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Noticias Amor y Rabia

Del mito del libre comercio a la nueva Guerra Fría

Published on: sábado, 15 de febrero de 2020 // ,

La guerra comercial puesta en marcha por Trump marca el fin de la globalización puesta en marcha por el neoliberalismo desde finales de los años 70. Que el epicentro esté en China no es casualidad: su origen está en los acuerdos entre Mao y Nixon a comienzo de los 70; por aquel entonces, el objetivo de EEUU era hacer frente a la llamada Ostpolitik, la alianza bastarda entre la oligarquía europea y la Unión Soviética, que permitió a las empresas de Europa occidental acceder a sus mercados y utilizar su mano de obra a precio de saldo a cambio de recibir divisas y suministrar energía. Para responder a este dumping descarado, EEUU estableció acuerdos similares con China, cuya mano de obra era más barata aún que la de la esfera de influencia soviética. El truco, adobado con el relanzamiento del embargo tecnológico de la OTAN contra el bloque soviético (las listas CoCom) y sanciones contra el comercio con la URSS, funcionó. Esta guerra económica dio lugar al endeudamiento brutal de los países de Europa oriental, que fueron abandonados a su suerte por Moscú, dando lugar a enfrentamientos en el seno del Comecom y, finalmente, el derrumbamiento de la antaño todopoderosa Unión Soviética. El comercio, y no la carrera de armamentos, fue lo que hundió el bloque soviético.


Es una ironía de la historia que para lograrlo EEUU aceptase llevar a cabo transferencias de tecnología con China, un país cuya historia está marcada por las consecuencias de suministrar tecnología a un rival. En el siglo XII, la dinastía Jin levantó el embargo de exportación de hierro y armas a los pueblos nómadas al otro lado de la muralla china. Las consecuencias no se hicieron esperar: gracias al libre comercio, dichas exportaciones crecieron rápidamente en muy poco tiempo y los mongoles, dotados de armas capaces de hacer frente al ejército chino, no tardaron en invadir el país y luego buena parte de Eurasia, convirtiéndose en el mayor imperio (en población) de la historia.

Ciertamente, el estado chino actual no tiene nada que ver con las tribus mongolas, cuyo salvajismo dio lugar a la muerte violenta del 10% de la población mundial y la destrucción del conocimiento y las principales ciudades de quienes osaron negarse a someterse, desde Manchuria hasta el Mar Negro. Pese a que los medios de propaganda del capitalismo se han puesto en marcha a toda máquina para ensuciar al máximo la imagen de China, como han hecho con Rusia, lo cierto es que el gobierno de Pekín no parece tener prisa en absoluto, mientras la ansiedad de EEUU es imposible de ocultar. ¿A qué se debe todo esto, y hacia dónde nos dirigimos?

EL CINTURÓN DE ÓXIDO

Para empezar, hay que ser consciente de que el fin de la globalización no se debe a un acto impulsivo de Trump. Al contrario, sus actos reflejan sólo el fracaso de los anteriores gobiernos de EEUU de asegurar la hegemonía de Washington sobre el planeta. Este objetivo se hizo público el 8 de marzo de 1992, cuando el New York Times  filtró un documento secreto del Pentágono (U.S. Strategy Plan Calls For Insuring No Rivals Develop), calificado de Doctrina Wolfowitz, que "describía una política de unilateralismo y ataques preventivos para reprimir amenazas potenciales de otras naciones y evitar que cualquier otra nación ascendiera al estatus de superpotencia".



El imperio menguante: Pese a disponer de un inmenso poderío militar,  la deslocalización ha permitido a China convertirse en el principal socio comercial de dos tercios de los países del mundo


En 1999 el ministro de asuntos exteriores francés, Hubert Védrine, calificó a EEUU de Hiperpotencia debido a su influencia incontestable a nivel mundial en los sectores económico, financiero, monetario, tecnológico, diplomático, geopolítico, energético, comercial, militar, educativo, cultural, mediático y deportivo. Pero esto no era suficiente para el Pentágono, que en junio de 2000 anunció su plan estratégico Joint Vision 2020, cuyo objetivo era el Full Spectrum Dominance (el dominio a todos los niveles). Esto significa el control militar de la tierra, el mar, el aire y el espacio, "para proteger los intereses e inversiones de los Estados Unidos". Como explica T. J. Coles, "Proteger" significa garantizar la libertad de actuar. "Intereses e inversiones estadounidenses" significa beneficios empresariales. Finalmente, el 20 de septiembre de 2002 se estableció la Estrategia de Seguridad Nacional de los EEUU (National Security Strategy of the United States), denominada "Doctrina Bush", que establecía el uso unilateral de la fuerza por EEUU. Un año antes se había invadido Afganistán, y al año siguiente se invadió Irak.


