimo de abolicionistas), no sería sino la sombra de un gobierno. ¿Qué pensaríamos incluso del Cadi oriental, tras el cual funcionase en secreto un Comité de Vigilancia? Y, hasta cierto punto, estos gobiernos desquiciados reconocen y aceptan esa relación. En la práctica, vienen a decir: «Nos alegrará trabajar por vosotros con esas condiciones, con tal de que no se publique demasiado». Y así el gobierno, con el sueldo asegurado, se retira a la trastienda llevándose la Constitución y dedica la mayor parte de su esfuerzo a repararla. A veces, cuando oigo decir tales cosas en el trabajo, me acuerdo, en el mejor de los casos, de esos labradores que maquinan el modo de sacar algún dinero extra en invierno dedicándose al negocio de los barriles. ¿Y qué bebida alcohólica almacena ese barril? Especulan en la bolsa y hacen agujeros en las montañas, pero no tienen la capacidad de construir siquiera una carretera decente. La única carretera libre, la Underground Railroad (El legendario Underground Railroad, o ferrocarril subterráneo, constituyó una eficaz organización clandestina para facilitarles a los negros que así lo desearan evadirse de sus plantaciones del Sur, atravesar subrepticiamente los Estados del Norte, y alcanzar la meta de la liberación en Canadá. Entre 1810 y 1850 se calcula que más de cien mil esclavos, por un valor de más de treinta millones de dólares, consiguieron la libertad por este procedimiento. Numerosos blancos del norte aportaban esfuerzo personal, dinero e instalaciones adecuadas para mantener esta organización. También colaboraron en ello numerosos blancos que, aunque del Sur, eran abolicionistas), es propiedad del Comité de Vigilancia y él la administra. Ellos han cavado galerías a lo largo de toda esta tierra. Semejante gobierno está perdiendo su poder y su respetabilidad con la misma rapidez que el agua se filtra por una vasija agrietada, pero no se escapa de una en buen estado.

Oigo a muchos que condenan a estos hombres por su número tan reducido. ¿Cuándo estuvieron en mayoría los honrados y los valientes? ¿Hubierais preferido que su acción se interrumpiera esperando ese momento, hasta que vosotros y yo nos uniéramos a él? Este mismo hecho de que no tuviera una chusma o una tropa de mercenarios en torno suyo lo distingue de los héroes corrientes. Su compañía era reducida porque los dignos de pasar revista eran bien pocos. Allí, cada hombre que ofrecía su vida por los pobres y los oprimidos era un hombre elegido, sacado de entre varios miles, millones; un hombre de principios, de valor poco usual y acendrada humanidad; dispuesto a sacrificar su vida en cualquier momento por el beneficio de sus hermanos. Yo dudo que hubiera más hombres de estas características en todo el país (y esto por lo que se refiere sólo a sus seguidores); respecto al líder, no cabe duda de que barrió todo lo ancho y largo de estas tierras para incrementar su tropa. Estos fueron los únicos hombres dispuestos a colocarse entre el opresor y los oprimidos. Fueron sin duda alguna los mejores que podíais seleccionar para colgarlos. Ese es el mayor cumplído con que podía pagarles este país. Ellos estaban preparados para la horca. Ya se ha colgado a bastantes, pero a pesar de haberío intentado nunca antes se había dado con los más adecuados.


Ejecución de John Brown


Cuando pienso en él, en sus seis hijos y en su yerno, sin mencionar a los otros alistados en su lucha, comportándose fríamente, con reverencia, con solidaridad en su trabajo, durmiendo y despertándose por la lucha, pasando veranos e inviernos sin esperar recompensa alguna excepto una conciencia limpia, mientras que casi toda América se alineaba en el lado opuesto, digo de nuevo que esto me afecta a mí como un espectáculo sublime. Si él hubiera tenido algún periódico apoyando «su causa»; un órgano, como se suele decir, repitiendo monótona y tristemente la misma vieja canción y después pasara la gorra, eso hubiera sido fatal para su eficacia. Si hubiera manifestado de algún modo su enfrentamiento al gobierno, hubiera resultado sospechoso. Lo que le distinguía de todos los reformadores que conozco hasta hoy era el hecho de que no estaba dispuesto a pactar con el tirano.

