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Carlo Cafiero (1846-1892), profeta del comunismo anarquista, por Richard Drake

Published on: jueves, 23 de agosto de 2018 // , , , ,

Una parte de la burguesía desea reparar los agravios sociales
para asegurar la continuidad de la sociedad burguesa. 

Karl Marx, El Manifiesto Comunista




La historia publicada no registra cuándo los hombres de la familia Cafiero abandonaron el mar de Nápoles para convertirse en terratenientes en Barletta, en la costa adriática en el extremo sur de Italia, pero el joven Carlo, nacido en 1846, creció en la tradición de la familia sobre sus antepasados marinos. Nunca le gustó la agricultura o su Puglia natal y trató de escapar lo más pronto posible a Nápoles, donde en 1864 comenzó a estudiar derecho en la universidad. Tras conseguir el título, Cafiero hizo carrera brevemente en la diplomacia. Se mudó a Florencia, y luego a la capital de la nación, y comenzó a abrirse camino. Los contemporáneos lo describen como un joven rico, elegante, apuesto y bien educado con un futuro aparentemente ilimitado. Sin embargo, la elección de la diplomacia fue desafortunada. Los diplomáticos y los políticos lo aburrían. No tenía que trabajar y pronto renunció a su trabajo (1).

Durante los siguientes años Cafiero se interesó y abandonó en rápida sucesión por una serie de temas intelectuales, incluidos los idiomas orientales y el Islam. Cuando era niño había estado interesado en la religión, y su familia había pensado que podría hacerse sacerdote. Lo enviaron a un seminario en la cercana Molfetta, pero odiaba el lugar. Cafiero muy temprano perdió todo interés en el catolicismo y llegó a detestar a la Iglesia Católica como una fuerza represiva en la vida italiana. Sin embargo, continuó fascinado por la religión y por buscar una variedad que lo satisficiera.

Mientras estaba en Florencia, Cafiero frecuentó el círculo radical de Telemaco Signorini, un miembro destacado de la escuela de pintores Macchiaioli y crítico severo del post-Risorgimento en Italia, con sus escenas cáusticas de la vida en cárceles, manicomios y casas de prostitución (2). Este encuentro parece haber sido el comienzo del largo camino que llevó a Cafiero al consagrar su vida como revolucionario. Todavía sin tener claro su futuro, fue a París y fue testigo de los últimos meses del Segundo Imperio. Desde julio de 1870 hasta mayo de 1871, Cafiero residió en Londres, donde entró en la órbita de Marx y Engels. Estos líderes de la Asociación Internacional de Trabajadores lo deslumbraron. Marx, en particular, le pareció el hombre más brillante que jamás había conocido. A pesar de la posterior crisis en su relación, la originalidad de Marx, así como la energía y la confianza con que se expresaba, siempre imponían admiración a Cafiero.

Por su parte, Marx y Engels dieron la bienvenida a Cafiero a su causa. En Italia, ningún marxista destacado había combatido las teorías izquierdistas rivales de Bakunin y Mazzini. Le pidieron que volviera a Italia, a Nápoles, donde los bakuninistas y los mazzinianos tenían influencia sobre la izquierda. Cafiero aceptó la oferta, y se convirtió en el agente especial en Italia del Consejo General de la Internacional, con todo el entusiasmo de un joven idealista que siente por fin que el verdadero significado de su existencia está a punto de revelarse. Salió de Londres el 12 de mayo y llegó a Florencia justo cuando la Comuna de París era derrotada. Poco después hizo el viaje a Nápoles y comenzó a enviar informes de sus actividades a Londres.

Los informes de Cafiero son la principal fuente documental de sus actividades en este período de los comienzos del marxismo en Italia. Su tono refleja el empuje entusiasta y optimista del convencimiento de un joven gerente de sucursal a sus superiores en la oficina central de que el producto de la compañía, en este caso la revolución, estaba avanzando vigorosamente. Cafiero no tuvo que esperar la histórica exposición de Pasquale Villari sobre la pobreza napolitana en sus Cartas del Sur (1875) para conocer las deplorables condiciones de la ciudad. Las comentó vívidamente en una carta del 28 de junio de 1871 a Engels: “Las grandes masas de los que sufren están sumidas en un estado de barbarie, inconscientes de cualquier progreso humano, agobiados por su yugo, sin saber nada, creyendo firmemente que han nacido para servir y sufrir en esta tierra, esperando continuar disfrutando de la misericordia de Dios en el paraíso [a través de] la intercesión de la Santísima Virgen y en virtud de la bendita sangre de San Genaro” (3). Todo el sur italiano, continuó, está sumido en “un estado de barbarie”. Le dijo a Engels que los españoles, los Borbones y la Iglesia Católica habían creado la tragedia del sur de Italia; ahora el gobierno de Italia había llegado con la vil misión de mantener este horrendo Status Quo sustancialmente intacto. Cafiero predijo confiado que la fuerza irreprimible de la lucha de clases conduciría a la revolución.

La lucha de clases a la que se refería Cafiero, sin embargo, no era la que Marx tenía en mente. La Italia atrasada carecía de un proletariado industrial, pero tenía muchos pobres y una clase de explotadores viciosos. La situación estaba preñada de revolución, pero ¿quién entregaría el bebé: Marx, Mazzini o Bakunin? Estos tres doctores de la revolución compitieron entre sí para obtener la lealtad de la izquierda italiana en los años posteriores a la Comuna de París. Desde el comienzo de sus deberes como agente especial en Italia del Consejo General, Cafiero parece haber sido atraído hacia algún tipo de amalgama entre el marxismo y el bakuninismo. Atacaba el Mazzinianismo sin piedad. Ridiculizó la invocación nacionalista de “Dios y el pueblo” de Mazzini como una tontería oscurantista. La denuncia de Mazzini de la Comuna de París como una perversión diabólica de los valores democráticos inspiró a Cafiero a lanzar invectivas revolucionarias. Completamente ajeno a “la tiranía del capital”, Mazzini no entendía la situación contemporánea: “El pobre viejo no puede comprender que su momento ha pasado” (4). Sobre Bakunin, en cambio, Cafiero no dijo nada crítico en sus informes iniciales a Londres.

Engels expresó debidamente su aprecio por las observaciones de Cafiero sobre la escena política italiana. Sin embargo, trató de atraer a Cafiero a su punto de vista sobre la peligrosidad de las ideas de Bakunin. El silencio de Cafiero sobre el anarquismo evidentemente preocupaba a Engels. En repetidas ocasiones le recordó a su joven agente que Mazzini no era el único enemigo del verdadero comunismo en Italia. Bakunin no sabía absolutamente nada sobre economía política, denunciaba Engels. De esta confusión sobre los fundamentos económicos de cada situación política se derivaban los muchos errores de Bakunin. “Bakunin tiene su propia teoría”, concluyó Engels, “que consiste en una mezcla de comunismo y proudhonismo” (5). Engels quería que Cafiero mostrara tanto celo en atacar a los bakuninistas como lo hizo con los mazzinianos.

Cafiero no veía en absoluto el bakuninismo como una amenaza para el marxismo. Escribió a Engels el 12 de julio de 1871: “En cuanto a Bakunin, puedo asegurarle que tiene muchos amigos aquí en Nápoles que comparten muchos de sus principios, que tienen con él una cierta similitud en sus puntos de vista, pero que tenga una secta, un partido que disiente de los principios del Consejo General, es algo que puedo negar por completo” (6). De hecho, Cafiero tenía una cálida simpatía hacia los bakuninistas que conocía en Nápoles y quería mantenerlos en la Internacional. Pensó que los bakuninistas y los marxistas tenían mucho más en común de lo que ninguno de los dos grupos quería reconocer. Cafiero veía su tarea como la de crear unidad entre ellos.


Engels carecía de las garantías de Cafiero sobre los bakuninistas. El 16 de julio de 1871 insistió en que “sería mejor prescindir por completo de ellos”. Engels animó a Cafiero a buscar otros aliados en Nápoles. Los bakuninistas eran “una secta” dentro de la Internacional, advirtió. Dos semanas después, añadió: “los bakuninistas son una minoría en la Asociación y son los únicos que provocan discordia en cada ocasión”. Consideraba a los anarquistas suizos del círculo más ítimo de Bakunin como los peores enemigos de la unidad de la Internacional (7).

Cafiero esperó casi dos meses para responder a Engels y cuando lo hizo no respondió a sus ataques contra Bakunin. En lugar de ello, describió sus choques con la policía napolitana y la campaña general de esta de represión contra izquierdistas de todo tipo: “Aquí el gobierno está en plena reacción, y el número de descontentos aumenta día a día de manera geométrico, alimentándose de la plaga de la miseria del proletariado”. Pensaba que “la revolución social más terrible” podría estallar en cualquier momento. Al mes siguiente explicó a Engels que la miseria de los campesinos había hecho posible que la Internacional pudiese establecer “profundas raíces en Italia, y ninguna fuerza podrá nunca arrancarlas” (8).