El agresivo imperialismo de EEUU logró acabar con algunos enemigos de poca monta (Milosevic, Sadam, Gadafi), pero al hacerlo debilitó la economía estadounidense, al consumir la mayor parte del presupuesto gubernamental que se tendría que haberse invertido en ayudar a la economía a superar el paso del modelo industrial al digital, acabando con la decadencia que dura cuatro décadas del llamado Cinturón del óxido (Rust Belt); el descontento de los habitantes de esta zona, que fuera el corazón de la industria pesada y manufacturera de EEUU y la zona más rica del país, llevó a Trump a la presidencia. Mientras sus intervenciones “humanitarias” arrasaban países en vano aumentando la fenomenal deuda de EEUU, y golpes de estado “blandos” en la periferia rusa (el extranjero cercano) provocaban la inevitable reacción del Kremlin, China aplicó el dicho de Napoleón, "si tu enemigo se equivoca, no le distraigas", y permaneció en un discreto segundo plano, modernizando su economía.

Y, de esos polvos, estos lodos. Las cifras cantan: el coste de la guerra de Irak (para impedir que el Euro cuestionase la hegemonía del petrodólar, motivo de la oposición de Francia y Alemania con la izquierda como comparsa) costó 3 billones de dólares, como la guerra de Afganistán; en total, unos 5,9 billones de dólares, por lo que la deuda de EEUU está ya a un nivel que hace imposible que el sistema financiero que la soporta pueda aguantar mucho tiempo.

IZDA: Evolución de la balanza comercial de EEUU y China. DCHA: Exportaciones de China. Rojo a EEUU, Azul al resto.


En paralelo, al externalizar la producción de bienes (en buena parte a China) aumentó la dependencia de EEUU de importaciones de todo tipo de productos, haciendo que su déficit comercial sea ya más profundo que la Fosa de las Marianas. Y su mercado interno, antaño sin rival y cuyo acceso era un arma importante en las negociaciones con el resto de los países industrializados, está ahora amenazado por el creciente endeudamiento y empobrecimiento de la población: debido a la precariedad laboral, nada menos que un 23% tiene que endeudarse para poder comprar alimentos, y el 49% cobra algún tipo de ayuda del estado. Hoy día, la desigualdad en EEUU ha llegado a niveles de la Gran Depresión: 400 superricos poseen tanta riqueza como otros 180 millones de estadounidenses, nivel similar al de Rusia o China; no es de extrañar que algunos estudios afirmen que EEUU no es una democracia, sino una oligarquía.

LA MALDICIÒN DIGITAL

Originalmente, el fenomenal ascenso de EEUU se debe a su antaño formidable poderío industrial, creado a lo largo del siglo XIX gracias a una combinación de apoyo estatal y tarifas aduaneras, denominada "sistema americano" y muy similar al modelo utilizado por China para impulsar su industrialización, y que es la antítesis del liberalismo económico que EEUU predica por el mundo. Pero el precio de la hegemonía es precisamente la destrucción de la economía, como pudieron comprobar anteriormente otros imperios, del romano al británico, pasando por el español. La combinación fruto de la creación de un mercado libre y una divisa de reserva del comercio internacional siempre ha dado los mismos resultados: ruina de la infraestructura productiva y empobrecimiento de la población.


Evolución de las cadenas de valor global (Global Value Chains), el esqueleto de la Globalización, entre 1995 y 2015. En tan sólo 20 años, China ha logrado convertirse en una pieza clave de la economía global, tras Alemania y EEUU. Grafico extraído del análisis de Daria Taglioni /Deborah Winkler, "Making Global Value Chains Work for Development" publicado en 2016 por el Banco Mundial. Otro análisis recomendable es "Informe sobre el desarrollo de las cadenas de valor mundiales 2017", publicado de manera conjunta por la OMC, el Banco Mundial y la OCDE.


La única forma de ralentizar este efecto nefasto es la expansión militar, abriendo por la fuerza nuevos mercados, para seguir suministrando recursos económicos a un sistema que ya no depende de la propia capacidad productiva. En el momento en que el sistema deja de poder expandirse, el valor de la divisa se hunde y la potencia imperial tiene los días contados. Y cuando esto ocurre, la reacción es brutal: en Roma, el número de emperadores romanos asesinados está directamente relacionado con la caída del contenido de plata de su moneda; en su etapa final, el Imperio Español desató en vano el infierno en Flandes para intentar impedir su declive, y el Imperio Británico, para intentar salir de la Gran Depresión, inició la dinámica de los bloques económicos cerrados que dio lugar a la Segunda Guerra Mundial.

