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Noticias Amor y Rabia

La crisis de la AIT desde la perspectiva de la CNT (I)

Published on: martes, 1 de noviembre de 2016 // , ,


La decisión de refundar la AIT del XI congreso de la CNT (diciembre de 2015) es el último acto del proceso de modernización del anarcosindicalismo que se inició con la resurrección de la CNT en 1977 y que aún no ha concluido

Por RABIOSO

Tras morir Franco en 1975, las élites españolas pusieron en marcha una serie de medidas para modernizar el aparato estatal e integrarse en Europa; gracias a ello, en 1977 la CNT podía volver a legalizarse, acabando con cuatro décadas de persecución e ilegalidad. Tras las alegrías iniciales, los problemas no tardaron en surgir. Como no podía ser de otra forma, en los 40 años transcurridos desde la derrota de la revolución de 1936 el mundo se había transformado. Es este tiempo, la izquierda había vivido (y sobrevivido) el estalinismo, la Segunda Guerra Mundial, la descolonización, el estado del bienestar, la Guerra Fría o la desintegración del modelo de Estado marxista en sus diversas modalidades, por poner tan solo algunos ejemplos. El mundo en cuyo seno había surgido el anarcosindicalismo desapareció y el movimiento anarcosindicalista dejó de existir, mientras la CNT se convertía en una versión obrera de la bella durmiente, manteniendo su apariencia a pesar del paso del tiempo.

Dorian Grey o el peso de la gloria

O al menos eso parecía. Como no tardaron en comprobar quienes participaron con entusiasmo en el relanzamiento de la CNT, adaptarse a los enormes cambios sociales que habían tenido lugar desde 1939 era similar a la Odisea de Ulises. En poco tiempo se puso en marcha la dinámica infernal de la polarización entre quienes querían buscar un camino para adaptar el anarcosindicalismo al mundo neoliberal, y quienes preferían no cambiar nada por miedo a caer en el reformismo. Naturalmente esta es una visión del mundo en blanco y negro y había muchas más tendencias, pero todas ellas tenían que hacer frente a la cuestión de cómo adaptarse al mundo moderno.

En honor a la verdad ha de reconocerse que tras el miedo a los riesgos asociados a la modernización se ocultaba un peligro real. Un ejemplo perfecto es el caso de la SAC sueca, único sindicato anarcosindicalista que merece ese nombre que logró sobrevivir a la hecatombe del fascismo y la Segunda Guerra Mundial. La SAC no tuvo la «suerte» de una muerte gloriosa luchando contra el fascismo como la CNT, y tuvo que hacer frente al mundo surgido en la posguerra; tras intentar mantenerse fiel a los principios anarcosindicalistas en la posguerra, la evidencia de que podía acabar convertida en una organización marginal dio lugar a un giro de 180 grados en su estrategia, pasando a integrarse en el modelo estatal socialdemócrata que se implantó en Suecia.

Es necesario recordar, llegados a este punto, que la SAC pudo hacer frente al dilema respecto a su futuro en unas condiciones muy diferentes a las de la renacida CNT en 1977. Sus estructuras estaban intactas, y disponía de una militancia lo suficientemente grande como para poder actuar como sindicato y no como un mero grupo de propaganda. La CNT, en cambio, debía hacer frente a una situación muy diferente: sus estructuras habían sido arrancadas de cuajo por el fascismo, abriendo una brecha generacional. Además, la clandestinidad impuesta por la dictadura hacía imposible la práctica cotidiana del anarquismo; tan imposible era practicar a gran escala la toma de decisiones mediante asambleas —indispensable para evitar la formación de núcleos de poder— como el favorecer la mentalidad crítica (y racional) mediante discusiones constantes, labor clave llevada a cabo en los ateneos libertarios.

El resultado de estas carencias no tardó en hacerse notar en las bases de la nueva CNT. En el marxismo, el énfasis en el racionalismo/cientifismo dio lugar, primero, al parlamentarismo y la burocratización, y más tarde a una deshumanización total que considera a los seres humanos meros números, abriendo el camino a las diversas salvajadas realizadas bajo la hoz y el martillo a lo largo del siglo XX. En el anarquismo, en cambio, aunque el racionalismo juega un papel fundamental, el componente básico es una defensa a ultranza del individuo frente al resto de abstracciones que genera la mente humana en su lucha por la vida. Este componente, fuertemente emocional y basada en la percepción personal de lo que es justo, es positivo al hacer imposible la puesta en marcha de un aparato represivo para imponer el anarquismo o el asesinato de manera fría y sistemática por el mero hecho de pensar de manera diferente. Pero puede ser también negativo, ya que tomado desde un ángulo dogmático el anarquismo puede convertirse en el mejor argumento para defender permanecer en un gueto, haciendo loas a la anarquía sin intentar emplearla como instrumento para cambiar la sociedad y combatiendo a quienes lo intentan.


