El arma más peligrosa de Rusia
por Rabioso
El principal problema de la lluvia constante de mentiras de la prensa occidental es que han impregnado las mentes de la población occidental, dificultando analizar fríamente la actuación de Rusia en las últimas décadas y sus objetivos actuales. Desde la llegada al poder de Putin acabó la era de caos que siguió al derrumbe de la URSS, y el Estado ruso ha logrado fortalecerse internamente en una primera etapa, para a continuación dedicarse a intentar recuperar su antigua esfera de influencia, modernizando al mismo tiempo su ejército. El pistoletazo de salida se inició en 1998-99 con el impago de su deuda externa y el enfrentamiento con la OTAN por el control del aeropuerto de Pristina, capital de Kosovo, y fue seguido con un acuerdo de traspaso amistoso del poder entre el sector de las élites rusas representado por Boris Yeltsin y el representado por Vladimir Putin. A partir de ese momento se inició la resurrección del Estado ruso: en julio, Putin se reunió en público con los principales oligarcas en el Kremlin para decirles que quien no aceptase la primacía del Estado no tenia cabida en la nueva Rusia, dando lugar a la rebelión inútil del sector pro-EEUU, que acabaría exiliado en Londres. A continuación, Putin ordenó la eliminación de las redes yihadistas creadas en el Cáucaso por occidente, arrasando Grosni, la capital de Chechenia, y aplastando a la insurgencia chechena. Fue entonces cuando apareció en escena la que desde entonces ha sido el principal arma de Rusia: la diplomacia.
Mientras el ejército ruso eliminaba cualquier oposición en Chechenia, el Estado ruso se dedicó a negociar con los clanes chechenos y logró establecer una alianza con ellos, basada en permitirles controlar su territorio y ayudarles a reconstruirlo. Hoy día Grosni no tiene nada que envidiar a las ciudades más pujantes de Oriente Medio y no hay rastro de la guerra que duró una década, y los soldados chechenos se han convertido en la punta de lanza del ejército ruso, algo que se puso de manifiesto en 2008 durante la guerra de Georgia, cuando se vieron por primera vez soldados chechenos sentados en los tanques rusos. Desde entonces, los chechenos han estado en la primera linea de combate de todas las guerras que ha librado Rusia, como Siria o, actualmente, Ucrania.
La conversión de Chechenia en una aliada fiel de Moscú es un buen ejemplo de la política del estado ruso durante las últimas décadas, y no es ni mucho menos el único. Algo similar ha ocurrido con Hungría, antaño cuartel general en Europa del este de las ONGs del oligarca estadounidense George Soros, que ayudó a llevar al poder a Victor Orbán, representante del tradicional nacionalismo rusófobo húngaro heredero de los insurrectos anticomunistas de 1956. Sin embargo, la negativa de Orbán a ceder ante las presiones de la UE y defender su soberanía nacional han sido apoyadas por Putin, que ha utilizado hábilmente los suministros de energía para transformar al dirigente húngaro en su principal aliado en Europa Central. Hoy día, Orbán ha sido el principal obstáculo a los intentos de la Comunidad Europea de prohibir la compra de petróleo ruso, posición que puede permitirse gracias a que Rusia e suministra gas a bajo precio a través del gasoducto Balkan Stream, que entró en servicio en 2021.
Este uso de la energía para establecer alianzas, temido por Washington, está siendo aplicado por Rusia para recuperar su influencia sobre Mongolia. Tras una revolución de colores en 2008 que llevó al poder a un gobierno marcadamente nacionalista, Mongolia estableció lazos con la OTAN en 2012 y el clima del país se tornó marcadamente antichino. Sin embargo, esta situación no ha afectado a Rusia, que tiene una buena imagen entre el 90% de la población según una encuesta de 2017. Esto es debido, entre otras cosas, a la ayuda clave del ejército rojo en lograr la independencia de China, y se refleja en el nombre de la capital mongola, Ulaanbaatar ("guerrero rojo"), así como en nombres de pila mongoles como “Seser” (de SSSR, siglas en ruso de URSS), “Oktyabr” (Octubre) o “Melscho” (iniciales de Marx, Engels, Lenin, Stalin y el líder mongol Choybalsan). Para recuperar la antaño estrecha relación entre ambos países, Moscú ha impuesto a China que el gasoducto Power of Siberia 2 atraviese territorio mongol, lo que profundizará los lazos económicos a largo plazo.