La industrialización acelerada de China se pone en evidencia en la evolución de sus 10 principales productos de exportación: en 1996 la mitad eran ropa y calzado, y en 2016 eran sólo productos industriales.


EEUU no ha podido evitar el destino de sus predecesores. Un ejemplo de cómo se ha deteriorado su economía productiva es General Motors: según se supo en la crisis de 2008/9, la construcción de automóviles ya no es su principal fuente de beneficios, sino los préstamos al consumo. Es decir, que se ha convertido en un banco. Al mismo tiempo, el gasto militar de EEUU, el mayor del mundo, es cuatro veces mayor que la suma del gasto en sanidad, vivienda y educación, superando los niveles de la época más dura de la Guerra Fría. Esto ha dado lugar a una corrupción inmensa del Pentágono, pero mucho más grave para EEUU han sido las consecuencias prácticas del enorme peso del gasto militar, ya que han permitido el  desarrollo de las nuevas tecnologías. Si analizamos la historia de Silicon Valley dejando de lado el mito del "emprendedor en un garaje", vemos que la mayoría de los monopolios del sector han surgido gracias a subvenciones estatales, especialmente del Pentágono: desde Oracle a Apple, de Facebook a Google, no hay empresa de Silicon Valley que no deba su fortuna al apoyo militar. De hecho, en lugar de hablar del Complejo Militar-Industrial, habría que hablar del Complejo Militar-Digital, creado a partir de las inversiones para hacer frente a la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y que ha sido tan importante como el sector financiero para la reestructuración neoliberal de la economía y el mercado laboral.


El Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), institución financiera creada a iniciativa de Pekín. Gracias a ella, China se ha dotado de un instrumento equivalente al Banco Mundial, dotado con la mitad de sus recursos económicos. EEUU intentó boicotearle pero fracasó, al ser incapaz de impedir la participación de alguno de sus más estrechos aliados, como UK y Australia.



Irónicamente, aquello que sirvió para destruir el coloso soviético ha resultado ser el instrumento que ha acelerado la destrucción del poderío industrial estadounidense: gracias a la digitalización han surgido las Cadenas de Valor Globales, el esqueleto de la globalización, que permiten externalizar la producción y repartirla por el mundo. Para frenar la pérdida de competitividad de sus productos frente a sus competidores y reestructurar su economía, anticuada y basada en el modelo industrial, EEUU puso en marcha en los 80 la externalización de su producción, estableciendo una alianza con el partido comunista chino para trasladar la producción de menor valor añadido y hundir los costes, aceptando a cambio transferir tecnología, olvidando la advertencia de Napoleón: "el día que China despierte temblará el mundo".

LA PROPIEDAD ES UN ROBO: EL ORIGEN OLVIDADO DEL "MADE IN GERMANY"

China aceptó sin dudar la oferta, gracias a la cual en pocas décadas ha sido capaz de convertirse en la mayor potencia comercial del mundo. La centralización de su economía y el monopolio de poder del partido comunista chino permitieron planificar su desarrollo; de esta forma, tras acumular el capital y los conocimientos suficientes, China pasó de la producción de mercancías de bajo costo a entrar en sectores que requieren un uso intensivo de capital y tecnología. Este proceso fue facilitado por la financiarización global de la economía, fruto del modelo neoliberal: los bajísimos costes de producción chinos eran extremadamente atractivos para lograr los máximos beneficios a corto plazo, y las empresas occidentales trasladaron en masa su producción a China. Este cortoplacismo dio lugar a una acumulación enorme de divisas y conocimientos tecnológicos en China, que los ha utilizado para poner en marcha sus propias empresas.

Las consecuencias no tardaron en hacerse visibles, reflejadas en multitud de historias de empresas occidentales que, tras trasladar su producción a China, descubrían poco después el motivo por el cual podían producir por debajo de los costes: las mismas fábricas que fabricaban sus productos se dedicaban a vender en los mercados asiáticos esos mismos productos bajo otra marca y envase y a un precio mucho menor. Quien pretenda indignarse ante esta estrategia china debería saber que el ascenso de Alemania al estatus de potencia industrial se basó en el robo a gran escala de secretos industriales de Inglaterra; las historias de cómo los alemanes robaron los secretos de producción del país que llevó a cabo la Revolución Industrial son innumerables, basta como muestra el origen de Hoesch, un importante conglomerado industrial alemán; su fundador, deseoso de conocer el secreto británico del pudelado para la fabricación del acero, se trasladó a una fábrica inglesa y, con la excusa de querer realizar un pedido, entró en los talleres y preguntó a los empleados detalles del proceso de fabricación; uno sospechó de sus verdaderas intenciones y llamó a la policía, pero pudo esconderse en un horno de fundición apagado y escapar con los conocimientos necesarios para poner en marcha uno de los mayores consorcios industriales productores de acero de Alemania.


