No hay que abolir el trabajo sexual. Hay que abolir todo el trabajo, por Laurie Penny
Published on: domingo, 12 de agosto de 2018 //
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Publicado en New Statesman, mayo de 2016.
Describir el trabajo sexual como “un trabajo como cualquier otro” es solo un replanteamiento positivo si consideramos que el “trabajo” es algo bueno por definición.
¿Es el trabajo sexual “un trabajo como cualquier otro”? ¿Es eso algo bueno? Amnistía Internacional adoptó hoy oficialmente una política que recomienda la despenalización del trabajo sexual en todo el mundo como la mejor manera de reducir la violencia en el sector y salvaguardar tanto a las trabajadoras como a quienes son objeto de trata para la prostitución.
“Las trabajadoras sexuales corren un mayor riesgo de sufrir toda una serie de abusos contra los derechos humanos, como violación, violencia, extorsión y discriminación”, dijo Tawanda Mutasah, director de leyes y políticas de Amnistía Internacional. “Nuestra política describe cómo los gobiernos deben hacer más para proteger a las trabajadoras sexuales de las violaciones y el abuso.
Queremos que las leyes se reorienten para mejorar la seguridad de las trabajadoras sexuales y mejorar la relación que tienen con la policía al abordar el verdadero problema de la explotación“, dijo Mutasah, enfatizando la política de la organización que describe al trabajo forzado, la explotación sexual infantil y la trata de personas como abusos contra los derechos humanos que, en virtud del derecho internacional, deben ser penalizados en todos los países. “Queremos que los gobiernos se aseguren de que nadie sea forzado a vender sexo, o no pueda dejar el trabajo sexual si así lo desea”.
La propuesta de la organización de derechos humanos más conocida del mundo ha causado un alboroto, particularmente de parte de algunas activistas feministas que creen que la despenalización “legitimizará” un sector que es especialmente dañino para las mujeres y las niñas.
Mientras que las trabajadoras sexuales de todo el mundo se manifiestan para exigir mejores condiciones de trabajo y protecciones legales, cada vez más países adoptan versiones del “Modelo Nórdico”, intentando tomar medidas drásticas contra el trabajo sexual criminalizando a los compradores de sexo comercial, la mayoría de los cuales son hombres. Amnistía, junto con muchas organizaciones de derechos de las trabajadoras sexuales, afirma que el “Modelo Nórdico” de hecho obliga al sector a esconderse y hace poco para proteger a las trabajadoras sexuales contra la discriminación y el abuso.
Las líneas de batalla se han trazado y las “guerras sexuales feministas” de los años ochenta están en marcha otra vez. Gloria Steinem, que se opone a la medida de Amnistía, es una de las activistas que creen que el concepto “trabajo sexual” es dañino. “El ‘trabajo sexual’ puede haber sido inventado en los EEUU con buena voluntad, pero es un concepto peligroso, permite incluso a los gobiernos poder retener el dinero del paro y otras ayudas a aquellas que rechacen este tipo de ofertas laborales”, escribió Steinem en Facebook en 2015. “Obviamente, somos libres de llamarnos a nosotros mismos lo que deseemos, pero al describir a los demás, cualquier cosa que requiera la invasión del cuerpo, ya sea la prostitución, el trasplante de órganos o la subrogación gestacional (vientres de alquiler), no debe imponerse”. Quiere que la ONU reemplace el concepto “trabajo sexual” por “mujeres, niños o personas prostituidas”.
El debate sobre el trabajo sexual es el único lugar donde se puede encontrar a los liberales modernos discutiendo seriamente si el trabajo en sí mismo es un bien social inequívoco. La expresión “trabajo sexual” es esencial precisamente porque hace que la pregunta sea visible. Tomemos la carta abierta recientemente publicada por la ex prostituta “Rae”, ahora un miembro militante del campo abolicionista, en el que ella concluye: “Tener que llevar a cabo actividades sexual debido a la desesperación no es consentimiento. Utilizar a una mujer pobre para la satisfacción íntima, sabiendo que solo lo hace contigo porque necesita el dinero, no es un acto neutral y amoral”.
Estoy de acuerdo absolutamente con esto. La cuestión de si una persona que necesite desesperadamente dinero en efectivo puede dar su consentimiento para el trabajo es vital. Y es precisamente por eso por lo que el término “trabajo sexual” es esencial. Deja claro que el problema no es el sexo, sino el trabajo en sí, llevado a cabo dentro de una cultura de violencia patriarcal que degrada a los trabajadores en general y a las mujeres en particular.
Describir el trabajo sexual como “un trabajo como cualquier otro trabajo” es solo un replanteamiento positivo si consideramos que un “trabajo” es algo bueno por definición. En el mundo real, las personas hacen todo tipo de cosas horribles que preferirían no hacer, por desesperación, para conseguir dinero en efectivo y para sobrevivir. La gente hace cosas que les parecen aburridas, desagradables o las desgarran el alma, porque no tienen otra elección. Se nos alienta a no pensar demasiado en esto, sino a aceptar estas condiciones simplemente porque así es “como funciona el mundo”.