El 29 de noviembre de 1871, Cafiero intentó finalmente abordar las quejas de Engels sobre Bakunin. Siguió insistiendo en que los cargos de Engels contra el líder anarquista carecían de una base real. Cafiero encontraba en los escritos de Bakunin “palabras de profunda estima y respeto por Marx”. De hecho, Cafiero lo consideraba un activo para la Internacional: “Bakunin tiene muchos amigos personales en Italia, tras haber vivido mucho tiempo aquí, y mantiene correspondencia con algunos de ellos. Debido a su pasado [en Nápoles] y el trabajo continuo que realiza para nuestra causa, es amado incluso por muchos que no lo conocen personalmente” (9).

Engels respondió a las declaraciones de admiración de Cafiero hacia Bakunin con un silencio reprobador. Cafiero intentó obtener una respuesta de él el 21 de enero de 1872, pero Engels permaneció en silencio. Para entonces, Cafiero había empezado a flaquear en sus convicciones políticas marxistas. El marxismo siguió siendo su marco de referencia básico para la comprensión del capitalismo, pero la situación social en la que se encontraba era pre-capitalista. Las ideas de Marx sobre el capitalismo y el proletariado industrial no se aplicaban a Nápoles en el siglo XIX. Las ideas de Bakunin sobre el potencial revolucionario de los campesinos y el lumpenproletariado sí.

Poco a poco, durante su estancia en Nápoles, 1871/1872, Cafiero llegó a la conclusión de que ya no podía seguir actuando como el enviado especial de Marx y Engels. Acompañado por el anarquista napolitano Giuseppe Fanelli, se reunió con Bakunin en Locarno, Suiza, el 20 de mayo de 1872. Cafiero escribía sobre Bakunin el mismo tipo de declaraciones de admiración que había hecho un año antes sobre Marx, solo que esta vez tanto sus emociones como su mente coincidían. Bakunin había vivido la revolución; Marx solo había escrito sobre eso. Con un carisma inigualable como líder revolucionario, Bakunin añadía un enorme encanto personal, algo en lo que Marx no le podía igualar.

Otra ventaja más de Bakunin era su conocimiento de primera mano de Nápoles y la dinámica política que allí existía. Las conexiones de Bakunin con Italia se remontaban a su padre, que había sido estudiante en la Universidad de Padua y había estado destinado en Florencia y Turín como diplomático. A partir de la década de 1840, Bakunin había conocido a numerosos patriotas del Risorgimento y, aunque se diferenciaba ideológicamente de ellos, compartía su sueño de acabar con el odiado Status Quo del Congreso de Viena. Había vivido en Florencia en 1864 y 1865 y luego en Nápoles hasta 1867. En Nápoles encontró “un caldo de cultivo fértil para las intrigas clandestinas tan queridas por su corazón” (10). Al unirse al círculo de revolucionarios italianos y extranjeros subvencionado por la princesa Zoe Obolensky -una emigrante radical que encontró la vida en Italia más agradable que en su Rusia natal- Bakunin se encontró con numerosos intelectuales discrepantes. Pronto se convirtió en el líder ideológico de ese grupo. Durante esta estancia napolitana desarrolló algunas de sus ideas más características sobre el potencial revolucionario excepcional de los campesinos y el lumpenproletariado, logrando muchos conversos para la causa del anarquismo. Pensó que Italia podría colapsar en cualquier momento y escribió numerosos artículos, ensayos y cartas en apoyo de la revolución.

La clave de la situación italiana, afirmaba Bakunin, era la clase intelectual, que describió como “completamente a la deriva, sin perspectivas y sin salida”. Estos individuos venían de la burguesía, pero estaban completamente alejados de ella. Ahora servían como los defensores de la revolución “más ardientes, sinceros, audaces e incansables”. Los veía como las fuerzas de choque del anarquismo (11).

Bakunin siguió a la princesa Obolensky cuando se marchó de Italia para trasladarse a Suiza en agosto de 1867. Sus actividades en Suiza a fines de la década de 1860 y principios de la década de 1870 continuaron despertando las sospechas de Marx. Cafiero no había podido suavizar las diferencias entre los dos hombres y ahora tenía que elegir entre ellos. Permaneció en Locarno durante un mes a finales de la primavera de 1872, y cuando regresó a Italia, Bakunin lo había convertido en un anarquista convencido.

De vuelta en Italia, Cafiero escribió una carta de despedida a Engels. Dijo bruscamente la verdad sobre su reunión con Bakunin: “Después de unos momentos de conversación, nos dimos cuenta de que ambos estábamos completamente de acuerdo en los principios”. Bajo la tutela de Bakunin, había llegado a ver la opresión implícita al concepto la dictadura del proletariado: “Ahora, mi querido amigo, permítame hablarle con franqueza. Su programa comunista es, para mí, en su aspecto práctico una gran absurdidad reaccionaria”. A Cafiero el estado le parecía un horror en todas sus formas, incluido el estado de los trabajadores (12).

Engels guardó silencio durante casi un año, y entonces envió a Cafiero una carta brutal. Acusó a Cafiero de haberle enseñado sus cartas a Bakunin. La edición del 10 de mayo de 1872 del Bulletin Jurassien incluía un artículo sobre las calumnias odiosas escritas por Engels a sus amigos en Italia. Engels sabía exactamente quiénes eran estos “amigos”. “No he escrito cartas a nadie en Italia, excepto a usted”, declaró fríamente. Cafiero, por lo tanto, tenía que ser la fuente de estas revelaciones embarazosas. ¿Qué, se preguntó Engels, había hecho para merecer tal traición de alguien a quien siempre había tratado “con extrema sinceridad y confianza”? Cafiero no respondió (13).

Convertido ahora en el hombre de Bakunin en Italia, Cafiero se dispuso a ayudar a los otros anarquistas a acabar con los pocos elementos del marxismo que permanecían en Italia. En un congreso del 6 de agosto de 1872 en Rimini (1, 2), los anarquistas pidieron una ruptura completa con el Consejo General con sede en Londres. Cafiero, como favorito de Bakunin, fue el presidente de esta reunión. Otro de los lugartenientes italianos de Bakunin, Andrea Costa, se convirtió en el secretario del congreso. Los bakuninistas dominaron por completo los debates en Rimini, y nadie se sorprendió cuando los delegados votaron romper con el Consejo General. Además decidieron crear una asociación internacional propia con anarquistas de otros países europeos, y esta nueva organización surgió más tarde en ese año en Saint Imier, Suiza, donde Cafiero actuó como copresidente del congreso. Afectada por estas y otras deserciones, la Internacional dirigida por Marx y Engels cayó en un estado moribundo que terminó en su disolución formal.

Cafiero, que solo tenía 26 años en 1872, recibió tal reconocimiento en los congresos de Rimini y Saint Imier en gran parte debido a su papel como principal patrocinador financiero del movimiento anarquista. Se convirtió en el nuevo mecenas de Bakunin, reemplazando a la princesa Obolensky cuando su esposo cortó la generosa asignación que la había estado enviando a Italia y luego a Suiza. Cafiero pagó los gastos de muchos de los delegados. A partir de este momento puso su inmensa fortuna completamente al servicio de Bakunin. Al año siguiente, compró para Bakunin “la Baronata”, una villa en Suiza cuya reparación y mejora durante el año siguiente le costó la mayor parte del dinero que le quedaba.


Al principio parece haber perdido su fortuna con la alegría de un hombre que deja una colonia de leprosos, curado por fin de un estado que le ponía al margen de la única compañía que realmente apreciaba, la de los pobres. La maldición del dinero lo había arruinado, pensó, como hacía con todos de una u otra forma. No puede haber ninguna duda sobre el fervor de que creía en las ideas de Bakunin como la mejor oportunidad del mundo de acabar con la maldición del dinero para siempre. Sin embargo, la animosidad personal eventualmente surgió entre los dos hombres cuando Cafiero empezó a sospechar que Bakunin era un extravagante con una devoción casi anti-anarquista por el bienestar material de su joven esposa, Antonia (14).

Mientras tanto, Cafiero compró más de 250 rifles y pistolas de origen militar para la insurrección que él y Bakunin estaban seguros que podría ocurrir en cualquier momento. En toda Italia, el empeoramiento de las condiciones económicas y el desempleo desencadenaron furiosas manifestaciones. Cafiero y Bakunin trataron de coordinar un plan de acción a escala nacional en agosto de 1874 junto con otros líderes anarquistas, especialmente Costa y un muy joven Errico Malatesta (1853-1932). En un comunicado de propaganda escrito por Cafiero, los anarquistas anunciaron que la liberación de los campesinos de Italia estaba cerca. Los conspiradores planeaban estallidos simultáneos de violencia revolucionaria en la Toscana, Marche, Lazio, Puglia, Campania y Sicilia, con el epicentro en Bolonia donde el propio Bakunin dirigiría las operaciones. Las autoridades, sin embargo, sabían de la conspiración desde el principio. Arrestaron a Costa, el principal organizador de la insurrección en Italia, antes de que se pudiera disparar un solo tiro. Y lo que es aún peor, los campesinos -destinatarios del levantamiento- se negaron a aceptar a los bakuninistas como libertadores y los traicionaron a la policía, que aplastó la conspiración con facilidad. Bakunin tuvo que huir de manera ignominiosa disfrazado de sacerdote. La mayoría de los demás líderes terminaron en la cárcel. El fiasco de agosto de 1874 hizo un daño enorme al prestigio del movimiento anarquista en Italia (15).