ARRIBA: Los fracasados acuerdos de libre comercio de EEUU con Europa (TTIP) y Asia (TTP). ABAJO: One Road, One Belt, proyecto chino para reconstruir la ruta de la seda y unificar la economía euroasiática en torno a la economía China.




No sólo los alemanes intentaban conocer los procesos de producción de la industria británica: holandeses, franceses y estadounidenses también lo intentaron, lo que llevó al gobierno británico a castigar con la pena de muerte la transmisión de sus secretos industriales e impulsar la primera legislación del mundo contra el espionaje industrial (1889). Además, el gobierno inglés intentó acabar con la competencia alemana denunciando la mala calidad de sus productos, imponiéndoles en 1887 que llevasen la marca "Made in Germany", un error monumental que hizo que los ciudadanos británicos fuesen conscientes de la gran cantidad de productos de uso cotidiano de origen alemán que usaban, de bajo precio y cuya calidad mejoraba sin parar. Lo mismo se repite ahora con China: pese a la mala calidad inicial de sus productos, su fabricación a gran escala ha generado una enorme masa de capital que ha sido reinvertida en I+D, mejorando su calidad, y dando lugar a la actual situación, en la que los productos chinos son de calidad similar e incluso superior a los occidentales.

LA RUTA DE LA SEDA 2.0

Inevitablemente, el aumento en competitividad y fortaleza de las empresas chinas ha dado lugar a una necesidad creciente de nuevos mercados, que se reflejó en la entrada en 2001 de China en la Organización Mundial del Comercio. Tras lograr llevar a cabo una industralización acelerada de su economía, China empezó a distanciarse de la producción de copias de productos y empezó a externalizar los sectores de bajo capital añadido a los países de su entorno, que de esta forma pasaron a formar parte de su esfera de influencia. Para consolidar su área de influencia económica, China puso en marcha en 2011 las negociaciones para un acuerdo de libre comercio en Asia, llamado RCEP, que confirmaba la pérdida de control estadounidense sobre el ASEAN, organización que agrupa a países del sudeste asiático que durante la Guerra Fría había sido una pieza clave de la hegemonía americana en la región, pero que habían pasado a depender económicamente de China. El presidente de EEUU Barack Obama, que había centrado su atención en aplastar Siria, reaccionó en 2013, intentando establecer un cerco económico en torno a Eurasia, para lo cual impulsó la creación de dos áreas de libre comercio que cercasen a China desde el este y el oeste, el TTP y el TTIP, así como el Pivot to Asia, una reestructuración del despliegue militar estadounidense centrado en Asia para frenar el creciente poder chino en la región.


China respondió subiendo la apuesta, poniendo en marcha el proyecto One Belt, One Road, para estrechar los lazos económicos del continente euroasiático mediante la construcción de infraestructuras de transporte que llegan hasta Europa, y creó en 2014 un banco, el AIIB (Banco Asiático de Inversión en Infraestructura), para financiar proyectos de desarrollo en Eurasia, siguiendo el modelo del Banco Mundial, controlado por EEUU. Washington hizo todo lo que pudo para boicotear el AIIB, pero ni siquiera pudo impedir que estrechos aliados suyos como Inglaterra y Australia participasen. Y es que la economía se impone: en 2013, Corea del sur tenía 55 veces más reservas de Yuanes, la moneda china, que de dólares. Y lo mismo pasa con los países del ASEAN, que tienen intercambios comerciales de más de un billón de dólares con China y tan sólo de unos 100.000 con Japón, único país aliado de EEUU en Asia. Y es que, al final, la economía siempre se impone. Como decía Quevedo en un poema en pleno desmoronamiento del Imperio español, "Poderoso caballero es don dinero".