6 de mayo de 1977: Legalización de la CNT.
A la derecha Gómez Casas, secretario general y
autor de libros indispensables sobre la historia de la CNT.

Una vez resucitada la CNT, no tardó en hacerse evidente que no era la Bella Durmiente de la mitología revolucionaria, sino más bien un reflejo de la maldición de Dorian Grey. Por un lado, con el paso del tiempo la CNT se convirtió en el exilio en una sombra de sí misma, sufriendo gran cantidad de conflictos internos y escisiones; y, por otro lado, debido a la Revolución de 1936 la CNT se convirtió en la única alternativa con experiencia revolucionaria real al autoritarismo y la burocratización del marxismo. Esta contradicción entre el mito y la realidad era una herencia envenenada que no tardaría en tener efectos nefastos en la nueva CNT surgida en la Transición. Asimismo, la mayor parte de la nueva militancia estaba formada por gente joven y militante, recién llegada al movimiento anarcosindicalista atraida por su historia heroica y su ideología antiautoritaria. Desgraciadamente, carecían de la menor experiencia práctica en la lucha sindical y tenían una formación mínima en las ideas anarquistas.

El desastre: Valladolid como ejemplo

La combinación de militancia y formación superficial de las ideas anarquistas no tardó en tener consecuencias nefastas. En Valladolid, donde la extrema derecha era especialmente activa y actuaba con completa impunidad, la juventud anarquista local se destacó en hacerles frente, lo que fue respondido por los fascistas con la colocación de una bomba contra el local de la CNT. Pero mientras es innegable su disposición a hacer frente a la violencia fascista, cuando la CNT hubo de plantearse adaptar sus medios de lucha a la sociedad de consumo, este sector se negó a aceptar los intentos de modernización, y la situación escaló rápidamente. Según contaba Luis Pasquau, del Sindicato de Enseñanza de la CNT de Valladolid en aquella época, los «anarquistas» asistían a las asambleas del sindicato cuando sabían que se iba a tratar la estrategia sindical, y ponían las pistolas con las que luchaban contra los fascistas encima de la mesa para impedir cualquier discusión. La consecuencia lógica de esta situación fue la salida de trabajadores de la enseñanza de la CNT, que se organizaron en un grupo consejista.

Finalmente pasó lo que tenía que pasar, y los defensores del purismo doctrinal dieron un giro de 180 grados, pasando a defender la participación en las elecciones sindicales. Las consecuencias de este enfrentamiento fueron nefastas, como demuestran las cifras de afiliación. De 120.000 en septiembre de 1977 (Joan Zambrana, La alternativa libertaria en Cataluña) a 250.000 en la primavera de 1978 (según Juan Gómez Casas), se pasó a 30.000 en diciembre de 1979 en el V Congreso, en el que tuvo lugar la primera escisión de la CNT. Las provocaciones policiales (Caso Scala) y la campaña de propaganda antianarquista del Estado y los medios de comunicación aumentaron la presión para aplastar a la CNT por negarse a colaborar con la Transición.

Debido a que el electoralismo sindical amenazaba con provocar una nueva ruptura en la CNT, en el VI Congreso (1983) la mayoría contraria aceptó tratar el tema en un congreso extraordinario monográfico. Esto fue un error, que solo sirvió para dar más tiempo al entonces secretario de la CNT, José Bondía, para preparar la integración de la CNT en el sistema. En aquella época el Partido Socialista tenía que hacer frente en el campo sindical a CCOO, sindicato cercano al Partido Comunista, y el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, jugó con la idea de favorecer a la CNT y marginar a CCOO. Para ello ofreció a cambio de participar en las elecciones sindicales el apoyo del Estado para que la CNT recuperase su gigantesco patrimonio histórico. En necesario recordar aquí que, debido a la crisis en la que estaba la organización, la mayoría de los sindicatos forzaron la reelección de Bondía como secretario general a pesar de estar en contra los estatutos, decisión nefasta que costaría cara a la organización (a pesar de fracasar, Bondía fue «premiado» con un cargo en la organización de la celebración del 5º Centenario de la conquista de América; para que luego digan que Roma no paga traidores).


Eladio Villanueva: De la creación de grupos anarquistas
y la lucha contra los grupos fascistas en Valladolid
a la Secretaría General de la CGT.