Al estar en Rusia con una revolucionaria llamado Olimpia Kutusov durante la primavera y el comienzo del verano de 1874, Cafiero no participó en el levantamiento de Bolonia. Había conocido a Olimpia en La Baronata y luego había ido a Rusia para casarse con ella. No se casó por amor, sino solamente para poder dar un refugio a Olimpia en Occidente cuando las autoridades rusas intentaron detenerla como subversiva. Aunque Cafiero dejó en muchas de las personas que conoció la impresión de ser un hombre cálido y agradable, estaba absorbido completamente por el trabajo de su vida. Olimpia le interesaba no como mujer sino como camarada. Su pasión parece haber estado reservada totalmente para la causa (16).

Las discusiones sobre La Baronata y el desastroso resultado del levantamiento de 1874 dañaron gravemente la relación de Cafiero con Bakunin, que murió dos años después. Los dos hombres finalmente se reconciliaron, pero Bakunin nunca volvió a tener una presencia dominante en la vida de Cafiero. Cafiero reanudó su inquieta búsqueda de la verdad de la revolución. En 1875 comenzó una breve pero significativa asociación con La Plebe, el primer diario socialista en Italia. Demostró no ser un muy buen periodista. Nunca fue un escritor fluido, y luchó con las exigencias de trabajo diario de los periódicos. Aseguró preferir el trabajo manual, que consideraba más noble que el escribir frases. El antaño rico playboy tenía ahora que trabajar para ganarse la vida, y tomó cualquier trabajo que pudiera conseguir, incluso vaciar la basura en un hotel. No importaba. Su vida interior estaba llena de significado para él.


Un artículo que Cafiero publicó en La Plebe en noviembre de 1875 proporciona una idea de esa vida interior. En “Los tiempos aún no están maduros”, Cafiero uso de manifiesto su pasión ilimitada y juvenil por la revolución. Los tiempos nunca son propicios para la revolución, empezaba diciendo, a menos que uno sea un verdadero revolucionario. Muchas personas que dicen ser revolucionarias solo se preocupan por adoptar una postura revolucionaria al mismo tiempo que aceptan, como cuestión práctica, la realidad del Status Quo. Condenó a los progresistas liberales como los peores enemigos del progreso genuino.

Siempre se podía contar con ellos para quejarse apasionadamente sobre los males de la sociedad sin que por un momento desearían cambiar algo de manera sistémica. Estos guardianes profesionales de la conciencia moral de la sociedad aceptaron en principio la validez de la revolución. Todos podían pensar en las revoluciones que apoyarían, pero no en la que Italia necesitaba en este momento. Esa revolución en particular los atemorizaba porque terminaría con el Status Quo en el que se habían acomodado, disfrutando realmente de lo mejor de ambos mundos, como críticos moralmente superiores de un establishment del que dependían su seguridad física y su estatus social. Para tales individuos, los tiempos nunca eran propicios para la revolución, solo para hablar de ella, para el hermoso gesto de desafío, en el que sobresalieron, tal vez incluso convenciéndose de su sinceridad y valor como paladines de la humanidad sufriente. Para el verdadero revolucionario, sin embargo, “los tiempos siempre están listos para atacar la injusticia”. No ha habido una época como la presente, concluía Cafiero, para comenzar la cruzada por la mejoría de la situación de “la mayor parte de la humanidad que languidece sin pensar, sin dignidad, sin vida” (17).

Después de su ruptura con Bakunin, el colaborador más cercano de Cafiero fue durante mucho tiempo Emilio Covelli, también de Apulia, que en ese momento vivía en Nápoles. Con similares origenes de clase, Covelli y Cafiero habían nacido en el mismo año y habían estudiado primero en el seminario de Molfetta y luego en la facultad de derecho de la Universidad de Nápoles. Los caminos de los dos jóvenes divergieron tras graduarse de la universidad. Cafiero se unió al cuerpo diplomático en Florencia, y Covelli continuó sus estudios académicos en dos universidades alemanas: Heidelberg y Berlín. En la Universidad de Berlín, Covelli asistió a las conferencias de Eugen Dühring, un pensador socialista en conflicto con Marx sobre el papel de las clases sociales en la historia y también sobre muchos otros temas. De esta forma, Covelli entró en contacto con el pensamiento de Marx. No compartió la evaluación negativa de Dühring de Marx. De hecho, Covelli escribió una reseña admirando El Capital para la Rivista Partenopea de Nápoles, la primera información en Italia de la obra maestra de Marx. Además, escribió otros artículos sobre las ideas de Marx, sobre todo un ensayo de 1874, “L‘economia politica e la scienza” (18).

Para cuando Covelli regresó a Italia, a mediados de la década de 1870, poseía una preparación lingüística y académica insuperable en el país para apreciar el marxismo. Su camino se cruzó entonces de nuevo con el de Cafiero. Visitó a Cafiero en Locarno y luego se unió a la sección napolitana de la asociación anarquista de su viejo amigo. Roberto Michels (1876-1936), el sociólogo alemán italianizado, observó una vez que hombres como Cafiero y Covelli se volvieron anarquistas por una aversión al carácter autoritario del marxismo sin repudiar el núcleo esencial de la crítica del capitalismo de Marx. Para Michels, el marxismo y el bakuninismo funcionaban como dos sistemas íntimamente relacionados de pensamiento radical. Ambos comenzaron con una acusación destructiva  del capitalismo. Ambos buscaban los mismos fines socialistas, pero por diferentes medios. Uno no debía pasar por alto las diferencias entre ambos, pensaba Michels, pero la sabiduría convencional sobre el bakuninismo y el marxismo se saltaba sus similitudes. El marxismo entró en “la mentalidad de los socialistas italianos” a través de Bakunin. En la narración de Michels de la historia del socialismo italiano, Bakunin aparece como una especie de Juan el Bautista, preparando el camino para el evangelio del marxismo: “Se puede decir que los trabajadores italianos, saturados de ideas bakuninistas, estaban psicológicamente preparados para recibir el ideas de Marx” (19).

La tesis de Michels sobre la estrecha relación familiar entre el bakuninismo y el marxismo ayuda a explicar los itinerarios ideológicos de Covelli y Cafiero, ya que se movían hacia adelante y hacia atrás entre estas dos ideologías sin conflicto aparente. Ninguno de los dos pensó que tuviera que elegir entre ellos. En el caso de Cafiero, no puede decirse que el regreso a la apreciación del marxismo haya sido repentino o agudo, porque desde el primer encuentro con Marx en Londres había admirado al gran hombre. El propio Bakunin siempre reconoció la excepcional brillantez y originalidad de Marx. Nadie que conociera a Marx o conociera de primera mano sus escritos honestamente podría hacer lo contrario, reconocía Cafiero.

La aparición de Covelli en Locarno en 1875 sin duda intensificó el interés de Cafiero por el marxismo, ya que seguía haciendo un inventario de ideas y técnicas revolucionarias. El completo fracaso del levantamiento de 1874 había mortificado a los anarquistas, incluido Cafiero. Ciertamente no se dio por vencido en la revolución, pero obviamente algo había salido terriblemente mal y necesitaba remediarse. El anarquista Cafiero, que nunca dejó de ser un hombre de acción, pensó que el combate revolucionario revelaría el secreto de cómo el proletariado campesino lograría su victoria final sobre los terratenientes y los capitalistas. Buscando la combinación correcta de conceptos y tácticas revolucionarias, comenzó a desarrollar una síntesis del anarquismo y el comunismo, que en su mente significaba un mundo sin propiedad ni autoridad. Debido al elemento anarquista de esta fórmula, la propaganda por el hecho siguió siendo obligatoria. Durante el invierno de 1876-1877, Cafiero y Malatesta comenzaron a trazar una acción tal que borraría la vergüenza de 1874 y allanaría el camino para el triunfo de la revolución. Malatesta, nacido en una familia terrateniente en Capua y antiguo estudiante de medicina en la Universidad de Nápoles, se convertiría en la figura principal del anarquismo italiano a fines del siglo XIX y uno de los amigos más íntimos de Cafiero.

Esta vez, el plan anarquista buscaba llevar a cabo un ataque concentrado en una parte del país conocida desde la publicación en 1875 de los impactantes artículos de Villari por estar corroída por sentimientos antisistema y propensa a la violencia social. Las aldeas agrícolas en las montañas Matese, no lejos de Nápoles, habían sido un foco importante de la Brigandage, la guerra de los campesinos contra el estado después del Risorgimento. Tan sólo en un episodio violento, en agosto de 1861, una banda de campesinos locales había matado a cuarenta y cinco soldados y un oficial, lo que provocó una respuesta de tierra quemada del estado que había dado lugar a numerosas ejecuciones y deportaciones (20). La “pacificación” que siguió fue una de las más brutales de las llevadas a cabo en el Brigandage, y la zona todavía estaba llena de descontento campesino. Aquí, pensaron Cafiero y Malatesta, se podía dar un golpe decisivo para la revolución. En consecuencia, en abril de 1877 reunieron una fuerza armada cuya misión era provocar una revolución campesina contra el estado italiano.

Una vez más, la policía supo sobre el plan desde el principio. Había infiltrado fácilmente el movimiento anarquista, cuyo rechazo al liderazgo y la organización hacían imposible la seguridad. Incluso en las montañas Matese, los anarquistas cambiaban de forma ritual a los líderes todos los días para que no fuesen corrompidos por el poder. El caos y la anarquía, uno al lado del otro en el diccionario de sinónimos, también se volvieron uno en la realidad.