TRUMP Y EL FIN DE LA GLOBALIZACIÓN

Cuando en 2016 Trump llegó al poder, se encontró un campo de ruinas en todos los niveles. A pesar del triunfalismo de Obama, EEUU había sido incapaz de destruir el estado sirio debido al despliegue de la flota rusa el verano de 2013, que provocó la retirada del apoyo del parlamento británico y del congreso estadounidense a una intervención militar por miedo a que degenerase en una guerra abierta con Rusia. Además, la UE rechazó el TTIP, los miembros de la OTAN se negaron a aumentar sus presupuestos militares, y China había logrado vaciar de sentido al TTP mediante el RCEP. El legado de Obama, lleno de discursos para la posteridad, ha sido un desastre en lo que a mantener la hegemonía de EEUU se refiere. Y, por si fuera poco, en 2015 China anunció su plan Made in China 2025, cuyo objetivo es alcanzar la supremacía tecnológica en sectores hoy monopolizados por occidente, y preocupa por sus consecuencias. Al mismo tiempo está creando un inmenso mercado interno, rival del de EEUU, aprovechando la creciente capacidad adquisitiva de su población, que ha pasado de recibir sueldos de miseria a alcanzar el nivel de Portugal. Parece poco, pero su mercado es 500 veces mayor que el luso.


Para hacer frente a esta catastrófica  situación de los intereses de EEUU, Trump ha adoptado una estrategia claramente proteccionista, abandonando el TTP y el TTIP, y ha  amenazado a la UE con abandonar la OTAN, dejado de lado Oriente Medio y se ha centrado en China, que ahora está en el punto de mira del presupuesto del Pentágono presentado recientemente. Y, tras sus primeros tanteos para saber quién está del lado de EEUU y quién no, que recuerdan demasiado a la estrategia del Loco Iván, Trump pasó a utilizar la artillería pesada: siguiendo el modelo utilizado para extorsionar a Canadá y México para revalidar el acuerdo de libre comercio de América del Norte (NAFTA), aprovecha ahora la delicada situación actual de la economía mundial y su dependencia del dólar (que se hizo evidente en la crisis de 2008/9) para chantajear a sus "aliados" y poder así establecer un cerco en torno a las potencias euroasiáticas "rebeldes" (es decir, China, Irán y Rusia). Para ello ha amenazado incluso con calificar de amenaza a la seguridad nacional de EEUU las importaciones de automóviles europeos, ha quitado a la India el estatus de país más favorecido, que permitía a sus empresas acceder sin trabas al mercado estadounidense, ha roto el acuerdo de Obama con Irán y ha amenazado con sanciones a las empresas alemanas relacionadas con la construcción del gaseoducto ruso Nord Stream. Y esto no ha hecho más que comenzar.


Todos los pasos dados por Trump parecen ir dirigidos en la misma dirección: hacer añicos el mercado mundial y sustituirlo por bloques económicos cerrados, por lo que no sería de extrañar que EEUU llegase a abandonar la OMC. Esta estrategia puede dar lugar a una guerra de desgaste económica similar a guerra de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y sus consecuencias se empiezan a reflejar en sectores de uso cotidiano, como internet, en la que se acumulan los indicios de que nos dirigimos a una Splinternet, es decir, una división de la red en segmentos nacionales, separados por barreras y censurados por los estados. Tras el Gran Cortafuegos (Great Firewall) chino, puesto en marcha en la década de los 90, Rusia llevó a cabo el plan Runet 2020, cuyo objetivo es lograr la soberanía digital. La fecha de la puesta en marcha de este proyecto es importante: 2013, tras la escalada en la costa siria y haber visto cómo occidente usó el acceso a internet como arma contra los estados libio y sirio.

TAMBORES DE GUERRA DIGITAL

Los conflictos de Siria y Ucrania en 2013/4 no sólo fueron claves para Rusia, ya que dejaron claro que internet había erosionado el monopolio informativo de los medios de comunicación occidentales. En 2014 se empezaron a dar pasos para recuperar ese monopolio, que se concretaron en 2016 con el uso masivo de los términos Fake News y Posverdad para justificar poner en marcha mecanismos para censurar internet. En 2017, la OTAN acusó a medios de comunicación rusos de difundir mentiras y, en 2018, La RAND Corporation, cerebro gris del militarismo estadounidense durante la Guerra Fría, pidió identificar a los disidentes que difunden en las redes sociales noticias de los medios de comunicación rusos censuradas por la prensa occidental. Y, ese mismo año, los monopolios digitales de EEUU empezaron a "eliminar" a esos disidentes; el primer paso fue el baneo simultáneo por Facebook, YouTube, Apple y Spotify (y más tarde Twitter y PayPal) de Infowars de Alex Jones, que se dedicaba a difundir teorías conspiracionistas. Jones era el objetivo perfecto para poner en marcha la censura: al ser de extrema derecha las críticas se redujeron al mínimo; pero, como avisara Martin Niemöller, desde entonces la censura no para de crecer, y tras alcanzar incluso a Telesur, afecta cada vez más a personas y grupos de izquierda. Los mecanismos de poder blando eran, en realidad, armas, y occidente está empezando a usarlas.