Aprovechando la falta de acuerdo sobre las elecciones sindicales en el Congreso, los defensores de la participación aprovecharon el periodo previo al Congreso extraordinario para participar en elecciones sindicales en algunas localidades. Este fue el caso de Valladolid, donde los contrarios eran minoría y, para evitar la ruptura y una nueva hemorragia de militantes, se aceptó la participación como CNT en las elecciones sindicales en la enorme factoría de FASA-Renault de la ciudad (la mayor del mundo fuera de Francia, motivo por el cual se habla de Fasadolid). Esto, como no podía ser de otra forma, tan sólo valió para dar argumentos a los defensores de participar en las elecciones, debido a los buenos resultados obtenidos. Pero, a pesar de todo esto, la mayoría del Congreso extraordinario votó contra participar. La minoría electoralista anunció entonces su escisión, convocó en Valencia un Congreso en el tuvo lugar la fusión de los restos de las anteriores escisiones, y se negaron a dejar de llamarse CNT, lo que hizo imposible acceder al enorme patrimonio histórico de la CNT durante más de un lustro. Los defensores de la escisión no dudaron en emplear la violencia, dándose casos lamentables, como esperar (en Palencia, localidad cercana a Valladolid) a primera hora de la mañana a quienes iban al trabajo para darles una paliza, o los conatos de violencia en Madrid por parte de los contrarios a la escisión. Estos lamentables enfrentamientos, violentos incluso en ocasiones, marcan uno de los momentos más lamentables de la historia del Movimiento Libertario.

En Valladolid, la inmensa mayoría se pasó a la escisión, justificándolo en un manifiesto que tuvo una amplia difusión, y la CNT quedó convertida en la sombra de lo que había sido. Cuando, en pleno derrumbe del «socialismo real» el que esto escribe decidió salirse de la CGT (entonces aún CNT) y acercarse a la CNT-AIT, esta había dejado de existir de facto. Carecía de actividad sindical, pero disponía de un local gracias a la negativa a abandonar de tres personas con la misma edad que mi padre (de las cuales una era marxista con un enorme respeto a la CNT, otra había tenido que exiliarse a Francia tras una redada antianarquista durante el franquismo, y la otra había participado en las luchas de FASA en la Transición). En torno suyo había un puñado de personas que simpatizaban, pero aún hacía falta tiempo para que las heridas de la escisión sanasen.

El papel de estas tres personas fue fundamental para la resurrección de la CNT. Habían logrado mantener una infraestructura (el local se compartía con un grupo de flamenco, por ser los únicos que habían encontrado que eran de fiar a la hora de pagar el alquiler), e incluso una ligera presencia, al mantener la difusión de la propaganda (pegada de carteles, distribución de octavillas, etc.); más importante aún fue su papel en transmitir las ideas a una nueva generación, mediante infinidad de debates sobre todo tipo de temas. A comienzo de los 90, cuando un compañero afiliado que trabajaba en el sector de la construcción pidió el apoyo del sindicato en un conflicto con su empresa, la CNT pudo iniciar su resurrección como sindicato. El círculo se había cerrado.

Una década después de la escisión, la experiencia de lucha sindical de la mayoría del entonces minúsculo sindicato de Valladolid era nula, y tuvimos que empezar de cero. O casi, gracias al apoyo y la experiencia de los mayores. Y nuestra situación no era muy diferente en el resto de la CNT, que perdió a la inmensa mayoría de la generación que había participado en reorganizar en la Transición, y tuvo que atravesar una durísima 'travesía del desierto'. En Valladolid, la negativa absoluta de los mayores de cualquier actividad que reavivase las heridas de la escisión, y su disposición a confiar en la gente joven (yo dispuse de unas llaves del local cuando aún era miembro de la escisión) permitió un crecimiento lento y gradual, ayudando además a revitalizar otras localidades de la región (Palencia, Zamora). Hoy día, la CNT es un sindicato con presencia en el mundo laboral y diversos sindicatos de ramo (metal, construcción...), con más de un centenar de afiliados, local propio y que ha sido capaz de hacerse cargo del Comité Regional, el órgano de la CNT e incluso del Comité Nacional (por haber, hasta ha habido un escándalo de corrupción que ha provocado la expulsión fulminante del secretario general).

De la escisión a la actualización

El proceso de superación del periodo catastrófico de la Transición no fue homogéneo: en algunas localidades, como Puerto Real, se pudo evitar el desastre, en otras como Valladolid hubo una verdadera implosión y hubo que empezar casi de cero, pero cada localidad era un mundo y hubo de todo. Cataluña, la región más afectada por la escisión, fue incapaz de superarla, y tras diversas crisis finalmente fue desfederada y quedó reducida a su mínima expresión. Esto, como ocurriera en Valladolid, ha permitido un recambio generacional y el inicio de una nueva etapa, marcada por una expansión lenta pero constante, así como la superación de conflictos que se arrastraban desde hacía décadas.

