En defensa del porno
por Anup Raj Dhungana
Para creer que la pornografía genera violencia contra la mujer, primero debemos creer que la pornografía es consumida exclusivamente por hombres.
Fue un amor al primer bocado. El bocado de libertad garantizado por internet. La libertad, más que la pornografía.
Para admitirlo honestamente, la generación posterior a los noventa probó por primera vez la libertad a través de Internet. Ese misterio llamado internet, ese mundo más allá de los reinos de la realidad, pero muy real, conectado a través de cables, accedido a través de terminales, teletransportado a través de señales y muchos módems, un tour-de-force equivalente a perderse en la naturaleza. Las ganas de entrar en el mundo salvaje, impulsadas por el anonimato garantizado, navegando por páginas web de fantasías, acciones, interacciones y retractaciones nunca antes vistas, era la verdadera realidad virtual en su máxima expresión. Solo podía hacerlo internet. El viaje desde la barra de estado de Internet Explorer, que nunca parecía cargarse por completo, hasta las mejores aplicaciones para teléfonos móviles de Silicon Valley, suave y elegante, todos hemos probado la alegría de la libertad en Internet de una forma u otra.
Pero no siempre fue así. La pornografía existía antes de Internet. Tuvo una amplia circulación en videocasetes, discos compactos y en páginas de Satyakatha, o “historias reales”. Internet acaba de hacerlo accesible para dispositivos portátiles. El medio cambió, el mensaje permaneció. La accesibilidad dio lugar a un consumo masivo, como es natural con las leyes de la oferta y la demanda. Lo que cambió es la forma en que lo consumíamos. Antes era con un grupo de amigos, ahora es a solas, en cualquier momento y en cualquier lugar. Este mercado de consumo de pornografía, que podría haber sido pasado por alto e ser ignorado anteriormente, pretendiendo que nunca existió, de repente se hizo evidente. Y la visibilidad generaba desprecio.
No tengo la intención de discutir los tecnicismos de la prohibición de la pornografía en Internet, que en sí misma es ridícula dada la limitación del alcance del Estado sobre el gigantesco mundo de las tecnologías de la información, sino la censura, como la muerte del liberalismo según lo que Don Delillo escribió en Underworld “para no socavar la voluntad del Estado de llevar a cabo sus propias fantasías gigantescas”.
El viento ha estado soplando desde hace algún tiempo. Con el advenimiento de la cultura de la corrección política y el movimiento de las identidades, los llamamientos a restringir opiniones, ideas, formas de arte, y especialmente la educación liberal, se oyen cada vez más. Se ha repetido tanto y tanto que ahora se ha convertido en un dogma. Soplado con este viento de cambio, la afirmación de que la generalización de la pornografía es la causa de los delitos de violación ha estado dando vueltas en los círculos de las redes sociales de Nepal. Particularmente a la luz de los recientes crímenes atroces contra niñas y mujeres que han estado llenando las páginas de nuestros periódicos. Con la ira y las emociones a flor de piel, con la gravedad de los delitos denunciados, no es extraño pedir acciones drásticas y fuertes medidas de represalia. Sin embargo, cualquier problema social que de lugar a generalizaciones sin debates feroces y contestaciones intrépidas solo conducirá a la irracionalidad. La ira y la furia perjudican el buen juicio. Y si la irracionalidad gana una vez, se convierte en la norma.
Para creer que la pornografía da lugar a la violencia contra la mujer, primero debemos creer que la pornografía es consumida exclusivamente por hombres. O dicho de otro modo, las mujeres son incapaces de ver y disfrutar el contenido pornográfico. Lo que implica que, incluso si lo hicieran, esas mujeres nunca cometerían ningún delito sexual. Y los hombres que miran y disfrutan definitivamente serán uno de los infractores. Para establecer las relaciones de causa y efecto, también tenemos que creer que la pornografía no es consentida, lo cual sería la cosa más estúpida del mundo que puede decirse. Mientras dos adultos que participan voluntariamente en la actividad sexual debe ser el epítome del concepto de consentimiento. No se puede negar que la pornografía en Internet ofrece contenidos cuestionables, algunos de los cuales pueden ser ilegales, pero eso también debe analizarse objetivamente con otros contenidos objetables disponibles en Internet.Las mismas leyes que rigen otros contenidos de Internet pueden regir esencialmente el contenido pornográfico. Elegir contenidos concretos, considerados inmorales o instigadores de delitos, para justificar una prohibición general es una acto típico de un estado autoritario.
Los cimientos de cualquier estado democrático liberal son sus principios liberales. Libertad de conciencia, libertad de pensamiento y sentimiento, libertad de expresar y publicar opiniones, libertad de gusto y búsqueda; como lo enumera John Stuart Mill, siempre será la base de una sociedad abierta y libre. Si permitimos que el estado vigile moralmente el contenido y censure lo que es bueno y malo para las personas, entonces esencialmente le estamos pidiendo al gobierno que nos quite nuestros derechos fundamentales. Significa que somos incapaces de tomar elecciones de manera individual.
Y toda sociedad que se deja llevar por las generalizaciones para renunciar a su libertad ya es una sociedad fallida, con o sin delitos, victimarios o víctimas.