En 2005 Robert E. Kaplan, uno de los principales ideólogos del imperialismo estadounidense, avisó que EEUU perdía el tiempo en Oriente Medio, ya que el verdadero peligro para su hegemonía es China (Portada de The Atlantic de Junio de 2005)


Conscientes del peligro implícito para la seguridad nacional de los monopolios digitales occidentales, los gobiernos de China, Rusia o Irán ha favorecido la aparición de monopolios nacionales similares a Facebook, Twitter, Google o Amazon, mientras que los originales estadounidenses han sido ilegalizados o sometidos a restricciones. Además, empresas chinas producen y venden todo tipo de aparatos digitales (ordenadores, tabletas o smartphones) sin permitir a la NSA acceder a los datos de los usuarios, algo que Snowden demostró es práctica común en occidente. Fue por eso que en 2018 Australia, miembro de la alianza de los Cinco Ojos, creada por EEUU para espiar las comunicaciones mundiales, prohibió la criptografía y vetó el acceso de las empresas chinas a sus redes de telecomunicaciones. Y aquí es importante recordar que Australia sufrió en 1975 un golpe de estado "blando" para impedir que el plan del gobierno de Gough Whitlam de cerrar las estaciones de escucha de las comunicaciones globales de EEUU (red Echelon).

De manera paralela al veto australiano a las empresas chinas (precedido por el aumento de la presencia militar de EEUU), Trump desató una campaña de sanciones a la empresa china ZTE, que sirvió para preparar el ataque contra Huawei, joya de la corona de la industria china y empresa puntera del 5G, el próximo paso de la digitalización, y que demuestra que la época de las copias baratas chinas ha acabado. Trump utilizó contra Huawei los talones de Aquiles tecnológicos chinos: su dependencia de sistemas operativos de empresas de EEUU, como Android (Google) o Windows (Microsoft), o del diseño de la arquitectura de los procesadores (Intel). Tras incluir Trump a Huawei en la lista negra de empresas peligrosas para la seguridad nacional de EEUU, muchas empresas occidentales cancelaron sus acuerdos de colaboración con ella, que quedó en una situación precaria debido a la incertidumbre de los cormpradores de sus aparatos. Pero todo tiene un precio, y el uso de los monopolios digitales para aplastar la competencia china es un aviso a la UE de los riesgos de depender del monopolio tecnológico de EEUU.

AGARRENSE QUE VIENEN CURVAS

Pese a que un enfrentamiento entre China y EEUU era cuestión de tiempo, la suerte ha sonreído mucho tiempo a Pekín. Más allá de la revolución de colores de la Plaza de Tiananmen en 1989, que contó con la presencia de Gene Sharp, el padre del uso de la no violencia como arma (ver Boletín AyR Nº4), Washington no dedicó su atención a China, al tener demasiados frentes abiertos: hundimiento de Wall Street en 1987 y Crisis de Savings and Loans a nivel local, y encauzar el desplome de la URSS y reestructurar Oriente Medio a nivel global. En 1998, congresistas republicanos advertían del riego a largo plazo que representaba China, pero no pasó de ahí debido a que, tras la Guerra de Kosovo, Washington tuvo que reaccionar a los cambios en la cúpula del Kremlin (caída de Yeltsin y llegada al poder de Putin) con la puesta en marcha de un nuevo cordón sanitario en torno a Rusia mediante "revoluciones de colores". En 2002 Washingon impulsó la creación del Shangri-La Dialogue para estrechar sus lazos de defensa con los países asiáticos frente a China, pero las guerras en Afganistán e Irak volvieron a distraer su atención, pese a que  en 2005 Robert E. Kaplan, destacado halcón defensor del imperialismo estadonunidense, avisó en The Atlantic que Oriente Medio era una minucia comparado con el peligro que representaba China. Pero la necesidad de colaboración de China para hacer frente a la crisis financiera de 2008/9 y la posterior puesta en marcha de la primavera árabe (2010/13) volvieron a apartar la atención de EEUU de China.


Tras el fracaso en Siria, el estancamiento de la globalización y, sobre todo, la llegada al poder de Trump, la política exterior de EEUU se ha centrado en hacer frente a China, y Pekín pasa a ocupar el centro de las discusiones estratégicas, mientras se puso en marcha en paralelo una campaña mediática antichina. En 2017 se publicó el libro La trampa de Tucídides de Graham Allison, que asegura que una guerra entre EEUU y China es inevitable, y en 2018 el New York Times recomendó a las empresas estadounidenses cortar los lazos con China y advirtió que China está sentando las bases para un mundo sin la hegemonía de EEUU, y mientras el Washington Post aseguraba incluso que no era Trump quien había empezado la guerra comercial sino China, e incluso dejaba caer a que el verdadero peligro para EEUU no era China sino la UE, debido a su oposición a una guerra económica con China y Rusia.