Su peculiar doctrina era que un hombre tiene perfecto derecho a interferir por la fuerza contra el amo, como medio para rescatar al esclavo. Yo estoy de acuerdo con él. Aquéllos que se sienten continuamente escandalizados por lá esclavitud tienen cierto derecho a escandalizarse por la muerte violenta del amo, pero no los demás. Estos se escandalizarán más por su vida que por su muerte. No seré yo el primero que considere un error su método para liberar esclavos lo más rápidamente e posible. Hablo por boca del esclavo cuando digo que prefiero la filantropía del Capitán Brown a esa otra filantropía que ni me dispara ni me libera. De todo modos, no creo que sea bueno pasarse la vida hablando o escribiendo sobre este tema, a no ser que uno esté continuamente inspirado, y yo no lo estoy. Un hombre puede tener otros asuntos legítimos que atender. Yo no deseo matar ni ser matado, pero puedo vislumbrar circunstancias en las cuales ambas cosas me resulten inevitables. Mantenemos la llamada paz de nuestra comunidad con pequeños actos de violencia cotidiana, ¡ahí está la porra del policía y las esposas!, ¡ahí tenemos la cárcel!, ¡ahí tenemos la horca!, ¡ahí tenemos al capellán del regimiento! Confiamos en vivir a salvo únicamente fuera del alcance de este ejército provisional. Por tanto, nos protegemos a nosotros y a nuestros gallineros y mantenemos la esclavitud. Sé que la masa de mis compatriotas piensan que el único uso justo que se puede hacer de los rifles Sharps y de los revólveres es librar duelos cuando otras naciones nos insultan, o cazar indios, o disparar a los esclavos fugitivos o cosas parecidas. Yo creo que por una vez los rifles Sharps y los revólveres se emplearon en una causa justa. Los instrumentos estaban en las manos del que sabía utilizarlos.

La misma indignación que se dice vació el templo (Evangelio según Mateo, cap. 21, versículos 12-13) una vez, volverá a vaciarlo. La cuestión no está en el arma, sino en el espíritu con que se use. No ha nacido todavía ningún hombre en América que amara tanto a sus semejantes y les tratara con tanta ternura. Vivía para ellos. Tomó su vida y se la ofreció a ellos. ¿Qué clase de violencia es ésa que promueven, no lo soldados, sino los pacíficos ciudadanos; no tanto las sectas no pacifistas, sino los cuáqueros; y no tanto los hombres cuáqueros como las mujeres cuáqueras? (Los cuáqueros, desde los tiempos de John Woolman e incluso antes, eran decididamente anti-esclavistas, protectores y defensores de los indios, pacifistas, objetores de conciencia, y por todo ello los puritanos les declararon guerra a muerte y persecución implacable. El Diario de John Woolman es un texto modélico en este sentido).

Este suceso me recuerda que existe algo llamado muerte, la posibilidad de la muerte de un hombre. Parece como si todavía no hubiera muerto ningún hombre en América, ya que para morir, uno tiene que haber vivido antes. Yo no creo en los coches fúnebres, los paños mortuorios y los funerales que han tenido. No hubo muerte en esos casos porque no hubo vida; simplemente se pudrieron y se degradaron bajo la tierra del mismo modo que se habían podrido y degradado en vida. No se desgarró ningún velo del templo (Evangelio según Mateo, cap. 27, versículos 50-53), sólo se cavó una fosa en cualquier parte, Que los muertos entierren a sus muertos. Los mejores res simplemente dejaron de funcionar, como un reloj, Franklin, Washington, ellos salieron bien librados sin morir; tan sólo desaparecieron un día. Oigo a muchos que fingen que se van a morir, o que se han muerto, incluso ¡Tonterías! Les reto a que lo hagan. No hay suficiente vida en ellos. Se licuarán, como los hongos y mantendrán a cien aduladores enjugando el lugar en que se desvanecieron. Sólo han muerto media docena aproximadamente desde que empezó el mundo. ¿Cree usted, señor, que se va a morir? ¡No! No hay ninguna esperanza. No ha aprendido la lección aún. Debe quedarse después de clase. Estamos protestando demasiado a causa de la pena de muerte: arrancar vidas, cuando no hay vidas que quitar. ¡Memento morí! No entendemos esa frase sublime que algún personaje hizo esculpir sobre su tumba en alguna ocasión. La hemos interpretado en un sentido rastrero y lastimoso; hemos olvidado completamente cómo se muere.

Pero as! y todo, aseguraos de que morís. Haced vuestro trabajo y terminadlo. Si sabéis cómo empezarlo, sabréis cuándo terminarlo.