Con las autoridades rastreando cada uno de sus movimientos, Cafiero y los demás descendieron a la aldea de Letino, proclamando la libertad, la justicia y el socialismo ante una multitud de campesinos estupefactos. Cafiero se dirigió a estas personas e intentó explicar el carácter de la revolución que se desarrollaba ante sus ojos. Les gustó lo que dijo sobre el final de los impuestos y el servicio militar obligatorio. “¡Larga vida a la Internacional, viva la república comunista de Letino!”, Gritaban mientras terminaba de hablar. Después de quemar algunas escrituras de propiedad del archivo comunal, los anarquistas declararon a Letino liberado y se pusieron en marcha hacia su próxima conquista (21).

En la cercana Gallo, la banda rebelde informó al párroco de sus planes para la ciudad. El cura se volvió hacia los fieles y les aseguró: “No tengan miedo. Habrá un cambio de gobierno y una quema de papeles. Eso es todo”. A continuación tuvieron lugar más charlas sobre la revolución social. Después los anarquistas quemaron algunas escrituras de propiedad de la tierra, así como un retrato del rey Víctor Manuel II. Otra ciudad había sido liberada (22).

Lo ficticio de estas dos conquistas pronto se puso de manifiesto. Incluso antes de que pudieran ser interceptados y encarcelados, una tormenta de nieve pilló completamente desprevenidos a los anarquistas. Sufriendo frío y hambre, hablaron de presentar resistencia por última vez a las tropas gubernamentales que se acercan rápidamente. Desafortunadamente para estos aspirantes a mártires, sus armas, empapadas por la tormenta, no disparaban. Los soldados capturaron a casi todos los rebeldes sin resistencia. Un grupo de veintiséis anarquistas cayó en manos de los campesinos a los que habían venido a liberar, que rápidamente los entregaron a las autoridades (23).

Una vez más, como tres años antes, los anarquistas sufrieron una derrota total a manos del Estado. Con sus ineptas tácticas revolucionarias, los propios anarquistas habían demostrado ser el arma de vanguardia del estado contra el anarquismo.

La llamada debacle de Benevento de 1877 selló el destino del anarquismo en Italia. Rápidamente declinó como la fuerza dominante en la izquierda italiana. Sin la personalidad carismática de Bakunin como fuente de inspiración, los anarquistas italianos estaban obligados a experimentar una crisis de confianza. Incluso mientras vivió, el movimiento sufrió de divisiones internas. Extremistas como Cafiero, que constantemente presionaban por la revolución, tuvieron que lidiar con moderados relativos como Costa, quien después del fracaso de 1874 comenzó el proceso de reevaluación de sus ideas que lo llevaría a abrazar el socialismo legalista para el final de la década. Así, durante la vida de Bakunin, su movimiento ya había dejado de ser monolítico, si algún movimiento anarquista pudiera serlo.

Además, el problema de la inconsistencia intelectual del anarquismo se hizo más evidente con la eliminación de la escena del encanto de Bakunin y su elocuencia fascinante. Había sido un contraataque devastador contra Marx, mostrando una gran receptividad al advertir el potencial de la tiranía en la teoría de la dictadura del proletariado. Las propias teorías políticas de Bakunin, centradas en la noción de una élite revolucionaria que funcionaría como una “dictadura colectiva e invisible”, en la práctica, sin embargo, representaban en la practica una alternativa al marxismo mucho menos definida de lo que él imaginaba (24).

Para muchos anarquistas que se unieron a la causa del socialismo legalista después de la muerte de Bakunin se hizo cada vez más obvio que las conspiraciones que promovía de autoproclamados jueces y jurados, sin preocuparse por un proceso adecuado o mecanismos de control y equilibrios, también contenían las semillas de la tiranía. De hecho, una camarilla anarquista es una de las formas más absolutas de autoridad. Bakunin nunca resolvió la contradicción entre su ideal de libertad perfecta para todos los hombres y su insistencia en que debería decidir cómo se implementaría y definiría este ideal.

A sus 30 años, Cafiero pasaría los próximos dieciséis meses en prisión. Los cargos contra él y sus cómplices eran extremadamente serios: conspiración contra el estado, subversión armada, incendio provocado, destrucción de propiedades y equipos del estado, atraco, robo de fondos públicos y el asesinato de un carabiniere y dejar  herido a otro. Durante un tiempo pareció que el estado buscaría la pena de muerte para Cafiero y los otros cabecillas. Todo terminó felizmente para los prisioneros anarquistas debido a la sincronización con la muerte del Rey Víctor Manuel en 1878. Cuando los tribunales decidieron calificar el levantamiento de Benevento como un crimen político, los prisioneros pudieron beneficiarse de la amnistía decretada por el nuevo rey, Umberto I. Una multitud jubilosa de dos mil admiradores saludó a los prisioneros cuando los liberaron. Una muy celebrada fiesta de celebración se produjo. En el clásico Governo e goverati in Italia (1882), Pasquale Turiello calificó esta celebración de signo repulsivo de “gran significado”, que claramente indicaba hasta qué punto las instituciones políticas del país no habían logrado establecer una relación satisfactoria con la población (25).

Cafiero sobre el marxismo

Mientras estaba en prisión, Cafiero leyó la traducción al francés de El Capital. El libro lo electrificó con su brillantez, e inmediatamente comenzó a escribir un comentario sobre él. Para cuando Cafiero salió de la prisión en agosto de 1878, tenía un libro corto listo para su publicación. El siguiente febrero, su antiguo periódico, La Plebe, comenzó a publicar a plazos, en traducción italiana, el capítulo treinta y uno de El Capital, “La génesis del capitalismo industrial”, y en marzo el periódico anunció la inminente publicación de un “compendio” de todo el libro. El 20 de junio de 1879 Il Capitale di Carlo Marx brevemente compendiato da Carlo Cafiero, Libro Primo, Sviluppo della produzione capitalista apareció impreso. La Palabra había llegado a Italia.

En el prefacio, Cafiero lamentó que un gran pensador socialista tan original como Marx pudiera ser “desconocido en la práctica en Italia”. Cafiero quería que su propio libro fuera una guía fiel por “la nueva verdad que destruye, aplasta y arroja al viento el edificio centenario de errores y mentiras”. Los revolucionarios de todo el mundo encontrarían en él la armadura intelectual que necesitaban para la batalla decisiva contra el capitalismo. Marx les había dado a los revolucionarios “una gran cantidad de armas nuevas, de instrumentos y máquinas de todo tipo que su genio ha podido derivar de todas las ciencias modernas”. Donde prácticamente nada había existido antes, Marx había concebido un universo de significado científicamente socialista. Cafiero pensó que El Capital se alzaba sobre cualquier otro logro intelectual de la época (26).

El Compendio incluyó en sus páginas 126 extensos pasajes de las sólidas secciones analíticas de El Capital, dando a los lectores italianos la primera exposición sustancial del libro seminal de Marx. Como Cafiero resumió los contenidos de El Capital, prestó especial atención a sus principales conceptos: la teoría del valor del trabajo, la apropiación, la división del trabajo, la acumulación de capital y la alienación. Los pasajes más vívidos de El Capital tratan de la miseria de la clase obrera bajo el capitalismo, y Cafiero enfatizó este tema sobre todo: si los capitalistas le prestan atención al trabajador, “es solo para estudiar la mejor manera de explotarlo”. Cafiero dedicó muchas páginas a los tristes efectos del sistema de fábrica capitalista. Marx, afirmó, había hecho más que cualquier otro pensador revolucionario para explicar el verdadero propósito y la historia de la vida fabril bajo el capitalismo, que nunca faltó para los “teólogos que explican todo y justifican todo con sus leyes eternas”. Los capitalistas podían permitirse talentos intelectuales de alto precio para defender el Status Quo, pero El Capital dejó al desnudo para que todos vieran todo el sistema corrupto, inmoral y destructivo (27).

Marx había tomado la mayor parte de sus ejemplos de Inglaterra, pero Cafiero señaló a los lectores italianos que “todas las naciones modernas” estaban ya o casi en el mismo camino de la industrialización en inglés. Por lo tanto, los desarrollos sociales y económicos de Inglaterra servían como una ventana desde la cual los otros países de Europa podrían mirar hacia su propio futuro. Los italianos tenían otra razón para leer El Capital. La burda y salvaje explotación del campesinado inglés bajo el capitalismo, tan vívidamente descrita por Marx, les daría a los italianos una comprensión no de su futuro sino de su presente. La desgarradora descripción de Marx de la desaparición de la agricultura inglesa contenía muchos paralelismos sorprendentes con la situación italiana contemporánea. Motivados por su codicia insaciable, los “hombres del dinero” controlaron y transformaron todo. El progreso era un eufemismo utilizado para oscurecer las realidades fundamentales del mundo moderno. El progreso no se produjo espontáneamente como resultado de una búsqueda prometeica para el mejoramiento de la humanidad, sino más bien como una serie de cambios tecnológicos, culturales y sociales en nombre de los amos del mundo (28).