Las altas esferas del capitalismo estadounidense apoyan el conflicto con China: recientemente, un think tank empresarial de EEUU avisaba que China es un rival peligroso y hay que tratarle como tal, y Jamie Dimon, CEO de JP Morgan (el mayor banco de EEUU) dijo en una conferencia en el influyente think tank CFR que apoya “absolutamente” la decisión de Trump de iniciar una guerra comercial con China, aunque afecte a las empresas de EEUU: “Es mejor que actuemos ahora, cueste lo que cueste a la economía”. Pero es tarde: China contaba con el conflicto y ha tenido tiempo para prepararse. Según ha declarado el fundador de Huawei, llevan años preparándose para un conflicto con EEUU que creían que estallaría en 2020, y el presidente chino ha llamado a la población a prepararse para un conflicto largo.

Las acciones de Trump se parecen a las de Reagan (el uno ha encarcelado a la hija del fundador de Huawei, el otro a dos directivos de Toshiba), pero es un conflicto con otras dimensiones. Japón dependía del mercado de EEUU, mientras que China dispone de un amplio mercado propio: en 2018 las ventas de Huawei en China tenían un valor de 48.500 millones $, frente a 6.200 en EEUU y 25.500 en Europa. En 2017, el PIB de China era de 12 billones $, frente a unos 5 de Japón y menos de 3 de la India. Y China dispone de las mayores reservas de divisas y de bonos del tesoro de EEUU del mundo, y  es consciente de lo que pasó con Japón (enlace1, enlace2), por lo que para impedir que sus gigantescas reservas de capital den lugar a burbujas financieras en el interior del país se ha dedicando a dar préstamos a otros países, fortaleciendo así su zona de influencia mientras exporta inflación (como hizo Alemania con España, dando lugar a la burbuja inmobiliaria).

PROTECCIONISMO Y BARBARIE

Esta guerra económica tiene lugar en plena desaceleración de la globalización, iniciada en 2008/9, y en un momento en que las cadenas de valor global están en horas bajas. Y, como el 1% más rico de la población mundial (dueño en 2018 del 82% de la riqueza global) no cederá lo que han robado para impulsar la economía, vamos de cabeza a una huida hacia adelante: la creación de bloques comerciales cerrados, una estrategia que nunca ha funcionado. Los primeros indicios apuntan a que Trump, incapaz de someter a China, impulsa un bloque comercial cerrado para aislarla. Según Alfonso Romo, jefe de la oficina de la Presidencia de México, el Secretario de Comercio de EEUU, Willbur Ross, puso en abril como condición para levantar los aranceles contra el acero y aluminio mexicano que el país impida entrar inversiones chinas, “especialmente en proyectos estratégicos”, y no tener ninguna “inversión activa” de China; en mayo, EEUU aumentó su política de acoso contra México y amenazó con imponer nuevas tarifas a sus productos. ¿Motivo, al menos de cara a la galería? La inmigración ilegal a EEUU.

El dueño de Alibaba, una de las mayores empresas chinas, ha pedido parar la guerra económica antes de que sea tarde: las guerras económicas “son fáciles de empezar pero difíciles de parar” y acaban desembocando en conflictos armados: "Cuando el comercio se detiene, a veces comienza la guerra. Así que el comercio es la manera de detener las guerras. El comercio genera confianza. El comercio no es un arma para luchar unos contra otros". La historia le dá la razón: un reciente estudio advierte que la política proteccionista de Trump es idéntica a la aplicada en occidente para hacer frente a la Gran Depresión, con consecuencias funestas: "las guerras comerciales actuales (pueden llevar)... a una reorientación del comercio mundial en torno a bloques comerciales centrados en China y EEUU". ¿El problema? Para detener la caída de precios y sueldos y el aumento del desempleo, en la década de los 30 los gobiernos impusieron tarifas aduaneras para reducir sus importaciones, fragmentando la economía global en bloques económicos cerrados. Esto estranguló el comercio, reduciéndolo en 2/3; fracasado el proteccionismo, se pasó al uso de la fuerza: la Segunda Guerra Mundial.

ANEXO 1: EEUU, de preparar un ataque nuclear contra China a aliarse con ella

La historia de las relaciones de China y los EEUU está marcada por la contradicción entre los constantes giros de 180 grados de Washington y la línea inamovible del estado chino de conseguir modernizar la economía y mantener su independencia.