Estos hombres al enseñarnos a morir, nos han enseñado al mismo tiempo a vivir. Si los actos y las palabras de este hombre no originan un renacimiento, ésta será la sátira más dura posible que se escriba sobre actos y palabras que sí lo originan. Esta es la mejor noticia que América haya escuchado. Ha acelerado el débil pulso del Norte e infundido más y más sangre generosa a sus venas y a su corazón, que varios años de los que se suele ¡llamar prosperidad comercial y política!. ¡Cuántos hombres que consideraban recientemente la idea del suicidio tienen ahora algo por lo que vivir!.

Un escritor dice que la peculiar monomanía de Brown le hizo ser «temido por los habitantes de Missouri como si fuera un ser sobrenatural». Sin duda alguna, un héroe entre nosotros, tan cobardes, es siempre temido así. El es así. Aparece como superior a la naturaleza. Hay una chispa de divinidad en él.

¡Si sobre él mismo no logra elevarse, qué pequeña cosa es el hombre!.

¡Los directores de periódicos argumentan también que una prueba de su demencia es que se creía destinado para el trabajo que hizo, que no dudé ni un momento! Hablan corno si fuese imposible que un hombre pudiera hacer un trabajo hoy en día destinado a él por Dios como si las promesas y la religion estuvieran pasados de moda en relación con cualquier otro trabajo cotidiano; como si el agente para abolir la esclavitud pudiera ser solamente alguien designado por el Presidente, o por un partido político. Hablan como si la muerte de un hombre fuera un fracaso y la continuación de su vida, sea del tipo que sea, fuera un éxito. Cuando reflexiono sobre la causa a la que se entregó este hombre, y cuán religiosamente, y después reflexiono sobre la causa a la que se entregan sus jueces y todos los que le condenan con tanta Energía y ligereza, me doy cuenta de que hay la misma distancia entre ambos que hay entre el cielo y la tierra.


Tumba de John Brown


Esto pone de manifiesto que nuestros «Líderes» son una gente inofensiva, y saben demasiado bien que ellos no fueron designados por Dios sino elegidos por los votos de su partido.

¿Quién es el que precisa para su seguridad que se cuelgue al Capitán Brown? ¿Es acaso indispensable para algún ciudadano del Norte? ¿No hay otra salida que arrojar a este hombre al Minotauro? (Se da el nombre de Minotauro a un monstruo que tenia cabeza de hombre y cuerpo de toro. Se le hizo construir el Laberinto. Cada año -otros dicen que cada tres años, o incluso cada nueve- le daba en pasto a los siete jóvenes y otras tantas doncellas que, como tributo, pagaba la ciudad de Atenas» (cfr. Pierre Grimal)).

Si no lo deseáis, decidlo claramente. Mientras se estén haciendo cosas como ésta, la belleza permanece velada y la música es una mentira que chirría. ¡Pensad en él, en sus raras cualidades!, es el tipo de hombre que tardará mucho en repetirse y tardará mucho en ser comprendido; no se trata de un héroe cómico, ni del representante de ningún partido. El sol no volverá a salir en esta bendita tierra sobre otro hombre como él. ¡Para el que nació con más cualidades; para el inquebrantable, enviado para redimir a los cautivos; y lo único que se os ocurre es colgarlo del extremo de una cuerda! Vosotros que aparentáis sufrir por Cristo crucificado, considerad lo que vais a hacer al que ofreció su vida por la salvación de cuatro Millones de hombres (Es reiterada la comparación que a lo largo del ensayo lleva a cabo Thoreau entre Cristo y John Brown).

Todo hombre sabe cuándo está justificado, y todos los inteligentes del mundo serían incapaces de darle luz sobre el tema. El asesino siempre sabrá que se le castiga justamente; pero cuando un gobierno quita la vida a un hombre sin el consentimiento de su conciencia, nos encontramos ante un gobierno audaz que está dando un paso hacia su propia disolución. ¿Acaso es imposible que un sólo individuo tenga la razón y un gobierno esté equivocado?