La filósofa feminista Kathi Weeks llama a esta despolitización universal del trabajo “la sociedad del trabajo”: una ideología en cuyos términos se considera que un trabajo de cualquier tipo es liberador, saludable y “empoderador”. Esta es la razón por la cual el aspecto “trabajo” del “trabajo sexual” causa problemas tanto para los conservadores como para las feministas radicales. “¿Opresión o profesión?” Es la pregunta que plantea un subtítulo del excelente texto de Emily Bazelon sobre el tema en el New York Times este mes. Pero ¿por qué vender sexo no puede ser ambas cosas?
Las feministas liberales han tratado de cuadrar este círculo insistiendo en que el trabajo sexual no es “un trabajo como cualquier otro”, igualando todo el sexo vendido, en palabras de Steinem, con una “violación comercial”, y oscureciendo cualquier posibilidad de mobilización dentro del sector para conseguir mejores derechos para las trabajadoras.
La cuestión de si las trabajadoras sexuales pueden dar un consentimiento válido se puede pedir a cualquier trabajador en cualquier industria, a menos que él o ella sea económicamente independiente. La elección entre el trabajo sexual y morirse de hambre no es una elección completamente libre, pero tampoco lo es la elección entre limpiar las calles y el hambre, o entre trabajar de camarera y la miseria. Por supuesto, todos los trabajadores en esta economía precaria están obligados a realizarcosas que no quieren, como recoger basura o servir café con leche para los oficinistas exhaustos o quien sea que pague las facturas. No es suficiente presentarse y hacer un trabajo: debemos realizar una sumisión existencial a la sociedad del trabajo todos los días.
En las agotadoras “guerras sexuales feministas”, que han durado décadas, la definición que aparentemente se nos ofrece se encuentra entre una visión radicalmente conservadora de la sexualidad comercial (según la cual cualquier transacción que involucre sexo debe ser no solo inmoral y dañina, únicamente) y una versión del trabajo sexual en el que debemos pensar que la profesión es un “empoderamiento” precisamente porque la ortodoxia neoliberal sostiene que todo trabajo es fortalecedor y reafirma la vida.
Estas dos visiones a menudo pueden hacer sentir a las trabajadoras sexuales que no pueden quejarse de sus condiciones de trabajo si quieren argumentar a favor de más derechos. La mayoría de las trabajadoras sexuales que he conocido y entrevistado, de todas las clases y todos los antecedentes, solo quieren poder ganarse la vida sin ser molestadas, lastimadas o intimidadas por el estado. Quieren las protecciones básicas que otros trabajadores disfrutan en su trabajo: protección contra el abuso, el robo de salarios, la extorsión y la coacción.
A menudo se dibuja un falso dilema entre los sectores en conflicto dentro del feminismo a favor del sexo (sex positive) y en contra (sex negative). Personalmente, ni soy sex-positive ni sex-negative: soy crítica hacia el sexo y contraria al trabajo.
Consideremos la preocupación de Steinem de que si el “trabajo sexual” se convierte en una terminología aceptada, los estados pueden exigir a las personas que lo practiquen para poder acceder a los servicios de asistencia social. Por supuesto, esta es una idea monstruosa, pero asume una actitud relajada hacia los estados que obligan a las personas a hacer otro trabajo que no han elegido para acceder a los servicios de asistencia social. ¿Cuándo se volvió normal eso? ¿Por qué el obligar a trabajar solo es horrible y degradante cuando se discute sobre el trabajo sexual?
Apoyo la abolición del trabajo sexual, pero solo en la medida en que apoyo la abolición del trabajo en general, donde el “trabajo” se entiende como “la obligación económica y moral de vender su mano de obra para sobrevivir”. No creo que obligar a las personas a pasar la mayor parte de sus vidas haciendo un trabajo que los menosprecie, los enferma y los agota a cambio del privilegio de tener un lugar seco donde dormir y comida para llevar a sus labios sea un “acto moralmente neutral”.
A medida que más y más empleos se automatizan y se vuelven peor remunerados e inseguros, la izquierda redescubre las ideas contra el trabajo: unas ideas que exigen no solo el derecho a un trabajo “mejor”, sino el derecho, si las condiciones lo permiten, a trabajar menos. Esto también es un tema feminista.
Entendida a través del lente de las ideas contra el trabajo, la legalización del trabajo sexual consiste en el control de daños dentro de un sistema que siempre es opresivo. Es el comienzo, y no el final, de una discusión sobre si es moral obligar a los seres humanos a trabajar con sus cuerpos sabiendo el tiempo limitado que tienen para vivir en la Tierra.
El trabajo sexual debe ser legal como parte del proceso por el cual comprendemos que la sociedad del trabajo en sí misma es dañina. La insistencia del feminismo liberal sobre el carácter único explotador del trabajo sexual oscurece el carácter explotador de todo trabajo asalariado y precario, y no tiene por qué. Quizás si realmente comenzamos a escuchar a las trabajadoras del sexo, como ha hecho Amnistía, podemos hablar más calmadamente en este lugar doloroso y problemático, y hablar sobre la explotación más honestamente, no solo dentro de la industria del sexo, sino dentro de cada industria.