Los amos no se pararían ante nada con tal de mantener su dominio. Ahora, gracias al imperialismo europeo, controlaban el mundo entero como nunca antes. “Una triste historia sangrienta” extendió los “beneficios” del capitalismo moderno a todos los pueblos. Aquí Cafiero se permitió un apunte personal. A pesar del terrible historial de violencia y crueldad del capitalismo al imponer el imperialismo europeo en todo el mundo, la justicia burguesa había acusado solemnemente a los anarquistas de su “sed de sangre” (la libidine di sangue) en Benevento en 1877. La violencia revolucionaria era insignificante comparada con los horrores del capitalismo. Tan sólo la revolución, del tipo analizado por Marx en El Capital, podría restaurar “el equilibrio del orden, la paz y la felicidad más completos“ a un mundo desordenado, violado y traumatizado por el capitalismo. El hombre, por naturaleza racional y comunitario, vivió una vida antinatural bajo el sistema capitalista, que redujo todos los aspectos de la sociedad a una monstruosa orgía de codicia y auto absorción (29).

Cafiero envió dos copias del Compendio a Marx en Londres. En una carta adjunta que comenzó “Stimatissimo Signore” (Estimadísimo Señor), se disculpó por no haber dejado a Marx ver el manuscrito antes de su publicación. Había sido su intención hacerlo, pero entonces un editor inesperadamente le hizo una oferta. Se lo explicó a Marx: “El temor a perder una oportunidad favorable me impulsó a dar mi consentimiento a la publicación propuesta”. Cafiero cerró con una expresión de “el más profundo respeto” por Marx y la esperanza de que había hecho algo bueno para El Capital. No mencionó su propia deserción de la Internacional en 1872 (30).

Marx respondió con grandes elogios al libro de Cafiero. Aunque Marx escribió a Cafiero en francés, había estudiado seriamente el italiano en su juventud y leía el idioma bastante bien. La mayoría de los resúmenes de su trabajo, se quejó Marx, lo frustraron con su superficialidad, tergiversación y invenciones descaradas. Cafiero, continuó, había dominado casi todas sus ideas. Sólo había notado “una aparente deficiencia” en el Compendio: Cafiero no había abordado su argumento sobre cómo “las condiciones materiales necesarias para la emancipación del proletariado se generan espontáneamente por el desarrollo de la explotación capitalista”. Marx, ignorando también tácticamente los sucesos desagradables de 1872, animó a Cafiero a volver al tema omitido en una futura obra de interpretación (31).

Cafiero se dispuso a seguir el consejo de Marx. Mientras vivía en Lugano en 1880, comenzó otro ensayo sobre el pensamiento marxista, esta vez en la forma de un diálogo dramático entre dos personajes, Crepafame (Muerto de hambre) y Succhiasangue (Chupasangre). En septiembre del año siguiente, la policía suiza secuestró este manuscrito antes de que pudiera completarse. La notoriedad de Cafiero como anarquista violento le hizo cada vez más difícil evitar enfrentamientos con la policía.
En noviembre de 1880 Cafiero logró publicar una actualización de sus puntos de vista sobre Marx, Anarquía y comunismo, un resumen de un discurso que había dado anteriormente ese año a un congreso anarquista. Para entonces, la unión del bakuninismo y el marxismo en una sola síntesis socialista se había convertido en la causa suprema de su vida intelectual. Vio el anarquismo y el comunismo como sinónimos de libertad e igualdad, los dos términos fundamentales “de nuestro ideal revolucionario”. “De cada cual según sus medios, a cada cual según sus necesidades”: con estas palabras inmortales, Marx resumió concisamente la esencia del sistema social más soñado que se haya inventado. Sin embargo, el comunismo requería unas rectificaciones que solo el anarquismo podía proporcionar. La solución política estatista del comunismo, en forma de la dictadura del proletariado, seguía siendo una mancha en el sistema de Marx. La política apátrida del anarquismo llevaría al marxismo a la perfección, de la misma manera que el incomparable rigor científico de El Capital le daría a la teoría anarquista las ideas socioeconómicas de las que carecía. Bajo la síntesis anarco-comunista, los hombres llegarían a ser lo que la naturaleza había querido que fueran: colaboradores, amigos y hermanos (32).

Cafiero dio la bienvenida a la tecnología en el futuro anarco-comunista. Los capitalistas habían aprovechado la tecnología para su propio beneficio. Una vez eliminado el motivo de la ganancia, la tecnología estaría diseñada para servir a las necesidades genuinas de toda la humanidad. El único motivo para la investigación tecnológica del futuro sería el bien público. Después del triunfo del socialismo, no habría necesidad de guerra. Todo el dinero, la mano de obra y la inteligencia que actualmente dedican los capitalistas a las máquinas de guerra de los estados-nación serían transferidos, en el nuevo orden, a la educación, la medicina y las pensiones. Además, las grandes sumas gastadas por los ricos en sus lujos obscenos Pasarían a engrosar los fondos comunes. Debido a esta reasignación revolucionaria de los recursos de la sociedad, la humanidad entraría en su edad de oro: “el trabajo [perdería] su aspecto innoble” mientras los hombres, al vencer al capitalismo, se volverían uno con la naturaleza (33).

En la segunda entrega de Anarquía y comunismo, publicada dos semanas después de la primera, Cafiero presentaba a la familia de clase trabajadora como un “ejemplo, en miniatura, del comunismo anarquista”. En una familia así, cada miembro lleva a casa su salario y lo pone en un fondo común, y se satisfacen todas las necesidades básicas. El comunismo anarquista enseñaba que toda la sociedad debería ser “una gran familia humana”. Las personas del futuro deben ser alentadas desde el nacimiento a pensar en la sociedad como su verdadera familia en el sentido pleno del término. Solo bajo el comunismo anarquista podría fomentarse tal cultura. La síntesis anarco-comunista ofrecía la mejor oportunidad de lograr una verdadera igualdad mientras protegía a la sociedad del peligroso autoritarismo del sistema político sin corregir de Marx (34).

Cafiero también expresó su preocupación por la importancia creciente del reformismo, que él vio como el Caballo de Troya dentro de las puertas de la ciudadela socialista. Él quería que todo se tuviera en común. Un número creciente de personas que se autocalificaban de socialistas quería difuminar este punto, o eliminarlo por completo aceptando el principio de la propiedad privada. Cafiero se destaca en la historia de la izquierda italiana como la primera gran némesis del socialismo reformista. Su crítica reacción a socialismo reformista marca el punto de partida de la política revolucionaria en Italia.

El Choque con Costa

En 1880, el vieja amiga y camarada de armas de Cafiero, Andrea Costa, había asumido la mentalidad socialista reformista. Más que nadie, Cafiero personificaba el ideal revolucionario italiano. Estas dos personalidades apasionadas estaban destinadas a colisionar, y lo hicieron con una violencia retórica extraordinaria incluso para los estándares italianos. La ruptura entre ellos tuvo lugar de manera lenta. Comenzó después del fallido levantamiento anarquista de 1874.


Costa había trabajado estrechamente con Bakunin y Cafiero en la preparación de este levantamiento. En las recriminaciones posteriores a la derrota, muchos de los antiguos admiradores de Costa le acusaron de excesivo optimismo sobre las perspectivas de la revolución en Italia. Estas críticas le afectaron y comenzó a reevaluar sus ideas políticas. Después de su liberación de prisión, en 1876, sus llamadas a la revolución se hicieron cada vez más superficiales. Ya no tenía la pasión por la conspiración y la insurrección armada que continuaba excitando a Cafiero. Casi invariablemente, ahora los dos hombres se encontraron en lados opuestos frente a los problemas que dividieron a los anarquistas italianos entre gradualistas dispuestos a acomodarse y revolucionarios intransigentes. Costa, siempre consciente de la humillación de 1874, instó a la prudencia, mientras que Cafiero presionó para una acción armada inmediata.

La verdad sobre el cambio en el corazón de Costa comenzó a surgir en 1877, cuando se negó a apoyar el plan de Cafiero de una insurrección en el sur. Se opuso al esquema como una huida de la realidad mal concebida e inoportuna. Aunque profético en su análisis, Costa no dio la talla en este episodio. Se quedó en la Romaña, con la esperanza de aprovechar el levantamiento de Cafiero si resultaba exitoso. Su declaración ambigua en 1881, “Es cierto que no aprobé el movimiento, pero es falso decir que no hice nada para facilitarlo”, resume a la perfección el cruel dilema en el que se encontraba (35). Sin poder admitirlo en público o incluso a sí mismo, Costa había perdido la fe en la idea de la revolución. Aunque denunciaba enérgicamente al socialismo legalista como una traición a la causa, había abandonado los valores de su juventud bakuninista sin haber encontrado aún reemplazos para ellos. Después de 1877 continuó buscando una tercera vía entre el socialismo revolucionario y el legalista, pero este esfuerzo lo condujo a una contradicción y evasión atroz tras otra. Finalmente, en 1882, Costa adoptó de manera plena e inequívoca el socialismo legalista postulándose para el parlamento como diputado socialista, el primero en hacerlo en Italia.