Otro problema importante a superar era el mecanismo de votaciones, heredado de comienzos de siglo XX. El intento de actualizarlo en el V Congreso consistió en el siguiente reparto de votos:

De 1 a 50 cotizantes ...... 1 voto
De 1 a 100 " ................. 2 votos
De 1 a 300 " ................. 3 votos

... y así sucesivamente hasta el límite de 8 votos para sindicatos de más de 2.500 cotizantes. Este mecanismo de reparto de votos fue un error, ya que provocaba una distorsión de la realidad en el interior del sindicato: bastaban 5 cotizaciones para lograr el reconocimiento como sindicato con un voto, una cantidad relativamente fácil de lograr —especialmente para jubilados—. Esto dio lugar a la aparición de sindicatos «fantasma», algunos incluso con local propio —herencia de tiempos pasados— pero sin la menor actividad sindical, y que se convirtieron en feudos de un par de personas a lo sumo, a veces incluso una sola.

Al mismo tiempo, los sindicatos reales practicaban —y practican— la política opuesta, declarando un número menor de afiliados al real para disponer de dinero para sus actividades; no es extraño, por ejemplo, que un grupo local con 5 o más afiliados se declare núcleo confederal, para evitar el lastre de pagar las cotizaciones y poder emplear ese dinero en afianzar su posición. Esta situación fue posible gracias a la situación posterior a la implosión de los 80, en la que los grupos locales estaban centrados en la mera supervivencia y las relaciones con el resto de la organización eran algo (casi) secundario.


Las consecuencias eran una presencia desproporcionada a la hora de votar de pseudosindicatos, mientras los sindicatos reales estaban infrarrepresentados. Irónicamente, la carencia de cualquier actividad sindical de los pseudosindicatos facilitaba su radicalismo, convirtiéndolos en el sector contrario a las propuestas de los sindicatos de verdad, que intentaban adaptarse a la realidad del mundo laboral. No se trataba aquí de participar en las elecciones sindicales —cuyos defensores siempre han sido una minoría ínfima— sino de dotarse de herramientas necesarias en la lucha sindical —como los abogados— o de asegurar el buen funcionamiento y custodia del archivo histórico; en estos y otros muchos temas la discusión se bloqueaba por el temor a crear una casta de liberados.

Esta situación se solucionó gracias al crecimiento de la CNT, que acabó con esta distorsión de la realidad en el Congreso de Córdoba (2010). Allí se modificó el sistema de votación, que hasta entonces había permitido que el voto de tres sindicatos con cinco cotizantes pudiese tener un peso igual al de un sindicato con 200 cotizaciones. El nuevo sistema es el siguiente:

De 5 a 10 cotizantes .............. 1 voto
De 11 a 20 cotizantes ............ 2 votos
De 21 a 30 cotizantes ............ 3 votos

… y la misma proporción hasta llegar a los 100: de 31 a 40 cotizantes 4 votos, etc. Para evitar una excesiva acumulación de poder en un sindicato, a partir de 100 afiliados, el número de votos se reduce; así, de 91 a 100 afiliados son 10 votos, pero de 101 a 150 son 12 votos. Hay que entender que la mayoría de los sindicatos tienen entre 25 y 75 afiliados. Este acuerdo dio lugar a la marcha de la organización de algunos sindicatos tras perder su hasta entonces privilegiada posición en la toma de decisiones; esto coincidió con el final de una periodo de escándalos y desfederaciones que afectaron especialmente a las regionales catalana, gallega y de Levante, en las que el crecimiento se había quedado estancado desde los 80. Al mismo tiempo tuvo lugar un recambio generacional, desapareciendo por causas naturales una generación que arrastraba los conflictos del pasado.


Dos carteles que describen una época: las dos escisiones
hablando de unidad y usando un nombre que no es suyo;
y la CNT difundiendo consignas numantinas.

Los beneficios de estos acuerdos se hicieron visibles en el XI congreso (Zaragoza, 2015), en el que se duplicó el número de asistentes. Este congreso introdujo una nueva modificación, cambiando el número mínimo de afiliados necesario para montar un sindicato, pasando de 5 a 15 afiliados para el Sindicato de Oficios Varios (SOV) y de 25 a 50 para los de ramo. Asimismo, en dicho congreso se ha replanteado la relación con la AIT, proponiendo su reorganización. Pero antes de entender los motivos, es necesario dar un breve repaso histórico de la internacional anarcosindicalista.


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