Deben imponerse las leyes tan sólo porque se hayan aprobado? ¿O declararlas válidas por un número cualquiera de hombres, si no son válidas? ¿Tiene que ser el hombre necesariamente el instrumento que lleve a cabo un acto que su propia naturaleza rechaza? ¿Acaso pretenden los legisladores que los hombres buenos sean colgados siempre? ¿Pretenden los jueces interpretar la ley de acuerdo con la letra y no con el espíritu? ¿Qué derecho tenéis vosotros a llegar al acuerdo de que haréis esto o lo otro, en contra de vuestra propia razón? ¿Es labor vuestra, al tomar cualquier resolución, decidir sin aceptar las razones que se ofrecen, que muchas veces ni siquiera comprendéis? Yo no creo en los abogados, en ese modo de acusar o defender a un hombre, porque descendéis para tratar con el juez en su propio campo y, en los casos más importantes, no tiene mayor trascendencia si un hombre transgrede una ley humana o no. Dejad que los abogados decidan en casos triviales. Los hombres de negocios pueden solucionar esas cosas entre ellos. Si ellos fueran los intérpretes de las leyes eternas que obligan al hombre con auténtica justicia, eso ya sería distinto. ¡Esto es como una fábrica falsificadora de leyes que se sitúa parte en un país de esclavitud y parte en un país de libertad! (La dialéctica esclavitud-libertad, o sur y norte, iba a desembocar casi enseguida en guerra civil (1861-65). ¿Qué clase de leyes podéis esperar de ella para el hombre libre?

Estoy aquí para interceder por su causa ante vosotros. No intercedo por su vida sino por su naturaleza, por su vida inmortal, y eso sí es enteramente asunto vuestro y no de ellos. Hace mil ochocientos años Cristo fue crucificado; esta mañana posiblemente, el Capitán Brown haya sido colgado. Esos son los dos extremos de una cadena que no carece de eslabones.

Ha dejado de ser el viejo Brown; es un ángel de la luz.

Ahora comprendo que fue necesario que el hombre más valiente y humano de todo el pais fuera colgado. Tal vez él mismo lo haya comprendido. Casi temo enterarme de que le hayan liberado, porque dudo que la prolongación de su vida, o de cualquier otra pueda hacer más bien que su muerte.

«¡Descarriado!» «¡Granuja!» «¡Demente!» «¡Vengativo!» Eso escribís desde vuestras poltronas, y el herido responde así desde el suelo del Armory, claro como un cielo sin nubes, con la verdad en los labios, como si fuera la suya la voz de la naturaleza; «No me envió aquí hombre alguno, fue mi propia voluntad y la de mi Creador. No reconozco a ningún jefe de condición humana» Si.

Y con qué noble y dulce talante continúa dirigiéndose a los que le apresaron y que se sitúan por encima de él: «Creo, amigos, que sois culpables de un gran error contra Dios y la humanidad, y sería perfectamente justo que alguien interfiriera en vuestras cosas con el fin de liberar a ésos que vosotros mantenéis voluntaria y cruelmente en cautiverio»

Y, refiriéndose a su actividad: «Este es, en mi opinión, el mayor servicio que un hombre puede ofrecerle a Dios».

«Me apenan los pobres cautivos que no tienen a nadie que les ayude; por eso estoy aquí, no para satisfacer ninguna animosidad personal, venganza o espíritu revanchista, sino por mi simpatía hacia los oprimidos y los agraviados que son tan buenos como vosotros y tan preciosos a los ojos de Dios.»

Vosotros no reconocéis vuestro testamento cuando lo tenéis delante.

«Quiero que entendáis que yo respeto los derechos de los hombres de color más pobres y más débiles, oprimidos por el poder esclavizador, del mismo modo que respeto los de los más ricos y poderosos.» Me gustaría decir, además, que haríais mejor, vosotros, todos los hombres del Sur, en preparamos para solucionar esta cuestión, que deberá terminarse de una vez antes de que estéis dispuestos a ello. Cuanto antes os preparéis, mejor. Os podéis deshacer de mí muy fácilmente. Ya casi estoy eliminado, pero esta cuestión aún tendrá que solucionarse -este problema de los negros, me refiero-; el fin de ese problema no ha llegado aún.

Imagino el momento en que el pintor dibujará esa escena sin ir a Roma en busca del modelo; el poeta la cantará; el historiador la registrará; y, con el desembarco de los «Peregrinos» y la Declaración de Independencia, será el ornamento de un futuro museo nacional, cuando al fin la forma actual de esclavitud ya no persista. Entonces tendremos libertad para llorar por el Capitán Brown. Entonces, y no antes, llegará nuestra venganza.



Este texto es parte de un dossier sobre Thoreau publicado en el número 35 de la revista Desde el Confinamiento, que puede descargarse gratuitamente aquí. Una introducción puede leerse aquí.


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