Sin embargo, Rusia es también capaz de utilizar medios más refinados para defender su esfera de influencia. Un ejemplo pudo verse a comienzos de este año, poco antes de su invasión de Ucrania, en Kazajastán, donde manipuló las estructuras creadas en los últimos años por EEUU para montar una revolución de colores y las utilizó para impulsar la puesta en marcha de unas protestas que degeneraron en un caos de violencia. Sorprendidos por lo ocurrido, EEUU y sus aliados occidentales fueron incapaces de reaccionar, mientras Rusia ponía en marcha con una velocidad sorprendente una fuerza de intervención bajo el paraguas de la CSTO (la OTAN rusa), derrocando al rusófobo jefe de gobierno kazajo, cercano a Biden y EEUU, sustituyéndole por una persona acorde a los intereses rusos (y chinos), demostrando al mismo tiempo la efectividad del ejército ruso y asegurándose el control del país para poder llevar a cabo la invasión de Ucrania sin sorpresas.
DAR LA VUELTA A LA TORTILLA: LA ALIANZA CON TURQUÍA
Pero sin duda el mejor ejemplo de porqué la diplomacia rusa tiene que preocupar a EEUU más que sus misiles balísticos es Turquía. La llegada de Erdogan al poder fue similar a la de Aznar: si en España se usaron filtraciones de datos de las cloacas del estado relacionados con los GAL, en Turquía se filtraron datos de los escuadrones de la muerte de Ergenekon, el estado profundo turco, que permitieron derrocar a la élite laicista favorable a pactos con Rusia. La llegada al poder de Erdogan tuvo lugar poco antes de finalizarse la construcción del gasoducto Blue Stream, y Erdogan, contrario a la dependencia energética de Rusia, se dedicó a sabotear los acuerdos con Rusia por todos los medios. EEUU le había prometido convertir a Turquía en el hub energético que asegurase el suministro energético del sur de Europa sustituyendo al gas ruso, convirtiendo a Turquía en el principal rival estratégico de Moscú en Oriente Medio. De la misma forma que EEUU engañó a Ucrania asegurándola que podría sustituir el petróleo ruso con el oleoducto Odessa-Brody, Washington aseguró a Erdogan que con el gasoducto Nabucco podría sustituir el suministro de los gasoductos soviéticos.
El problema es que para sustituir a Rusia era necesario obtener el gas de varios países: de Turkemistán, Irán, y de Egipto y Catar, atravesando Siria para llegar a Turquía. Rusia logró bloquear el gas de Turkemistán cuestionando el estatus del Mar Caspio y con ello el reparto de sus aguas; el intento de derrocar al gobierno iraní mediante una revolución de colores fracasó, y finalmente Siria se negó a apoyar los planes de Erdogan para no dañar su alianza estratégica con Teheran, prefiriendo acordar con Irán e Iraq la construcción de un gasoducto hasta el Mediterráneo que sería un competidor directo del gasoducto Nabuco. La reacción de Turquía fue apoyar el intento de EEUU de derrocar al gobierno sirio mediante una intervención armada de miles de yihadistas venidos en buena parte del extranjero con ayuda de la Hermandad Musulmana y occidente.
Tras aguantar Siria la primera fase del ataque en 2011-12, el gobierno turco organizó en 2013 un ataque de falsa bandera con armas químicas para justificar una intervención militar occidental. La intervención de Rusia, que desplegó su flota para defender a Siria, hizo que occidente abandonase sus planes de un ataque, salvando al gobierno sirio. Fue entonces cuando la diplomacia rusa ofreció destruir las armas químicas sirias para que occidente no quedase en ridículo, aplicando el viejo dicho de "enemigo que huye, puente de plata". Conscientes de que el gasoducto Nabucco era inviable, a finales de año las empresas occidentales lo abandonaron, lo que acababa con los sueños energéticos de Erdogan. Pero el gobierno turco se negó a aceptarlo.