Mucho antes de la trascendental campaña política de Costa, Cafiero alzó la voz contra él. En 1880 Costa fundó la Rivista Internazionale del Socialismo y luego, en el año siguiente, en el semanario Avanti!, Costa usó estas publicaciones como cajas de resonancia para sus planes políticos de rápida maduración, que había comenzado a revelar al público en el verano de 1879 con una carta abierta, “Agli amici di Romagna”. La maniobra de Costa hacia el centro indignó a Cafiero. Cafiero escribió a un amigo, Francesco Pezzi, en noviembre de 1880, que aún creía en la revolución: “Estoy listo para alistarme como un simple soldado sin otro pensamiento que luchar contra las tropas reales” (36). El capitalismo no podía ser reformado, insistía. Solo podría destruirse si los hombres quisieran un sistema social basado en las necesidades humanas en lugar de los beneficios para los explotadores.

Dos semanas después, Cafiero expresó los mismos sentimientos en una carta a los anarquistas de Florencia. Una vez más, invocó el ideal del comunismo anarquista. Calificó la idea de Costa de que los socialistas participasen en la institución burguesa del parlamento y trabajaran con el gobierno de “plaga de nuestro partido revolucionario”. Cafiero denunció enérgicamente los “programas menores y prácticos” de Costa. Al fortalecer el Status Quo y posponer el día de la revolución, tales pasos minimalistas jugaban a favor de la burguesía. En cambio, Cafiero proponía una acción revolucionaria inmediata: “el primer paso en nuestro camino debe ser la destrucción del orden actual”. Las palabras tenían que significar algo. El socialismo significaba revolución o no significaba nada. La definición de Costa del término lo convirtió en un sinónimo de capitalismo, y esto lo convirtió en un enemigo del socialismo (37).

Se inició un período de febril actividad literaria para Cafiero cuando se dedicó a la tarea de denunciar el reformismo de Costa y el peligro mortal que representaba para el socialismo italiano. En diciembre de 1880 publicó un artículo titulado “Acción” en el que desafió públicamente a Costa. Su refutación comenzó con la siguiente premisa: cooperar con las instituciones políticas burguesas, como Costa ahora se proponía hacer, era renunciar al socialismo como una alternativa seria al capitalismo. No podría haber forma de evitar esta verdad evidente. El capitalismo representaba la competencia y el beneficio, el socialismo la cooperación y la igualdad. Estos dos conceptos nunca podrían fusionarse, excepto retóricamente, y como un recurso retórico, el intento socialista y legalista de fundirlos tenía muchos motivos para recomendarlo -como una tapadera para el capitalismo. Cafiero sostenía que si el verdadero objetivo era el socialismo, se debían tomar ciertos pasos y evitar otros. Sobre todo, se debía evitar meterse en la cama con los capitalistas. Otro imperativo fue la acción: “Es, por lo tanto, acción lo que necesitamos, acción, siempre acción. Con la acción, uno adquiere al mismo tiempo la teoría y la práctica porque es la acción lo que genera ideas, y es acción, de nuevo, eso los propaga por todo el mundo” (38).

Por acción, Cafiero no quería decir enviar diputados socialistas a sentarse en el parlamento. Qué revolucionario verdadero, se preguntó, podría pensar semejante cosa. “No, y mil veces no. No queremos tener nada que ver con las maniobras de la burguesía. No debemos jugar el juego de nuestros opresores a menos que deseemos participar en su opresión”. Argumentó que la revolución implicaba violencia contra el Status Quo. Para que se produzca una auténtica revolución socialista, ciertas personas tendrían que morir. Los capitalistas y sus lacayos no se irían tranquilamente del escenario de la historia. Presentarán resistencia, y su resistencia debía ser superada. Costa una vez había entendido estas verdades, pero las había olvidado. Cafiero glorificó en la herencia del anarquismo violento e instó a los revolucionarios a no dejar de usar “el cuchillo, el rifle y la dinamita”. Cada acción contra el sistema, afirmó, promovía la revolución.

Cafiero imploró a sus lectores que salieran a las calles y comenzaran la revolución sin demora. Los capitalistas tenían un plan para subyugar a las masas y explotarlas. Las masas necesitaban un plan propio, que implicara la puesta en marcha de manera inmediata de la acción revolucionaria: “Amigos míos, si antes de atacar esperamos hasta el día en que estemos completamente preparados, nunca atacaremos”. Solo a través de la acción revolucionaria las masas podrían aprender sobre la revolución. Hay que arrojarse al agua para aprender a nadar. “De la misma forma en que la gimnasia desarrolla la fuerza de los músculos”, la acción revolucionaria también desarrollaba la perspicacia política de quienes participaban en ella. Al mismo tiempo, Cafiero hizo hincapié en la importancia del liderazgo revolucionario. Solo una “minoría muy restringida” tenía una clara comprensión de la revolución, pero estaba seguro de que las masas responderían a sus vengadores. Estos líderes tenían que ser fieles a su llamado, lo que en el presente contexto significaba evitar el engaño de la política parlamentaria (39).

Sobre la revolución

En el siguiente ensayo de Cafiero, que se destaca como su obra más original, continuó explorando la teoría y la práctica de la violencia revolucionaria. La historia de este ensayo parece una historia de detectives. En 1881, “Sulla Rivoluzione” apareció por partes en La Révolution sociale, un periódico basado en Saint-Cloud, Francia, y financiado en secreto por la policía con el objetivo de incitar a los anarquistas a la acción ilegal. El turbio mundo de las reuniones y publicaciones anarquistas estaba plagado de infiltrados del gobierno. Cafiero no tenía conocimiento de la situación real en La Révolution sociale. Envió su artículo a su personal, y comenzaron a publicarlo. Después de que aparecieron varias entregas, la financiación del periódico se detuvo y la publicación desapareció. La porción no publicada del ensayo de Cafiero desapareció durante los siguientes  noventa años.
Un estudiante universitario, Gian Carlo Maffei, descubrió la parte del texto que faltaba. Mientras hacía una investigación para su tesis sobre la comunidad anarquista italiana en Suiza, examinó el Archivo Federal en Berna, donde la Confederación guardaba los archivos policiales. Allí encontró una carpeta titulada “Dossier personal, Cafiero Carlo”. La carpeta contenía documentos no vistos desde 1881, incluido el manuscrito completo de 155 páginas de “Sulla Rivoluzione”. Era el sueño de cualquier investigador histórico hecho realidad (40).


Gracias al hallazgo de Maffei, ahora sabemos que el ensayo constaba de cuatro partes, no tres como se suponía anteriormente: “Revolución y la Ley Natural”, “Nuestra Revolución”, “Práctica Revolucionaria” y “Moral Revolucionaria”. Las dos primeras partes habían sido publicadas en su totalidad en La Révolution sociale y luego republicadas por Gianni Bosio en Rivoluzione per la rivoluzione (1970). Porciones de la tercera parte habían aparecido en estas mismas publicaciones. En 1972, Maffei publicó las secciones que faltaban de la parte 3, y la parte 4 hasta ahora desconocida.
Cafiero comenzó el ensayo con una cita de su Compendio del “Capitale“: “La revolución de los trabajadores es la revolución de la revolución”. En la parte 1, “La revolución y la ley natural”, abordó el problema de la violencia revolucionaria. En realidad, veía esa violencia como una solución en lugar de un problema. Cafiero prometió sin rodeos a la burguesía que serían liquidados. Su destino, escribió, había sido sellado desde el principio de los tiempos. La ley natural de la revolución funcionó fatalmente a lo largo de la historia, y ahora llegó el momento del derrocamiento del capitalismo. Como Marx había explicado convincentemente, de las contradicciones del capitalismo surgiría el socialismo. Al desarrollar el capitalismo en sus límites más extremos, los magnates de hoy preparaban “el terreno necesario para nuestra revolución”. Cafiero, por lo tanto, deseó buen apetito a los capitalistas: “come y devora a la saciedad, porque cuando hayas comido todo, nos corresponde a nosotros comerte”. Si se engordaran tendrían un mejor sabor: “¡Y qué hambre tenemos!” (41).

En la parte 2, “Nuestra revolución”, Cafiero ensalzó la violencia proletaria como la fuerza más exaltada de la historia: “Oh, revolución, ley sublime de la naturaleza, ley de la vida y del progreso, ley de justicia y amor, ley de libertad e igualdad. Revolución santa, regresa a nuestro medio, retoma tu curso entre los pueblos, establece entre ellos tu reinado definitivo y haz tu voluntad”. “Nuestra Revolución”, continuó, es heredera de todas las revoluciones pasadas y debe derivar su fuerza y dirección básica de ellas, contra el orden social, la religión, la familia y la propiedad. “¡Abajo la autoridad!” gritó. “Con el hierro de sus cadenas”, predijo, “los gladiadores en su revuelta forjarán la espada de la libertad: de las cadenas centenarias de nuestra servidumbre, produciremos las armas de la emancipación humana”. Luego, después de la batalla final contra el capitalismo, todo estaría bien, y los hombres podrían vivir en concordia y fraternidad. Sin capitalistas y proletarios, todos los hombres serían libres e iguales: “Ya no estarán uno contra todos, y todos contra cada uno”. La actualización completa del principio de sociabilidad traería la etapa final de la historia humana (42).

