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¿Vacunado o antivacunas?

Published on: lunes, 31 de enero de 2022 // ,


por Xabier Vila-Coia


Los estigmas sociales, como los delitos, como las enfermedades, vienen y van: desaparecen unos y otros ocupan su lugar. No hace demasiado ser homosexual era un estigma, y también lo era padecer un trastorno mental. Entre los estigmas recientes cabe destacar "machista" y "maltratador", vinculados al desprestigio personal y a la obtención de recursos; y el novedoso "antivacunas", asociado de forma espuria a los no vacunados de la covid-19.

Que las autoridades de un país, o sus ciudadanos, estigmaticen a una persona conlleva importantes perjuicios para ella. Por ejemplo, le resultará más difícil encontrar casa y pareja; puede que se le prohíba utilizar el transporte público, comprar en los supermercados, desempeñar su profesión, o que se restrinja su libertad de movimientos; agravios estos últimos que están de actualidad referidos a aquellos que optaron por no vacunarse contra el SARS-CoV-2.

Si nos fijamos en los ejemplos citados, advertiremos que su heterogeneidad muestra que existe relación entre la naturaleza de los estigmas y la ideología predominante en cada época, de lo que se infiere que su creación es intencionada y persigue un objetivo concreto: lograr la uniformización absoluta de la conducta y las creencias de la totalidad de la población sometida a un determinado gobierno.

Por lo que a la inmunización preventiva se refiere, es indudable que la invención de la vacuna de la viruela por Edward Jenner representa un hito de la medicina pues gracias a ella, y a las posteriores, se salvaron y se continúan salvando millones de vidas humanas y no humanas.

No obstante, la inoculación de una vacuna es una práctica sujeta a los cuatro principios de la bioética: beneficencia, no-maleficencia, autonomía y justicia. Hay autores que al principio de autonomía lo denominan también "principio de permiso", sin el cual no es legítimo realizar ningún acto médico sobre un cuerpo ajeno. No menos trascendental es el hecho de que el principio de no-maleficencia es jerárquicamente superior al de beneficencia, lo que se traduce en que el deber de no hacer daño a otros nos obliga más que el deber de beneficiarlos. Por lo tanto, la inyección de una vacuna no deseada es como un acto sexual no consentido, y por el hecho de no consentirlo nadie debe de ser penalizado bajo ningún concepto.

En este contexto, aseverar como hacen los "expertos" (cuya capacidad argumentativa y de convicción es paupérrima) que los no vacunados son la causa de la transmisión de la covid-19 porque devienen reservorios del virus, además de entrañar mala fe no se ajusta a la realidad. Debido, al menos, a tres motivos:

En primer lugar, porque al estar el 90 % de los ciudadanos vacunados con la pauta completa, una propagación tan rápida y generalizada del patógeno tiene que estar necesariamente mediada por ellos, los cuales debido a la escasa eficacia de las vacunas (demostrada por la necesidad de revacunaciones sucesivas en periodos temporales muy cortos cuyos posibles efectos adversos a largo plazo sobre el sistema inmunitario y otros sistemas orgánicos se desconocen) se convierten en su mayoría en portadores sanos; esto es, transmiten la enfermedad sin padecerla.

En segundo lugar, porque la limitada inmunidad que generan (evidenciada en que los vacunados se reinfectan como si no lo estuvieran) puede provocar el acantonamiento de los virus facilitando así la aparición de mutaciones que originen nuevas variantes. Algo similar ocurre con las bacterias, que adquieren mutaciones resistentes a los antibióticos cuando éstos no logran destruirlas en su totalidad.

Por último, las personas vacunadas tienden a sentirse inmunes y apenas se protegen; apreciación que las lleva a infectarse y reinfectarse con mayor frecuencia que las no vacunadas, quienes saben que para salvaguardarse de la covid-19 han de observar las medidas de seguridad recomendadas por las autoridades sanitarias y por el sentido común.

En pocas palabras: frente al SARS-CoV-2 y sus variantes, la mejor vacuna es nuestra voluntad obrando al unísono con nuestra razón.

Cada uno con la suya.

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