Fue entonces cuando apareció el Estado Islámico (ISIS) en Siria, canalizando los grupos de "rebeldes" yihadistas desplegados contra el gobierno sirio: desde finales de 2013 hasta 2015, el gobierno sirio tuvo que aguantar un nuevo intento de derrocamiento basado en el terror puro y dirigido desde Turquía. EEUU se distanció de su aliado y empezó a apoyar a los nacionalistas kurdos del PKK, enemigos declarados de Erdogan, lo que enfrió aún más las relaciones entre Washington y Ankara. En un último intento de forzar una intervención occidental, Turquía abrió su frontera, permitiendo que cientos de miles de refugiados sirios atravesaran los Balcanes en dirección a Europa; esto dio lugar a que varios gobiernos occidentales pidieran derrocar al gobierno sirio "por el bien de los refugiados", pero antes de que se diera un paso concreto en esa dirección Rusia acudió al rescate de Siria mediante una intervención militar solicitada por Damasco, que marcó el fin de cualquier ilusión de poder derrocar al régimen de Asad.
Erdogan se negó nuevamente a aceptarlo, ya que había perdido mucho en la guerra: además de perder el acceso privilegiado al mercado sirio, las empresas turcas que mandaban sus mercancías a los países del Golfo Pérsico fueron castigadas por la dictadura militar egipcia a pagar más tarifas aduaneras en respuesta al apoyo de Erdogan al derrocado gobierno de la Hermandad Musulmana. Por si esto no fuera suficiente, la aviación rusa inició una campaña contra las rutas del Estado Islámico para trasladar el petróleo ruso a Turquía (y de allí a Israel), destruyendo el principal negocio de Turquía. Es en ese contexto cuando tiene lugar (julio de 2016) un intento de golpe de estado contra Erdogan, mal planificado y peor ejecutado, que permitirá aplastar a la oposición al gobierno. Al no haber logrado nada y haberlo perdido todo, Erdogan eligió la huida hacia adelante y decidió seguir la guerra por su cuenta, esta vez contra Rusia, cometiendo en septiembre de 2018 el grave error de derribar a uno de sus aviones. La respuesta rusa no se hará esperar, cortando todos los lazos comerciales con Turquía, eliminando el enorme flujo de turistas rusos (y sus divisas) hacia Turquía, y cancelando la presencia de empresas turcas en Rusia. Fue entonces cuando la diplomacia rusa se puso en marcha y ofreció una alianza a Erdogan: ¿por qué enfrentarnos si podemos ponernos de acuerdo?
Rusia ofreció a Erdogan olvidar lo ocurrido a cambio de un acuerdo sobre Siria: aceptando las exigencias turcas de establecer un corredor de seguridad en torno a la frontera turca, Rusia aceptó que yihadistas pro turcos se quedasen con una franja de territorio sirio cercano a la frontera turca. Además, para compensar la pérdida del proyecto Nabuco, Gazprom estaba dispuesta a ceder el mercado italiano a cambio de que Turquía permitiese construir un gasoducto Turk Stream, que sería el punto de partida de Balkan Stream, de manera que Turquía recibiría fuertes sumas de dinero por derechos de tránsito, y gas en condiciones amistosas. Asimismo, Rusia se declaró dispuesta a vender su sistema de misiles S-400 a Turquía, así como tecnología para construir una central nuclear. Esto significaba que Rusia estaba dispuesta a aceptar los intereses turcos y llevar a cabo una transferencia de tecnología a cambio de que Turquía reconociese los intereses rusos, de igual a igual, anulando las interferencias de EEUU. De esta manera, Rusia logró establecer una alianza "sui generis" con el país con el segundo ejército de la OTAN, lo que desde entonces se ha convertido en un quebradero de cabeza para Washington, que tras la invasión rusa de Ucrania se ha vuelto a poner de manifiesto al negarse Turquía a imponer sanciones a Rusia y bloqueando la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN.