La publicación de Maffei en 1972 de las secciones que faltaban de “Rivoluzione” llenó un vacío importante en la parte 3, “Práctica Revolucionaria”. En la parte previamente publicada de esta sección se dejó de lado el énfasis de Cafiero del peligro extremo que representa cualquier estado, incluso uno supuestamente controlado por los trabajadores. Maffei restableció así la simetría del argumento original de Cafiero. Hasta 1972 parecía que el capitalismo había sido la preocupación sustancial exclusiva de Cafiero en la parte 3, pero en las páginas añadidas se extendió sobre los múltiples peligros del socialismo autoritario. Repitió los nefastos pronunciamientos de Bakunin sobre la extrema probabilidad de que el estado de los trabajadores sea “un nuevo y terrible monstruo”. Para que la dictadura del proletariado -la única entidad gobernante permitida en el sistema de Marx- tenga un poder político y económico total, “¿qué nuevo y monstruoso mecanismo burocrático no sería necesario crear?” Los líderes de tal estado no podrían escapar de los efectos corruptores de tanto poder, “y serán nuevos y aún más terribles opresores políticos y explotadores económicos”. Cafiero advirtió, como lo hizo Bakunin antes que él, que una dictadura del proletariado plenamente realizada sería el fin de la emancipación y la libertad humanas. Tales dictadores destruirían la causa de la revolución. Harían que los capitalistas e incluso los nobles medievales pareciesen benignos en comparación. Para evitar la corrupción que el poder siempre causa, la sociedad tenía que permanecer sin estado (43).

El gobierno existía solo con dos propósitos: proteger a las élites poderosas y oprimir a la multitud indefensa y desorganizada. Bajo el socialismo anarquista no habría élites protegidas ni multitud oprimida. Habría una sociedad de iguales, con una abundancia de bienes materiales para todos. Todos los hombres podrían por fin desarrollarse plena y libremente: “estudiar, vivir con la naturaleza, admirar lo bello en las obras de arte, amar”. Todo tipo de trabajo sería de igual importancia para la sociedad porque cada trabajo sería útil y serviría a una verdadera necesidad. La asignación de enormes recursos para el mantenimiento de la vida privilegiada y mimada de los ricos había introducido las distorsiones sociales y económicas que sólo el comunismo anarquista podría eliminar. Por lo tanto, concluyó Cafiero, “el fin principal de nuestra revolución debe ser quitarle al hombre los medios para infligir una actividad inútil y peligrosa a la humanidad” (44).

Nada de la sección cuarta y última del ensayo apareció en La Révolution sociale. En esta sección, Cafiero hacía un apasionado llamamiento a la propaganda por el hecho. Todo el mundo en la izquierda socialista, comenzó, aseguraba creer en la revolución, pero ¿cuántos consideraron seriamente actuar siguiendo esa creencia? Marx lo emocionaba, sobre todo por el poder intelectual y la originalidad de El Capital, pero también por su conmovedora llamada a la revolución. Cafiero vio muy claramente las afinidades entre la revolución marxista y la propaganda del hecho del anarquismo. Las diferencias entre estos dos conceptos significaron mucho menos en la práctica que en teoría. El marxismo, a diferencia del anarquismo, cubrió su llamado a la violencia revolucionaria con una elaborada justificación filosófica y una compleja teoría histórica. En la práctica, sin embargo, la justificación y la teoría rápidamente retrocedieron a un segundo plano para los marxistas cuando se convencieron de la existencia de una situación revolucionaria. En ese punto, las diferencias entre las tácticas revolucionarias anarquistas y comunistas disminuyeron apreciablemente, y en el capitalismo ¿qué situación no fue revolucionaria? Cafiero pensó que una lectura honesta de Marx conduciría ineludiblemente a la conclusión de que los revolucionarios comunistas tenían una obligación permanente de resistir al capitalismo de todas las maneras eficaces. Bakunin había predicado el mismo mensaje. Cafiero no vio cómo el marxismo difería del anarquismo en sus fundamentos prácticos como un credo revolucionario. Al fusionarlos en una entidad, Cafiero esperaba crear la némesis definitiva del capitalismo.


Cafiero insistió además en que el anarquismo y el comunismo se reforzaban mutuamente en el gran problema de la política de izquierda en Italia a fines de la década de 1870: el reformismo socialista. Marx y Bakunin hablaron con una sola voz contra los moderados de izquierda, es decir, aquellos que “renuncian a la revolución”. Cafiero definió la moderación como la “limitación, reducción, [y] disminución” del socialismo. Los moderados, “con su programa mínimo”, no tenían intención de llevar el socialismo a las masas. En su lugar, intentaron proteger el Status Quo capitalista distrayendo a las masas con gestos simbólicos y reformas sin sentido. Cafiero vio a los capitalistas como criminales que no merecían más que expropiación y castigo. No se podía entrar en acuerdos de colaboración con aquellos que habían saqueado, reprimido, torturado, mutilado y asesinado a los trabajadores del mundo. Cafiero concluyó “Rivoluzione” con un entusiasta respaldo del extremismo marxista y bakuninista: “Disminuir, reducir o limitar nuestro programa, en un sentido parlamentario, es tratar con el enemigo, replegar la bandera de la lucha, engañar a la gente, y renunciar a la revolución” (45).

Los últimos años de Cafiero

Cafiero se había opuesto al reformismo de Costa desde el día de su anuncio, pero hasta el verano de 1881 sus ataques no habían sido amargamente personales. Luego envió una feroz carta abierta, “A los Camaradas de la Romaña”, publicada en Il Grido del Popolo el 21 de julio. El otrora gran tribuno de la Romaña había abandonado la causa de la revolución por un “programa de procedimientos  y pequeñas reformas [riformette]. Por primera vez, denunció a Costa por su nombre: “Sí, Costa es un apóstata, un renegado de la fe revolucionaria del pueblo”. Cafiero ni siquiera le dio crédito por actuar de buena fe. Según denunciaba, Costa, el arribista, había visto dónde se hallaban el poder y la oportunismo política, y había cambiado sus creencias en consecuencia. Tal traidor no tenía derecho a vivir, y Cafiero incitó a los fieles a infligirle justicia revolucionaria. Firmó su carta “En la revolución anarquista, vuestro para la vida y la muerte” (46).

Las amenazas de Cafiero contra Costa coincidieron con un período sombrío en su vida personal. Su salud general había estado declinando durante algún tiempo. Perdió peso y se puso extremadamente pálido durante la primavera y el verano de 1881. En junio sufrió un ataque de nervios. Al recuperarse, Cafiero viajó a Londres, en septiembre, esperando encontrarse con Marx. La reunión no tuvo lugar porque Marx había abandonado la ciudad en busca de una cura para sus propios problemas de salud. Cafiero se quedó en Londres durante el invierno de 1881-1882. Su enfermedad empeoró. La parte mental de la misma, que tomó la forma de una aguda manía persecutoria, alarmó especialmente a sus amigos. Empezó a sospechar tanto de la gente que, al final de su estancia en Londres, solo hablaba con Malatesta. Los dos hombres se encontrarían en medio de Hyde Park y Cafiero le susurraría confidencias al oído a Malatesta. Más tarde, en una conferencia anarquista, Cafiero analizó a los delegados y le dijo a Malatesta: “¿No lo ves? Son todos espías” (47). Poco después llevó a cabo un intento fallido de suicidio.

Después de regresar a Italia, Cafiero descendió inexorablemente a la locura. Se fue de ciudad en ciudad. El 8 de febrero de 1883 abandonó su habitación en una posada en Fiesole, cerca de Florencia, y comenzó a vagar por los campos completamente desnudo. Los campesinos locales lo encontraron tumbado en un charco de agua helada. Para cuando llegó un doctor, ya sufría convulsiones. Las autoridades lo internaron en el asilo de San Bonifazio en Florencia. No reobraría nunca por completo su equilibrio mental.

Al tratar de explicar la locura de Cafiero, Piotr Kropotkin -después de Bakunin, el principal líder internacional del anarquismo- afirmó que Cafiero se había derrumbado tras ser rechazado por Anna Kuliscioff en el invierno de 1880-1881 (48). Había cortejado a esa bella rusa judía y estrella marxista mientras su amante, Costa, cumplió una sentencia de cárcel (49). La furia del enfrentamiento entre estos dos hombres pudo haber tenido mucho que ver con su rivalidad con Kuliscioff. Sin embargo, Cafiero no tenía una historia de relaciones románticas apasionadas, y las pruebas de su relación con Kuliscioff son ambiguas. Es difícil saber qué ocurrió entre ellos o cómo su relación afectó su psique. Muchos otros factores probablemente contribuyeron a su desmoronamiento final: no debe subestimarse el estrés de las continuas decepciones, el fracaso, la vigilancia policial, las expulsiones, los interrogatorios y el encarcelamiento.


La esposa ausente de Cafiero, Olimpia, reapareció entonces y trató de ayudarlo. En 1886 se encargó de asegurar su transferencia a una institución mental en Imola, donde su salud física comenzó a mejorar. Él continuó habitando un mundo crepuscular de lucidez mental intermitente. En noviembre de 1887, sin embargo, las autoridades de asilo lo liberaron entregándole al cuidado de su esposa. La pareja vivió en Imola y luego en Bolonia. La condición de Cafiero se mantuvo inestable, ya que fuertes períodos de crisis eran seguidos por períodos de calma. En 1889 la pareja se mudó a la casa familiar en Barletta, y parecía mejorar. Respondió al entorno familiar de su juventud, pero pronto su esposa tuvo que enviarlo a otro asilo, en Nocera Inferiore. Mientras estuvo allí, desarrolló tuberculosis intestinal y murió el 17 de julio de 1892 a la edad de 45 años.