Tras la llegada al poder en China del partido comunista al mando de Mao en la postguerra, las relaciones con occidente y especialmente EEUU fueron gélidas. La intervención china en Corea impidió a las tropas estadounidenses hacerse con el control de la península tras matar en tres años al 20% de la población (según ha reconocido el General leMay), y la tensión llegó a tal extremo que el general MacArthur, jefe de las tropas de EEUU, planeó lanzar bombas atómicas contra territorio chino, por lo que el presidente Truman le relevó del cargo.

En 1958, durante una crisis con Taiwán, Mao propuso al líder soviético Kruschev que en caso de guerra con EEUU la URSS destruyese las tropas estadounidenses en China con armas nucleares, según el ministro de exteriores soviético, Gromiko. La URSS pasó a considerar a Mao imprevisible y detuvo la transferencia de tecnología nuclear de uso militar a China, dando lugar al resquebrajamiento de las relaciones entre ambos países. Para frenar el programa nuclear chino, EEUU propuso a la URSS un ataque preventivo conjunto para detenerlo, pero Kruschev se negó. En 1964 China llevó a cabo su primera prueba nuclear, y Mao declaró a la prensa que, al ser China un país agrícola y con la población dispersa en el campo, no temía un ataque nuclear de EEUU por carecer de sentido: “No nos pueden matar a todos”.

Mao, Nixon y Kissinger

En 1969 la URSS comunicó a EEUU sus planes para atacar el programa de armas nucleares chino durante un conflicto fronterizo, pero Nixon advirtió al Kremlin que EEUU defendería a China con su arsenal nuclear en caso de un ataque soviético. Tras primeros contactos en 1971, en 1972 Nixon visitó China y selló la alianza entre los dos países, que se manifestó en el apoyo de ambos al régimen genocida de los Jémeres Rojos, que recibía apoyo militar y diplomático de EEUU. En 1978 el partido comunista chino anunció el “Socialismo con características chinas”, que marcó el fin del comunismo y la vuelta al capitalismo, al descolectivizar la agricultura, abrir el país a la inversión extranjera y permitir crear empresas, y meses más tarde invadió Vietnam, que acababa de salir de la guerra con EEUU.


ANEXO 2: Los ochenta, cuando EEUU aplastó a Japón (y abrió paso a China)

La guerra comercial de Trump contra China recuerda otra similar de Reagan contra Japón, a finales de los 80. En aquella época, el estado japonés había concentrado sus recursos en favorecer la conversión de sus empresas en consorcios gigantescos cuyos productos, desde coches a walkmans, inundaron el mercado estadounidense, provocando un ascenso meteórico se sus beneficios y una acumulación gigantesca de riqueza en Japón, que parecía estar a punto de sustituir a EEUU como mayor potencia económica del mundo. De manera paralela, Tokio llevó a cabo su propia Ostpolitik, acordando con la URSS la construcción del BAM (Baikal-Amur Magistrale) para acceder a las riquezas de Siberia y obtener las materias primas de las que carece.

EEUU reaccionó, primero, con varias acciones para aislar a Japón de Eurasia: deserción del MiG25 (1976), golpe de estado en Corea del sur (1979) o la provocación del KAL007 (1983). A continuación, mediante el Acuerdo Plaza (1985), Reagan forzó a Alemania y Japón (sus principales contrincantes), a aumentar el valor de su moneda frente al dólar, para aumentar las exportaciones de EEUU y reducir sus importaciones. Japón intentó evitar la caída de sus exportaciones utilizando los tipos de interés, a lo que EEUU reaccionó con una guerra comercial y una campaña antijaponesa en los medios de comunicación y Hollywood. En 1987, Japón finalmente cedió, y con el Acuerdo del Louvre se redujeron sus exportaciones al mercado estadounidense.


IZDA: Los congresistas Don Ritter (Pennsylvania), Helen Bentley (Maryland), y Elton Gallegly (California), destrozan productos de Toshiba ante las puertas del Congreso de EEUU. DCHA: La "invasión japonesa" en los medios de comunicación de EEUU.


Lo peor vino después: al ser incapaz de exportar inflación, las enormes reservas de divisas que Japón había acumulado se convirtieron en un tumor que destrozó su economía. La bajada de los tipos de interés puso en marcha la espiral de la muerte de una gigantesca burbuja inmobiliaria y crediticia que endeudó a la población y sumió el país en una deflación en la que aún sigue. China pasó a ocupar entonces el vacío dejado por los productos japoneses en el mercado de EEUU, e inició la recuperación de su influencia en Asia.

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