PONIENDO INTERMARIUM AL SERVICIO DE RUSIA
Para acabar de proteger su perímetro eliminando la influencia de Washington, Rusia necesita establecer una alianza con Polonia similar a la de Turquía, y el estado fallido ucraniano es el instrumento perfecto para ello. Los objetivos estratégicos del Estado polaco desde su aparición han sido siempre convertirse en la potencia dominante en Europa Central: así fue durante la Confederación polaco-lituana, que llegó a ocupar Moscú, y así fue en el periodo de entreguerras tras su resurrección a manos de Pilsudski, que diseñó Intermarium como objetivo estratégico del nuevo Estado: la resurrección de la Confederación polaco-lituana en forma de una alianza de países centroeuropeos liderados por Polonia. Tras ser destruida por los nazis y reconstruida por la URSS, Polonia se convirtió en el talón de Aquiles de la URSS en el Comecon, saboteando los objetivos estratégicos de los planificadores soviéticos preguntando constantemente "¿qué hay de lo mío?". Tras la caída de la URSS, Polonia se convirtió en la punta de lanza de EEUU contra Rusia, y Washington propuso al gobierno polaco algo similar a lo que propuso al gobierno turco: convertirse en un hub energético para el suministro de energía de Europa Central, sustituyendo a Rusia, motivo por el que Varsovia se ha dedicado a sabotear la construcción del gasoducto Nord Stream por todos los medios.
Las declaraciones de los dirigentes rusos desde hace unos años indican que Moscú ha llegado a la conclusión de que Europa es un instrumento en manos de EEUU carente de capacidad de decisión propia. Por ello es posible que Rusia esté ofreciendo al gobierno de Varsovia una alianza "Sui generis" similar a la ofrecida a Erdogan: A cambio de quedarse con el sur de Ucrania y posiblemente fundar un estado ucraniano neutral, con Kiev de capital, Rusia estaría dispuesta a aceptar que Polonia se anexione la Ucrania occidental, que formó parte de Polonia antes de la invasión nazi, y que si perdiese su papel actual de hub energético para los suministros de gas rusos a Europa sería completamente dependiente de Varsovia. A diferencia de lo ocurrido con Turquía, el gobierno ruso no necesitaría llevar a cabo negociaciones directas con el gobierno polaco: la mera anexión de territorio ucraniano por Polonia legitimaría las anexiones rusas. Y semejante idea no es nueva, ya que hace años Putin se lo propuso a a dirigentes polacos, ya que sería la mejor forma de librarse de la Galizia, el territorio más rusófobo de toda Europa.
El avance constante del ejército ruso en el Donbás y el cada vez más preocupante debilitamiento del ejército ucraniano auguran un próximo hundimiento del frente y la derrota segura de Kiev. Esto ha llevado al régimen ucraniano a acercarse a Polonia, poniendo en marcha los primeros pasos de una anexión por parte de Polonia, lo que ha llevado a Yanukovich, jefe de gobierno de Ucrania derrocado por el Maidan, a decir que la anexión está en marcha. La desaparición de Ucrania en su forma actual posiblemente será paralela al fin del uso de su territorio como país de tránsito de gas ruso: de hecho, Hungría está construyendo un gasoducto para suministrar gas ruso a Eslovaquia, y Polonia está haciendo lo mismo. El problema de Polonia es que la anexión será cara, especialmente si Rusia deja de suministrar gas a la Galizia, y además con los precios actuales del gas los planes polacos de sustituir el gas ruso son irrealizables; por ello, posiblemente Varsovia y Moscú acaben llegando a un acuerdo para volver a reutilizar el gasoducto Yamal que atraviesa territorio polaco a cambio un dinero como país de tránsito que Polonia necesitará más que nunca. De esta forma, el gobierno ruso habrá alcanzado su objetivo: establecer relaciones directas con los países en su entorno, eliminando las interferencias de Washington, provocando al mismo tiempo una nueva grieta en la OTAN, tras Turquía y Hungría.