En su clásica novela histórica Il diavolo al Pontelungo (1927, El diablo en Pontelungo), Riccardo Bacchelli (1891-1985) contó la historia de Bakunin y los anarquistas italianos en la década de 1870. Bacchelli, un político conservador, escribió la novela con el mismo espíritu antirrevolucionario que había animado a Fyodor Dostoyevsky en Los endemoniados (1872) y Joseph Conrad en El agente secreto (1907), dos de las principales novelas de la literatura occidental que se ocupan del terrorismo. Perteneció al grupo Ronda de escritores tradicionalistas en la década de 1920 y se adhirió a los valores del humanismo cristiano de Alessandro Manzoni. Al aplicar ese criterio de juicio a los anarquistas, Bacchelli denunciaba que disfrutaban de los extremos. Como Dostoyevsky y Conrad, castigó a los anarquistas como fanáticos delirantes e ineficaces. Al comienzo de su libro, Bacchelli declaró: “Es necesario decir que esta es la historia de un error y de un error que produjo crímenes y acontecimientos poco gloriosos”. Interpretó a Bakunin y su compañía como hombres que “no pueden aprender. No serían ellos mismos si pudieran aprender” (50).


A pesar de despreciar a los anarquistas en general, el retrato de Cafiero de Bacchelli es extrañamente elogioso. De todos los revolucionarios no reconstruidos en la novela, Cafiero es la figura más humanamente creíble. Bacchelli lo censura por su fanatismo y en un avance rápido del futuro muestra su locura y muerte prematura como el final apropiado por las terribles decisiones que tomó en la vida. Sin embargo, describe a un Cafiero como alguien que poseía una “nobleza humana” que se manifestó en una generosa generosidad para todos los que se le acercaban (51). Para Bacchelli es mucho más admirable que Bakunin, quien, como personaje de la novela, tiene una gran dosis de perfidia y charlatanería.

Si un conservador como Bacchelli podía simpatizar con Cafiero, se podía contar con que la izquierda haría mucho más por él. El mito de Cafiero como el mártir del comunismo anarquista comenzó a afianzarse mientras aún vivía. Grupos anarquistas de Livorno, Ancona, Ravenna, San Remo y Nueva York tomaron su nombre. En las familias anarquistas era común dar a los niños el primer nombre de “Cafiero”. Sus hazañas y sacrificios inspiraron canciones, sonetos y pinturas. En uno de sus últimos momentos de lucidez, Cafiero dijo, “El principio se ha afirmado” (52). Para quienes se inspiraron en él, Cafiero había afirmado el principio de la revolución. La Palabra se había hecho carne en él, y la orden mendicante de la revolución en Italia tuvo su primer santo patrón de la era marxista.



NOTAS

(1) Pier Carlo Masini, Cafiero (Milán: Rizzoli, 1974), 12: escrito desde un punto de vista fuertemente pro-anarquista, esta es la biografía más autorizada de Cafiero. Max Nettlau, Bakunin e l‘Internazionale en Italia: Dal 1864 al 1872 (Ginebra: Edizione del Risveglio, 1928), p. 217.

(2) Albert Boime, The Art of the Macchia and the Risorgimento: Representing Culture and Nationalism in Nineteenth-Century Italy (Chicago: University of Chicago Press, 1993), introducción. Los Macchiaioli eran las contrapartida italiana aproximada de los impresionistas franceses.

(3) Cafiero a Engels, 28 de junio de 1871, en Giuseppe Del Bo, ed., La corrispondenza di Marx e Engels con italiani (Milán: Feltrinelli, 1964), 18.

(4) Cafiero a Engels, 12 de junio de 1871, ibid., p. 14.

(5) Engels a Cafiero, 1 de julio de 1871, ibid., p. 20.

(6) Cafiero a Engels, 12 de julio de 1871, ibid., p. 24.

(7) Engels a Cafiero, 16 de julio de 1871, ibid., p. 30; 28 de julio de 1871, ibid., p. 34.

(8) Cafiero a Engels, 10 de septiembre de 1871, ibid., p. 42; 18 de octubre de 1871, ibid., p. 53.

(9) Cafiero a Engels, 29 de noviembre de 1871, ibid., p. 94, 96.

(10) E. H. Carr, Michael Bakunin (Nueva York: Vintage, 1937), p. 4, 329.

(11) Nettlau, Bakunin e l‘Internazionale en Italia, p. 167, 248, 211, 212.

(12) Cafiero a Engels, 12 de junio de 1872, en Del Bo, ed., La corrispondenza, p. 221, 220.

(13) Engels a Cafiero, 14 de junio de 1872, ibid., p. 227, 228.

(14) T. R. Ravindranathan, Bakunin and the italians (Montreal: McGill-Queen‘s University Press, 1988), p. 196.

(15) Masini, Cafiero, 125. Max Nettlau, Errico Malatesta: Vita e pensieri (Nueva York: Casa Editrice “Il Martello”, 1927), p. 109. Nunzio Pernicone, Anarquismo italiano, 1864-1892 (Princeton: Princeton University Press, 1993), 90-95.

(16) Masini, Cafiero, capítulo 9.

(17) Cafiero, “I tempi non sono maturi”, La Plebe, 26-27 Nov. 1875, en Cafiero, Rivoluzione per la rivoluzione, ed. Gianni Bosio (Roma: La Nuova Sinistra, 1970), p. 41.

(18) Antonio Lucarelli, Carlo Cafiero: Saggio di una storia documentata del socialismo (Trani: Vecchi, 1947), 103-110.

(19) Roberto Michels, Storia crítica del movimiento socialista italiano: Dagli inizi fino al 1911 (Florencia: La Voce, 1926), p. 50. Véase también su Storia del marxismo in Italia: Compendio critico con annessa bibliografia (Roma: Notas a las páginas 39-53 · 237 Librería Editrice Luigi Mongini, 1910); la bibliografía en este libro no tiene precio.

(20) Masini, Cafiero, p. 182.

(21) Ibid ., p. 201.

(22) Ibid ., p. 203.

(23) Pernicone, Anarquismo italiano, 126.

(24) Bakunin, Selected Writings, ed. Arthur Lehning (Londres: Jonathan Cape, 1973), 178-182, citado por Pernicone en Italian Anarchism, 62.

(25) Pasquale Turiello, Governo e governati in Italia, ed. Piero Bevilacqua (Turín: Einaudi, 1980), 209.

(26) Cafiero, Compendio del “Capitale“ (Roma: La Nuova Sinistra, 1969), 7, 8.

(27) Ibid ., 43, 54.

(28) Ibid ., 72, 83.

(29) Ibid ., 97, 101.

(30) Cafiero a Marx, 23 de julio de 1879, en Del Bo, ed., La corrispondenza, 285.

(31) Marx a Cafiero, 29 de julio de 1879, ibid ., 286.

(32) Cafiero, “Anarchia e comunismo“, Le Révolté (Ginebra), 13 de noviembre de 1880, en Rivoluzione per la rivoluzione, 48.

(33) Ibid ., 51.

(34) Cafiero, “Anarchia e comunismo“, pt. 2, Le Révolté, 27 de noviembre de 1880, en Rivoluzione per la rivoluzione, 55.

(35) Costa citado por Nettlau en Errico Malatesta, 156.

(36) Cafiero a Pezzi, 20 de noviembre de 1880, en Rivoluzione per la rivoluzione, 57.

(37) Cafiero a los internacionalistas florentinos, 6 de diciembre de 1880, ibid., 59, 60.

(38) Cafiero, “L‘Azione“, Le Révolté, 25 de diciembre de 1880, ibid., 62.

(39) Ibid., 63.

(40) Gian Carlo Maffei, Dossier Cafiero (Bérgamo: Biblioteca “Max Nettlau“, 1972), introducción.

(41) Cafiero, “Rivoluzione“, en Rivoluzione per la rivoluzione, p. 67, 85.

(42) Ibid., p. 90, 91.

(43) Maffei, Dossier Cafiero, p. 32. El Dossier de maffei está disponible en internet (ENLACE).

(44) Ibid., p. 41, 45.

(45) Ibid ., 56, 57.

(46) Cafiero, “Ai compagni delle Romagne“, Il Grido del Popolo, 21 de julio de 1881, en Rivoluzione per la rivoluzione, 95.

(47) Masini, Cafiero, 314.

(48) Ibid., Cap. 20.

(49) Michels destaca a Kuliscioff como “la verdadera fundadora del marxismo“ en Italia. Su brillantez natural y su firme comprensión de la ideología marxista causaron una profunda impresión en la izquierda italiana en la década de 1870. Michels comenta largamente acerca de su “estupendo“ aspecto en Storia del Marxismo en Italia, 77. 238 · Notas a las páginas 54-61.

(50) Bacchelli, Il diavolo al Pontelungo (Milán: Mondadori, 1965), 27.

(51) Ibid., 244.

(52) Masini, Cafiero, ch. 22 y 357.


Extracto del libro ”Apostles and Agitators. Italy‘s Marxist Revolutionary Tradition“, 2003.

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